6 de abril de 2024

La Batalla del Caloco.

 

Invierno de 1808. El día prometía ser difícil, ya desde que salió, de madrugada, del cuartel instalado en una vieja casona de Ávila, o quizás una iglesia (no se había fijado bien), algo le decía que iba a tener complicaciones; el día amaneció y no se veía el sol por ninguna parte; un cielo plomizo y gris lo envolvía todo, las nubes estaban tan bajas que parecía que lo iban a aplastar contra la tierra; hasta el caballo parecía notar que algo iba a ir mal, pues remoloneaba ante cualquier obstáculo y su paso, ya de por sí lento, era más despacioso que nunca.

Iba camino de Segovia, con un mensaje del Emperador para que las tropas acantonadas en las dos capitales castellanas, Ávila y Segovia, se le unieran en la localidad de Villacastín, a fin de participar en la ofensiva que se iba a desarrollar en el norte contra el ejército anglo- español que se encontraba por la zona de Galicia y León.

Su misión era de la máxima importancia, o así se lo habían dicho sus superiores; sólo un hombre audaz podría pasar inadvertido por aquella zona en la que les acosaban los grupos de guerrilleros mandados por un tal “Perdiz”; debía hacerse invisible al pasar por las zonas pobladas y que nada le impidiese llegar a Segovia…

-Invisible seguro que lo voy a ser –pensaba para sí mientras se cubría la cara lo más posible para hacer frente a la ventisca que le atacaba en aquellos momentos- ¿quién me va a ver? ¿quién va a salir con este tiempo infernal?.

Atrás habían quedado los pueblos de Berrocalejo y Mediana; mientras cruzaba el río Voltoya por aquel estrecho puente de piedra ¿sería romano? Henrí Lafevre veía las turbias aguas despeñarse en torrentera por el cauce.

Sabía que aún le quedaba por pasar un pueblo, Aldeavieja, y después podría parar en Villascastín, donde había una pequeña guarnición vigilando aquel cruce de caminos y podría descansar aunque sólo fueran unos minutos… ¡y tomar algo caliente, por supuesto!

Después del río había una larga cuesta que cruzaba un pinar espeso y lúgubre, se apretó más la pelliza y animó a su caballo:

-Venga, bonito, que ya falta poco… aguanta y te ganarás un buen forraje con cebada incluida…

Cuando llegó arriba se paró un momento para ver lo que le quedaba de camino: a la derecha la sierra, blanca y poblada de árboles le pareció un lugar inhóspito que podía esconder mil peligros; a la izquierda una inmensa llanura salpicada por las típicas encinas, grandes como casas; de allí soplaba el viento que llevaba la nevada, un viento del norte que no encontraba, a su paso, nada que lo frenase; frente a él, a media legua escasa, debía de encontrarse Aldeavieja; tenía que pasar por el pueblo, ya que el camino le cruzaba por su lado sur, no había opción de rodearle pues la sierra lo impedía; habría que confiar en que el mal tiempo no animase a ningún vecino a salir y que su paso fuera inadvertido… ¡ya se vería!

Para evitar, en lo posible, su identidad había cambiado su bonito uniforme de coracero por uno más gris de paisano y el sable lo había sustituido por un buen par de pistolas; ¡ójala no tuviera que usarlas!

Según se acercaba a la aldea agudizó la vista y se agachó lo más posible sobre su montura; podía vislumbrar el humo saliendo de las chimeneas y un olor, mezcla de leña quemada y de guiso de patatas, le hizo desear estar dentro de una de aquellas casas, calentándose al amor del fuego de una buena chimenea… a la derecha la masa de una venta le hizo frenar el paso del caballo, no se veía a nadie, pero no podía confiarse… iba a pasar demasiado cerca… a la izquierda una iglesia de piedra, grande y gris, levantaba su mole como cuidando el caserío, extendido hacia el norte al cobijo de una pequeña loma que le servía de refugio… miró otra vez a su derecha, hacia la venta… las puertas de los corrales, cerradas, le tranquilizaron un tanto, podría pasar sin más peligros que el viento y la nieve; una legua más y llegaría a Villacastín…

Entonces sucedió todo:  dos hombres salieron de una pequeña ermita que estaba un poco más allá de la venta, se colocaron en medio del camino y le apuntaron con sus trabucos; del lado contrario, tras un chozo, salieron otros dos… intentó girar o espolear a su caballo, pero fue inútil, una explosión, un fogonazo y sólo sintió que la vista se le nublaba y que caía lentamente sobre la nieve que cubría el suelo.

 

……….

 

-Estas cartas lo dicen todo –exclamó Juan García Moreno, alcalde del pueblo en esas fechas- una concentración de tropas en Villacastín.

-Pero en Segovia no lo saben… todavía –intervino otro de los presentes-.

-Pero lo sabrán, me imagino que habrán mandado más correos.

-Pero si jugamos con rapidez, puede que consigamos engañarlos de alguna manera.

-Cambiando el lugar de encuentro, por ejemplo.

-Sería una buena idea. Los de Ávila pasarán por aquí para llegar a Villacastín, pero los de Segovia…

-Podríamos cambiar la carta y decir que la cita será en Las Navas de San Antonio y una vez allí….

-En la cima del Caloco…

-Junto a la ermita del Cristo…



Se decidió, pues, escribir otra nota, meterla en las alforjas del caballo que había pertenecido al francés y dejarlo, sigilosamente, a la entrada de Villacastín; allí lo cogería algún soldado de la guarnición y la harían llegar a Segovia; se imaginarían que el correo habría caído en una emboscada y el caballo, en su huida, había conseguido llegar hasta allí.

Así se hizo y, a la vez, otro grupo cruzó la sierra para llegar a El Espinar, donde no había guarnición francesa, y comunicó a las partidas de guerrilleros de la zona el engaño en que creían haber hecho caer a los franceses de Segovia; las partidas de la zona junto a otras de la parte de Aldeavieja y Blascoeles podrían esperar a los franceses escondidos en la cima del Caloco, entre las ruinas de las ventas que allí había y desbaratarles antes de que las tropas llegadas desde Ávila se enterasen de lo ocurrido.

Y así ocurrió, gentes venidas de la parte del Sexmo de Posaderas, de la zona de Zarzuela, de los pueblos cercanos de la sierra, se dieron cita en al Alto del Caloco; pusieron centinelas que les avisasen en la cima del cerro y buscaron entre las ruinas de la venta que estaban frente a la ermita y en las rocas y árboles que cubrían los alrededores de la misma para esconderse de la vista de las tropas francesas.

..........

El tiempo seguía frío y todo estaba cubierto por la nieve, poco antes del mediodía los vigías dieron la voz de alarma: tropas de infantería y caballería se acercaban desde la venta de San Rafael en dirección al cerro; en esos momentos una niebla espesa comenzó a bajar desde las cercanas cumbres  amenazando con dificultar la visión en toda la zona.

Media hora más tarde las avanzadillas francesas, desplegadas en guerrilla, reconocían el terreno; nada extraño se veía, todo en calma, la niebla se iba adueñando del terreno, la nieve que seguía cayendo había borrado las huellas de los emboscados, que dejaron pasar a los exploradores…

-Todo tranquilo, mi teniente, ni un alma.

-Abrid bien los ojos, François y Michel, adelantaros hacia el próximo pueblo, nosotros vamos detrás; ¡Pierre, informa al comandante de que todo va bien!

-¡Jean!, ¡acércate a la puerta de la venta y mira a ver si hay alguien dentro!

La venta estaba abierta, en el zaguán de entrada, al calor de la chimenea, dos paisanos con pinta de pastores charlaban con un vaso de vino en la mano; al abrirse la puerta de golpe volvieron la vista, dos soldados franceses aparecieron en el hueco, sable en mano…

Recorrieron la pieza con la vista, nada sospechoso, todo en calma, el mesonero se acercó a ellos con una jarra de vino…

-Pasad, mesiers, ¿un vaso de bon vino para el frío?

Uno de los soldados sonrió, pero el otro le hizo un gesto negativo mientras miraba tras un mostrador donde se alineaban jarros y tazas…

-¿No vino? ¿no beber?

La venta parecía vacía, lo cual no era extraño por la hora y por el tiempo; así que los militares, tras curiosear por alguna de las habitaciones vecinas y no encontrar ni gentes ni señas de armas volvieron a salir.

-Nada, mi teniente, el ventero y dos pastores.

-Pues a caballo y hacia Las Navas, antes de que no veamos ni el camino.

La avanzadilla se perdió pronto tragada por la niebla, sin saber que la muerte les esperaba en el próximo pueblo.

Mientras la vanguardia de la columna francesa se iba acercando al falso llano donde se encontraban la ermita y las ventas, un escuadrón de coraceros abría la marcha y servía de guía a unos batallones de infantería que, envueltos en sus capotes, bastante tenían con seguir andando tras trepar, más de andar, por aquellos repechos que subían desde la llanura de San Rafael.

Cuando las tropas comenzaban a pasar a la altura de los edificios un diluvio de balas y de piedras se abatió sobre ellas, al tiempo que con salvajes alaridos salían de cualquier refugio, piedras, árboles, matas, ruinas, decenas y decenas de paisanos vestidos con pieles y con grandes sombreros y armados con una diversidad de armamento producto de la carestía y de la improvisación: viejos mosquetes de caza o trabucos, (naranjeros los llamaban) junto a pistolones, horcas, garios, guadañas, hoces, hasta simples garrotes de nudosa madera, se echaron sobre las sorprendidas y desapercibidas filas galas.

Repuestos de la sorpresa inicial, los soldados formaron en filas y comenzaron a hacer uso de sus fusiles y de sus sables, sobre todo de estos últimos, pues la lucha era más un cuerpo a cuerpo que una batalla campal formal; el resultado estaba igualado, pues la furia de unos estaba compensada por la disciplina y mejor armamento de los otros, pero, a la larga, el cansancio de la subida pesó más y el resultado fue una carnicería entre los militares, aunque los guerrilleros tuvieron, también, muchísimas bajas.

Fue una victoria que, cuando fue conocida por el mando francés, a pesar de no ser importante para la marcha de la guerra, les obligó a ser más prudentes en los sucesivos movimientos de tropas por la zona.

Se dice que, los muertos franceses, fueron sepultados entre las ruinas de la antigua hospedería que hay a la izquierda de la actual carretera viniendo desde Madrid; en una fosa grande, de la que se desconoce la posición exacta; si queréis saber más de esta batalla, conocida como “la “Batalla de El Espinar”, aunque, en mi opinión debería ser llamada “Batalla del Caloco” mirad en la siguiente dirección de internet, donde se dan más detalles: https://elguadarramista.com/2012/03/04/la-batalla-de-el-espinar/.

Y recordemos que vecinos de nuestro pueblo lucharon, unos murieron y otros triunfaron, en aquella guerra contra los invasores franceses.



8 de marzo de 2024

Curiosidades

 

           El 28 de julio de 1980, hace SÓLO cuarenta y cuatro años, el Diario de Ávila publicaba una hoja especial titulada “Gentes, Tierras y Fiestas de Ávila” (una iniciativa de la Excma. Diputación Provincial),  que escribía el periodista Juanjo García.

          En ella se aparecían dos epígrafes relativos a nuestro municipio, uno de ellos, acompañado de un dibujo, cuyo autor firmaba, simplemente, como MARIANO, se refería a un refrán que se había oído en Blascoeles “DE PADRE VIRTUOSO, HIJO VICIOSO” y que aquí abajo mostramos:



          El otro se titulaba “EL RINCON DE LA COCINA” en el que se transcribía una receta que había sido tomada en Aldeavieja, no indica ni el quién ni el cómo, así que si alguien se acuerda de que hace 44 años dio una receta a un periodista, que nos lo diga, nunca está de más tener más información.

          Esta era la receta:

PATATAS COCIDAS CON HUEVOS ESCALFADOS

(Receta tomada en Aldeavieja. Textual)

Se pone aceite en una sartén, se fríe un poco de cebolla picada, un diente de ajo picado, un poco de perejil y pimiento verde, si lo hay. Cuando está esto un poco frito se echa en las patatas –que están en una cazuela peladas y picadas- y se deja todo rehogar un rato, moviéndolo para que no se peguen las patatas. Luego se pone una media cucharada de pimentón. Se echa agua, sal y se pone a cocer lentamente. Al momento de ponerlas a la mesa se echan unos huevos crudos para que se escalfen.

12 de febrero de 2024

Los Monolitos

 

Hoy vamos a recordar cómo y cuándo se levantaron los dos monolitos de piedra que se encuentran en el límite de las provincias de Ávila y Segovia, separando o uniendo Villacastín con Aldeavieja.

El Diario de Ávila, nos regalaba, el 13 de octubre de 1958, la siguiente noticia:

 “El viernes por la tarde, nuestras primeras autoridades, Corporación provincial en pleno y jerarquías y representaciones abulenses se trasladaron al límite de la provincia, en la carretera de Madrid, donde la Diputación de Ávila ha colocado recientemente dos soberbios hitos construidos en piedra granítica y en los cuales, con las inscripciones señalando el lugar en que empieza la Tierra de Ávila, figuran, también labrados, los nombres de Teresa de Jesús e Isabel de Castilla.

El acto de bendición, en el que ofició el muy ilustre señor Teodoro García Robledo, secretario canciller del obispado y asesor religioso de la Jefatura Provincial del Movimiento, fue presidido por el gobernador civil, don José Antonio Vaca de Osma, y presidente de la Diputación, don Ramón Hernández, con quienes se hallaban autoridades, jerarquías y personalidades.

Asistieron también al acto el alcalde de Aldeavieja con varios miembros de la Corporación local, que cumplimentaron a las autoridades provinciales abulenses.

Los dos pilares instalados en aquel lugar tienen una altura de tres metros quince centímetros y se asientan sobre una base de un metro cuarenta de lado, disminuyendo este ancho, primero a uno veinticinco y luego a noventa y tres centímetros.”

Gustó mucho, en aquel entonces, la idea, tanto en el pueblo como en la capital, y pocos días después (el 25 del mismo mes) uno de los colaboradores del periódico, bajo el pseudónimo de Pedro de Ulaca, escribía las siguientes líneas que hoy nos suenan un poco trasnochadas, pero muy al gusto de la época:

Dos monolitos.

Cada uno de ellos, una sola piedra, (esto significa mono-lito), firmes, sobre su base con la gravedad del granito imperturbable que aguanta el transcurso de los siglos, los dos monumentos –monumento quiere decir aquello que avisa o advierte de un hecho, de una realidad y en este caso de realezas- erigidos por la excelentísima Diputación Provincial a uno y otro lado de la carretera de Madrid, parecen gritar con su sola presencia enhiestos, erectos, austeros: ¡¡¡TIERRA DE ÁVILA!!!

Como cipreses, ambos monolitos, apuntan al cielo. Cipreses graníticos, índices de la verdad inconmovible. Recogieron sobre sí las ramas de toda vanidad que es vacío y apretaron sobre su corazón o tronco los valores tan fuertemente que su cuerpo quedó revestido de la sustancia rebosante de dentro afuera y esa sustancia de valores permanentes e inmanentes fosilizada, al estilo de lo material, no halló forma continente expresiva más noble para manifestarse en el tiempo que la piedra granítica, el más antiguo elemento al fin de la base de estas arcaicas montañas abulenses del periodo agnostozoico. Cipreses grises, como en el paisaje son los cipreses más añosos; cipreses sin aire de vanidad porque las galas de sus ramas se comprimieron en la belleza de su verdad escueta y purificada, quedando al margen del camino cual guardianes, índices de metas sublimes y afirmaciones de verdad y de amor: ISABEL y TERESA, Corona y Aureola, Centro y Norma, Reflejos de cielo y Tierra elegida, Corte y Claustro, Fortaleza y Templo, Belleza y Amor, Conquista y Entrega, Acción pasiva y Oración activa, Ofrenda y Contemplación, Caminos paralelos de una Meta común indicados a la entrada de la TIERRA DE ÁVILA extensa cuanto incomprensible.

Y esos monolitos sirvieron, desde entonces, además de para señalar el comienzo de la provincia, para indicar el lugar donde las autoridades, tanto locales como provinciales, esperaban la visita de las personalidades que visitaban Ávila: aparte de los ministros varios que acudían a inaugurar obras o valorar proyectos, podemos citar la visita del Legado Pontificio en 1962 y 1963 con motivo del Año Santo Teresiano; el paso del general Franco camino de Portugal o la de los entonces Príncipes de España, ambas en 1964; otra, muy curiosa, fue la bienvenida al equipo abulense que participó en el concurso televisivo de “Cesta y Puntos” en el que quedaron segundos, en 1968.

Todos estos recibimientos, como se hacía en esos años, eran multitudinarios y al límite de la provincia acudían los alcaldes, gobernadores  y otras “autoridades” de los municipios por los que pasaba la comitiva y, por supuesto, los sufridos habitantes de los pueblos y los niños de las escuelas moviendo, entusiasmados, banderitas y mostrando grandes pancartas agradeciendo la visita y dando gracias por… ¡a saber qué!.

A partir de 1970 estas maneras “populistas” fueron desapareciendo y el paso de los próceres se hace de manera anónima y callada.

En febrero de 1980, El Diario de Ávila publicaba la siguiente noticia.

En la entrada a la Provincia por la carretera de Villacastín, existen unos monolitos de granito, que advierten al viajero el límite geográfico de Segovia y Ávila. Con motivo de la reparación de dicha carretera que, dicho sea de paso, ha sido muy bien asfaltada, el cerco y asientos, que se hallaban junto a los citados monolitos, han quedado fuera de línea o se hallan desparramados por el suelo. No sabemos a quién corresponderá volver a colocar las cosas como estaban, pero es necesario hacerlo, porque la primera impresión que recibe el viajero, que viene a nuestra ciudad desde la capital de España, es poco grata y da una sensación aparente de dejadez y abandono, que no corresponde con la realidad.

Aquello se arregló, por supuesto, pero la noticia no deja de querer indicar que, los monolitos, ya habían dejado de ser un punto señero de reunión y de bienvenida.

Si recordáis, en ellos estaban grabadas las palabras AVILA, dando a entender que comenzaba la provincia, en las caras que se veían al salir o entrar en la misma; en las caras interiores, enfrentadas aparecía el nombre del jefe del Estado FRANCO y, abajo, en una ponía TERESA DE JESUS y en la otra ISABEL DE CASTILLA, dando homenaje a dos de los personajes históricos más universales nacidos en la provincia.

Pasó, como es lógico, que los monolitos fueron desmantelados para actualizar y normalizar estos letreros y, así, en enero de 1983, se publicaba el siguiente artículo:

Los monolitos que marcan los límites provinciales, desmontados por la Jefatura Provincial de Carreteras.

…El motivo es, según ha añadido (el director provincial del MOPU) quitar la parte de la piedra que contenía inscripciones realizadas durante el mandato del anterior jefe del Estado. En algunos casos, como en el del paso a la provincia de Madrid, los monolitos tenían sobre las inscripciones numerosas pintadas.

Un año después los monolitos fueron reinstalados, desapareciendo el nombre de Franco y ahí continúan, señalando, como es su misión, el punto donde comienza la provincia de Ávila, según se viene de la capital del reino.

14 de enero de 2024

Aldeavieja, 19 de enero de 1972

 

Han sido muchos los artículos que el periódico “El Diario de Ávila” ha dedicado a nuestro pueblo; hoy he elegido uno que se publicó hace 52 años, el 19 de enero de 1972, dedicado a ensalzar a la población, contando cómo y de qué se vivía en esos años; qué es lo que había de interés y cual podía ser su futuro.

Leedlo y sacad vosotros mismos las conclusiones, ¿se ha cumplido el pronóstico? ¿se ha mejorado, se ha empeorado?; seguro que cada cual opinará de una manera diferente, pues para eso cada uno es como es; en fin, aquí os lo dejo:



ALDEAVIEJA RENOVADA

Entre los pueblos que más puedan entusiasmar a sus visitantes ciertamente que uno es Aldeavieja. De su grandeza nos dan ideas los datos correspondientes a la División Territorial de 1833, citando las Ermitas monumentales de San Cristóbal y del Santísimo Cristo de la Agonía; el Santuario de Nuestra Señora del Cubillo, las Tenerías que suponen industria, la Mina de San Nicolás de óxido de hierro en explotación al año 1860… Sobre la carretera de Villacastín a Vigo directamente enlazado con ella, celebra el pueblo su fiesta de San Sebastián precisamente el día 20 de enero conforme a la tradición y arden sus entusiasmos de fe mariana en la jornada del día ocho de septiembre, Natividad de la Santísima Virgen, con sanos esparcimientos de romería popular en las praderas que rodean el templo renacentista del Cubillo, que yendo a Madrid divisamos desde la carretera fácilmente.

Nos han dicho que posee el Ayuntamiento unas canteras en lo que fueron Tenerías, percibe ingresos por la barda de El Robledal y los pastos comunales. Que se mantienen sobre el término unas doscientas cincuenta vacas; cuatro o cinco parejas de mulas por haberle quitado al ganado de tiro su terreno cinco tractores…

Se contaban al tiempo de nuestra visita en el pueblo cuatro borriquillos para exhibición ante los turistas y de dos mil quinientas a tres mil ovejas. Se habían quitado los impuestos y todo marchaba en forma para obtener el alcantarillado y el agua dentro de las viviendas. La emigración a Madrid es fuerte todavía; mas parece haber remitido bastante la dispersión de gentes, En Francia sólo dos familias. Y a cambio ha ganado la ocasional afluencia del verano: destino de nuestros pueblos de vender aire, luz y agua para saturación de organismos minados por la contaminación atmosférica de las grandes urbes…

El templo parroquial es hermoso, cual muestra la composición fotográfica de Mayoral, que publicamos en primera plana. De gótica estructura su nave principal, destacan las correctas líneas de un retablo neoclásico al interior, con la imagen del Santo Capitán de mártires asaetado debajo del Calvario y sobre el clásico ostensorio… La capilla renacentista lateral, con tejado del estilo madrileño, es fundación de don Luis García Cerecedo y doña María Herrera.

Aldeavieja es un pueblo ciertamente renovado y con amplio porvenir; pero, al compás de los tiempos, conviene que comprenda la necesidad de cuidar su paisaje y de que permanezca su templo, y que de las ruinas históricas no caiga otra piedra. Los chicos de Aldeavieja deberían cultivar un arbolado conveniente rodeando el montecillo coronado con arquerías airosas y románticos muros… Misión rescate.

Pedro de ULACA