Hace poco
mientras, sentado en un banco de madera, esperaba la llegada de la furgoneta
del pan junto a mi tío Aquilino, y entre medias de nuestras disquisiciones
sobre unas cosas u otras, me contó una de las antiguas tradiciones de
Aldeavieja, ya olvidada y de la que yo no tenía ninguna noticia.
Según me
relataba, era costumbre, entre los mozos varones del pueblo que, llegada la
víspera del día del Señor, irse al monte y cortar un árbol para engalanar la
fachada de las mozas casaderas; lo normal era que fuera una de las muchachas
por la que sentían algo diferente, vamos, que fuese la chica de sus sueños; se
esforzaban por que el árbol estuviese bien derecho, con buenas ramas y, al caer
la noche, lo colocaban a la puerta de la casa donde la moza residía; al día
siguiente todas (o casi todas) las muchachas hablaban y porfiaban sobre el
nombre del que había puesto cada árbol y se alegraban o entristecían si
coincidía con sus gustos o no.
Lo normal
es que se tratase de un álamo (un negrillo) pues era el árbol que indicaba que
el que lo hubiera colocado estaba prendado por la chica que vivía en aquella
casa pero, ¡ay si se trataba de un álamo blanco! (un chopo) pues eso quería
decir que las relaciones entre los dos no eran buenas, o las habían roto o
había alguna cosa que impedía que su amor prosiguiera.
Investigando
sobre ello he visto que esta costumbre estuvo muy extendida por casi todos los
pueblos de España y, por supuesto, en Castilla y León; recibía el nombre de “Las
Enramadas” pues en algunos sitios no se trataba de un árbol, sino de
ramajes más o menos elegantes con que adornaban la puerta de la casa de la moza
en cuestión.
Se
celebraba en la noche de la víspera de Pascua Florida, o del Domingo de Ramos o
de la Noche de San Juan (solsticio de verano); no supo decirme mi tío en cual
de estas festividades se hacía en Aldeavieja, apuntó a la víspera del Corpus,
pero sin ninguna seguridad; el caso es que la fecha no era la misma en todas
las localidades.
Parece ser
que la colocación de las ramas, o de los árboles, en las puertas o fachadas de
las casas, iba acompañada de los llamados cantos de ronda a la vez que se aclaraban
las gargantas con un buen clarete (o un buen aguardiente) acompañado de bollos
o de algo más contundente.
En algunas
localidades, al acabar la noche de ronda, los mozos echaban el rastro, un
sendero de paja que llevaba desde la casa del mozo hasta la de la muchacha por
la que sentía amor, cruzándose por las calles los distintos senderos y haciendo
difícil y complicado el saber cuáles eran las parejas, ocasionando con ello
momentos de risas y provocaciones que formaban parte importante de la fiesta.
Señala José
Luis Alonso Ponga (uno de los estudiosos del folklore más señalados de nuestra
Comunidad) que “las rondas y enramadas son, dentro de las fiestas de la
juventud, las manifestaciones que más han pervivido en la mentalidad de los
mayores de Castilla y León”.
Hemos
hablado antes de que no se colocaba cualquier árbol o arbusto en “Las
Enramadas”, pues cada uno tenía un significado; me imagino que sería muy
parecido en casi todas las localidades, por lo que, a continuación, señalo lo
que querían decir en la localidad zamorana de Toro:
– Álamo: te amo.
– Pino: te estimo.
– Olivo: te quiero pero te
olvido.
– Chopo: te quiero, pero poco.
– Castaño: te quiero, pero te
engaño.
– Peral: te quiero más.
– Espiga de trigo: amiga y
amigo.
– Laurel: No volveré.
– Romero: La que yo más quiero.
– Nogal: te quiero hablar.
– Jazmín: amor hasta el fin.
– Clavel: te quiero bien.
..
En esta localidad
no todos los mensajes eran «bonitos», y si algún chico había sido rechazado por
una chica, le llenaba la puerta de huesos. Me imagino que lo mismo pasaría en
nuestro pueblo, aunque puede que no fueran huesos lo que se colocaba en casos
así.
Si alguno tiene
conocimiento de esta costumbre por habérselo oído contar a sus mayores, no
dudéis en decírnoslo para así poder completar una historia que formó parte de
la vida de nuestros padres y abuelos.