28 de noviembre de 2016

Aldeavieja: 1907

          Todos conocéis la cruz de piedra que hay en el camino del Cubillo, nada más pasar el arroyo Tijera que viene desde la cantera, al subir ese pequeño repecho, donde antes nacía el camino que iba hasta la Cruz de Hierro, se alza fuerte y esbelta; su nombre oficial es “Cruz del Tarnedo”, pero, a lo mejor, alguno la ha oído llamar “Cruz del Comandante”, por lo menos yo se la he oído nombrar así a mi madre desde que era pequeño; este nombre se debe a lo que os voy a relatar a continuación.   


     
          Se trata de un suceso que acaeció en nuestro pueblo allá, hace un poco más de cien años, en 1907, y aunque no fuese un acontecimiento extraordinario, sino un accidente fortuito, no deja de sorprender el eco que tuvo en la prensa y viene a retratar, un poco, el día a día en un pequeño pueblo castellano.
       
          El 24 de agosto de 1907, el diario “La Correspondencia de España”, en su edición de Ávila, publicaba la siguiente reseña:

Muerto por un rayo. Ávila 23. Durante la horrible tormenta de esta tarde cayó una exhalación en las inmediaciones de Aldeavieja, pueblo cercano a esta capital, y mató al comandante de la Guardia Civil de esta Comandancia D. Guillermo Ortega, que se hallaba de caza con varios amigos.
          Su muerte ha sido sentidísima, pues contaba aquí con grandes simpatías.

          Este hecho, que puede parecer banal, interesó mucho a todo el país, ocupando su atención a una muy variada serie de publicaciones periódicas, apareciendo la noticia, con variadas interpretaciones en el diario “El Día” y “La Correspondencia Militar”, de Madrid y llegando al “Nuevo Diario de Badajoz”.

          Los dos primeros relataban el suceso de la siguiente manera:

El Día. Comandante muerto.
          Ávila, 23. En las primeras horas de la tarde hallábanse reunidos en las cercanías de Aldeavieja, vecino pueblo, varios amigos, conocidísimos en esta capital, que pasaban el día de caza.
          Como se iniciara una fuerte tormenta, el Comandante de la Guardia Civil don Guillermo Ortega Vargas, manifestó a sus compañeros que no estaban bien todos juntos y él se separó del grupo.
          Momentos después una exhalación cayó sobre D. Guillermo Ortega que quedó carbonizado completamente.
          Los amigos, que presenciaron la desgracia ocurrida cerca de ellos, dieron parte de lo ocurrido a esta capital.
          El Juzgado instructor y el jefe de la Guardia Civil han marchado al sitio de la desgracia.
          La impresión producida aquí por el suceso ha sido grande, pues el finado era muy querido en la población.
          Como el término en que ha ocurrido el suceso está enclavado en la jurisdicción eclesiástica de Segovia, a esta población se ha pedido que se autorice el traslado del cadáver a Ávila.

La Correspondencia Militar MUERTO POR UN RAYO
           Ávila, 23.Varios amigos, entre los que se hallaba el comandante de la Guardia Civil D. Guillermo Ortega Vargas, hallábanse de caza en las cercanías del vecino pueblo de Aldeavieja.
          Como comenzara a descargar una gran tormenta, el Sr. Ortega manifestó a sus amigos que no era prudente el que estuviesen todos reunidos y se separó del grupo.
          Transcurridos breves instantes, una exhalación dejó enteramente carbonizado a D. Guillermo Ortega, dejando aterrorizados a los espectadores de la desgracia.

          No deja de ser chusca la interpretación del periódico de Badajoz que, quizás por la lejanía geográfica del suceso, informaba de una manera muy distinta a las otras publicaciones:

(Nuevo diario de Badajoz)
Fenómenos meteorológicos
          En Aldeavieja (Ávila) se ha desencadenado una horrible y furiosa tormenta de agua y piedra, con acompañamiento de rayos y centellas.
          Uno de aquellos cayó en el cuartel de la Guardia civil, hiriendo al comandante de aquel puesto y a varios guardias.
          En este momento comunican que el comandante ha fallecido.
          La población está aterrada ante la magnitud de la tormenta, que ha causado innumerables daños en aquel término.



          Para saber qué es lo que ocurrió realmente en aquella fecha aciaga, tenemos el relato completo que el 26 de agosto, hacía el corresponsal del “Diario de Avisos de Segovia”, el farmacéutico de Aldeavieja don Gregorio Perlado, en las páginas del mismo; habiendo sido, personalmente, testigo de los hechos:

De Aldeavieja
Muerte de un jefe de la guardia civil por una chispa eléctrica
          En las primeras horas de la mañana del día 23 último, se presentaron en Aldeavieja D. Santiago Magdalena, D. Antonio Martínez y D. Guillermo Ortega, y acompañados por el maestro de este pueblo D. Ciriaco Méndez, dirigiéndose a cazar por las inmediaciones del Santuario de Nuestra señora del Cubillo.
          Serían las once y media de la mañana cuando se formó en estas sierras imponente tempestad seguida de torrencial lluvia, que obligó a los citados señores a buscar refugio en el arbolado que rodea un huerto situado en el lugar llamado “Los Toriles”.
          Apenas llegaron al arbolado, que serían las doce, el D. Guillermo, buscando mejor cobijo que el de sus compañeros, se separó de ellos unos cuantos pasos, colocándose bajo un frondoso árbol; y hallándose aún de pie, sin tiempo para informar a aquellos de la bondad de su nuevo refugio, cayó sobre su cabeza una chispa eléctrica que le dejó muerto instantáneamente.
          Los compañeros, al reponerse de la impresión primera que les produjo la caída de la chispa y ver al don Guillermo en tierra corrieron presurosos hacia él, y anegados de dolor, dos de ellos quedaron a su lado, y el señor maestro corrió pidiendo auxilio al pueblo. Saltando arroyos que la impetuosidad del nublado convirtió en caudalosos ríos, venciendo obstáculos y dificultades que se oponían a su paso llegó a las eras, y enterados los labradores abandonaron sus chozos y sin temor a la lluvia corrieron velozmente en sus caballos al sitio de la ocurrencia, pero desgraciadamente el Sr. Ortega había muerto instantáneamente como antes dijimos y sus compañeros, embargados por la emoción y ateridos de frío por el agua que empapaba sus ropas, se les prestó los auxilios que reclamaba su estado, transportándolos a caballo al pueblo, y quedando otros vecinos del mismo velando su cadáver.
          Avisado el juzgado y guardia civil del inmediato cantón de Blascoeles, se personaron en los “Toriles”, y con sujeción a las prescripciones legales se levantó el cadáver que fue conducido en un carro a la ermita de San Cristóbal, de este pueblo, siendo escoltado por todos los guardias del citado cantón, y gran parte del vecindario de este pueblo. Depositado el cadáver en la citada ermita allí le dieron guardia de honor todos los guardias y velaron voluntariamente muchos vecinos, desfilando todo el vecindario con el mayor orden delante del difunto aplicando pequeña oración en sufragio de su alma.
          Practicada la autopsia en las primeras horas del día 24, a las seis de la tarde recibió el cadáver cristiana sepultura en el cementerio de Aldeavieja, siendo conducido en hombros de los guardias y asistiendo al sepelio todos los jefes y oficiales de la guardia civil de la provincia y el vecindario del pueblo, en masa, sin distinción de sexos ni edades.
          La desconsolada viuda del Sr. Ortega, acompañada de la señora del teniente coronel, primer jefe de la provincia y alguna otra, acudió a despedirse de su desventurado esposo y al verlo en la capilla ardiente, tal fue su emoción, que la acometió un síncope, y después del sepelio regresó a la capital con las señoras que la acompañaban, el coronel señor Abreu y capitán Sr. Garduña; siguiéndola después en otros coches, los demás jefes y oficiales de la guardia civil y otros señores que habían rendido este último tributo de la amistad, siendo despedidos todos por autoridades y vecindario con gran pena, por la causa que motivaba su venida.
          D. Guillermo Ortega había sido primer jefe de la guardia civil de la provincia de Ávila, donde se había ya granjeado las simpatías de todo el elemento civil y militar, por su caballerosidad y fino trato. Poseía la placa de San Hermenegildo y otras varias cruces por méritos de guerra, contando 53 años de edad.
          En el pueblo de Aldeavieja ha producido hondísima impresión semejante desgracia, y el nombre del Sr. Ortega será de imperecedera memoria para estos honrados habitantes, y yo en su nombre desde las columnas de este DIARIO envío a su atribulada esposa, demás familia y todo el cuerpo de la guardia civil el testimonio de nuestra condolencia.
El Corresponsal.

Aldeavieja, 24 agosto 1907.

20 de noviembre de 2016

Leyendas de Aldeavieja: Cabeza Gonzalo

          Existe un lugar, entre el límite de Blascoeles y Aldeavieja, junto a la carretera nacional, que lleva por nombre Cabeza Gonzalo; todos lo conocemos y desde allí hay una bonita vista del pueblo, tendido a los pies de la sierra y asomando entre sus casas la alta torre de la iglesia; tal vez no se sepa de dónde viene el nombre, por lo que voy a intentar explicarlo.
          La historia se remonta a los primeros años del siglo XII, hacia 1109 poco más o menos; los diversos reinos en que se encontraban divididos los cristianos se encontraban inmersos en la tarea de expulsar a los invasores árabes que, tres siglos antes, se habían hecho dueños de la península ibérica; ello no obstaba para que las guerras entre ellos estuvieran a la orden del día y en una de ellas sucedieron los hechos que vamos a contar a continuación y que sirvieron de marco a nuestra relación.
          En Castilla reinaba Alfonso VI que, a fin de asegurar a su descendencia el señorío sobre todas las tierras conquistadas a los infieles, casó a su hija, la famosa doña Urraca, con el rey de Aragón Alfonso I, con lo que el hijo que tuvieran heredaría los reinos de Castilla, León, Aragón y Navarra, quedando como señor absoluto de la Hispania cristiana; doña Urraca ya tenía un hijo de un anterior matrimonio, el infante Alfonso Ramiro (o Raimúndez, según algunas fuentes), con lo que a causa del nuevo matrimonio, perdería sus derechos a reinar.
          En medio de todos estos hechos ocurrieron dos cosas que cambiaron toda la historia y que convirtieron aquel momento en uno de los mejores y más enrevesados capítulos de un culebrón televisivo: por un lado moría el padre de doña Urraca, dejando a ésta al mando del reino castellano; por otro lado las relaciones matrimoniales entre el rey aragonés y la reina castellana no eran nada cordiales, dicho en tonos suaves, infidelidades varias, caracteres incompatibles, etc…; si a esto añadimos los intereses de la nobleza, divididos entre la obediencia a doña Urraca, sus intereses políticos y/o económicos y algún rasgo de patriotismo, nos encontramos con que el bueno de Alfonso I el Batallador, señor de Aragón, invade las tierras de su mujer a la cabeza de un potente y aguerrido ejército, derrotando a castellanos y gallegos en sendas batallas ocurridas en 1110 y 1111.
          Al año siguiente el ejército aragonés se presenta ante las murallas de Ávila, exigiendo su rendición o el juramento de fidelidad a su rey; los abulenses piden tiempo para reflexionar y sus sitiadores instalan el campamento al noreste de la ciudad, en una gran llanura regada por frescos y cristalinos arroyuelos.
          Ocurría que el hijo de doña Urraca, el infante Alfonso, había sido llevado a la ciudad al considerarla como el sitio más seguro de toda Castilla a causa de sus sólidas murallas y del valor de sus habitantes; el Consejo de la ciudad previendo, como había previsto, el sitio del ejército aragonés, había pedido a la nobleza campesina que acudiera con sus huestes a fin de defender la ciudad y al infante. Enterado de ello el rey aragonés, reclama al Consejo que le sea permitido entrar en la ciudad, acompañado sólo de su séquito, para comprobar que el infante, en ese momento teórico sucesor suyo en el trono, se encuentra en buen estado y por su propia voluntad, sin estar retenido ni obligado.
          Al Consejo le parece oportuna la petición y accede a ella; entonces don Alfonso exige, como garantía de su seguridad, la entrega de sesenta rehenes, de entre la nobleza abulense, que serán devueltos una vez él haya visto al niño infante.
          Y es aquí donde entra en juego nuestro pueblo, ya por entonces uno de los más importantes entre Ávila y Segovia y en una zona desde la que se dominaba la llanura castellana y el paso de la sierra que los separaba de los reinos musulmanes; en él tenía su casa solariega un hidalgo, don Gonzalo Zerecedo, maestre de armas y guardián de los pasos del Campo Azálvaro; junto a él una hueste de diez hombres a caballo y veinte arqueros vigilaban los caminos que atravesaban los altos de la sierra, siempre dispuestos a avisar de cualquier incursión agarena y a repelerla si ésta no fuese muy numerosa; don Gonzalo, junto con sus hombres, había sido uno de los ricos homes llamados a la defensa de la capital y del infante en aquellos momentos de inseguridad ante los avances de las tropas aragonesas.
          Don Gonzalo fue, voluntariamente, uno de los sesenta rehenes que pasaron al campo aragonés mientras el rey iba a comprobar la situación del infante.
          Y retomamos la historia, don Alfonso se acercó a las murallas mientras los rehenes marchaban hacia su campamento; al llegar ante las puertas decide no entrar, conformándose con que le enseñaran, desde las almenas, al infante; se cumple su voluntad y éste le es mostrado desde lo alto de los muros; el rey lo ve y se da media vuelta hacia sus reales; al llegar a ellos, furioso quizás por no haber podido doblegar a los abulenses o enajenado por algún disgusto desconocido, manda matar a los rehenes y descuartizarlos, ordenando a continuación que sus cabezas fueran hervidas en unas grandes ollas llenas de aceite; después de aquella sangrienta y sádica jornada don Alfonso manda levantar las tiendas e inicia la marcha en dirección a tierras gallegas a fin de reducir algunos centros enemigos que resistían.
          Cuando el Consejo de la ciudad vio que los aragoneses abandonaban el campo y marchaban hacia el norte y que los rehenes no habían regresado, temiéndose lo peor mandaron a unos caballeros para que reconociesen el terreno, encontrándose éstos con la salvaje acción del aragonés que había abandonado los cadáveres de los sesenta caballeros como pasto de los perros y de las aves; aterrados volvieron a la ciudad para dar cuenta de lo que habían visto.
          El Consejo, enfurecido mandó a dos voluntarios para que alcanzasen al rey felón y le exigieran cuentas de sus actos. Pero esa es otra historia; lo que nos interesa es que las cabezas de los infortunados fueron entregadas a sus familiares, ya que los cuerpos estaban totalmente irreconocibles por su fragmentación y por estar casi devorados, para que fuesen enterradas cristianamente en sus lugares de origen.
          Desde entonces, aquellas praderas al noreste de la ciudad fueron llamadas Las Hervencias, por haber servido para hervir a los nobles abulenses.



          La cabeza de don Gonzalo fue llevada a Aldeavieja y su viuda ordenó fuera enterrada en aquel punto, viniendo de Ávila, desde el que primero se divisase el pueblo; aquel lugar, desde entonces, pasó a llamarse Cabeza Gonzalo en honor del hidalgo y aunque allí se plantó una cruz de piedra con una leyenda en la que se contaba el infortunio y la grandeza de nuestro caballero, ésta, con el paso de los años, desapareció, así como toda memoria de infortunado que allí descansa.

11 de noviembre de 2016

Aldeavieja: un cuento de José Zahonero

     Hoy voy a enseñaros un cuento de un escritor abulense de hace ya más de cien años, José Zahonero, (como veis, el apellido no puede ser más de la tierra) que dedicó muchos de sus escritos a Aldeavieja, sobre todo a la Virgen del Cubillo, haciendo protagonistas de sus múltiples obras a nuestras costumbres y lugares. Se trata de un relato aparecido en la revista “La lectura dominical” en 1907, y que llevaba por título “El santero de la Virgen del Cubillo”.
     Sólo voy a transcribir la segunda parte del mismo, que es en la que trata, específicamente, de nuestro pueblo; el relato comienza mostrándonos un día en la vida cotidiana de una familia en la ciudad de Segovia; después de presentarnos a sus componentes y sus ocupaciones, llega el momento en que se sientan a la mesa para la comida….

     Los niños comían como lobitos. Estábamos contentos, bendecidos por la más dulce y amable sonrisa del ser que más nos amaba y nos ama… dicha de nuestra vida, la bendición de la madre de mis hijos, mi amada compañera. Ella gozaba de vernos contentos. En esto resonaron dos golpes en la puerta de la calle.
     -Diantre, ¿quién, sería? ¡El comendador!
     Bajó la moza a abrir, y luego oímos una voz cascajosa y temblona que murmuró una lamentación o un rezo.
     -¡Vaya, un mendigo!
     Sí, será un hermano, algún vagabundo echado a rodar de puerta en puerta… que vendrá tiritando de frío, mojado… hecho una sopa, con el vestido, si lo tiene, y la capa, si la trae… raídos, y las albarcas, si es que no viene descalzo, destrozadas.
     -Señor ¡es un santero! Trae la estampa de un santo, de una santa… o de la Virgen. Ya es viejo el pobre hombre.
     -Anda con cuidado, chica, no sea algún tunante –exclamé yo, cegado sin duda por el grosero egoísmo de comilón y bebedor…
     Entonces mi mujer exclamó:
     -¡Juan, por Dios!
     Y Maruja, con su voz suplicante, dulce y grave, dábame un oportuno y salvador aviso, como se hace con aquel que por andar ciego o precipitadamente puede tropezar y caer, y con el que por discurrir de ligero está en peligro de pensar o de hacer algún disparate.
     Aquella réplica concisa y oportuna me avergonzó; sin duda hubo de darme en tan breves palabras más que darme hubieran podido los discursos de todos los sabios juntos.
     -Sí, es verdad; ¡yo qué sé! ¿Cómo me atrevo yo a suponer que ese infeliz sea un tunante?... Pero qué quieres, Maruja, así soy; los hombres nos acostumbramos a seguir los juicios necios del mundo… y así nos va. Vaya, vaya, que suba el ancianito. Tendrá frío… veremos ese santo que él traiga, alguna estampeja… con orla de repicoteada bayeta colorada, bordada de hilillo de plata ya ennegrecido… y mucho pintarrajeo.
     Subió el mendigo.
     -Dios los bendiga… y alabado su santo nombre –dijo al entrar.
     -Por siempre sea alabado –contestamos a coro.
     Era un viejo, muy viejo, con la cabeza y las barbas blancas como la nieve.
     -Siéntese, hermano, siéntese- dijo mi mujer.
     Los niños cercaron al abuelo para mirarle y remirarle y mirar sus rosarios añosos y el altarcillo o urna portátil hecha de hoja de lata… dentro de la que, y bajo un cristal, veíase, aunque ya borrosa, la imagen de Nuestra Señora del Cubillo, la Virgen de los pastores.
     -Salí esta mañana mesma de la losa – dijo el anciano- y poney que sólo hace dos días que salí del Cubillo… y de Aldivieja. He andao, como aquel que dice, al retortero por toda esa parte del Espinar… y me he cansado un poco de andar; como que ati cuenta que llevo encima sobre mis ochenta años y cuarenta riales, y drentro de na pus haré, Dios mediante, ochentitrés… Para la Virgen de Agosto los haré.
     Ya no tengo las piernas como en denantes… porque hasta cuasi hogaño he segao en toas las siegas… y he venio trabejando lo mesmo en la criadera que en los esquileos, y eso desde que vine de servir al rey… -¡ya ha llovio!- hasta hoy… día de la fecha. He sio pastor, corriendo pa arriba y pa abajo la tierra toa, y como nenguno la conozgo. Ahora ya está uno algo sordo y no puedo dir a la guarda del apacento del ganao, que no oigo la esquila en cuanto que se desaparta un poco de mi la res…¡Cuánto pasé allá en la guerra!... ¿Y de qué me valió?... Antes si salí con vida, a la santa Virgen se lo debo, que siempre me encomendé a Ella… ¡Cuánto he pasao después en esas tierras!... Tantos años al cuido de las ovejas, hasta que no he podío más… Mi mujer tie ya setenta y ocho años, está la probe hecha una carraca… y nos creíamos ella y yo mesmo cuasi a perecer… y si no hubiera sido por la santa Virgen no lo contábamos; pero el señor Capellán reunió la asamblea de pastores hogaño, y como había muerto el probe tío Cirilo, que había quedao de santero, me dieron a mí el empleo… que esto siempre se hace, ¡quien sabe cuántos años! a los pastores viejos cuando están ya inutilizaos pa el trabajo y no encuentran amo que les dé a guardar ni una mala oveja. 


      A esto de pedir pa la Virgen le decimos aquí quedarse pa la ofrenda. La tuvo tío Melito, bien me acuerdo de él, que yo era chico entonces; después pasó a tío Martín; aluego a Santiago, el de Tejadilla, y a Canuto, y al fin a tío Cirilo, y de este a mis manos. Dios les haya perdonao a toos… como yo les rezo. Soy el pastor más viejo y quié decirse que el más probe de toa la sierra. ¿Qué si saco? Muy dinamente alguna coseja de toas partes… Aldivieja, Brascoelo, Villacastín, Espinar, Balsaín, La Granja y en la mesma ciudá… ¡ahí viene el santero de la ofrenda de la Virgen del Cubillo!... dicen; rezan una salve a Nuestra Señora, echan en el cepillo pa alumbrarle, me dan limosna, me llenan de cuscurros y me regalan con alguna tajadilla y un trago, y Dios nos bendiga a todos…
      Dimos ración y traguejos al santero, estuvo con nosotros hasta el toque de oraciones, y al sonar el Ave María, rezamos ante la santa imagen… y luego el valeroso anciano, recio y lleno de ánimo por la mucha fe que animaba su alma, emprendió de nuevo su camino…
      Los niños despidieron al viejo mandándole besos con sus manos; nosotros, agitando los pañuelos.

      Dejándome profundamente conmovido y preocupado… ¡cuánto aprendí!... Aprendí que nos es muy necesario estudiar las costumbres populares que aún subsisten y que son recuerdos de tiempos mejores… de los tiempos en que la santa Virgen del Cubillo tenía en torno suyo a todos los pastores de la sierra, y en la Virgen ponían su fe, sus amores, sus esperanzas, y de ella esperaban el amparo para la vejez… y la gloria eterna en la vida verdadera.