En 1926,
Fidel Pérez Mínguez, bibliotecario de la Real Academia de Jurisprudencia y
Legislación y autor de crónicas de sociedad para la prensa de Madrid, pasó sus
vacaciones veraniegas, como hacía casi todos los años, en Las Navas del
Marqués; desde allí y para solaz de los lectores del BOLETIN DE LA SOCIEDAD
ESPAÑOLA DE EXCURSIONES, realizó un viaje, en autobús, desde Segovia a
Villacastín para relatar sus peripecias y describir los monumentos y sitios de
interés que en la citada villa había; al salir de visitar su famosa iglesia
parroquial, se encontró con otra sorpresa más, pues los lugareños se estaban
preparando para acudir a la romería de la Virgen del Cubillo, era 8 de
septiembre casualmente, y, ni corto ni perezoso se apuntó a ella y nos dejó la
siguiente descripción de la fiesta, aderezada de una amplia y detallada imagen
de lo que era un carro boyero; he aquí su relato:
Al salir del templo de San Sebastián, la
luz del Mediodía, descendiendo esplendorosa del estirado cobalto del
firmamento, nos ofuscó.
Y un imprevisto cuadro exaltó la alegría del
vivir.
Eran los romeros que iban camino de la
ermita de Nuestra Señora del Cubillo, que se levanta en el vecino pueblecillo
de Aldeavieja.
Los carros, adornados con ramaje y
vistosas telas cuajadas de flores de fantasía, pasan lentos, tirados por
bueyes, transportando cantarina juventud... Sobre machos poderosos, arrogantes
caballos o humildes asnos, van otros romeros; algunos, conduciendo en las ancas
de la caballería su compañera presente o futura..... A píe, y algunos
descalzos, marchan, en fin, no pocos camino de la venerada imagen a dar gracias
o a pedir beneficios.
Mis bondadosos
huéspedes preparaban el carro, que no es posible intentar otro vehículo para
tal camino, que habría de conducirnos a la romería.
No es cosa tan mollar aliñar un carro
boyero para que vaya en condiciones, si han de ocuparle los amos.
Lentamente sujetó el mozo el úbia, o
yugo sin palos, al mástil con el largo sobeo o correa. Avanzaron,
remolones, los rubios bueyes, y hubo de persuadirles el boyero para que
inclinaran la cerviz bajo la camella del yugo, atando los cuernos por
medio de la coyunda y trebejos a la camella respectiva. Clavó
seguidamente el teixador o cejadero en el mástil para que el yugo
permaneciera en su lugar.
Olvidósele y fue el mozo por los rodetes,
esto es, el mullido que se coloca entre los cuernos para la defensa del
testuz cuando los bueyes no tienen trascuerno. Sintiéronse más cómodas las
bestias y sacudieron las colas, signo de alegría sin duda.
Con la pausa que transmite al hombre la
serenidad de una vida, campesina, en que por meses se cuentan las fechas de las
labores y el crecimiento y sazón de lo sembrado, entregóse el boyero a repasar
el carro.
Nada, por lo visto, advirtió en el escaño
o plataforma.
Al mástil o pértiga central, la columna
vertebral del carro, únense a derecha e izquierda sendos tableros, las soleras,
más cortos y más anchos que el mástil, ya que éste, además de formar parte
del escaño, es la lanza que separa los bueyes. Completan la plataforma las galopas,
dos tableros más colocados [unto a las soleras y otros dos palos recios,
que se llaman estaqueros por clavarse en ellos las cadenas o
estacas en donde se apoyan, por el lado interior, los tapiales o
tableros verticales que cierran el carro por los costados. La pértiga, soleras,
galopas y estaqueros están sujetos, uniéndoles en el cabezal o pescante
y en la parte trasera, por recias reglas de hierro clavadas en los tablones.
Tampoco había cuidado con las ruedas,
compuestas de seis quinas o trozos de madera; no faltan las volanderas
o arandelas que las sujetan al eje, y esta puesto el sontrozo o
chaveta que taladra éste para que aquéllas no se salgan; recubre el cubo de las
ruedas los buceles de hierro, y el cubrepolvo le defiende del
barro que la llanta levanta en su lento y pesado rodar.
Y convenientemente preparado todo,
salieron el carro y peregrinos camino de la ermita que guarda en el pueblo de
Aldeavieja la venerada Virgen del Cubillo.
El siempre aconsejable acomodamiento a las
circunstancias de lugar y tiempo y la inexorable ley de las relatividades,
llevan y traen el ánimo a los goces más imprevistos, promovidos, sin duda en
gran parte, por el contraste y el instintivo placer de la novedad. Y nada
digamos si la imaginación retrotrae los hechos a tiempos pretéritos: Felipe II viajaba
más a gusto en carro que en silla de mano en sus viajes a Aragón y Lisboa...
La ermita de Nuestra Señora, emplazada en
donde se construyera la primera en el siglo xv por Juan II, es de construcción
barroca, es otra Catedral enriquecida en el transcurso de los siglos por la
generosidad de afligidos y de consolados. Los castigados por el infortunio
claman ante la hermosa imagen para que mitigue sus tristezas; y los que por
intercesión de la Virgen del Cubillo vieron cesar sus males, acuden también ofrendando
unos y otros, con su corazón, aquello que entienden habrá de ser agradecido por
la Madre del Salvador o servir de estímulo a los devotos o más rendido homenaje
a la Reina y Madre de Misericordia.
Salió la procesión del templo, colocándose
a la Virgen sobre un carro triunfal. Apenas traspuso las puertas, las madres
sientan sobre las grandes andas a sus hijos para que la Virgen del Cubillo les
libre de todo malo, remedie sus enfermedades, costumbre ésta conservada al
través de los siglos y repetida en lugares lo más distantes.
Aún se conserva aquélla en la romería de
Nuestra Señora de la Cabeza, santuario a tres leguas de Andújar. Y si hemos de
creer al citado Ginés Carrillo de Cerón, los mayores milagros que obra esta Virgen
son el salvar a aquellos que disfrutaron los beneficios de la imagen, pues al
advertir los romeros el milagro caen sobre el que de él disfruta "y le van
quitando cada uno del vestido lo que puede para llevarlo a su tierra, porque
tienen por reliquias el vestido del en quien Nuestra Señora obra".
Repican las campanas, la música interpreta
solemnes marchas; reza el clero, y en cuanto cesan el rezo y las trompetas, es
la dulzaina, la castellana dulzaina, la que grita y chilla. Los mozos, en larga
hilera, danzan delante de la Virgen, sólo los varones; y cuando aquélla cesa en
su canto recio y bravío, dan los mozos estentóreos vivas a la Virgen.
Y así, con estos variantes, recorre la
procesión el extenso y animado campo.
En el camarín de la Virgen del Cubillo
existen dos o tres cuadros de flores, bastante buenos. Ha debido haber algunos
más. Y entre los exvotos y lienzos reproduciendo con muy diverso arte los
milagros registrados, sorprende tal cual óleo de singular interés, alguno es
posible que de egregios pinceles del siglo XVII.
Negrillos gigantescos prestan sombra a los
peregrinos que sobre el césped yantan; y cuando el sol "depingue la porción
rosada", que dijo Lope de Vega, se retorna a Villacastín, caminando
perezoso el carro boyero por junto a jóvenes pinares, huertas monjiles,
robledales y alborotadas eras en plena labor de trilla y limpia de cereales ...
En los portales de las vetustas casas
asoman viejas y jóvenes, inquiriendo de cuantos llegan cómo ha estado la famosa
romería de Nuestra Señora del Cubillo; contestaciones que serán comento para
largas mujeriles disquisiciones.
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