11 de septiembre de 2020

Aldeavieja: una historia que pudo ser: el chozo. VI

 

(continuación...)



-Cuanto más lo pienso más se dirige todo en una dirección: el único punto en común de todas las víctimas es… el chatarrero, conocía a la chica, o por lo menos a la madre; coincidía muchas veces con el mulero en el camino y en los pueblos… y, finalmente, es el último que vio con vida a Antonio; tiene que ser él, por narices… no hay otro sospechoso.

Así cavilaba el cabo en su despacho, todo apuntaba en esa dirección, pero algo no cuadraba, algo había en toda aquella historia que no acababa de convencerle; sí, el chatarrero era el más indicado, pero, entonces, qué hacía ahora mismo allí, en la plaza del pueblo, vociferando su mercancía para atraer a las mujeres…? ¿no habría sido más lógico, si era el culpable, desaparecer por un tiempo? ¿irse al sur unos meses, que la gente se olvidase de todo aquello y no mostrarse, como lo hacía, en medio de todos, contando a quien quisiera oírle que él fue el último que vio al guardia civil asesinado?; no, algo fallaba en esa teoría; el chatarrero era demasiado obvio… pero, entonces ¿quién?.

En la comandancia ya le habían dado un aviso, querían a alguien, querían un sospechoso que se pudiera llevar ante un juez, que enseñar a la prensa y, aún más, a la gente de los pueblos para que volvieran a confiar en ellos, en que eran capaces de encontrar a un asesino que perturbaba sus vidas y amenazaba su tranquilidad; sería muy fácil entregarles al chatarrero… pero no, no estaba seguro de que fuera el culpable; tenía que dar más vueltas a aquel asunto…

Si por lo menos Arturo cooperase… pero no, su subordinado parecía alejado de todo aquello, como si no fuera con él; después de encontrar el cadáver de Antonio se había desatendido de toda la investigación; no quería hacer nada en aquel asunto y cuando se le ordenaba… obedecía sí, pero con una desgana que daba a entender que nada bueno o nuevo iba a encontrar y que ninguna idea o pista iba a aportar; le extrañaba su conducta, pues aunque comprendía que todo aquello había resultado muy duro para él, también era verdad que en peores situaciones se habían encontrado antes.

-Arturo no es como antes, no sé qué le pasará… si por lo menos se abriera como en los viejos tiempos y me contara lo que le pasa o lo que pasa por esa cabeza…

El cabo se levantó pesadamente de la incómoda silla de madera que utilizaba cuando se sentaba en su despacho; era incómoda y dura, pero la quería así, para estar en ella el menor tiempo posible… y esta vez llevaba demasiado; le dolían las nalgas y pensó que si sacaba aquella botella de aguardiente que tenía en el armario e invitaba a Arturo a una copa… a lo mejor, entre los dos, volvía a surgir el diálogo o se les ocurría algo que les llevase a buen puerto.

-¡Arturo, Arturo!, sal de tu guarida y ven a mojar la garganta con tu cabo.

Llegó hasta la puerta del cuartucho donde dormía y tenía sus cosas el guardia y vio que estaba entornada…

-¡Arturo!, no te hagas el sordo…

Al empujar la puerta comprendió por qué Arturo no le contestaba… allí, frente a él, colgado de una soga, se balanceaba el cuerpo sin vida de su amigo…

El estrépito de la botella al estrellarse contra el suelo fue el único sonido que se escuchó en el cuartelillo en aquella calurosa tarde.

Manuel, que así se llamaba el cabo, tenía ante sí, sobre la mesa de su despacho, unas pocas hojas de papel en las que, con su caligrafía cuidadosa y elegante, Arturo explicaba el cómo y el por qué de todas sus andanzas.

Las había leído un par de veces intentando entrar en la cabeza del que fue su subordinado y amigo y comprender todo el infierno por el que había pasado… empezaba así:

Querido Manuel, me sabe mal hacerte esto después de todos los años que hemos pasado juntos y las historias, buenas y malas, que hemos tenido durante ese tiempo; pero no puedo dejar que otro cargue con mis culpas y menos el pobre chatarrero, que tiene todos los números para que le toque esta lotería.

Fui yo. Sí, lo confieso. Yo maté al mulero y a la niña, y sí, también maté a Antonio. Te lo contaré todo: yo conocía a la madre de la chica y yo la convencí para que la mandase a este pueblo, ¿por qué?, pues verás, la niña era igual que María; ¿te acuerdas de ella? Ya hace muchos años, en el sur, en aquel pueblo de Ciudad Real donde nos conocimos; nos íbamos a casar, ¿recuerdas?, pero murió de aquellas fiebres que hubo en el año 70; al poco tú y yo nos fuimos trasladados a Extremadura y luego a aquí; en una de las misiones a Peguerinos conocí a la Paca, es una mujer amable y tierna que había quedado viuda hacía poco; me presentó a sus hijas y cuando vi a Herminia vi también a María; eran iguales; me enteré que la pensaba mandar a Aldeavieja con su hermana y yo la animé a ello; soñaba con ella, con verla todos los días, con… en fin, ya sabes, no vivía más que para verla y sólo soñaba con tenerla; cuando me enteré que venía con el mulero no me pude resistir más; salí a su encuentro, en la sierra, y esperé a que llegaran al lugar donde yo sabía que pararían a descansar. No sé qué pasó por mi cabeza, pero mi entendimiento se nubló y aquel hombre honrado y sencillo pagó por culpa de mi lujuria y mi deseo; ella no se enteró cuando me deshice de él, no vio nada y yo la convencí de que había tenido que volverse a por una mula que se le había quedado atrás  y me había encargado de que yo la acompañase hasta el pueblo.

¿Cómo iba a dudar de mí, un guardia que, además, conocía a su madre?; bajamos por el camino y al llegar cerca de los prados de la Jarrera no pude aguantar más, con un pretexto cualquiera la convencí para que me acompañase hasta un bosquecillo cercano, me parecía que estaba con María y cuando la cogí entre mis brazos para besarla ella se asustó, lógico, yo enloquecí y la di un mal golpe, cayó sobre una piedra con tan mala fortuna que se mató; recobré la razón, pero ya era tarde, no sabía qué hacer y la acuchillé como si hubiera sido víctima de un asalto; entonces, no sé por qué arrebato, corté sus botones, como un recuerdo… un mal recuerdo, me di cuenta y los deje allí, en el suelo donde la había matado; después… llevé su cuerpo al chozo que yo sabía cercano con la esperanza de que las alimañas acabaran con él.

Luego, todo ha sido mentir y disimular, dar vueltas y marear la perdiz; cuando me enteré que Antonio iba a Peguerinos vi que aquello se iba a descubrir; allí le contarían mi relación con la Paca y Antonio era muy bueno atando cabos; salí a su encuentro y, ya sabes, cuando se empieza algo… hay que acabarlo; aunque sea un crimen.

Todo mi mundo se había derrumbado; yo, un representante de la ley… no era más que un vulgar criminal, una vergüenza para el Cuerpo y para mis compañeros; me había aprovechado de nuestra amistad, de tu confianza y había manchado mis manos con demasiada sangre inocente… no merecía vivir”.


FIN