7. San Miguel de Cardeña.
Desde la plaza
del pueblo sale una estrecha carretera que nos lleva a Blascoeles; poco antes
de llegar a este pueblo, llegamos a un cruce con otra carretera asfaltada (la
primera) que tomaremos por la derecha; siguiendo por ella, y a unos dos
kilómetros, llegaremos a un punto en que se nos ofrece una bajada que luego,
tras cruzar el río Cardeña, se empina y nos llevaría hasta el pueblo de Maello.
Antes de
cruzar el río hay una desviación a la derecha que nos lleva a una zona que fue
preparada como área de recreo, con una o dos barbacoas, unas mesas de piedra y
una fuente; sólo hay ruinas, la dejadez, el salvajismo y una mala interpretación
de los peligros de incendio han llevado un lugar curioso a convertirse en algo
parecido a un basurero. Pero dejemos las lamentaciones; allí podremos aparcar
el coche y seguir un camino, a veces no es más que una senda, que discurre
paralelo al río; según la época del año, tendrá o no tendrá caudal; lo normal
es que veamos alguna charca, algún hilillo de agua discurriendo perezoso… pues
sufre un sobreaprovechamiento para riego de huertos que impide que lleve agua
excepto en invierno y primavera.
Seguiremos por
esta senda aproximadamente durante un kilómetro; a nuestro paso veremos prados,
cercados, antiguos huertos abandonados, algún ejemplo de las cabañas que se
hacían para guardar los aperos…y, a la izquierda, rojas cárcavas, que nos enseñan
sus entrañas rojizas coronadas por encinas… según avanzamos, y al pie de una de
estas cárcavas, veremos unas ruinas, unas paredes se levantan desde hace casi
mil años; es lo que queda de San Miguel de Cardeña, la iglesia más antigua de
la zona, cabeza y origen de los pueblos de Blascoeles y Aldeavieja, que se
instalaron aquí a raíz de la reconquista de estos terrenos en el siglo XI,
levantaron sus primeras casas por la cercanía del río y del resguardo que
ofrecía a los vientos del norte la ladera cercana.
La iglesia,
convertida en ermita cuando la población se agrupó, un siglo después, en las
nuevas poblaciones, estuvo en pie hasta mediados del siglo XIX en que, debido a
su soledad y lejanía, fue deteriorándose y se vació por robos y traslado de su mobiliario,
retablos e imágenes. Hay una curiosa orden, recogida en un libro de 1832, en
que se dan Reales Cédulas para la búsqueda de tesoros, de los que se tienen noticia, junto a la ermita de San Miguel de
Cardeña y San Juan del Berrocal; seguramente esos tesoros serían las pocas cosas que quedaban de los ornamentos de
esas iglesias, ya abandonadas; San Juan del Berrocal, es otra ermita, de la
misma época que ésta que visitamos, de la que quedan aún menos restos y que se
encuentra aguas debajo de este río Cardeña.
Bien, lo que
hoy vemos es una parte del ábside y parte del lienzo norte; alrededor piedras y
piedras que formaron parte de los muros; lo que se conserva nos da la idea de
que se trataba de una iglesia pequeña, apta para la poca población de la época
en que se levantó y construida con materiales poco resistentes; piedras de río
y adobes hechos con el mismo barro de las laderas que la protegen del viento
del norte.
Esto es
Castilla: amplia, dura, árida, pobre, pero de una belleza excepcional.
Hay otro camino, para andarines, desde el alto de la Barrera cogeremos el camino que va a San Miguel (preguntad a cualquier vecino y él os lo dirá); un paseo de entre tres a cuatro kilómetros os llevará hasta allí; también merece la pena.
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