2. Blascoeles.
Hoy vamos a
descubrir el pueblo vecino, Blascoeles; para ello vamos a completar un círculo
que nos llevará por algunos parajes típicos y nos regalará con algunos paisajes
memorables; como siempre usaremos calzado cómodo, pantalones cortos nos
servirán mejor, ya que no nos vamos a adentrar en ninguna espesura y no estaría
de más llevar agua para el camino; la duración será de dos a tres horas
dependiendo de nuestro paso.
Saldremos del
pueblo por la calle de Ávila, popularmente conocida por “la carreterilla”,
dejando a nuestra derecha el edificio del antiguo Ayuntamiento y el barrio de
la Cabezuela hasta llegar a la carretera nacional N-110; cruzaremos la
carretera y avanzaremos unos cincuenta metros por el arcén izquierdo, en
dirección a Ávila, allí se abre un camino bastante ancho, recientemente
abierto; le tomaremos, este paraje se conoce como Prao Suso; la sierra se eleva
como una muralla a nuestra izquierda cerrando el paisaje y discurrimos por un
camino entre prados y campos de labor, el edificio que vemos a ese lado, una
vez hemos salido del pueblo, es una de las subestaciones del gasoducto que se
ha construido entre Segovia y Ávila; las zarzamoras y los rosales silvestres
festonean nuestra marcha; si lo recorremos a finales del verano, podremos
probar las moras silvestres, dulces y sabrosas, bien regadas por las aguas
subterráneas que bajan de la sierra; a poco de andar llegaremos a una fuente de
agua fría y cristalina, es La Marquesa, un pilón en muy mal estado recoge el
chorro que cae de la fuente; no es aconsejable beber de él, ya que más arriba,
en esas praderas que se ven por encima de nosotros, la conducción tiene
filtraciones y siempre nos puede causar alguna indisposición leve; desde allí
vemos el monte Pelado, que se eleva poderoso sobre nosotros, con sus 1598
metros, coronado de rocas.
Siguiendo el
camino que traíamos, cruzaremos el regato que se forma con el agua que cae del
pilón y continuaremos por el camino que discurre paralelo a la carretera
nacional. Según la época del año avanzaremos escoltados por espigas doradas de
trigo o centeno, por verdes brotes (de todas las tonalidades) del cereal
nacido, por el amarillo terroso de la rastrojera segada o el ocre de los campos
en barbecho. Quinientos metros más adelante el camino termina abruptamente en
la carretera nacional, este paraje se llama Cabezagonzalo, pero se le conoce
más familiarmente como “Meamulos” y antaño una fuente refrescaba al caminante (el nombre viene de cuando, antiguamente, se
juntaban junto a la fuente los campesinos que araban o segaban los campos de
alrededor, a tomar el almuerzo en un alto de la jornada, llevaban con ellos sus
caballerías, mulos en su mayoría pues eran más económicos que los caballos o
los bueyes, y allí, cerca de ellos… meaban), la cruzaremos un poco más adelante
frente al cartel que nos señala la dirección de Blascoeles. A nuestras espaldas
dejamos la mole de la sierra y los pinares, que forman parte de la finca de
Tabladillo; éste último cerro, con esa curiosa forma de joroba de camello, se
llama Silla Jineta en Aldeavieja,
pues eso parece visto desde allí; en Blascoles recibe el nombre de Los Dos Cojones.
A la izquierda
un gran pino solitario, pino piñonero, vigila una huerta ya abandonada hace
años: “el huerto del gallego”, caminamos por la carretera asfaltada que lleva
al pueblo; a la izquierda vemos los edificios de la finca de Tabladillo: el
palacio, la capilla, las casas de los colonos, los encerraderos… El palacio fue
construido en el siglo XV, con sus galerías y patios de estilo renacentista,
aumentando y reformándose en los siglos siguientes. Su cuidadosa restauración
ha merecido recibir el Premio Europa Nostra de Patrimonio Cultural 2006.
Al acercarnos
al pueblo vemos la masa de la iglesia, bajo la advocación del Degollamiento de
San Juan, que domina el pueblo, que ha crecido por debajo de ella; por fuera
vemos elementos románicos en la portada, pero toda ella pertenece a ese
indefinido estilo de “iglesia de pueblo”, que se ha ido remendando con los
años, añadiendo o quitando elementos según exigía su seguridad o dictaba la
falta de dinero o la abundancia del mismo; si no es domingo, o festivo, no se
podrá ver su interior; es muy parecido, aunque en menor escala, al de la
iglesia de Aldeavieja: dos naves separadas por columnas de piedra, un gran
retablo al fondo, de colores desvaídos a causa del tiempo y pequeños altares
laterales; detrás la pila bautismal de piedra y la grada del coro realizada en
madera; la entrada de la iglesia, de césped muy cuidado constituye un remanso
de paz.
Desde allí
bajaremos hacia el pueblo; lo mejor es callejear y os sorprenderán algunos
rincones de indudable belleza, en los que la arquitectura popular se conserva
de manera única. Al acabar la parte en cuesta se llega al actual edificio del
Ayuntamiento pegado a la plaza mayor; el edificio es del siglo XVIII; no tiene
nada de particular; en esta zona está el único bar del pueblo (en el edificio
de las antiguas escuelas), donde podremos reponernos si lo necesitamos o nos
apetece.
A la derecha
de la plaza, según venimos de la iglesia, se abre una calle que nos llevará de
vuelta a Aldeavieja. Muy pronto, la calle se ensanchará y se convierte en un
moderno paseo que acaba en la ermita del Cristo de la Salud, arreglada hace
poco y rodeada de bancos y verde césped que invita a pararse a descansar o a
coger fuerzas para lo que nos queda del camino. Si nos asomamos a la reja de la
puerta de la ermita, veremos al fondo, rodeado de flores, la talla del Cristo,
que es el patrón del pueblo y cuya fiesta se celebra a finales del mes de
septiembre, con bailes, procesiones, toros y diversas atracciones para niños y
mayores.
Dos
kilómetros, aproximadamente, nos separan de la meta de nuestro paseo; el camino
es una carretera asfaltada que discurre entre tierras de labor al principio y
luego, una vez pasado el puente por el que discurre la autopista A-51, entre
prados verdes y huertas, la mayoría abandonadas, que nos llevan directamente a
la plaza de Aldeavieja, entrando por el barrio de El Barranco.