1. Subida al cerro Calvario.
Nuestra primera excursión es un simple
paseo, para abrir boca y familiarizarnos con el entorno; no hay que esperar
nada grandioso, o sí, todo depende un poco de la suerte. Llevaremos un calzado
cómodo y fuerte a la vez, unos playeros o unas botas de lona; recomiendo
pantalones largos, ya que las retamas, tomillares, etc... nos rasparían las
piernas; gorras ó sombreros para el sol, una cantimplora con agua y unos
prismáticos completarán el equipaje. Mejor salir mediada la tarde para hacer
coincidir el final de la excursión con la puesta de sol.
Desde la Plaza
Mayor (Plaza de la Constitución) nos dirigimos, por una calle a la izquierda de
la iglesia, en dirección hacia la carretera N-110, al llegar a la altura de las
escuelas paramos, frente a nosotros comienza la carretera que se dirige a
Navalperal de Pinares, en el pueblo se la conoce como la carretera del campo;
en otras excursiones haremos también uso de ella; cruzamos la carretera, a la
derecha vemos una pequeña ermita muy bien restaurada y dedicada a San
Cristóbal, si nos acercamos a ella, y miramos por la verja, veremos una imagen
del santo (moderna y dicharachera) que en su festividad sacan en procesión,
transportándola en un remolque hasta la ermita de la Virgen del Cubillo, donde
se celebra una pequeña romería en la que se bendice a los vehículos para dar
paso, después, a una comida en los aledaños de la ermita si el tiempo lo
permite; pero sigamos, esta ermita se nombraba del Cristo de la Luz, y
albergaba una imagen de Cristo yacente en una urna que hoy día se saca en
procesión durante la Semana Santa; recuerdo de esa época, y tal vez lo más
valioso de la ermita, sea la cruz que remata su tejado, que sostiene en sus
brazos los símbolos de la Pasión: una escalera, la corona de espinas, una lanza...
A la izquierda
se extienden las antiguas eras del pueblo donde, durante el verano, se
realizaban las tareas de la trilla, la limpia y el ensacado del cereal una vez
separado de la paja; a la derecha, al borde de la carretera nacional, hay un edificio
grande y hermoso que, hasta hace unos cincuenta años, desempeñaba las funciones
de parador (fonda de viajeros) del pueblo y tenía el único teléfono del mismo.
La carretera curva, enseguida, a la derecha, dejando a ese lado una calleja
llena de zarzas que conduce a los depósitos de agua de la población y en el
lado opuesto otra que lleva, entre dos arboledas que conocieron mejores épocas,
a un antiguo pozo y al barrio de la Cabezuela.
Al entrar en la
siguiente curva nos topamos con las ruinas de otra pequeña ermita, de la misma
fábrica que la que vimos al comenzar; ya sólo quedan de ella dos paredes y las
zarzas y los hierbajos se enseñorean de ella; delante se yergue una cruz,
todavía en pie, con una leyenda en su base:
LA + PUSO I
SABEL GORDO
VIUDA DE AN
DRES D NA
BAS FUNDA
DA AÑO 1730
(La cruz puso Isabel Gordo, viuda de Andrés
de Nabas, fundada año 1730)
Es la ermita
del Cristo de la Agonía; sobre la puerta, grabadas sobre una gran losa de
granito, se podía leer:
Esta ermita
del Cristo de la Agonía hicieron a su costa Andrés de Nabas del Nogal e Isabel
Gordo su muger, año de 1730
La losa está
allí, a un lado de la ermita, boca abajo, esperando tiempos mejores. Este
Andrés de Nabas fue, en esos años, alcalde de Aldeavieja, y además de la
edificación de esta ermita también donó el púlpito del santuario de la Virgen
del Cubillo.
Continuando por
la carretera vemos alzarse a la derecha el cerro del Calvario, cuya cumbre es
la meta de nuestro paseo, profundas cárcavas de tierra roja nos muestran sus
entrañas; ese barro se utilizó para la fabricación de adobes y pucheros de
cerámica, ya que contiene una alta proporción de arcillas; a la izquierda,
iremos descubriendo los desmontes, roturaciones y demás de la cantera; para
este paseo es mejor un fin de semana si no queremos ver la cantera en su salsa:
ruidos, polvo, polución... según avanzamos por la carretera vislumbramos, al
fondo, la sierra coronada por los molinos de viento.
Ya en la ladera
sur, volveremos la espalda a la destrucción del paisaje causado por la cantera
y ascenderemos, campo a través, por la
suave ladera del cerro; torrenteras de tierra rojiza, cavadas por las lluvias,
dejan al descubierto pequeños diamantes que brillan al sol: a poco que nos
agachemos encontraremos ejemplares de cristal de roca de una pureza exquisita;
cristalizados en su forma original se pueden recoger y con un pequeño
desembolso llevar a una joyería donde nos lo podrán engarzar en un colgante, un
broche o un anillo. Pasada esa zona caminaremos entre matas de oloroso tomillo,
mejorana y cantueso, esa variedad silvestre de la lavanda; ya veréis, si dejáis
esta noche las botas en el dormitorio, cómo os lo perfumará con esos aromas
campestres.
Ya estamos
arriba, 1305 metros, unas rocas de granito nos servirán de descanso y de
atalaya para disfrutar del paisaje: a nuestros pies se extiende, como la
maqueta de un belén, el pueblo: enfrente, en el alto de la Barrera, el secadero
de jamones; a la derecha, en el límite de las casas, la ermita de San
Cristóbal; en el centro, la plaza mayor y la iglesia de San Sebastián,
parroquia del lugar; vemos su curiosa forma, alargada; el pueblo no creció
alrededor de la plaza, como es común en otros lugares castellanos; sino que
ésta se construyó en lo que, en un momento determinado, era el centro de
pueblo. A nuestros pies corre la cinta gris de la carretera nacional, a la
izquierda, que nos llevaría a Ávila, nuestra vista acaba con la mole curiosa de
Silla Jineta, llamada así por la forma que le dan sus dos jorobas; un poco más
a la derecha se distinguen las casas de Blascoeles, el otro pueblo que, junto
con Aldeavieja, forman el Ayuntamiento de Santa María del Cubillo, así como el
caserío de Tabladillo, conjunto de edificios (palacio, capilla y dependencias
agropecuarias) del siglo XVII-XVIII y que pertenecen al conde de Añover de
Tormes; a la derecha hacia Segovia; si el día es claro veremos la aguja de la
catedral señalando, como un dedo dorado, el cielo; sólo hay que localizar la
cercana iglesia de Villacastín, una vez pasados los manchones verdes de La
Fresneda y de El Valle, siguiendo en línea recta la dirección de la carretera,
y una vez encontrada levantar lentamente la vista y tropezaremos con la “dama
de las catedrales”; con un poco de suerte y, si sabemos más o menos su
situación, también podríamos ver el macizo edificio del palacio de Riofrío; a
fin de cuentas las distancias son cortas: Segovia se encuentra a unos treinta y
seis kilómetros, Riofrío a treinta, Villacastín a seis.
Al fondo, por encima
del pueblo se extiende Castilla, la estepa castellana; por esta zona no tan
agreste y desértica, se distinguen bosques de encinas, pinares, profundas
cortaduras que nos indican la existencia de un río; la carretera N-VI nos
regala destellos cuando el sol se refleja en los cristales de los vehículos que
circulan por ella.
En la cima del
cerro y al pie de las rocas, mirando al norte, se encuentran los restos de un
puesto de caza: un amontonamiento de piedras invadido ya por la maleza; esas
piedras estaban levantadas formando una pared que protegía el agujero cavado en
el suelo, detrás la roca viva; normalmente este puesto se utilizaba para la
caza de la perdiz con reclamo: se ponía una jaula con una perdiz macho en un
claro a una distancia de seis a siete metros del puesto; cuando el sol salía,
el macho comenzaba a cantar llamando a las hembras en celo, según cuentan los
lugareños la emoción de la caza consistía el ver (más bien oir) como la hembra
encelada se iba acercando, como su canto se oía cada vez más cerca a medida que
el macho se percataba de su cercanía y la iba animando a pararse junto a él;
cuando la hembra, o las hembras, o un macho que, enfadado, iba a disputarle el
territorio, se posaba en el claro, el cazador, acurrucado en el puesto, bien
tapado con una manta, asomaba apenas la escopeta (de cañones recortados),
disparaba sobre las desprevenidas perdices y... al morral.
Bajamos por la
ladera oeste hasta el camino que nos llevará, de nuevo, a la ermita en ruinas;
la pendiente es suave y el terreno no es demasiado accidentado; en línea recta
llegaremos a un camino amplio de tierra roja (recientemente abierto para los
trabajos de concentración parcelaria) y que sustituye una senda alfombrada de
hierba algo crecida (poca gente pasea por el campo) que estaba en su lugar,
vamos rodeando el cerro hasta llegar, de nuevo, a las ruinas de la ermita del
Cristo de la Agonía, el sol ya está muy cerca del horizonte; sentémonos en la
hierba, relajados, mirando la roja bola que se va hundiendo poco a poco,
pintando de oro y sangre el cielo de Castilla, si no es una de las más bellas
que se pueden contemplar en Castilla, podéis llamarme mentiroso.
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