(continuación)
Finales de enero, la nieve cubría los
campos y los caminos; pocas huellas se veían sobre ella a excepción de las
pisadas de los campesinos que iban a llevar comida a los animales estabulados;
y sólo esas, huellas de ida y vuelta, pisadas sobre pisadas que ensuciaban la
blancura de las calles… columnas de humo blanco saliendo de todas y cada una de
las chimeneas que coronaban las casas; poco más, nada más…
Julián tenía unas vacas en un
encerradero camino de Blascoeles; allá por la linde de los dos pueblos; tenía
que ir a ver cómo seguían los animales, si aquello estaba bien cerrado, si
había paja y heno suficientes para que comieran; en fin, tenía que ir, pero…
¡con aquel tiempo…!
-Espera a mañana, Julián, lo mismo
dará un día que otro.
-No se puede, mujer, ha caído mucha
nieve y hasta el tejado se puede haber hundido, tengo que ir a ver.
-¡No, si harás lo que quieras!, pero
yo creo que debías esperar, el día todavía no ha acabado y aún puede caer mucha
nieve.
-¡Quiá!, esas nubes ya no son de
nieve, ahora lo que va a venir es un helazo que… ¡ya veremos!
-Bueno, ve, allá tú; da igual lo que
yo te diga: pero, al menos, abrígate bien y llévate al “Moro”, no sea que haya
lobos.
-¡Lobos, pero que cosas se te
ocurren, mujer!
-Pues no es ninguna tontada,
acuérdate el año pasado, cuando mataron a las ovejas del Lucio.
-¡Vale, me llevaré al “Moro”!.
Y, llamando al perro, se enrolló bien
la bufanda en el cuello, se caló la boina hasta donde pudo y echándose el capote
sobre los hombros se echó a la calle.
El viento había parado y el frío no
era tan cortante como días atrás; Julián cerró la puerta tras de sí y hundió
los pies, bien calzados con las abarcas y con las piernas bien abrigadas por
las polainas de costal, en la nieve que se amontonaba delante de la casa.
El cielo tenía ese color blanco
lechoso y sucio que amenaza con abrirse y dejar caer copos como puños; Julián
miró para arriba y arrugando el ceño echó a andar en dirección al Barranco.
Cuando principió el camino de
Blascoeles, no pudo impedir echar una mirada a la casa que se alzaba a su
izquierda, una mole oscura entre el blancor de la nieve; de la chimenea no
salía ni el más leve hilillo de humo, las ventanas no dejaban pasar el menor
resplandor que delatase la presencia de un fuego o una luz cualquiera.
-Siempre igual-pensó- como si en ella
no habitase nadie.
El “Moro” gruñó como cuando veía a
algún perro forastero; enseñó los dientes y metió el rabo entre las piernas, no
se sabía si por miedo o por frío.
-¡Calla “Moro”, a ver si te va a oir
la bruja y tenemos echada la mañana!; ¡tira palante y haz como si no vieras
nada, tira ya!
……….
Ya iba cayendo la noche; el cielo
pasaba del blanco sucio al gris acero y se iba oscureciendo hasta tomar el tono
de las endrinas maduras; todo era silencio, sólo roto, de vez en cuando, por el
ulular de las lechuzas y el lejano aullido de los perros que guardaban el
ganado allá, en los lejanos apriscos en la falda de la sierra.
De pronto el cielo se abrió y como
por una cortina rasgada, salió un haz de luz procedente de una luna llena,
redonda como un queso y amarillenta como la cara de un moribundo que se
enseñoreó rápidamente de la noche.
Acá iluminaba la copa gris de una
encina y más allá la veleta de la iglesia centelleó como herida por un rayo; si
alguien estuviera en ese momento por el viejo camino del Barranco, advertiría
las sucias huellas estampadas en la nieve que iban y venían del pueblo; huellas
profundas de unas abarcas que, a ratos, estaban acompañadas por las de un
perro; ¿de dónde venían? ¿dónde terminaban?.
……….
Se oían arañazos en la puerta y un
lejano quejido, como de niño… Remedios se levantó de la banqueta en la que
zurcía unas medias de lana y se acercó a la puerta…
-¿Quién va?
Nadie contestó, lo cual era normal,
alguna vecina que necesitaba algo o que simplemente quería pegar la hebra antes
de ponerse a preparar la cena.
-¡Ya va!
Cuando abrió, un perro mestizo, el
“Moro”, entró gimiendo y meneando la cola mientras alzaba la cabeza y dejaba
ver sus grandes ojos tristes, ansiosos…
-¡Moro, qué haces aquí? ¿Dónde has
dejado a Julián…?
Se asomó a la oscuridad de la calle y
grito:
-¡Julián, Julián! ¿dónde andas?
Y el silencio, el silbido del viento
y el gimoteo del “Moro” fueron su única respuesta.
(continuará...)