(continuación)
Fue una noche singular, estaban en
julio, en pleno verano, pero los vecinos se metieron pronto en sus casas, una
brisa, que pronto se convirtió en fuerte viento, frío, extraño, se apoderó de
las calles y no permitió que las naturales tertulias que se formaban en las
puertas de las viviendas en aquella época del año se produjeran esta vez.
Dentro de las casas se oía el ulular del viento, que silbaba por las chimeneas
y que recordaba a las más frías noches del invierno; los perros aullaban a una luna
que no brillaba en el cielo y los gatos huyeron, bufando despavoridos, a los
altillos y desvanes; nada ni nadie se atrevió a salir, esperando que aquello
pasara y les devolviera la normalidad.
Germán se despertó temprano, como era
su costumbre; le había costado coger el sueño, pues el viento silbaba por todas
las rendijas del tejado y parecía que se metía por todas partes, moviendo
puertas y ventanas aunque estuvieran encajadas; había oído al “Negro” gemir y
aullar en la cuadra hasta que, por fin, el sueño le venció y ahora, al levantarse se quedó
sentado un rato en la cama, aguzando el oído, por ver si seguía aquel mal
tiempo… pero no, no se oía nada… bueno, sí, sí se oía… los gorriones piaban en
los árboles, como todos los días y por una rendija de la ventana, mal cerrada,
se metía un rayo de sol.
-A ver si es verdad que hoy tenemos
un buen día… pues lo que es la noche…
Y con este pensamiento se puso en
pie, abrió de par en par la ventana y el brillo de la luz le hizo cerrar los
ojos.
-Sí que es un buen día, sí que lo es.
Como todos los días se desayunó un
buen tazón de café con leche al que fue echando sopas de pan hasta que pareció
algo casi sólido, luego la copita de aguardiente para matar el gusanillo y
después, calándose la boina salió a la calle rumbo al Ayuntamiento.
En la puerta se encontró al alcalde…
-¡Hombre, cuanto bueno por aquí!
-Buenos días nos dé Dios…
-¡Vaya noche, eh!
-Movidita, señor alcalde, movidita.
-Anda, acércate a la casa de… bueno,
ya sabes dónde, y le preguntas a ese tal Julián que qué pasó ayer.
-Como usted diga.
-Y si hace falta te lo traes del
brazo.
-¿Y si no se deja?
-Hoy va el Edmundo contigo, a ver si
entre los dos…
-Bueno, si vamos los dos…
-¡Pues venga! ¡Edmundo, baja!
Y Germán y el Edmundo se fueron,
pasito a pasito en dirección al Barranco, a la casa de… Julián.
-Hoy no sale humo por la chimenea
–dijo Germán por lo bajo- ya es raro…
-No tendrá frío… -rió el Edmundo-.
-Tú que sabrás… me da mala espina.
Llegaron, pues a la puerta de la
casa; Germán asió la aldaba y llamó dos veces… los golpes sonaron fuertes, con
eco, como si la casa estuviera vacía…
-¿No hay nadie? ¡Eh, Julián, soy
Germán, el del Ayuntamiento! ¡Nos manda el señor alcalde…!
La puerta chirrió sobre sus goznes y
se entreabrió, dejando pasar como un hálito de frío por la rendija…
-¿No hay nadie? –voceó Germán-.
Se oyó un maullido y, entre sus
piernas, pasó un gato negro, grande, con la cola levantada, que se alejó en
dirección de las huertas vecinas.
-Donde hay un gato… hay gente –dijo
el Edmundo-.
-Pues vamos dentro –terció Germán-.
Y, con un poco de temor, los dos
pasaron dentro de la casa… estaba vacía, sólo un taburete junto a la chimenea,
fría, sin rescoldos y una mesa baja,
desvencijada, con un mendrugo de pan duro. Nadie.
-Pues ayer vivía aquí gente.
-Pues hoy… no hay nadie… a ver si…
-Te juro que ayer hablé con un hombre
en la misma puerta de la casa, un tío que se llamaba Julián.
-¿Julián del Mono o Julián de las
Cadenas? –se burló Edmundo haciendo referencia a dos conocidas marcas de anís.
-¡Calla majadero! Julián de… las
narices… ¡Aquí hay gato encerrado!
-Ya no –cacareó Edmundo- que ha
salido por la puerta…
-¡Como te rías te atizo… ¡bobo, más que
bobo!
-A ver qué le dices ahora al señor
alcalde…
……….
-Pues… le juro que ayer hablé con ese
hombre… todos hemos visto cómo salía humo por la chimenea… ¡todos hemos visto
cómo se arreglaba la casa! Pero hoy, señor alcalde, ¡no había nadie! ¡nadie!
Esto es cosa de brujas…
(continuará...)
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