19 de octubre de 2020

Aldeavieja, un documento de 1914.

 

Hoy vamos a examinar un documento de hace 106 años que nos va a dar una imagen de cómo era Aldeavieja a los comienzos del siglo pasado, cuántas cosas se han perdido, cuántas se han ganado y cómo ha evolucionado todo. Se trata de la Rectificación correspondiente al año 1914 del Censo Electoral, aparecido en el Boletín Oficial Extraordinario de la Provincia de Ávila de fecha 1 de septiembre de dicho año.



Lo primero que hay que hacer constar es que en ella aparecen los nombres de las 147 personas que, a esa fecha, tenían derecho a ejercer su voto en las elecciones generales; se trata de varones mayores de 25 años, no aparecerán, por tanto, las mujeres ni los menores a esa edad; junto al nombre y apellidos se incluye la edad, el domicilio donde viven, la profesión que ejercen y si saben leer y escribir. De este dato se deduce que la población total rondaría entre los 600 y 700 habitantes, suponiendo grupos familiares entre cinco y seis personas.

En referencia al último dato que se relaciona, hay que hacer constar que de los 147, sólo ocho (8), están identificados como analfabetos, esto es, un 5,5% del total; lo cual nos indica la alta tasa de alfabetización que existía en el municipio, por supuesto que en la población masculina, no tenemos datos de la femenina, pero es seguro que sería bastante más alta.

En el listado aparecen relacionados los nombres de las calles del pueblo que son, básicamente, los mismos que ahora: Ancha, Real, Angosta, Segovia, Rodeo, Maello, Mediodía, Amargura y Pastor; a los que habría que añadir los barrios de Cabezuela, Aceiterilla, Altozano, Corrillo y la Plaza de la Constitución; además se incluyen el Santuario del Cubillo (el santero que allí vivía), y las dehesas de El Alamillo, La Lancha y Casasola (ésta ya en los límites con Navalperal de Pinares).

Las calles más habitadas son Ancha y Segovia, con 23 vecinos cada una; seguida de la calle Real, con 22; después la Cabezuela y la calle Angosta, con 16 y 15 respectivamente; la Plaza de la Constitución con 11 y las demás, ya, con menos de 10: Aceiterilla, Maello y Mediodía con 6; el Altozano con 4, las calles Rodeo y Amargura con 3 y el Corrillo y Pastor con 1.

En el santuario del Cubillo se contaría 1 y en las dehesas de La Lancha 3, el Alamillo 2 y en Casasola 1.



En cuanto a las edades, estas van desde los 25 a los 80 años; estando distribuidos de la siguiente forma:

Hasta 30 años 34 individuos, un 23%.

De los 30 a los 40, 37 personas, 25%.

De los 40 a los 50, 20, que son el 13%.

De los 50 a los 60, 29, un 19%.

De los 60 a los 70, 23, un 15%.

Mayores de 70 años, 4, un 2%.

Más de la mitad de esta población tiene menos de 50 años, un total de 91; bajando extraordinariamente los que pasan de 70 años, sólo 4, de los que sólo 1 tiene más de 75.

Vamos a ver ahora las profesiones y ocupaciones que tenían.

Entre las profesiones liberales, pertenecientes al sector servicios, se contaba con un médico, un maestro, un cura párroco, un secretario del Ayuntamiento, un farmacéutico y un veterinario.

De este mismo grupo, pero fuera de las profesiones que llamaríamos superiores, había: 1 panadero, 2 industriales (que normalmente eran abaceros y taberneros), 1 estanquero, 1 sacristán, 1 zapatero, 3 herreros, 2 carreteros (fabricantes de carros) 2 alguaciles, 1 peón caminero y 1 capataz, y seis guardas jurados (de las distintas dehesas).

En el sector terciario (agricultura y ganadería) que eran la gran mayoría, se dividían: 5 propietarios (se llamaba así a los que no tenían necesidad de trabajar personalmente en sus tierras o fincas), 7 ganaderos, 38 labradores y, en la escala más baja, esto es, los que trabajaban principalmente para otros, aunque tuvieran pequeñas propiedades, 53 jornaleros, 14 sirvientes y 3 pastores.

Se ve, que casi la mitad, 70 de 149, necesitaban trabajar para otros para poder subsistir, lo que da una idea del desigual reparto de las tierras y de la riqueza.



Por último, como curiosidad anecdótica, o no, nos encontramos en que existen 75 apellidos distintos en estas 149 personas, de un total de 298 posibles; de lo que se deduce que hay 223 que se repiten en mayor o menor número.

El más corriente, con 32 nominaciones, es Moreno; le sigue Vázquez, con 19; y a la zaga Muñoz y Gordo, con 18; después Torres, con 16 y Martín con 15; sucediéndoles López, García y Zahonero, con 10.

Y esto es todo, espero que os haya entretenido.

11 de octubre de 2020

Aldeavieja: El retablo de la Virgen del Rosario en la iglesia parroquial.

 

     Hoy vamos a continuar dando otro apunte sobre la riqueza artística de nuestro pueblo; una vez más se encuentra en la iglesia parroquial y, también, se trata de un retablo. En el lado del Evangelio, esto es, a la izquierda del altar mayor, está el retablo de la Virgen del Rosario; su construcción se debe a nuestro antiguo conocido Luis García Cerecedo, el mismo personaje que mandó levantar la Capilla de San José en la propia iglesia.

     El comienzo de ejecución de este retablo se puede datar en alguna fecha posterior a 1670, hacia 1672. En todo caso es anterior a 1676, porque en su testamento de ese año ordenó Luis García Cerecedo que “los retablos que tengo hechos y puestos de madera, uno en la iglesia y otro el principal de la hermita del señor san Cristóbal, se doren y encarnen los santos conforme al trato que tengo hecho con Pedro del Oyo, dorador, y se a de encarnar el Santo Christo de San Cristóbal y se ha de hacer un árbol al santo Cristo de la Oración del Huerto”; su artífice fue Sebastián de Benavente, el mismo que hizo el retablo de la Capilla de San José y otros cuantos más, en Aldeavieja, de los que ya nos ocuparemos, y que tuvo una gran amistad con el donante del que tratamos.

     Sobre el retablo, en las pechinas, hay dos tarjetas con escamas en la parte baja y alta, en que hay una cabeza de serafín. Los interiores tienen las inscripciones “ESTE RETABLO DIO LUIS GARCÍA DE CEREZEDO” “Y MARÍA DE HERRERA SU MVGER AÑO DE 1677”.


     Ahora pasemos a una descripción del mismo.

     El retablo consta de sotabanco de piedra y banco de madera, en él hay dos pinturas, una a cada lado, que representan a la Virgen hilando y San José con el Niño; en el centro, y cerrando el sagrario hay una pintura del Pelícano sacrificándose por sus crías. Los cuadros parecen ser de Matías de Torres (Aguilar de Campoo 1635 – Madrid 1711), amigo y compañero de Herrera el Mozo, con quien compartió diversos encargos, se dedicó principalmente a la pintura de pequeños cuadros para retablos.

     La imagen del pelícano se debe a una antigua creencia de que esta ave hacía sangrar su pecho, a picotazos, para alimentar a sus crías (realmente se debía a que se golpeaba el pecho para regurgitar el alimento con que las saciaba) y pasó a convertirse, para la Iglesia católica,  en una imagen del sacrificio de Jesucristo que, con su vida, redimía a la Humanidad; sobre todo al final del siglo XVII y a los inicios del siglo XIX, el pelicano se retoma como signo de la dedicación de los padres hacia los hijos y como símbolo de la muerte de Cristo.

     En el cuerpo principal, en el centro, hay una hornacina que contiene una imagen de la Virgen con el Niño, al que sostiene con la mano izquierda y un rosario en la derecha, duplicado por uno de madera dorada de doble cadena y florones a intervalos, que está en el fondo de la hornacina y rodea al grupo; los dos llevan unas aparatosas coronas de plata en la cabeza que no formaban parte de la imagen original, ya que no se adaptan y están sobrecolocadas.

     A los lados de la escultura central, en ambas hornacinas, se encuentran las imágenes de San Antón, a la derecha, y San José, a la izquierda.

     San Antón, patrón de los animales, está representado por un anciano, con hábito de monje, que lleva en su mano derecha un bastón o cayado, y en la izquierda un libro cerrado (que originalmente debía de llevar en la mano y que actualmente le cuelga de la muñeca por una correa), a sus pies, un cerdito, con un lazo del que colgaría una campanilla, completa su simbología. No es la original del retablo, que ignoramos cual sería, pero no hay más que ver su desigual tamaño comparado con las otras imágenes y cómo se sale de la hornacina que lo contiene.

     La escultura de San José, en el lado izquierdo, sí parece ser de la obra original, aunque le faltan los atributos típicos; la vara con azucenas que sostiene en la mano derecha, que debería estar apoyada en el suelo, representa la castidad y en la mano izquierda, que se representa abierta como si le faltase algo, debería llevar alguno de los útiles característicos de su profesión: carpintero.

     Finalmente, en el ático, en una caja profusamente adornada y con un fondo pintado imitando jaspes rojizos y verdes, se encuentra una magnífica talla de Cristo atado a la columna. Se desconoce al escultor que talló las imágenes que adornan el retablo, aunque es seguro que pertenecía al círculo de Sebastián de Benavente, y casi seguro que fue más de uno, pues hay una gran diferencia entre la talla de la Virgen y las otras, sobre todo del Cristo atado a la columna, que sobresale por la pureza de sus líneas.

     Todo el retablo, pintado y dorado, está adornado con florones, rosetones, filigranas y cuentas, formando un conjunto de una gran riqueza ornamental.

     La lástima es el estado en que se encuentra actualmente, aparte de los dorados que se han perdido y los desconchones de la pintura en diversos sitios, necesitaría una restauración, en profundidad, tanto de las pinturas como de las imágenes esculpidas, antes de que sea irremediable.