28 de noviembre de 2021

"Prosa y Verso"

 Lo que hoy os traigo es un “artículo” aparecido en la revista abulense “Prosa y Verso”, (subtitulado como periódico literario, de aparición semanal) del sábado 7 de septiembre de 1907. “Prosa y Verso” era una gacetilla editada y compuesta por los jóvenes literatos de la ciudad para dar rienda suelta a su ingenio, sin mayores pretensiones. Apareció en 1903 y luego tuvo una pausa, a la muerte de sus fundadores, para tener una pequeña continuación (medio año) en 1907. Tenían la Redacción y la Administración en la calle de Pedro de Lagasca, 7, cerca del Mercado Chico.

Este artículo, titulado “Caballería Rusticana”, de Federico P. Olarría, narra el encuentro entre dos enamorados en el que se utilizan los nombres de las localidades de la provincia para sustituir las palabras adecuadas, haciendo gala de un ingenio muy del gusto de la época y que, a veces, es un poco/mucho forzado.

Nuestro pueblo, Aldeavieja, aparece en la tercera línea del escrito; espero que os haga pasar un rato entretenido.

 


 Caballería rusticana

 

Dejó atrás los Encinares, las Umbrías y pavorosas Cuevas del Valle, y Alamedilla arriba, el buen Pedro Bernardo llegó á prima noche a la Aldehuela de miserables Casillas de adobes, una Aldeaseca, una Aldeavieja y casi despoblada.

Todos conocéis a Pedro Bernardo, el zafio hijo de Gutierre-Muñoz, mozo fornido, de Crespos cabellos y labio y carrillos completamente Rasueros.

Llegado que hubo a La Torre señorial de Dongimeno, penetró en el amplio zaguán, cruzó el patio alegre de espeso Parral, subió tres escalones, torció a la derecha, luego a la izquierda; y —¡Dios té guarde. Mari-Pepa!—dijo entrando en la cocina como su tocayo, (sin Bernardo), por su casa.

Bajo la campana del hogar, entre pucheros y cazuelas, majando en un morteruelo, Mari- Pepa aderezaba la cena de sus amos. ¡San Esteban de Zapardiel y qué moza la tal Mari-Pepa! A pesar de su Mediana estatura, de su crucero de colorines, de sus cuarenta refajos, del sofoco de la lumbre, de sus manos Escara-bajosas, y de sus dedos Tiñosillos, imponía su belleza bárbara de las que quitan el hipo, como suele decir la gente de poca educación. ¡Qué frente la suya más Alba de Tormes! ¡Qué Ojos-Albos más Serranillos! ¡Qué Garganta del Villar! ¡Y luego aquel Hoyorredondo de su barbilla!... Sin ofensa para nadie afirmo y sostengo que Mari-Pepa era un Pimpollar (San Martin del), la moza más Bonilla de la Sierra, la flor de las Flores de Avila, ¡qué digo de Avila!, La flor de Castilla (Plato del día para mañana: Bocaditos de Viena. Como siempre.)

Al verse mozo y moza se dispararon en una gran risada.

-Chica, ¿qué te haces?

-Ya lo ves, Guisando, ¿A qué has venio?

-¿Me das Candeleda?—preguntó Perico sacando de la faja tabaco de Avéinte.

-Enciende en el El Hornillo.

-Pues he venio... porque sabía que estabas sola y no vivo sin verte.

-Mal hecho. Dongimeno y el señorito Diego Alvaro ya no pueden tardar. ¡Miá que si te ven!... De pensalo me da El Tiemblo.

-Que nos vean. Me importa una Avellaneda. Tú ya eres cosa mía. Nos casamos el domingo. Deseando estoy que nos echen las bendiciones Padiernos enseguida de aquí, no sin antes decirles:doña Mencia, señores míos ¡Cebreros de verles güenos!»

-Ya, ya... ¡Qué roñicas! ¡Ni un mal refajo de bayeta!...

-¡Buen par de Gabilanes! Estos señores Grandes se comportan a veces como Herreros de Cuso. En cambio miá tu primo qué reló ma regalao.

-Mengamuñóz... ¡Qué majo! Pedro Rodríguez es mu bueno; el Poveda lo que puede.

-¡Que aprendan los amos!

-¡Los amos!... ¡Cuántas veces Dongimeno se habrá sentao en ese poyo como tú a La Horcajada, pa decirme campanudo, mirándome con las dos Cabezas de Alambre de sus ojillos, que eran los míos un Madrigal de las Altas Torres.

-Miren el Papatrigo! Me tien más quemao esos dos Grajos que a un San Lorenzo.

-Pues aluego cuando se iba el uno, entraba el otro pa hablarme del Arenal de la vida dura y Espinosa de los Caballeros... ¡Y cómo miraba con aquel ojo reventón que se le sale de la Orbita!

-De la órbita, Mari-Pepa,

-Bueno, déjate de parlerías y vete ya, por San Juan del Molinillo... ¡Si te sienten arriba!...

-Me iré, me voy... Pero antes dame un beso.

-¿Un beso? ¡Avila María Purísima!

-¿Te asustas?

-¡Ja, ja! ¡Deja que me Mingorria!

-¿No quieres? Pero, Hija de Dios, si ya somos; vamos al decir, como marido y mujer.

-Pues cuando lo seamos, sin vamos al decir.

-¡To Maello ha de ser!

-Paciencia hasta que sea. No hagas El Oso. Más malo eres que Marlin. Vete, Zarza de aquí.

-Pero, ¿por qué no has de querer darme un beso'?

Velayos!

-Uno na más, gitana.

-Niharranca. Arévalo de ahí, ¡que te doy con El Fresno!...

—Uno na más, morenucha.

-¡Barraco!... digo... ¡borrico! Si te acercas Piedrahitabla te van a la cabeza,—gritó la serrana zahareña mirándole con ojos Brabos.

-Está bien, mujer... No te subas a La Parra. Perdono el Bohoyo por el coscorrón. ¡Pero te aseguro que cuando nos casemos!... cuando nos casemos, en nuestra Casasola, en nuestra Casavieja, hemos de vivir como dos Tortóles, y más besos he de darte que Arenas de San Pedro tiene el mar.

-¡Que hables siempre como el buey, pa decir ¡Mu!... ñogalindo! Si no te Langas, á La Carrera te doy con El Losar. Aquí estás de Salobral.

-¡Y decías de los amos!... ¡Tú sí que eres roñica! Paeces Urraca Miguel. ¡Casi estoy por no casarme!...

-No me extrañaría esa Malpartida de Corneja porque eres de los Tornadizos de Avila.

-Soy pa mi Mari-Pepa de mi Vita. Por ti desprecié a la Maruja. Con ella ni hubiá tenío que Pradosegar, ni que ir al monte a La Serrada; hubiá tenío de Valdecasa, de Valdemo- linos, y Pajares... hasta Palacios de Goda. Todo, sin penas y Sinlabajos.

-Sé que me quies, Penco, y sabes que correspondo. Por eso nos casamos.

-¡Que viva mi serrana! Pa el temporal de la vida no hay Barco como el matrimonio... ¿No te paece?—dijo Pedro Bernardo apurando el cigarro y tirando La Colilla.

-Sí me paece... Anda, ¡veste de una vez por San.....

-Me voy. Antes deja que te ahuela, tomillo salsero.

-¿Qué husmeas, Mironcillo?

-Adiós, gloria pura.

-Salvadios, Pedro Bernardo.

-Mari-Pepa, hasta Mañana.

Y Mari-Pepa entonces a manera de mimo, tuvo un golpe de gracia. Con toda su fuerza, disparó, sobre la cabeza berroqueña de Perico una magnifica Cebolla de dos kilos y cuarterón.

-¡Navacepedilla de Corneja!—aulló Perico tapándose con ambas manos el izquierdo de sus miradores.

Quedáronse los dos petrificados, mirándose como dos bobos, y a un tiempo, con infantiles extremos, soltaron el chorro de su risa campesina, risa que fué creciendo, creciendo, hasta estallar en ruidosa carcajada de satisfacción que retumbó bajo la campaña del hogar con estremecimientos de relincho.

-¡Sanchidrián te acompañe. Mari-Pepa!

-¡San Esteban de los Patos sea contigo, Pedro Bernardo!

 

Federico P. Olarría

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