OTRAS
CRUCES.
En la
confluencia de las calles de Segovia y Angosta, se encuentra una cruz de
hierro, sobre base de granito, con la fecha 1620; se utiliza en la festividad
del Cristo para hacer una parada con la imagen y proceder al beso de los pies
de la misma por parte de todo el pueblo, es de factura completamente distinta
de las otras que hay en el pueblo: sobre las gradas se levanta una peana
estrecha y alta, de más de dos metros, en la que se eleva la cruz; ésta no es
maciza, sino de varas; teniendo antes, en los bordes de los brazos, unos
adornos redondos, al desaparecer uno hace mucho se quitó, después, el otro que
restaba, quedando la cruz un tanto desangelada.
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Hay otra
cruz en la pared sur del cementerio, realmente no es una cruz completa, sino
solamente el crucero, la parte alta; por el tamaño y la forma podría ser una
cruz normal que se rompió o que se cortó a fin de desempeñar el papel que hoy
tiene asignada: sacralización del recinto.
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Frente al
edificio de las antiguas escuelas, al final de la calle Real, según nos cuenta
uno de los vecinos, se encontraba otra cruz; pudiera tratarse de una de las que
faltan del Vía Crucis; al edificarse las nuevas escuelas en la época de la II
República, éste viejo edificio pasó a utilizarse como salón de baile, y dado
que se pensó que era poco adecuada la existencia de la cruz ante un local de
diversión, ésta se desmanteló, sin que se conozca el destino de sus piedras.
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En la
calle Angosta, y formando parte de la ventana de una casa, se encuentra una
piedra labrada con la inscripción AÑO 1624; se encuentra boca abajo, mostrando
claramente que se echó mano de ella al edificar el edificio y se colocó sin
tener en cuenta para nada si iba al revés o al derecho; la fecha que muestra da
a entender que, casi con seguridad, formó parte de la peana de una de las
cruces que faltan en el Vía Crucis (podría ser parte de la cruz de la que
hablamos antes).
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En las
memorias de mi tío Gregorio se lee lo siguiente:
“En la fachada del mediodía (de
la ermita de San Cristóbal) estaba la puerta principal de entrada a la
iglesia y, en la esquina de ésta con la del este, en lo más alto del cerro, de
cara a todos los vientos, un crucero de piedra granítica y amarillentas peanas
en cuyas bases tomaban confiados el sol los tornasolados lagartos. En este
crucero terminaba el Calvario que inició su recorrido en su primera cruz
levantada frente a la ermita de la Agonía, pequeño edificio de planta cuadrada,
confundido con el gris de los secos tomillares y las tierras ocres de las
laderas del cerro que bajaban hasta lamer las primeras casas del pueblo, cerro
conocido con el nombre de El Calvario, sin duda por esta primera cruz que se
alza a sus pies.
Sus catorce cruces, representando
otras tantas estaciones, están salpicadas por caminos y praderas hasta terminar
en el crucero de San Cristóbal. Todavía yo conocí a las mujerucas del pueblo,
con negros vestidos, manto de paño sobre la cabeza, bordeado de terciopelo y el
rosario entre sus arrugadas y curtidas manos, recorrer estas catorce
estaciones, arrodillándose en grupos alrededor de cada cruz, cada viernes de la
Cuaresma.”
Este texto hace suponer que, hacia los años veinte del pasado siglo, el
Vía Crucis se realizaba desde la ermita del Cristo de la Agonía hasta la ermita
de San Cristóbal utilizando, quizás, todas las cruces disponibles en el pueblo;
yo, personalmente, jamás he asistido a Vía Crucis alguno en el pueblo. En los
años cuarenta y cincuenta, según testimonios orales, el Vía Crucis salía de la
iglesia de San Sebastián, recorriendo todas las cruces existentes, y acabando
en lo alto de San Cristóbal.
Las cruces existentes hoy son veinte, más
las dos que completan el triduo de la estación doceava del Vía Crucis, veintidós
en total, y van desde 1571 hasta 1730.
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Como colofón a este estudio he de hacer referencia a otras cruces
existentes en el pueblo que seguro que han pasado desapercibidas para la
mayoría: las dos cruces grabadas en las jambas de la puerta trasera de la casa
del número dos de la calle Segovia, la que da a la actual calle de la
Aceiterilla: son dos cruces esquemáticas, con su base y su crucero, marcadas,
quizás, como guardianas de la prosperidad de la casa en un sentido
supersticioso o como auténticas marcas de la religiosidad de los ocupantes de
la misma; en la calle Real, en el número 11, en la jamba izquierda de la
puerta, hay otra cruz grabada con idéntica finalidad; y, por último, en uno de
los bancos de piedra que se adosan a las casas de la plaza de la Aceiterilla,
también se ven grabadas, en el duro granito, otras cruces.
Igualmente no debemos dejar de lado el magnífico Vía Crucis existente en
el interior de la iglesia de San Sebastián: las catorce estaciones están
representadas por otras tantas cruces de madera, grandes, de más de un metro de
altura, colgadas a lo largo de las paredes, hoy día pintadas de negro con
dorados y al pie de cada una, una pequeña pintura orlada representando el
significado de cada estación; en la doceava que, como es costumbre, hay tres
cruces, hay una placa debajo de la pintura correspondiente que dice: “Esta
bía sacra hicieron Luís Garzía de Cerecedo y María de Herera su muger. Año de
1676”.
En la ermita del Cristo de la Luz, recientemente restaurada, y en la que
se venera una imagen de san Cristóbal, hay otra cruz, metálica, coronando la
cúspide del tejado; se trata de una cruz de pequeñas dimensiones que,
curiosamente, tiene en sus brazos, los símbolos de la Pasión de Cristo: la
corona de espinas, unas tenazas con las que quitar los clavos, la lanza de
Longinos, una vara con la esponja del agua y el vinagre y alguna pieza más que
falta (se ven los agujeros que soportaban otros objetos) y entre los que creo
recordar una pequeña escalera; por último, cómo olvidar que el monte más alto
del término (1657 metros) se llama Cruz
de Hierro.