28 de marzo de 2020

La custodia de la Capilla de San José, de Aldeavieja.


En el mes de febrero fue noticia  que la Junta de Castilla y León había ayudado en la restauración de cuatro sagrarios de los siglos XVI y XVII en la provincia de Ávila; hoy voy a hablaros de otro, en nuestra parroquia de San Sebastián, más valioso e importante que esos cuatro (o, por lo menos, tanto como ellos) y que debería llamar la atención para ser, a su vez, restaurado; se trata del sagrario que se encuentra en la Capilla de San José, y del cual os voy a hacer la descripción para ponerlo en valor tanto a los ojos de los habitantes del pueblo  como de las autoridades a las que corresponda su restauración.


 En 1660 Luis García Cerecedo hizo un contrato con el afamado constructor de retablos Sebastián de Benavente para que hiciese el de la capilla que estaba levantando en la iglesia parroquial de Aldeavieja, a su vez Benavente contrató al pintor Alonso González para dorar el retablo mediante contrato firmado en 1662; se estima que la obra costaría unos 15.000 reales, de los que 5.500 serían para el dorador.
Sebastián de Benavente no era un artista cualquiera, de sus manos salieron el retablo de la capilla de San Diego en el convento franciscano de Santa María de Jesús de Alcalá de Henares; el retablo mayor del convento madrileño del Carmen calzado; siguió a éste otro retablo de gran trascendencia, el de la capilla de Santo Domingo en Soriano en el colegio de Santo Tomás; el de la ermita y hospital de Nuestra Señora del Castillo de Arganda; el  retablo mayor del convento de San Antonio de Escalona, seguido unos meses después por los dos colaterales así como adornos de talla en la emita de San Pablo del palacio del Buen Retiro que Felipe IV estaba construyendo en Madrid, y esto sólo por citar algunas de sus más importantes obras.


Pero vamos a fijarnos en el sagrario, llamado también custodia: está compuesto por un gran banco decorado con cartelas y racimos de dos frutos en cajeados, situados debajo de las columnas del segundo cuerpo. Junto a ellos hay dos vaciados policromados y en el centro está el sagrario, decorado con una pintura de Cristo Varón de dolores en la iconografía del Cristo de la Victoria de Serradilla, famosa escultura hecha por Domingo de Rioja. La resguarda un marco de plaquitas recortadas y orejetas con tarjeta en la parte superior. El cuerpo principal tiene columnas compuestas del orden inventado por el jesuita Francisco Bautista, cuyas ovas se prolongan en los segmentos de entablamento. El arquitrabe tiene cuentas y el friso cartelas empezadas en gallones sobre piedras y ovas, y la cornisa hojas. Encima sale un arco de medio punto, a modo de pórtico, con la pintura de la Última Cena, con cuentas sin separación entre ellas en la rosca y sobre la clave tarjeta. Ésta está inscrita en otro pseudo-entablamento, simplemente moldurado y con cuentas bajo la cornisa. Sobre las columnas hay festones de dos frutos y arbotantes con puntas. Tras la cornisa del templete se muestra a la vista una barandilla horadada con balaustres y jarrones de remate. El tambor tiene los recuadros con codillos y tarjetas, y se ve separado de la cúpula por plaquitas recortadas y un anillo. La media naranja tiene fajas exteriores y remata con una figurilla de la Fe, hoy colocada sin sentido a la altura de la balaustrada. Toda la pieza repite el esquema de la fachada central en las laterales.


La estatuilla de la Fe de la custodia quedaría, como es normal, a cargo del propio Benavente, que debió de dar el modelo, materializado luego por algún escultor o tallista experto que formara parte de su obrador, porque era de hechuras sencillas.
Esto con respecto a la obra de escultura y carpintería; pero ahora vamos a fijarnos en las pinturas.


La pequeña pintura de la Última Cena dispuesta sobre la puerta del templete-custodia es obra de Herrera el Mozo (pintor del que nos ocuparemos en otras fechas por tener varias obras más en el pueblo), en ella el pintor se manifiesta por primera vez más allá de los fastos gloriosos y se evidencia como un maestro de la iluminación también entre tinieblas.
La iconografía no puede ser más acorde al marco en que se desarrolla. Antes bien, lejos de disponer a los discípulos en una apoteósica alegoría sacramental, concentra todo el simbolismo en la intimidad del momento de la transustanciación. La escena se adapta al marco con naturalidad, tanta que la obra no se comprende en plenitud si no es contemplada dentro de la microarquitectura que la contiene. El fiel que contempla la pieza irrumpe tras la arcada dorada a un cubículo oscuro cuya escala y fin se intuye en una puerta trasera. Casi en su totalidad la pintura es oscuridad. La escena apenas se concentra en la franja central, alrededor de la mesa presidida por el Mesías, del que irradia la luz que ilumina el mantel y rebota en los apóstoles. En este fotograma de una plausible realidad queda implícito tanto la institucionalización de la eucaristía como la traición de Judas Iscariote, que surge como una sombra en el primer plano mostrando la bolsa. El maestro no se obliga a disponer todas y cada una de las doce cabezas de manera individualizada sino que, como es propio de su labor, gestiona la acción de manera espontánea.
Esta pieza es resultado del amplio bagaje visual. En ella se vuelven a contemplar elementos propios del caravaggismo, como el juego de perspectiva de la mesa y su iluminación.


En otra entrega haremos una descripción más pormenorizada del retablo en su conjunto y de la capilla en sí.

12 de marzo de 2020

Aldeavieja: 400 años de la cruz.


          Hoy quiero recordaros algo que tenemos ante nuestros ojos cada vez que paseamos por el pueblo: la cruz que está situada en la confluencia de las calles Segovia y Angosta; esa cruz que nos ha visto jugar, bailar, rezar, que ha visto cómo se pintaban los nombres de los quintos en las paredes de la vecina casona de los Juanes, los besapiés al Cristo en la fiesta de los mozos, la música de las charangas en la puerta del Molinero… en fin, miles de cosas a lo largo del año… durante 400 años. 


          ¿Os acordáis de la fecha grabada en sus escalones? 1620, este año esa cruz cumple cuatro siglos viendo pasar generaciones de muchachas y muchachos, viejos y niños, rebaños de ovejas, carros cargados de haces de cereal, bandas de música, soldados cubiertos de sangre, procesiones… y tantas y tantas cosas, buenas y malas que han ocurrido durante todo ese tiempo.



          Celebremos, pues, que aún sigue en pie cuando tantas otras cosas se han hundido, o han desaparecido.




6 de marzo de 2020

Aldeavieja: Rutas y Excursiones: El arroyo de la Fuente del Espino.


          Hoy voy a presentaros una excursión muy fácil de hacer y que discurre por sitios a la vez conocidos y desconocidos. Se trata de seguir la cuenca del arroyo de La Fuente del Espino: alguno se preguntará que cuál es ese arroyo, pues bien, nuestro objetivo transcurre por el Valle, cruzándolo en sentido diagonal, desde la puerta de entrada que queda junto a la Cruz del Tarnedo, en el camino de arriba del Cubillo, hasta la Peña Horcada; comencemos.


          Hay que salir del pueblo por el camino del Cubillo, dejar a la derecha la entrada a la cantera, subir la pequeña cuesta que corona la cruz del Tarnedo y, cincuenta metros más adelante, a la izquierda, entrar en el Valle; ahora seguiremos la cerca por la derecha y a unos cincuenta metros, después de una leve bajada, veremos entre zarzas y vegetación un pequeño pilón del que ya no sale agua, nos encontramos en el inicio de nuestro recorrido, aquí está la Fuente del Espino; a pesar de no tener agua se adivina perfectamente el sitio por donde ésta discurría, pues el suelo está erosionado, siguiéndolo llegaremos a la gran explanada que podríamos llamar “la llanura de los pilones”, hay nada menos que cinco en una extensión de treinta a cuarenta metros alrededor nuestro.


          A la izquierda veremos el más antiguo, construido en los años sesenta, ya no tiene agua y sus paredes están medio derruidas.


          A la derecha veremos dos, uno pequeño y bajo y otro alto y cuadrado, los dos tienen un buen caudal de agua; si mirásemos entre la espesura encontraremos otro, compuesto por dos estanques bajos y redondos, en ellos, guarnecidos por altos robles, se refleja de una forma maravillosa el ramaje de los mismos.


          Volviendo al cauce que intentamos seguir, tendremos ante nuestra vista otro pilón más, rectangular y de tamaño mediano que, en épocas buenas, encharca la pradera que tiene delante. En ella, y según la época del año, se pueden contemplar los famosos “círculos de hadas” o “círculos de brujas”, según los gustos, estos “círculos” son circunferencias que están formadas por una hierba más oscura, o señaladas por flores, o por setas, (senderuelas y champiñones silvestres generalmente).


          Cruzaremos esta pradera siguiendo el cauce seco hasta llegar a otros macizos de árboles, aquí veremos que las aguas han cavado bien el terreno, a veces con bastante profundidad, creando meandros y recovecos, pozas y curvas que, con un poco de imaginación, veremos llenas de agua limpia y cristalina, corriendo con fuerza.


          Todos los que tenéis ya una edad habréis visto este cauce vivo, regando las praderas y alimentando una vegetación y una fauna que ya no existen más que en el recuerdo; no había peces, pero sí ranas, salamandras y, aunque parezca mentira, galápagos. Las plantas de poleo crecían en los márgenes llenando todo con su olor, en primavera era un sitio ideal para ir a recoger berros y borujas y en verano, íbamos a cazar ranas para comernos sus ancas o poner liga para cazar jilgueros.
          En fin, eran otros tiempos; el excesivo aprovechamiento del agua que  bajaba de la sierra ha hecho que las praderas no se rieguen y que este arroyo no sea más que un fósil muerto y reseco.


          Un poco más adelante, veremos otro pilón, abrigado por el norte por las elevaciones del terreno; éste tiene agua y con tal abundancia que nos hace creer que va a formar un regato, vemos el terreno embarrado y el agua corriendo por diez o veinte metros; es otro pilón moderno, rectangular y bajo.


          Pronto nos damos cuenta del espejismo, el cauce vuelve a estar reseco, lleno de hojas que no se pudrirán por falta de humedad, y poco después damos con otro pilón, a nuestra izquierda también; al acercarnos veremos que es un tanto singular, está formado por dos grandes pilas de granito; son pilas talladas para el lavado de la ropa, si nos fijamos veremos la rampa tendida para restregarla; no sé desde  qué corral o lugar habrán sido traídas, pero son un buen ejemplo de las muchas que había antes en cada casa.


          Junto a él hay otro pilón, de factura modera como los que hemos visto anteriormente; ¿cuántos llevamos ya? diez exactamente, podríamos denominar a nuestro recorrido como “la ruta de los pilones”.


          Seguimos andando y, de pronto, ante nosotros, entre las ramas de los árboles, vemos una gran formación rocosa, se trata del famoso “Verraco Gordo”, que queda a la derecha del cauce que seguimos; esta agrupación de granitos, digna de contemplar, puede llevar a nuestra imaginación a encontrarse ante un antiguo castro celta, sus rocas tienen múltiples pozas excavadas para retener el agua de lluvia y su posición escondida, que a ratos da la impresión de estar amurallada, no hacen más que alimentar nuestras suposiciones (o nuestros deseos).



          Dejamos atrás las rocas y, a poco, después de seguir con nuestras vueltas y revueltas, aparece otra agrupación de rocas, esta vez a nuestra izquierda, es más pequeña que la del “Verraco Gordo” pero está en una situación más elevada; si subimos a ella, veremos de frente las piedras que forman la “Peña Horcada” y a la derecha unas praderas verdes entre las que corren el agua libremente; bajamos y nos encontramos que el arroyo de la Fuente del Espino se ha unido a otro arroyo, el del Marqués, que baja desde la fuente de La Jarrera, y con abundante agua (por lo menos en primavera).



          Aquí acaba nuestro recorrido, nuestro arroyo se ha convertido en afluente del otro, al que no aporta ni una gota (ni falta que le hace) si lo seguimos, más que nada por acabar su marcha por el municipio, llegaremos enseguida, cruzando uno o dos prados, a la linde con Villacastín, a los pies de la “Peña Horcada”, que se alza arrogante y poderosa ante nuestra vista; de ella ya hemos hablado en otra ocasión, así que… damos por concluido nuestro paseo.