No sé si sabéis qué es un
pozo de la nieve; bueno, en pocas palabras… hace mucho tiempo, 400 o 500 años,
la gente excavaba pozos para guardar la nieve que caía en invierno, la
compactaban hasta que se convertía en hielo y la guardaban para poder utilizarla
en verano para conservar los alimentos o refrescar el vino y el agua.
En Aldeavieja había uno;
tras la ermita de San Cristóbal, en la cara norte, aún se observa una hondonada
que es la huella que nos ha quedado de dicha construcción. El licenciado Francisco
García, en su libro “Sobre los orígenes del pueblo de Aldeavieja…”, escrito en 1643,
dice:
Pocos años después (de 1540) cegaron y
derribaron igualmente un pozo que estaba en el cementerio de San Cristóbal, el cual estaba cercado de paredes de cal y ladrillo,
con su bóveda y puerta, y brocal, y tornillo, y era harto necesario para el
servicio de aquella iglesia para lo cual él se había hecho, por tener algo
lejos el agua, y se había conservado más
de doscientos años.
Este pozo del que nos
habla el licenciado, no era un pozo de agua, sino un pozo de nieve, como así ha
sido recordado durante cientos de años, pues a aquel lugar siempre se le ha
denominado “pozo de la nieve”.
Antes de este ya había
otro pozo en aquel mismo lugar, pozo que fue desmantelado para construir con
sus piedras un campanario en las afueras del pueblo, exactamente al final de la
actual calle Amargura.
Como nos explica el
licenciado Garcia en el libro antes citado, los habitantes del pueblo tenían
como centro de culto y lugar de enterramiento de sus muertos la ermita de San
Cristóbal, que fue edificada en el siglo XII. De la ermita de San Miguel de
Cardeña trajeron una campana colocándola en la parroquial de San Cristóbal.
Aquella campana no se oía en todos los barrios. Por eso se construyó una torre,
que entonces llamaban torrejón, en el lugar que se llamaba campanario.
He aquí, pues, una torre,
seguramente no de gran tamaño, construída con las piedras de un antiguo pozo y
que se colocó al otro lado del pueblo a fin de que las gentes se enteraran, por
sus campanadas, del momento en que se iban a celebrar oficios en la iglesia o
de todas aquellas noticias que, en aquella época, se anunciaban con toques de
campana, como un fallecimiento o un incendio.
Además, y esto no hay que
olvidarlo, aquellas piedras eran piedras sagradas, bendecidas, ya que se
encontraban en lo que, en esos años, era el camposanto del pueblo.
Todos sabemos que esa
torre o campanario desapareció, quiero decir, fue demolido cuando se construyó
la actual iglesia, en el centro del pueblo, y ya no fue necesaria su
existencia, al oírse por igual, en toda la localidad, los toques de campana que
se realizaban desde la nueva torre.
Esto, por lo menos, es lo
que nos han dejado por escrito nuestros antepasados, todo muy normal, todo muy
lógico, pero… ¿fue esto realmente así, como nos han contado o, quizás, fue de
otra manera?.
Yo, si tenéis paciencia
para seguirme, os voy a relatar otra versión que me contó mi abuela una tarde
de lluvia, hace ya muchos años, cuando yo era niño.