Paseo al pantano,
puentes, dólmenes, aves.
Este paseo
comienza como el anterior, sólo que al llegar a la cima de la Cruz de Hierro,
en vez de parar bajaremos por la carretera; al fondo divisamos la llanura del
Campo Azálvaro, con el pantano de Serones y allá y acá caseríos dispersos;
enfrente el puerto de Las Lanchas que nos llevaría a Navalperal y a Cebreros.
La carretera
desciende entre curvas, dejándonos ver a los lados el ganado perteneciente a
ganaderías de toros bravos, así como sus encerraderos y fincas. Mientras
bajamos tendremos siempre a la vista el caserío de El Alamillo, pudiendo
contemplar los diversos edificios que lo componen: la casa señorial, la
capilla, las casas de los sirvientes, las cuadras, los almacenes, la placita de
tientas…
Al llegar
abajo, nuestra carretera se cruza con la que va desde El Espinar hasta Ávila,
la AV-500, torcemos a la izquierda, en dirección al pueblo segoviano, vamos a
ver el Puente de las Merinas, levantado sobre las aguas del río Voltoya en el
curso de la Cañada Real Soriana Occidental.
A unos 500
metros a la derecha vemos la puerta de un prado por el que se adivina un
camino, esa es la cañada, se puede abrir la puerta y vemos, enfrente, el
puente, las cercas que abrimos y cerramos están para evitar que el ganado
escape; recorreremos esa senda y a los doscientos o trescientos metros
llegaremos al puente; se trata de una construcción en piedra, medieval, de dos
arcos (u ojos) desiguales, de lomo de asno, por el que pasaban los rebaños
cruzando el río Voltoya y se contaban las cabezas para que pagasen el impuesto
de cruce. Parte del puente está arruinado, pero no ha perdido ni un ápice de su
elegancia, y su figura, en medio de la llanura, nos hace recordar tiempos más
prósperos.
Al salir de
nuevo a la carretera, nos dirigiremos en dirección a Ávila; cruzaremos primero
la carretera por la que hemos venido de Aldeavieja y enfilaremos una larga
recta, a ambos lados veremos grupos de ganado vacuno, son ganaderías de reses
bravas, a la derecha, un arco de ladrillo nos indica la entrada a una de estas
fincas: El Alamillo; a unos quinientos metros y ya a la vista del pantano de
Serones, cogeremos un camino asfaltado (es la antigua carretera) que se abre a
la derecha y que nos lleva a una valla que circunda la superficie del pantano,
allí dejaremos el vehículo.
Una carretera
en muy mal estado, pues tiene un uso casi nulo, nos lleva por el borde del
pantano, en él, según las épocas, podemos observar gran cantidad de aves
acuáticas, chapoteando, pescando o simplemente deslizándose… también es muy
frecuente ver a los peces, de bastante tamaño, saltar del agua; en la parte más
alejada de la carretera, al otro lado del pantano, en primavera, el número de
palmípedas y zancudas es muy numeroso; se puede observar, con suerte, a la
cigüeña negra, y la variedad de patos y ánades es grande. La carretera acaba en
el cierre del pantano, que nos puede sorprender por su pequeña altura
(relativa); estas aguas sirven para el abastecimiento de la ciudad de Ávila.
Este paseo es muy grato, un silencio casi religioso nos envuelve y las vistas
de la sierra y de la llanura del Campo Azálvaro tienen un algo de místico o
sobrenatural.
Volvemos a
nuestro vehículo y seguimos en dirección a Ávila; a cinco kilómetros pasamos
por el pueblecito de Urraca Miguel, del que vemos su iglesia de san Miguel
Arcángel, y a casi 7 kilómetros llegamos al pueblo de Bernuy-Salinero, queda a
la izquierda de la carretera, desde la que se vislumbra la iglesia de San Pedro
Apóstol, parroquia del pueblo, con restos románico-mudéjares y su torre,
aprovechando una antigua atalaya de vigilancia; y, a la derecha, veremos un
cartel que nos indica la situación de un dolmen. Un camino de tierra, 500
metros, apto para vehículos nos lleva al Prado de las Cruces, donde se
encuentra nuestro objetivo. Se trata de un dolmen con corredor, el más antiguo
de la provincia de Ávila, datado en el IV milenio antes de Cristo; fue utilizado
como lugar de enterramientos, está orientado hacia el sol naciente y quedan
suficientes restos como para que merezca la pena su visita y conservación. A su
alrededor hay otros trece dólmenes sin excavar; si nos fijamos bien, veremos
las pequeñas elevaciones del terreno que los ocultan.
Hemos acabado
otra excursión, si hay ganas podemos seguir por la carretera y llegar hasta
Ávila (se encuentra a sólo 7 kilómetros), donde podremos reponer fuerzas en
cualquiera de sus magníficos establecimientos y regresar por la carretera
nacional N-110; si no, siempre podemos volver sobre nuestros pasos.
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