Hoy vamos a continuar dando otro apunte sobre la riqueza artística de
nuestro pueblo; una vez más se encuentra en la iglesia parroquial y, también,
se trata de un retablo. En el lado del Evangelio, esto es, a la izquierda del
altar mayor, está el retablo de la Virgen del Rosario; su construcción se debe
a nuestro antiguo conocido Luis García Cerecedo, el mismo personaje que
mandó levantar la Capilla de San José en la propia iglesia.
Sobre el retablo, en las pechinas, hay dos
tarjetas con escamas en la parte baja y alta, en que hay una cabeza de serafín.
Los interiores tienen las inscripciones “ESTE RETABLO DIO LUIS GARCÍA DE
CEREZEDO” “Y MARÍA DE HERRERA SU MVGER AÑO DE 1677”.
Ahora pasemos a una descripción del mismo.
El retablo consta de sotabanco de piedra y
banco de madera, en él hay dos pinturas, una a cada lado, que representan a la Virgen hilando y San José con el Niño; en el centro, y cerrando el sagrario hay una
pintura del Pelícano sacrificándose por
sus crías. Los cuadros parecen ser de Matías
de Torres (Aguilar de Campoo 1635 – Madrid 1711), amigo y compañero de
Herrera el Mozo, con quien compartió diversos encargos, se dedicó
principalmente a la pintura de pequeños cuadros para retablos.
La imagen del pelícano se debe a una
antigua creencia de que esta ave hacía sangrar su pecho, a picotazos, para
alimentar a sus crías (realmente se debía a que se golpeaba el pecho para
regurgitar el alimento con que las saciaba) y pasó a convertirse, para la
Iglesia católica, en una imagen del
sacrificio de Jesucristo que, con su vida, redimía a la Humanidad; sobre
todo al final del siglo XVII y a los inicios del siglo XIX, el pelicano se
retoma como signo de la dedicación de los padres hacia los hijos y como símbolo
de la muerte de Cristo.
En el cuerpo principal, en el centro, hay una hornacina que contiene una imagen de la Virgen con el Niño, al que sostiene con la mano izquierda y un rosario en la derecha, duplicado por uno de madera dorada de doble cadena y florones a intervalos, que está en el fondo de la hornacina y rodea al grupo; los dos llevan unas aparatosas coronas de plata en la cabeza que no formaban parte de la imagen original, ya que no se adaptan y están sobrecolocadas. A los lados de la escultura central, en ambas hornacinas, se encuentran las imágenes de San Antón, a la derecha, y San José, a la izquierda.
San Antón, patrón de los animales, está
representado por un anciano, con hábito de monje, que lleva en su mano derecha
un bastón o cayado, y en la izquierda un libro cerrado (que originalmente debía
de llevar en la mano y que actualmente le cuelga de la muñeca por una correa),
a sus pies, un cerdito, con un lazo del que colgaría una campanilla, completa
su simbología. No es la original del retablo, que ignoramos cual sería, pero no
hay más que ver su desigual tamaño comparado con las otras imágenes y cómo se
sale de la hornacina que lo contiene.
Finalmente, en el ático, en una caja
profusamente adornada y con un fondo pintado imitando jaspes rojizos y verdes,
se encuentra una magnífica talla de Cristo
atado a la columna. Se desconoce al escultor que talló las imágenes que
adornan el retablo, aunque es seguro que pertenecía al círculo de Sebastián de
Benavente, y casi seguro que fue más de uno, pues hay una gran diferencia entre
la talla de la Virgen y las otras, sobre todo del Cristo atado a la columna,
que sobresale por la pureza de sus líneas.
La lástima es el estado en que se
encuentra actualmente, aparte de los dorados que se han perdido y los
desconchones de la pintura en diversos sitios, necesitaría una restauración, en
profundidad, tanto de las pinturas como de las imágenes esculpidas, antes de
que sea irremediable.
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