Hoy voy a presentaros una
excursión muy fácil de hacer y que discurre por sitios a la vez conocidos y
desconocidos. Se trata de seguir la cuenca del arroyo de La Fuente del Espino:
alguno se preguntará que cuál es ese arroyo, pues bien, nuestro objetivo
transcurre por el Valle, cruzándolo en sentido diagonal, desde la puerta de
entrada que queda junto a la Cruz del Tarnedo, en el camino de arriba del
Cubillo, hasta la Peña Horcada; comencemos.
Hay que salir del pueblo
por el camino del Cubillo, dejar a la derecha la entrada a la cantera, subir la
pequeña cuesta que corona la cruz del Tarnedo y, cincuenta metros más adelante,
a la izquierda, entrar en el Valle; ahora seguiremos la cerca por la derecha y
a unos cincuenta metros, después de una leve bajada, veremos entre zarzas y
vegetación un pequeño pilón del que ya no sale agua, nos encontramos en el
inicio de nuestro recorrido, aquí está la Fuente del Espino; a pesar de no
tener agua se adivina perfectamente el sitio por donde ésta discurría, pues el
suelo está erosionado, siguiéndolo llegaremos a la gran explanada que podríamos
llamar “la llanura de los pilones”, hay nada menos que cinco en una extensión
de treinta a cuarenta metros alrededor nuestro.
A la izquierda veremos el
más antiguo, construido en los años sesenta, ya no tiene agua y sus paredes
están medio derruidas.
A la derecha veremos dos,
uno pequeño y bajo y otro alto y cuadrado, los dos tienen un buen caudal de
agua; si mirásemos entre la espesura encontraremos otro, compuesto por dos
estanques bajos y redondos, en ellos, guarnecidos por altos robles, se refleja
de una forma maravillosa el ramaje de los mismos.
Volviendo al cauce que
intentamos seguir, tendremos ante nuestra vista otro pilón más, rectangular y
de tamaño mediano que, en épocas buenas, encharca la pradera que tiene delante.
En ella, y según la época del año, se pueden contemplar los famosos “círculos
de hadas” o “círculos de brujas”, según los gustos, estos “círculos” son
circunferencias que están formadas por una hierba más oscura, o señaladas por
flores, o por setas, (senderuelas y champiñones silvestres generalmente).
Cruzaremos esta pradera
siguiendo el cauce seco hasta llegar a otros macizos de árboles, aquí veremos
que las aguas han cavado bien el terreno, a veces con bastante profundidad,
creando meandros y recovecos, pozas y curvas que, con un poco de imaginación,
veremos llenas de agua limpia y cristalina, corriendo con fuerza.
Todos los que tenéis ya
una edad habréis visto este cauce vivo, regando las praderas y alimentando una
vegetación y una fauna que ya no existen más que en el recuerdo; no había
peces, pero sí ranas, salamandras y, aunque parezca mentira, galápagos. Las
plantas de poleo crecían en los márgenes llenando todo con su olor, en
primavera era un sitio ideal para ir a recoger berros y borujas y en verano,
íbamos a cazar ranas para comernos sus ancas o poner liga para cazar jilgueros.
En fin, eran otros
tiempos; el excesivo aprovechamiento del agua que bajaba de la sierra ha hecho que las praderas
no se rieguen y que este arroyo no sea más que un fósil muerto y reseco.
Un poco más adelante,
veremos otro pilón, abrigado por el norte por las elevaciones del terreno; éste
tiene agua y con tal abundancia que nos hace creer que va a formar un regato,
vemos el terreno embarrado y el agua corriendo por diez o veinte metros; es
otro pilón moderno, rectangular y bajo.
Pronto nos damos cuenta
del espejismo, el cauce vuelve a estar reseco, lleno de hojas que no se
pudrirán por falta de humedad, y poco después damos con otro pilón, a nuestra
izquierda también; al acercarnos veremos que es un tanto singular, está formado
por dos grandes pilas de granito; son pilas talladas para el lavado de la ropa,
si nos fijamos veremos la rampa tendida para restregarla; no sé desde qué corral o lugar habrán sido traídas, pero
son un buen ejemplo de las muchas que había antes en cada casa.
Junto a él hay otro
pilón, de factura modera como los que hemos visto anteriormente; ¿cuántos
llevamos ya? diez exactamente, podríamos denominar a nuestro recorrido como “la
ruta de los pilones”.
Seguimos andando y, de
pronto, ante nosotros, entre las ramas de los árboles, vemos una gran formación
rocosa, se trata del famoso “Verraco Gordo”, que queda a la derecha del cauce
que seguimos; esta agrupación de granitos, digna de contemplar, puede llevar a
nuestra imaginación a encontrarse ante un antiguo castro celta, sus rocas
tienen múltiples pozas excavadas para retener el agua de lluvia y su posición
escondida, que a ratos da la impresión de estar amurallada, no hacen más que
alimentar nuestras suposiciones (o nuestros deseos).
Dejamos atrás las rocas
y, a poco, después de seguir con nuestras vueltas y revueltas, aparece otra
agrupación de rocas, esta vez a nuestra izquierda, es más pequeña que la del
“Verraco Gordo” pero está en una situación más elevada; si subimos a ella,
veremos de frente las piedras que forman la “Peña Horcada” y a la derecha unas
praderas verdes entre las que corren el agua libremente; bajamos y nos
encontramos que el arroyo de la Fuente del Espino se ha unido a otro arroyo, el
del Marqués, que baja desde la fuente de La Jarrera, y con abundante agua (por
lo menos en primavera).
Aquí acaba nuestro
recorrido, nuestro arroyo se ha convertido en afluente del otro, al que no
aporta ni una gota (ni falta que le hace) si lo seguimos, más que nada por
acabar su marcha por el municipio, llegaremos enseguida, cruzando uno o dos
prados, a la linde con Villacastín, a los pies de la “Peña Horcada”, que se
alza arrogante y poderosa ante nuestra vista; de ella ya hemos hablado en otra
ocasión, así que… damos por concluido nuestro paseo.
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