EL CRIMEN
El cielo se estaba
encapotando muy deprisa, las nubes llegaban y no seguían, parecía como si se
fueran amontonando por encima de los montes impidiendo que la luz del sol se
filtrara a través de ellas; un viento que, al principio, no era más que una
fresca brisa se iba fortaleciendo y ya silbaba en las copas de los chopos,
entonando esa melodía que te trae a la memoria los días de lluvia y frío que
pasabas en la niñez, acurrucado entre las mantas y sintiendo que se colaba por todas las
aberturas y ventanas mal cerradas de la casa.
Miró en torno suyo, las
ovejas se agrupaban buscando el calor y la protección del rebaño, el “Moro”, a
su lado, levantaba la cabeza y le observaba como esperando una señal para ir, o
venir, o lo que fuera, aunque malditas las ganas que tenía de corretear en pos
de aquellos bichos lanudos.
Comenzó a chispear,
enseguida unas gotas gordas como aceitunas empezaron a caer levantando
nubecillas de polvo sobre la tierra reseca, -una maldita tormenta de verano-
pensó -y no sé dónde cobijarme, aunque…- sí, al pronto recordó aquel chozo de
piedra que estaba un poco más allá; en él se había resguardado en otras
ocasiones, cuando acompañaba a su padre en las largas jornadas de pastoreo.
Levantó la vista y la
lluvia le mojó la cara –si no me doy prisa, no tardaré en estar empapado,
calado hasta los huesos- cogiendo un canto lo tiró hacía el borde derecho del
rebaño, el “Moro” corrió hacia allá y empujó, a fuerza de ladridos, a las
ovejas en la dirección marcada por el amo.
-Hay que darse prisa- a
lo lejos se oía el retumbar del trueno y pronto aquellas nubes negras
comenzaban a iluminarse con los relámpagos que les sucedían.
Parecía de noche y no
eran más de las tres o las cuatro de la tarde; -vamos “Moro”, vamos, lleva a
las ovejas al resguardo de aquellas piedras y luego ven conmigo, que ya veo
desde aquí el bulto del chozo-
En efecto, a poco más de
cincuenta pasos se mal veía una pequeña elevación techada con una gran laja de
piedra y cubierta de musgos y líquenes; hacia allí se dirigió nuestro hombre
mientras silbaba al “Moro” para que se le juntase.
Tuvo que arrodillarse
para entrar a gatas por aquella abertura entre las piedras, dentro estaba
oscuro, pero estaba seco, palpó la tierra con las manos y se volvió hacia la
puerta para llamar al “Moro”, -qué extraño que el animal no hubiese entrado con
él; es más… ¡antes que él!, con lo poco que le gustaba mojarse-; miró hacia
afuera, el rebaño al resguardo de las peñas y entre las ovejas y él estaba el
perro, quieto en medio de la tormenta, aullando y girando sobre sí mismo, como
si no supiera a donde dirigirse…
-¡”Moro”, ven acá!, ¡ven
acá te digo!, estúpido animal…-; iba a
sacar la cabeza para gritar al perro cuando su mano se apoyó sobre algo blando
y viscoso… la retiró asqueado y, entonces, se dio cuenta del olor… una peste a
bicho muerto llenaba el ambiente; ¿cómo no se había dado cuenta al entrar?,
pero ¡claro! entró deprisa para no calarse más.
Se limpió la mano en la
pernera del pantalón y sacó la yesca y el pedernal, las golpeó sobre unas
hierbas secas que había encontrado junto a la entrada y, cuando se
encendieron, miró a su alrededor.
A la luz de las llamas
vio un cuerpo en descomposición, entonces sintió enteramente el hedor de la muerte,
aquel olor dulzón y penetrante que parecía querer adueñarse de él, llenándolo
todo… no pudo más y arrojando las ascuas salió a la lluvia y, arrimándose a un
árbol cercano, se apoyó en el tronco y devolvió todo lo que su estómago
contenía, sintió en la otra mano la cabeza caliente y húmeda del perro que, al
ver salir a su amo, había corrido hacia él, como buscando protección.
-Buen chico, quieto
“Moro”, quieto- . El perro elevó la cabeza hacia él, la mirada inteligente como
preguntando ¿qué pasaba?, y una punta de miedo en lo más profundo de los ojos.
Estaba dejando de llover,
tal y como habían llegado, las nubes se deshacían en flecos que el viento, que
ya sólo soplaba en las alturas, se encargaba de desperdigar y desvanecer.
Estaba con la espalda apoyada en el tronco del árbol mirando fijamente la boca
del chozo, dentro había un cadáver, no sabría decir si de hombre o de mujer,
apestaba… debía llevar varios días muerto… ¿de quién sería?.
Lo primero las ovejas,
tenía que dejarlas en lugar seguro, había varios prados cercados por los
alrededores, las dejaría allí al cuidado del “Moro” y marcharía al pueblo a dar
la noticia; -sí, eso haría… pero… ¿quién sería?, ¿alguien del pueblo? ¿algún
forastero o alguien de paso?-.
¿Sería buena idea dejar
el cuerpo allí, solo? ¿y si venía alguna alimaña y lo destrozaba?, sólo de
pensarlo le tiritaba el cuerpo y le volvían las bascas, pero… ¿qué hacer si
no?, meneando la cabeza apretó el zurrón contra el cuerpo y silbando al “Moro”
se dispuso a conducir a las ovejas a seguro.
…..
-Es una mujer- aseguró el
médico ante la mirada interrogativa del cabo.
Sobre la mesa yacía el
cuerpo putrefacto de la víctima; el médico y los que le acompañaban se tapaban
la boca y las narices con pañuelos o mascarillas; miraban con ojos extraviados,
el cuerpo a un paso del desvanecimiento, aquellos restos humanos.
-Es seguro que la mataron
con un arma blanca- continuó el doctor señalando una gran herida en un costado
que asemejaba una gran boca abierta.
-Está claro que fue
asesinada hace seis o siete días, con el calor los cuerpos se estropean más
rápidamente-
Algunos de los presentes
salieron de la sala donde se procedía a la autopsia, mareados por el calor y el
olor.
-Las alimañas habían comenzado ya su trabajo, primero los ojos…
luego las partes blandas… - los dedos de don Arturo iban señalando aquí y allá.
-¿Se sabe quién puede
ser?.
El gesto negativo del
cabo hizo que asintiese varias veces con la cabeza –Normal, ¿han rebuscado ya
entre sus pertenencias?-.
-Están en ello, doctor,
aunque aparte de las ropas no se ha encontrado nada-.
-Poco más le voy a poder decir; la golpearon con algo
duro, seguramente una piedra, en la cabeza; mire esta herida. Después la
atacaron con un cuchillo o una navaja grande buscando el corazón, pero o no
sabía dónde estaba o no acertó, pues parece que la mujer se defendió, el caso
es que la abrió por la zona del estómago, una herida muy dolorosa que acaba
fatalmente y eso fue todo; la arrastraría luego al chozo para que su cadáver no
fuera descubierto pronto y… nada más.-
-¿Era joven?
-Sí, bastante, dieciséis
o algo así.
-Un crimen pasional…
-No parece, no ha sido
violada, creo, los animales han destrozado esa zona pero, de ser así, tendría
marcas de dedos o de manos en los hombros o en las piernas.
-Habrá que investigar
más.
-Sí, tendrán que hacerlo.
…..
-¿Algo nuevo, Arturo?
-La ropa estaba
destrozada, mi cabo, los bichos la deben de haber desgarrado y medio comido
para poder llegar a la carne.
-¿Nada, entonces?
-Nada… aunque…
-¿Qué es ello?
-La ropa no tenía botones,
es raro… se notaba que los habían cortado.
-¿Revisasteis bien el
chozo y los alrededores?.
-…la verdad es que no
miramos mucho, aquello estaba asqueroso, olía muy mal… estábamos deseando irnos
de allí.
-Pues… ya sabes; coges a
Antonio y volvéis para allá; me lo miráis todo, despacito; si huele mal lleváis
colonia o cogéis tomillo, pero no dejéis ni una piedra sin remover,
¿entendido?. ¡Ah!, ¡y otra cosa! El doctor dice que seguramente no la mataron
allí, así que… ya sabes, miráis y remiráis todo rastro de sangre, lo seguís si
lo encontráis, que lo encontrareis, faltaría más y no vuelvas sin traerme una
buena explicación de todo lo sucedido.
-¡A la orden de usted, mi
cabo!
-¡Venga!, ¡marchando, que
ya es tarde!
(continuará...)
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