(continuación..)
-Bien, habéis
encontrado los botones, ¿qué más?.
-Encontramos el rastro
de sangre desde los árboles…
-¿Sí?
-¿Le parece poco?
-Vamos a ver, Arturo,
tenemos los botones… ¿qué nos dicen?
-…
-Nada, no nos dicen
nada, que el asesino está un poco tonto o es un maniático y se los cortó antes
o después de matarla, ¿dónde nos lleva eso?
-…
-A ningún sitio,
Arturo, a ningún sitio. Y el rastro de sangre lo mismo, vale, le mataron en el
bosquecillo, en aquellas lanchas, pero… ¿quién era el asesino? Un hombre… una
mujer… una persona, más… por celos, por dinero, por deseo, por casualidad…
-Tiene razón, mi cabo,
tiene toda la razón; no sabemos nada.
-Tan poco sabemos, que
no sabemos quién era la víctima… si al menos supiéramos eso, tendríamos un
punto sobre el que basarnos.
Los dos hombres se
miraron, se conocían desde hacía ya varios años, muchos quizás; habían servido
juntos en distintos destinos y se tenían confianza y, sobre todo, amistad y
algo que llamaríamos compenetración.
Se habían hecho
fotografías del cadáver, pero en el estado en que se encontraba iba a ser muy
difícil que nadie lo reconociera; no tenía verrugas, ni granos, ni cicatrices
que pudieran servir de señales y, además, ¿a quién preguntar? Sólo cabía
esperar y confiar en que alguien echase de menos a la hija, a la hermana, o la
mujer y fuese a denunciar su desaparición, mientras tanto…
…..
Era la comidilla en el
horno, en los puestos ambulantes y en el bar; ¡qué cosa tan estupenda había
ocurrido: un crimen en el pueblo! Y, lo mejor, no era nadie conocido, nadie se
sentía herido, ni triste por aquella muerte, no personalmente, claro, porque lo
que sí se sentía, a pesar de todo, era miedo.
¿Andaría el criminal
vagando por los cerros? ¿se ocultaría en la maraña del bosque o en las riberas
de los arroyos?; el término era muy grande y podía estar en cualquier sitio… y,
también, el asesino podía estar entre ellos, ser uno de ellos… y se miraban a
la cara, cuando se encontraban, como buscando un signo de temor o una mueca de
maldad… ¿qué sabían ellos? Uno del pueblo podía tener las manos llenas de
sangre y estaba, tan tranquilo, bebiendo y charlando con ellos; eso sí que les
tenía un poco en vilo.
-¡Y no tenía ojos!, era
como una fantasma…
-¡Jesús, Jesús, ¿dónde
vamos a ir a parar?!
-Pues dicen que el
pastor se va a meter monje…
-¡Calla, mujer…! Si
sigue yendo todos los días con las ovejas.
-Pero no ha vuelto por
la zona de la Jarrera.
-Yo tampoco volvería…
¡menudo susto se llevaría!
-¡Pachasco!
-La entierran esta
tarde.
-¿Aquí, en el pueblo?
-Pues yo no sé si eso
es bueno.
-¿No tendrás miedo a
los muertos?
-No, miedo no… pero
respeto sí.
…..
-Mi cabo, ahí fuera hay una mujer que quiere
hablar sobre la chica muerta.
-Hazla pasar a mi
despacho.
Antonio se dirigió
hacia la puerta del cuartelillo, donde esperaba una mujeruca bajita y
gordezuela, toda vestida de negro, como era lo normal en el pueblo, cuando se
estaba en un luto perpetuo a causa de la muerte de maridos, hijos, padres,
primos, abuelos…
-Venga conmigo, el cabo
le espera.
Cruzaron el vestíbulo,
oscuro y fresco, sólo iluminado por la luz tamizada por gruesos cortinajes de
las dos ventanas que daban a la calle.
-Con su permiso, mi
cabo, es la Teresa, la viuda del Flaco.
-Pasa, mujer, pasa.
-Buenas tardes nos de
Dios…
-Vamos a ver, ¿qué me
tienes que decir de la muerta?
-Pues verá… yo tengo
una hermana en Peguerinos, allá en la sierra, ¿sabe?, que también ha quedado
viuda hace ná del Floren; el Floren trabajaba en los pinares ¿sabe?, allá hay
muy buenos bosques y se coge leña y resina… y, claro, un día cortaban un árbol
y éste cayó de mala manera encima del Floren, aquí en un hombro y le pegó también
en la cabeza, el caso es que quedó como atontao, que le preguntaban y no sabía
ni su nombre, y lo metieron en la cama, pues ya le digo que estaba como lelo y
una mañana, mi hermana, mi hermana se llama Paca ¿sabe?, pues mi hermana se
levanta y le mira y le ve así como blanco y le mueve y el otro no dice nada, y
mi hermana le vuelve a sacudir y va y dice: -se ha muerto- y sí, se había muerto…
-Vale, vale, tu hermana
es viuda y qué tiene eso que ver…
-A eso iba, pues que se
la murió el marido y se quedó ella sola con seis hijos, cuatro muchachos y dos
chicas; el Julián, el Matías, el Florencio, el Carlos y la Julia y la Herminia…
-Sí, ya seis hijos.
-Eso, señor cabo, lleva
usted muy bien la cuenta.
-Ya pero, eso qué
tiene…
-A ello voy, pues que
yo la dije: -mira Paca, que te has quedao sola con seis hijos y los muchachos
te van a ayudar pues son fuertes y seguro que encuentran trabajo en donde el
padre, pero las dos chicas sólo te van a dar problemas…-
-¿Acabas ya?
-Es que si no le cuento
esto no va a entender nada.
-Vale, venga, sigue con
ello.
-Voy… pues eso, le
dije: -con dos chicas en casa sólo vas a tener problemas, pues ya están en edad
de enamoriscarse y si no tiés cuidiao te va a venir un día con barriga- eso le
dije, sí señor; que una no tiene hijos pero sabe mucho de la vida y se fija en
lo que les pasa a los demás; que hay mucha lagarta y también mucho sinvergüenza
que en cuanto que ve a una chica sin padre busca la manera de entretenerla y
¡zas!, luego si te he visto no me acuerdo…
-¿Y eso qué….?
-Espere… yo la dije:
-mira Paca, yo me llevo a mi pueblo a la Herminia, y allí la tengo como a una
hija, pues como yo también estoy sola la voy a vigilar bien; y cuando se la
pasen las calenturas de la mocedad te la devuelvo hecha una mujer bien casada o
bien aprendida para que te cuide a ti-.
-Voy entendiendo…
-No, espere, que aún
hay más; y ella me dijo: -pues vale, yo te mando a la Herminia en unos días, en
cuanto que enterremos bien al padre y le lloremos y tú me la cuidas- y yo me
vine y hace una semana vino el chatarrero ¿se acuerda usted que vino un
chatarrero que vendía cubos y lámparas?
-Sí, me acuerdo.
-Pues venía de
Peguerinos y preguntó por mí, por la Tere la del Flaco, y salí yo y le dije:
-¿qué quieres? Y me dijo: -¿Tú eres la Tere la del Flaco?- y yo le dije: -Sí,
esa soy yo; ¿qué quieres?- y me contestó: -¿tienes una hermana que se llama
Paca?- y yo le dije:- Pues sí- y me contestó: -pues que dice tu hermana que
esta semana te manda a la Herminia con un mulero que va hacia Maello y que,
como le pilla de paso tu pueblo pues que viene con él para que la tengas en tu
casa- y yo le dije:-pues bueno, ¿quieres un vaso de vino?- y él me dijo: -pues
ahora no, gracias- y yo le dije…
-¿Importa lo que le
dijiste?
-No, pero era por
contarle las cosas como fueron…
-Abrevia, anda.
-Bueno, pues es el caso
que ni el mulero ha pasado por aquí, ni mi sobrina tampoco.
(continuará...)
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