Situación de los arroyos del norte
En el corazón del
pueblo nace otro arroyo: el del Barranco; en sus comienzos nacía de las aguas
sobrantes de los pilones que estaban en la plaza y de la recogida de las aguas
pluviales que bajaban en torrentera desde la parte alta del pueblo; después
seguía en dirección a Blascoeles, casi en paralelo con el camino que hacía allí
se dirigía; a su paso se abrieron huertas y se regaron prados (algunos de los
mejores) y después, serpenteando entre hondonadas y cerretes iba a terminar en
el Cardeña; recuerdo que, de niño, existía sobre él, en la calle que bajaba de
la carretera del campo un puentecillo que lo salvaba, justo donde acababan las
eras; hoy día, aparte de alimentarse de lo que desagua el pilón de los Cuatro
Caños, se acrecienta con el pilón del Rancho y con las aguas residuales del
pueblo que van a desembocar en él.
A este mismo lado del
pueblo, existen cuatro arroyos que recogen las aguas que se filtran desde la
sierra; el primero es el arroyo o colada de Valdelavilla o Valdecubilla, que
por los dos nombre es conocido, y que va a desembocar al Cardeña por el paraje
de El Molinillo; este caudal, por la zona de Las Rozas recoge las aguas que trae
el arroyo del mismo nombre.
A la derecha de éstos,
y desde Valdecedazo, corre el arroyo Endrinalejo que vierte en el Cardeña también.
Y, por último, ya muy
cerca de la cotera de Villacastín están los arroyos de Valdeherreros y Prado
Sordo que, rodeando la Peña Descansadera, se juntan formando el Valdelaloba que
va a cruzar la Fresneda, ya en Villacastín y, regándola, va a aumentar el
caudal del Cardeña.
Hay que hacer constar
que estos arroyos son estacionales, por lo que en verano no son más que una
mancha de humedad que se advierten por el mayor verdor de las plantas y
arbustos que los acompañan.
Cómo no acordarnos de
la fuente de La Marquesa, en el Arroyal, que se alimenta directamente de las
escorrentías del monte Pelado; siempre se dijo que era una de las aguas más
frescas del municipio y aún, hoy en día, deja salir un buen chorro en el pilón,
medio en ruinas, que se levantó para recogerlas.
Cuando se volvía de
cazar o de recoger retamas en las laderas de la sierra en los días de verano
era un placer de dioses echarse sobre la verde pradera que rodeaba el manantial
y, después de limpiar y aclarar un poco el pocillo, que ya se cuidaban los
pastores de que estuviese limpio para su uso, refrescar la cara y apagar la sed
y el calor con aquella bendición que surgía de la tierra.
Un poco más al
noroeste, en Cabeza Gonzalo, en el lado sur de la carretera N-110, existía otro
manantial: el de Meamulos, que hoy día sólo se puede adivinar en los meses
húmedos en que su agua alimenta las cunetas de los caminos de la zona.
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