1 de junio de 2020

Aldeavieja: 8 de septiembre de 1926


     En 1926, Fidel Pérez Mínguez, bibliotecario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y autor de crónicas de sociedad para la prensa de Madrid, pasó sus vacaciones veraniegas, como hacía casi todos los años, en Las Navas del Marqués; desde allí y para solaz de los lectores del BOLETIN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE EXCURSIONES, realizó un viaje, en autobús, desde Segovia a Villacastín para relatar sus peripecias y describir los monumentos y sitios de interés que en la citada villa había; al salir de visitar su famosa iglesia parroquial, se encontró con otra sorpresa más, pues los lugareños se estaban preparando para acudir a la romería de la Virgen del Cubillo, era 8 de septiembre casualmente, y, ni corto ni perezoso se apuntó a ella y nos dejó la siguiente descripción de la fiesta, aderezada de una amplia y detallada imagen de lo que era un carro boyero; he aquí su relato:

     Al salir del templo de San Sebastián, la luz del Mediodía, descendiendo esplendorosa del estirado cobalto del firmamento, nos ofuscó.
     Y un imprevisto cuadro exaltó la alegría del vivir.
     Eran los romeros que iban camino de la ermita de Nuestra Señora del Cubillo, que se levanta en el vecino pueblecillo de Aldeavieja.


     Los carros, adornados con ramaje y vistosas telas cuajadas de flores de fantasía, pasan lentos, tirados por bueyes, transportando cantarina juventud... Sobre machos poderosos, arrogantes caballos o humildes asnos, van otros romeros; algunos, conduciendo en las ancas de la caballería su compañera presente o futura..... A píe, y algunos descalzos, marchan, en fin, no pocos camino de la venerada imagen a dar gracias o a pedir beneficios.
Mis bondadosos huéspedes preparaban el carro, que no es posible intentar otro vehículo para tal camino, que habría de conducirnos a la romería.
     No es cosa tan mollar aliñar un carro boyero para que vaya en condiciones, si han de ocuparle los amos.
     Lentamente sujetó el mozo el úbia, o yugo sin palos, al mástil con el largo sobeo o correa. Avanzaron, remolones, los rubios bueyes, y hubo de persuadirles el boyero para que inclinaran la cerviz bajo la camella del yugo, atando los cuernos por medio de la coyunda y trebejos a la camella respectiva. Clavó seguidamente el teixador o cejadero en el mástil para que el yugo permaneciera en su lugar.
     Olvidósele y fue el mozo por los rodetes, esto es, el mullido que se coloca entre los cuernos para la defensa del testuz cuando los bueyes no tienen trascuerno. Sintiéronse más cómodas las bestias y sacudieron las colas, signo de alegría sin duda.
     Con la pausa que transmite al hombre la serenidad de una vida, campesina, en que por meses se cuentan las fechas de las labores y el crecimiento y sazón de lo sembrado, entregóse el boyero a repasar el carro.
     Nada, por lo visto, advirtió en el escaño o plataforma.
     Al mástil o pértiga central, la columna vertebral del carro, únense a derecha e izquierda sendos tableros, las soleras, más cortos y más anchos que el mástil, ya que éste, además de formar parte del escaño, es la lanza que separa los bueyes. Completan la plataforma las galopas, dos tableros más colocados [unto a las soleras y otros dos palos recios, que se llaman estaqueros por clavarse en ellos las cadenas o estacas en donde se apoyan, por el lado interior, los tapiales o tableros verticales que cierran el carro por los costados. La pértiga, soleras, galopas y estaqueros están sujetos, uniéndoles en el cabezal o pescante y en la parte trasera, por recias reglas de hierro clavadas en los tablones.
     Tampoco había cuidado con las ruedas, compuestas de seis quinas o trozos de madera; no faltan las volanderas o arandelas que las sujetan al eje, y esta puesto el sontrozo o chaveta que taladra éste para que aquéllas no se salgan; recubre el cubo de las ruedas los buceles de hierro, y el cubrepolvo le defiende del barro que la llanta levanta en su lento y pesado rodar.
     Y convenientemente preparado todo, salieron el carro y peregrinos camino de la ermita que guarda en el pueblo de Aldeavieja la venerada Virgen del Cubillo.
     El siempre aconsejable acomodamiento a las circunstancias de lugar y tiempo y la inexorable ley de las relatividades, llevan y traen el ánimo a los goces más imprevistos, promovidos, sin duda en gran parte, por el contraste y el instintivo placer de la novedad. Y nada digamos si la imaginación retrotrae los hechos a tiempos pretéritos: Felipe II viajaba más a gusto en carro que en silla de mano en sus viajes a Aragón y Lisboa...
     La ermita de Nuestra Señora, emplazada en donde se construyera la primera en el siglo xv por Juan II, es de construcción barroca, es otra Catedral enriquecida en el transcurso de los siglos por la generosidad de afligidos y de consolados. Los castigados por el infortunio claman ante la hermosa imagen para que mitigue sus tristezas; y los que por intercesión de la Virgen del Cubillo vieron cesar sus males, acuden también ofrendando unos y otros, con su corazón, aquello que entienden habrá de ser agradecido por la Madre del Salvador o servir de estímulo a los devotos o más rendido homenaje a la Reina y Madre de Misericordia.
     Salió la procesión del templo, colocándose a la Virgen sobre un carro triunfal. Apenas traspuso las puertas, las madres sientan sobre las grandes andas a sus hijos para que la Virgen del Cubillo les libre de todo malo, remedie sus enfermedades, costumbre ésta conservada al través de los siglos y repetida en lugares lo más distantes.


     Aún se conserva aquélla en la romería de Nuestra Señora de la Cabeza, santuario a tres leguas de Andújar. Y si hemos de creer al citado Ginés Carrillo de Cerón, los mayores milagros que obra esta Virgen son el salvar a aquellos que disfrutaron los beneficios de la imagen, pues al advertir los romeros el milagro caen sobre el que de él disfruta "y le van quitando cada uno del vestido lo que puede para llevarlo a su tierra, porque tienen por reliquias el vestido del en quien Nuestra Señora obra".
     Repican las campanas, la música interpreta solemnes marchas; reza el clero, y en cuanto cesan el rezo y las trompetas, es la dulzaina, la castellana dulzaina, la que grita y chilla. Los mozos, en larga hilera, danzan delante de la Virgen, sólo los varones; y cuando aquélla cesa en su canto recio y bravío, dan los mozos estentóreos vivas a la Virgen.
     Y así, con estos variantes, recorre la procesión el extenso y animado campo.
     En el camarín de la Virgen del Cubillo existen dos o tres cuadros de flores, bastante buenos. Ha debido haber algunos más. Y entre los exvotos y lienzos reproduciendo con muy diverso arte los milagros registrados, sorprende tal cual óleo de singular interés, alguno es posible que de egregios pinceles del siglo XVII.
     Negrillos gigantescos prestan sombra a los peregrinos que sobre el césped yantan; y cuando el sol "depingue la porción rosada", que dijo Lope de Vega, se retorna a Villacastín, caminando perezoso el carro boyero por junto a jóvenes pinares, huertas monjiles, robledales y alborotadas eras en plena labor de trilla y limpia de cereales ...
     En los portales de las vetustas casas asoman viejas y jóvenes, inquiriendo de cuantos llegan cómo ha estado la famosa romería de Nuestra Señora del Cubillo; contestaciones que serán comento para largas mujeriles disquisiciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario