En mi búsqueda de cosas curiosas y/o interesantes referentes a nuestro pueblo, hoy voy a presentaros un documentado trabajo de Manuel Moratinos García, en el que trata, entre otros asuntos, de la azulejería que se encuentra en el camarín de la ermita de la Virgen del Cubillo; hablamos del libro “Estudio de la azulejería de las provincias de Ávila y Valladolid”, editado en el año 2016 por la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León. En primer lugar hace un pequeño bosquejo histórico sobre la ermita de la Virgen, las etapas de su construcción y su situación y, después, entra ya a describir los azulejos encontrados, poniéndolos fecha y lugar de origen; es un libro útil y entretenido, ya que además de ocuparse de un tema que pueda interesarnos, hace referencia y estudia detenidamente otros lugares singulares de las provincias de Ávila y Valladolid.
El texto es el siguiente:
La localidad de Aldeavieja se sitúa
al este de la provincia de Ávila, al pie de la Sierra de Ojos-Albos. Hasta 1833
perteneció a la llamada Tierra de Segovia, estando encuadrada en el sexmo de
Posaderas. En la actualidad, junto a Blascoeles forma parte del municipio de
Santa María del Cubillo. A unos cuatro kilómetros al este del núcleo urbano,
avanzando por un camino de tierra se llega al santuario de Nuestra Señora del
Cubillo, erigido en una pradera rodeada por los cerros del Asperón, Cruz de Hierro
y el Calvario. Al igual que el resto de edificios religiosos de Aldeavieja,
hasta 1566 dependió del monasterio de Santa María de Párreces, pasando a partir
de esa fecha a formar parte del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Según cuenta la tradición, en el
paraje donde hoy se levanta la ermita existió una alameda donde, hacia el año
1300, un pastor encontró la imagen de la Virgen dentro de un cubillo. Al poco
de tal descubrimiento y al ser tenido por un milagro, el abad de Párreces mandó
levantar un modesto templo y una casa para el santero en el lugar de la
aparición, que pasó a ser llamado de Nuestra Señora del Cubillo. Este primer
edificio fue sustituido por otro de mayores dimensiones con tres naves y tres altares,
que comenzó a construirse en 1576 aunque su finalización se demoró hasta 1614.
Finalmente, esta segunda iglesia fue
sustituida poco tiempo después por la que en la actualidad se puede contemplar.
Las obras comenzaron en 1656, aprovechándose los muros y contrafuerte de
sujeción de las naves de la anterior edificación. En 1666 se estaba ampliando
la capilla mayor y levantando tras ella un camarín, con lo que se dio por finalizada
su fábrica exterior, aunque el acabado y la ornamentación interior se alargaron
hasta el último tercio del siglo XVIII debido a las penurias económicas. El
edificio se construyó con buena sillería de granito, destacando su gran
monumentalidad. Presenta planta de cruz latina con una sola nave dividida en
tres tramos, con tribuna a los pies más crucero y presbiterio cuadrado, al que
se adosa, como hemos dicho, un camarín.
El
acceso se realiza por los pies, una vez traspasado un pórtico en el que se
abren tres arcos de medio punto que descansan en gruesos pilares. Una
torre-campanario formada por tres cuerpos se levanta también a los pies,
adosada al lado de la Epístola (Descalzo, 1988: 118-122).
OBRA
DE AZULEJERÍA CONSERVADA
Como hemos indicado, hacia 1666 se estaba construyendo un edificio adosado a la cabecera, de planta rectangular y con dos alturas, la inferior utilizada como sacristía y la superior para un camarín donde albergar la imagen de la Virgen. A través de dos puertas colocadas a ambos lados del retablo mayor, se accedía a la sacristía y desde esta al camarín propiamente dicho gracias a una doble escalera. En el libro de fábrica consta que en 1720 se amplió el ventanal del camarín, y que dos años después se colocaba una bóveda de media naranja en su parte central y de cañón con lunetos en los laterales, cubriéndose al exterior con un tejado a dos aguas. En 1734 se instaló en el camarín el retablo, que no fue dorado hasta 1759, abriéndose el trasparente en 1772 y, finalmente, dorándose dos años después toda la estancia (Ibidem: 148-152).
Desafortunadamente el libro de fábrica nada dice del momento en que se colocó el piso del camarín. Como tampoco nos informa de las labores de azulejería que decoran la estancia, donde aparecen entremezcladas las técnicas de arista y plana pintada presentando una marcada dicotomía. Alrededor de la estancia se colocó un zócalo, formado por una doble hilada de azulejos de arista –de 13,5x13,5x2cm- de los llamados repetición, con un diseño representando dos flores vistas de frente de diferente tamaño y color –azul la grande y verde la pequeña- dentro de marcos cruciformes, formados por un doble cordón verde y melado, unidos entre sí por pequeños círculos, todo ello sobre un fondo de color blanco. Rematando el zócalo se dispuso una tercera hilada de azulejos planos pintados -14cm de lado-, dibujándose en cada uno de ellos grandes y carnosas flores en azul y blanco marcadamente barrocas.
A su vez, el pavimento del camarín se
cubrió con baldosas de pizarra octogonales –de 26,5x26,5cm-, entre las que se
colocaron azulejos y medios azulejos de arista con el mismo diseño que los
dispuestos en el zócalo. Además, en el centro, bajo la media naranja, se dibujó
una gran estrella de ocho puntas conteniendo otra igual aunque más pequeña, formada
por azulejos recortados de arista con flores vistas de frente, en esta ocasión
dentro de marcos circulares, y cintas planas pintadas -13,5x6,5cm- presentando
un calabrote encadenado con flores en su interior, en azul, amarillo y blanco.
Finalmente, una doble greca formada por estas mismas cintas se dispuso
enmarcando todo el solado.
Los azulejos colocados en los
arrimaderos presentan un buen estado de conservación, a excepción de los del
muro este, visiblemente afectados por la humedad, hasta tal punto que afloran
las sales en sus cubiertas vítreas. Los azulejos colocados en el pavimento
muestran el consiguiente desgaste superficial a consecuencia del roce, siendo
más evidente entre los que conforma la estrella central, donde la práctica
totalidad de las piezas han perdido –en parte o totalmente- la cubierta vítrea.
Atendiendo a las fases constructivas
y, sobre todo, decorativas del camarín que nos describe el libro de fábrica,
podemos comprobar que los azulejos de arista cronológicamente se encuentran
totalmente desfasados. El libro de fábrica nos informa que en 1724 se estaba
abovedando la estancia, comenzando a decorar una década después con la
colocación del retablo, y que en 1777 se terminaba de pintar la cubierta y
paredes. Por ello, en algún momento entre 1737 y 1777 se tuvieron que colocar
el zócalo y el solado con los azulejos.
De este modo, las piezas planas pintadas, con una tipología marcadamente barroca como hemos dicho, se acomodan a la perfección con unas fechas que rondarían la mitad del siglo XVIII. No podemos decir lo mismo de los azulejos de arista. Estos dos diseños que encontramos en el camarín son iguales a los que se emplearon en el solado del presbiterio de la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza en Ávila, fechados entre la segunda década y mediados del siglo XVI, además de considerar que fueron elaborados en Toledo. Todo nos hace pensar que los de Nuestra Señora del Cubillo son de la misma época y procedencia. La única explicación que podemos dar para justificar su presencia en una estancia y junto a unas labores de azulejería posteriores en más de un siglo, es que nos encontramos ante una pervivencia. Consideramos que los azulejos de arista fueron traídos desde la ciudad imperial para la decoración de la solería de la capilla mayor del primer templo o, acaso, del que le sustituyó en 1576, siendo definitivamente recolocados en el camarín en el siglo XVIII, una parte en el zócalo y otras nuevamente en su pavimento, entremezclados con piezas planas pintadas encargadas en el momento.
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