Hoy voy a enseñaros un cuento de un
escritor abulense de hace ya más de cien años, José Zahonero, (como veis, el apellido no puede ser más de la
tierra) que dedicó muchos de sus escritos a Aldeavieja, sobre todo a la Virgen
del Cubillo, haciendo protagonistas de sus múltiples obras a nuestras
costumbres y lugares. Se trata de un relato aparecido en la revista “La lectura dominical” en 1907, y que
llevaba por título “El santero de la
Virgen del Cubillo”.
Sólo voy a transcribir la segunda parte del mismo, que es en la que
trata, específicamente, de nuestro pueblo; el relato comienza mostrándonos un
día en la vida cotidiana de una familia en la ciudad de Segovia; después de presentarnos
a sus componentes y sus ocupaciones, llega el momento en que se sientan a la
mesa para la comida….
Los niños comían como lobitos. Estábamos
contentos, bendecidos por la más dulce y amable sonrisa del ser que más nos
amaba y nos ama… dicha de nuestra vida, la bendición de la madre de mis hijos,
mi amada compañera. Ella gozaba de vernos contentos. En esto resonaron dos
golpes en la puerta de la calle.
-Diantre, ¿quién, sería? ¡El comendador!
Bajó la moza a abrir, y luego oímos una voz
cascajosa y temblona que murmuró una lamentación o un rezo.
-¡Vaya, un mendigo!
Sí, será un hermano, algún vagabundo
echado a rodar de puerta en puerta… que vendrá tiritando de frío, mojado… hecho
una sopa, con el vestido, si lo tiene, y la capa, si la trae… raídos, y las
albarcas, si es que no viene descalzo, destrozadas.
-Señor ¡es un santero! Trae la estampa de
un santo, de una santa… o de la Virgen. Ya es viejo el pobre hombre.
-Anda con cuidado, chica, no sea algún
tunante –exclamé yo, cegado sin duda por el grosero egoísmo de comilón y
bebedor…
Entonces mi mujer exclamó:
-¡Juan, por Dios!
Y Maruja, con su voz suplicante, dulce y
grave, dábame un oportuno y salvador aviso, como se hace con aquel que por
andar ciego o precipitadamente puede tropezar y caer, y con el que por
discurrir de ligero está en peligro de pensar o de hacer algún disparate.
Aquella réplica concisa y oportuna me
avergonzó; sin duda hubo de darme en tan breves palabras más que darme hubieran
podido los discursos de todos los sabios juntos.
-Sí, es verdad; ¡yo qué sé! ¿Cómo me
atrevo yo a suponer que ese infeliz sea un tunante?... Pero qué quieres,
Maruja, así soy; los hombres nos acostumbramos a seguir los juicios necios del
mundo… y así nos va. Vaya, vaya, que suba el ancianito. Tendrá frío… veremos
ese santo que él traiga, alguna estampeja… con orla de repicoteada bayeta
colorada, bordada de hilillo de plata ya ennegrecido… y mucho pintarrajeo.
Subió el mendigo.
-Dios los bendiga… y alabado su santo nombre
–dijo al entrar.
-Por siempre sea alabado –contestamos a
coro.
Era un viejo, muy viejo, con la cabeza y
las barbas blancas como la nieve.
-Siéntese, hermano, siéntese- dijo mi
mujer.
Los niños cercaron al abuelo para mirarle
y remirarle y mirar sus rosarios añosos y el altarcillo o urna portátil hecha
de hoja de lata… dentro de la que, y bajo un cristal, veíase, aunque ya
borrosa, la imagen de Nuestra Señora del Cubillo, la Virgen de los pastores.
-Salí esta mañana mesma de la losa – dijo el anciano- y poney que sólo hace dos días que salí
del Cubillo… y de Aldivieja. He andao, como aquel que dice, al retortero por toda esa parte del
Espinar… y me he cansado un poco de andar; como que ati cuenta que llevo encima sobre mis ochenta años y cuarenta riales, y drentro de na pus haré,
Dios mediante, ochentitrés… Para la
Virgen de Agosto los haré.
Ya no tengo las piernas como en denantes… porque hasta cuasi hogaño he segao en toas las siegas… y he venio
trabejando lo mesmo en la criadera
que en los esquileos, y eso desde
que vine de servir al rey… -¡ya ha llovio!-
hasta hoy… día de la fecha. He sio
pastor, corriendo pa arriba y pa abajo la tierra toa, y como nenguno la conozgo. Ahora ya está uno algo sordo y
no puedo dir a la guarda del
apacento del ganao, que no oigo la
esquila en cuanto que se desaparta un poco de mi la res…¡Cuánto pasé allá en la
guerra!... ¿Y de qué me valió?... Antes si salí con vida, a la santa Virgen se
lo debo, que siempre me encomendé a Ella… ¡Cuánto he pasao después en esas tierras!... Tantos años al cuido de las ovejas, hasta que no he podío más… Mi mujer tie ya setenta y ocho años, está la probe hecha una carraca… y nos creíamos
ella y yo mesmo cuasi a perecer… y si no hubiera sido por la santa Virgen no lo
contábamos; pero el señor Capellán reunió la asamblea de pastores hogaño, y
como había muerto el probe tío
Cirilo, que había quedao de santero,
me dieron a mí el empleo… que esto siempre se hace, ¡quien sabe cuántos años! a
los pastores viejos cuando están ya inutilizaos
pa el trabajo y no encuentran amo que les dé a guardar ni una mala
oveja.
A esto de pedir pa la Virgen le decimos aquí quedarse pa la ofrenda. La tuvo tío Melito, bien me acuerdo de él, que yo
era chico entonces; después pasó a tío Martín; aluego a Santiago, el de Tejadilla, y a Canuto, y al fin a tío
Cirilo, y de este a mis manos. Dios les haya perdonao a toos… como yo
les rezo. Soy el pastor más viejo y quié
decirse que el más probe de toa la sierra. ¿Qué si saco? Muy dinamente alguna coseja de toas partes… Aldivieja, Brascoelo, Villacastín, Espinar, Balsaín, La Granja y en
la mesma ciudá… ¡ahí viene el
santero de la ofrenda de la Virgen del Cubillo!... dicen; rezan una salve a
Nuestra Señora, echan en el cepillo pa
alumbrarle, me dan limosna, me llenan de cuscurros y me regalan con alguna
tajadilla y un trago, y Dios nos bendiga a todos…
Dimos ración y traguejos al santero,
estuvo con nosotros hasta el toque de oraciones, y al sonar el Ave María,
rezamos ante la santa imagen… y luego el valeroso anciano, recio y lleno de
ánimo por la mucha fe que animaba su alma, emprendió de nuevo su camino…
Los niños despidieron al viejo mandándole
besos con sus manos; nosotros, agitando los pañuelos.
Dejándome profundamente conmovido y
preocupado… ¡cuánto aprendí!... Aprendí que nos es muy necesario estudiar las
costumbres populares que aún subsisten y que son recuerdos de tiempos mejores…
de los tiempos en que la santa Virgen del Cubillo tenía en torno suyo a todos
los pastores de la sierra, y en la Virgen ponían su fe, sus amores, sus
esperanzas, y de ella esperaban el amparo para la vejez… y la gloria eterna en
la vida verdadera.
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