31 de octubre de 2022

Noche de Todos los Santos

 Es la noche de Todos los Santos y, tal como corresponde a estas fechas, os voy a entretener con una "historia" de "muertos"; espero que os guste y que os deje dormir...

Es la noche de Todos los Santos, noche cerrada, oscura, sin luna… las calles del pueblo están desiertas y sólo se oye el silbido del viento al meterse por las ventanas mal cerradas, en un momento determinado las campanas del reloj de la iglesia desgranan doce campanadas, lentas, ceremoniosas, casi lúgubres.

Fermín está solo en casa, no sólo está solo, vive solo; es un viudo amargado, maledicente, algo falso, que pasa sus ratos libres en buscar los puntos flacos de la gente, hablar mal de sus vecinos… Pero hoy está contento, mañana va a venir a verle una mujer, una mujer de la que estuvo enamorado en su juventud, antes de su matrimonio…

-Algo ha sonado fuera, seguramente en la calle… pero poco importa dónde o cuándo, lo que importa es lo que va a pasar mañana: ¡ella va a venir! y lo demás ¿qué me puede interesar?; tengo toda la noche para prepararme, para pensar, para poder elegir las palabras que le voy a decir, los temas de los que le voy a hablar, pero… ¡qué más dan las palabras o los temas…! Lo que importa es que ella viene y… cuando la tenga delante ya me saldrán las palabras ellas solas…

Fermín se recuesta en su sillón favorito, cierra los ojos y se deja llevar…

-Pero… ¿qué es ese ruido?, es fuera sí, pero suena como si fuera en la misma puerta de casa… ¡qué tontería, a estas horas!

Cierra los ojos de nuevo; le molesta que le interrumpan mientras piensa en ella, pero hoy cree que podría hasta perdonar aquellos ruidos, aquellos golpes…

-Le miraré a los ojos… esos ojos turquesa que me han envenenado el cerebro, y le diré… toda palabra será inútil para describir su belleza… mejor… le cogeré la mano, como si fuera a saludarla y entonces… miraré sus ojos y…

Los golpes resuenan tan fuertes que le hacen perder la concentración…

-Pero…¿otra vez?, voy a tener que asomarme.

Se acerca a una de las ventanas que dan a la calle, escucha… no oye nada, entonces intenta asomarse por ella y ver qué pasa, forcejea…

-Nada, no hay nada, pero… esta ventana, ¿por qué no se abre?, habrá crecido con la humedad; miraré por la puerta

-Otro golpe, ¡ya va, ya va! ¡sin prisa!

Con gesto de contrariedad va hacia la puerta, tira del cerrojo, sus ojos no dan crédito:

-Tampoco se abre la puerta, esto ya me está cabreando; a ver, la llave… la llave ¡no entra! ¡no entra en la cerradura!, es como si la hubiesen taponado… por fuera, ¡malditos gamberros, hijos de…! ¡se van a enterar mañana… ¡sé quiénes sois!, ¡a ver qué dicen vuestros padres mañana!

Un leve sudor le hace brillar la piel de la frente, tira con rabia la llave al suelo…

-¿Y ese otro ruido? Es arriba, en el sobrado… son pasos… ¿quién anda ahí?

Con pasos enérgicos se dirige a una puerta que se encuentra detrás suyo, con dos escalones de piedra…

-¿Qué pasa con esta puerta también? La echaré abajo, en la cocina hay un hacha…

Sus ojos echan chispas, le sudan las manos, ya abiertamente, se pasa las manos por la frente, resopla, cruza el salón y se mete en la cocina…

-Tampoco está el hacha, no importa, es delgada y la echaré abajo…

Se vuelve rápido, los ojos desencajados, mirando a los rincones sin poderse creer lo que está pasando, con decisión echa la mano al picaporte…

-¡Basta! ¡Pero… ¿qué pasa en esta casa?!

Baja y sube la manilla, la puerta, de recia madera, no se mueve, se da vuelta, mira a todas partes, como si no reconociera el lugar donde está…

-No entiendo nada, ¡estoy encerrado en la cocina!

Se lleva ambas manos a la cabeza, suda, suda y, a la vez, un escalofrío recorre su cuerpo…

-¡Lo que faltaba! ¡se ha ido la luz… o la han cortado!

Alza las manos a la altura de su cara, las mueve como si, con el movimiento, pudiera verlas, tiembla, no sabe si de miedo o de frío…

-¡Otra vez los ruidos!

Alza la cabeza, se oyen pasos, primero lentos, pesados, luego como si corrieran… se gira en la dirección por la que cree que se oyen…

-¡Cada vez más fuertes!, pero… ¿qué pasa? ¿qué pasa?, ¡encerrado en la cocina, sin luz, la casa llena de ruidos, sin comida, el agua cortada… ¿qué quieren? ¿quién quiere?

Chilla, su voz se vuelve aguda, casi no le sale de la garganta, se lleva las manos al cuello, como si quisiera empujar sus palabras, de pronto tropieza, cae sobre una silla… casi lo agradece, pero no puede dejar de gritar…

-¡Déjenme salir, déjenme!

Llora, sus ojos se llenan de lágrimas, se abraza el cuerpo intentando protegerse no sabe de qué… pero necesita ese contacto…¿humano?

-¡No quiero estar aquí! ¡No quiero estar así…!

La casa está silenciosa, oscura, ninguna luz se filtra por sus ventanas cerradas, nada se oye… ni dentro… ni fuera, si pudiéramos entrar veríamos, en la cocina, a la luz de un fuego que arde, azul y misterioso, el cuerpo de un hombre, ya frío, que con los ojos desorbitados, la boca abierta en un grito, una mueca de horror en el rostro, mira hacia un infinito que nunca podríamos vislumbrar.

18 de octubre de 2022

Manuel de Arpe y Retamiro

 

          De vuelta de este largo verano hoy os quiero traer una noticia que ha aparecido en varios periódicos, noticiarios de la televisión y páginas de internet, un acto que aunque no atañe directamente a nuestro pueblo, sí lo hace sobre una persona que tuvo, él y sus descendientes, una cierta e importante conexión con él.



          Se trata de Manuel de Arpe y Retamiro, que fue restaurador del Museo del Prado y que compró las ruinas de la ermita de San Cristóbal con la intención de restaurarla y hacer de ella el lugar de su retiro, cosa que no pudo hacer, pero que dejó ese legado a sus hijos y nietos, que han convivido con nosotros (lo siguen haciendo) y que han dejado su huella en muchos de nosotros. Todos recordamos a Rafael, a Conchita… y a sus hijos, Chito, Manuel y Fernando.



          En fin, a lo que íbamos; dos de ellos, Rafael  (Chito) y Fernando, con la asistencia del historiador Manuel Haro Ramos y la poetisa Elina Pereira Olmedo, han sacado a la luz un libro basado en las memorias de su abuelo (Manuel de Arpe) y de su madre (Concepción de Arpe), para mostrar al público las aventuras (y desventuras) que el primero sufrió cuando, durante nuestra Guerra Civil, acompañó las obras del Museo del Prado, desde Madrid a Ginebra, pasando por Valencia y Barcelona, para salvarlas de los bombardeos que sufrió la capital de España durante ese periodo, sus trabajos para que llegasen en buenas condiciones, así como en su viaje de vuelta a España y las reparaciones que tuvo que realizar en cuadros tan emblemáticos como “El 2 de mayo en Madrid” (“La carga de los mamelucos”) de Goya y en otros muchos.

          Una historia bien contada, llena de anécdotas curiosas y de momentos que, a pesar de saber cual fue su final, no dejan de estremecer, de indignar, de emocionar y llenarnos de muchos otros sentimientos.



          Tuve la suerte de poder asistir a la presentación del libro en el Ateneo de Madrid, el pasado día 10 de octubre, saludar a sus autores y, después de leer el libro, aconsejaros su lectura.

          Hasta otra.