Es la noche de Todos los Santos y, tal como corresponde a estas fechas, os voy a entretener con una "historia" de "muertos"; espero que os guste y que os deje dormir...
Es la noche de Todos
los Santos, noche cerrada, oscura, sin luna… las calles del pueblo están
desiertas y sólo se oye el silbido del viento al meterse por las ventanas mal
cerradas, en un momento determinado las campanas del reloj de la iglesia
desgranan doce campanadas, lentas, ceremoniosas, casi lúgubres.
Fermín está solo en
casa, no sólo está solo, vive solo; es un viudo amargado, maledicente, algo
falso, que pasa sus ratos libres en buscar los puntos flacos de la gente,
hablar mal de sus vecinos… Pero hoy está contento, mañana va a venir a verle
una mujer, una mujer de la que estuvo enamorado en su juventud, antes de su
matrimonio…
-Algo ha sonado fuera,
seguramente en la calle… pero poco importa dónde o cuándo, lo que importa es lo
que va a pasar mañana: ¡ella va a venir! y lo demás ¿qué me puede interesar?;
tengo toda la noche para prepararme, para pensar, para poder elegir las
palabras que le voy a decir, los temas de los que le voy a hablar, pero… ¡qué
más dan las palabras o los temas…! Lo que importa es que ella viene y… cuando
la tenga delante ya me saldrán las palabras ellas solas…
Fermín se recuesta en
su sillón favorito, cierra los ojos y se deja llevar…
-Pero… ¿qué es ese
ruido?, es fuera sí, pero suena como si fuera en la misma puerta de casa… ¡qué
tontería, a estas horas!
Cierra los ojos de
nuevo; le molesta que le interrumpan mientras piensa en ella, pero hoy cree que
podría hasta perdonar aquellos ruidos, aquellos golpes…
-Le miraré a los ojos…
esos ojos turquesa que me han envenenado el cerebro, y le diré… toda palabra
será inútil para describir su belleza… mejor… le cogeré la mano, como si fuera
a saludarla y entonces… miraré sus ojos y…
Los golpes resuenan tan
fuertes que le hacen perder la concentración…
-Pero…¿otra vez?, voy a
tener que asomarme.
Se acerca a una de las
ventanas que dan a la calle, escucha… no oye nada, entonces intenta asomarse
por ella y ver qué pasa, forcejea…
-Nada, no hay nada,
pero… esta ventana, ¿por qué no se abre?, habrá crecido con la humedad; miraré
por la puerta…
-Otro golpe, ¡ya va, ya
va! ¡sin prisa!
Con gesto de
contrariedad va hacia la puerta, tira del cerrojo, sus ojos no dan crédito:
-Tampoco se abre la
puerta, esto ya me está cabreando; a ver, la llave… la llave ¡no entra! ¡no
entra en la cerradura!, es como si la hubiesen taponado… por fuera, ¡malditos
gamberros, hijos de…! ¡se van a enterar mañana… ¡sé quiénes sois!, ¡a ver qué
dicen vuestros padres mañana!
Un leve sudor le hace
brillar la piel de la frente, tira con rabia la llave al suelo…
-¿Y ese otro ruido? Es
arriba, en el sobrado… son pasos… ¿quién anda ahí?
Con pasos enérgicos se
dirige a una puerta que se encuentra detrás suyo, con dos escalones de piedra…
-¿Qué pasa con esta
puerta también? La echaré abajo, en la cocina hay un hacha…
Sus ojos echan chispas,
le sudan las manos, ya abiertamente, se pasa las manos por la frente, resopla,
cruza el salón y se mete en la cocina…
-Tampoco está el hacha,
no importa, es delgada y la echaré abajo…
Se vuelve rápido, los
ojos desencajados, mirando a los rincones sin poderse creer lo que está
pasando, con decisión echa la mano al picaporte…
-¡Basta! ¡Pero… ¿qué
pasa en esta casa?!
Baja y sube la manilla,
la puerta, de recia madera, no se mueve, se da vuelta, mira a todas partes,
como si no reconociera el lugar donde está…
-No entiendo nada,
¡estoy encerrado en la cocina!
Se lleva ambas manos a
la cabeza, suda, suda y, a la vez, un escalofrío recorre su cuerpo…
-¡Lo que faltaba! ¡se
ha ido la luz… o la han cortado!
Alza las manos a la
altura de su cara, las mueve como si, con el movimiento, pudiera verlas,
tiembla, no sabe si de miedo o de frío…
-¡Otra vez los ruidos!
Alza la cabeza, se oyen
pasos, primero lentos, pesados, luego como si corrieran… se gira en la
dirección por la que cree que se oyen…
-¡Cada vez más
fuertes!, pero… ¿qué pasa? ¿qué pasa?, ¡encerrado en la cocina, sin luz, la
casa llena de ruidos, sin comida, el agua cortada… ¿qué quieren? ¿quién quiere?
Chilla, su voz se
vuelve aguda, casi no le sale de la garganta, se lleva las manos al cuello,
como si quisiera empujar sus palabras, de pronto tropieza, cae sobre una silla…
casi lo agradece, pero no puede dejar de gritar…
-¡Déjenme salir,
déjenme!
Llora, sus ojos se
llenan de lágrimas, se abraza el cuerpo intentando protegerse no sabe de qué…
pero necesita ese contacto…¿humano?
-¡No quiero estar aquí!
¡No quiero estar así…!
La casa está
silenciosa, oscura, ninguna luz se filtra por sus ventanas cerradas, nada se
oye… ni dentro… ni fuera, si pudiéramos entrar veríamos, en la cocina, a la luz
de un fuego que arde, azul y misterioso, el cuerpo de un hombre, ya frío, que
con los ojos desorbitados, la boca abierta en un grito, una mueca de horror en
el rostro, mira hacia un infinito que nunca podríamos vislumbrar.