(continuación)
Por fin, superando el
temor, Germán alzó la mano, cogió la aldaba y llamó una vez y, luego de un
breve intervalo, dio un golpe más.
El sonido se extendió como una onda
sobre un charco; parecía que sonaba en una casa vacía; así de profundo sonó.
A poco, se oyeron pasos que se
acercaban…
-¡Ya va, ya va!
La puerta se abrió, pero Germán no
escuchó el esperado chirrido de la puerta al girar sobre sus goznes; no,
aquella puerta estaba bien engrasada y, ante sus ojos, apareció la cara
simpática y noble de un hombre de unos cuarenta años.
-¡Buenos días! ¿qué se le ofrece?
-Buenas… vengo de parte del señor
alcalde, que me ha dicho que tiene que ir usted al Ayuntamiento por un asunto
de habilita… habitalibi… bueno, algo así.
El “Negro” gimió mientras se movía
inquieto, como si olfatease en el aire algo que no le gustaba.
El hombre miró al perro, luego a
Germán y dijo:
-Vale, dile al señor alcalde que luego
me acercaré por allí, en cuanto acabe con lo que tengo que hacer en la casa; es
que mi madre no se encuentra demasiado bien, ¿sabe?.
-¡Ah! ¿su madre vive con usted?
-Pues sí, ya ve, está ya muy mayor…
-¿Cómo se llama?
-¿Quién?
-Pues… ¡usted!
-¿Yo? Julián.
-¿Y su madre?
-¿Ella? pues Eulalia.
Y Germán, se quedó allí plantado,
delante de la puerta, mirando sin ver, con los ojos fijos en un punto detrás de
Julián y pensando:
-Julián, Julián… ¿dónde he oído yo
ese nombre? Julián…
-¿Quiere algo más?
-¡Eh! ¡Ah!, ¡no!, no, no… no deje de
pasar por el Ayuntamiento.
Y se dio la vuelta sin dejar de
murmurar para si:
-Julián, Julián… ese nombre…
Echó a andar hacia el Ayuntamiento
mientras el “Negro” gemía lastimero a su lado.
-¿Qué pasa, “Negro”?; ¿qué habrás
olido tú en esa casa?; cómo me gustaría que pudieras hablar para que me lo
dijeras… ¡claro! Julián era el hombre aquel que desapareció en tiempos de mi
abuela; que desapareció en esa casa… ¿será este Julián aquel Julián?, ¡no,
claro que no! ¡tendría que ser viejísimo y éste… no llega a la cincuentena…
¡también es casualidad que se llamen igual!, porque… tiene que ser una
casualidad… porque lo otro… no, lo otro no puede ser…
Y en estas cavilaciones llegó Germán
a la puerta del Ayuntamiento, en la plaza, y se quedó un rato en los soportales
mientras se liaba un cigarrillo en la palma de la mano; el “Negro” se sentó a
su lado y, levantando la cabeza, ladró bajito, como si le preguntase alguna
cosa.
-Eso mismo digo yo, “Negro”, todo
esto es muy raro y, ya se sabe, cuando hay algo raro allá va el Germán a ver
qué es, no, ¡que va!, el señorito Edmundo no puede ir, tiene que quedarse aquí
por si el señor alcalde le necesita y…¿quién se mete en todos los fregaos? ¡el
Germán!, ¡el Germán y el “Negro”! y es que, amigo, a los dos nos tratan como a
perros y ¡hombre! ¡ya se cansa uno de tanto ir y venir!.
-¡Germán, Germán, sube ya, que te
estoy oyendo murmurar desde aquí arriba!
-¡Ya voy, señor alcalde, ya voy!
(¡joer, ni que fuera tísico, qué oído!)
Las viejas escaleras de madera
crujieron bajo el peso de Germán; allí, repantingado en un sillón, de cara al
balcón abierto, se encontraba el alcalde con un grueso “farias” en la mano…
-¿Y bien?, ¿cómo ha ido todo?
-Bien, señor alcalde, bien; me ha
dicho que en cuanto pueda se acercará.
-¿Cómo es?
-Pues… normal, medio bajo, poco pelo,
unos cuarenta años, vive con su madre y… se llama Julián…
-¿Cómo has dicho?
-Julián, con su permiso.
-Julián eh…
-Eso es, señor alcalde.
Pasó la mañana, y la tarde… el nuevo
vecino no asomó por el edificio; desde el balcón, Germán comprobó que seguía
saliendo humo por la chimenea de la casa, que se vislumbraba allí, tras los
árboles de las huertas.
-¿Se le habrá olvidado?
-Se le habrá olvidado –oyó como
respondiendo a su pregunta- mañana por la mañana, a primera hora, bajarás otra
vez y le conminarás a que venga si no quiere que le pongamos una multa por
desobediencia a la autoridad… ¿comprendido?
-Comprendido, señor alcalde.
(continuará...)