11 de octubre de 2020

Aldeavieja: El retablo de la Virgen del Rosario en la iglesia parroquial.

 

     Hoy vamos a continuar dando otro apunte sobre la riqueza artística de nuestro pueblo; una vez más se encuentra en la iglesia parroquial y, también, se trata de un retablo. En el lado del Evangelio, esto es, a la izquierda del altar mayor, está el retablo de la Virgen del Rosario; su construcción se debe a nuestro antiguo conocido Luis García Cerecedo, el mismo personaje que mandó levantar la Capilla de San José en la propia iglesia.

     El comienzo de ejecución de este retablo se puede datar en alguna fecha posterior a 1670, hacia 1672. En todo caso es anterior a 1676, porque en su testamento de ese año ordenó Luis García Cerecedo que “los retablos que tengo hechos y puestos de madera, uno en la iglesia y otro el principal de la hermita del señor san Cristóbal, se doren y encarnen los santos conforme al trato que tengo hecho con Pedro del Oyo, dorador, y se a de encarnar el Santo Christo de San Cristóbal y se ha de hacer un árbol al santo Cristo de la Oración del Huerto”; su artífice fue Sebastián de Benavente, el mismo que hizo el retablo de la Capilla de San José y otros cuantos más, en Aldeavieja, de los que ya nos ocuparemos, y que tuvo una gran amistad con el donante del que tratamos.

     Sobre el retablo, en las pechinas, hay dos tarjetas con escamas en la parte baja y alta, en que hay una cabeza de serafín. Los interiores tienen las inscripciones “ESTE RETABLO DIO LUIS GARCÍA DE CEREZEDO” “Y MARÍA DE HERRERA SU MVGER AÑO DE 1677”.


     Ahora pasemos a una descripción del mismo.

     El retablo consta de sotabanco de piedra y banco de madera, en él hay dos pinturas, una a cada lado, que representan a la Virgen hilando y San José con el Niño; en el centro, y cerrando el sagrario hay una pintura del Pelícano sacrificándose por sus crías. Los cuadros parecen ser de Matías de Torres (Aguilar de Campoo 1635 – Madrid 1711), amigo y compañero de Herrera el Mozo, con quien compartió diversos encargos, se dedicó principalmente a la pintura de pequeños cuadros para retablos.

     La imagen del pelícano se debe a una antigua creencia de que esta ave hacía sangrar su pecho, a picotazos, para alimentar a sus crías (realmente se debía a que se golpeaba el pecho para regurgitar el alimento con que las saciaba) y pasó a convertirse, para la Iglesia católica,  en una imagen del sacrificio de Jesucristo que, con su vida, redimía a la Humanidad; sobre todo al final del siglo XVII y a los inicios del siglo XIX, el pelicano se retoma como signo de la dedicación de los padres hacia los hijos y como símbolo de la muerte de Cristo.

     En el cuerpo principal, en el centro, hay una hornacina que contiene una imagen de la Virgen con el Niño, al que sostiene con la mano izquierda y un rosario en la derecha, duplicado por uno de madera dorada de doble cadena y florones a intervalos, que está en el fondo de la hornacina y rodea al grupo; los dos llevan unas aparatosas coronas de plata en la cabeza que no formaban parte de la imagen original, ya que no se adaptan y están sobrecolocadas.

     A los lados de la escultura central, en ambas hornacinas, se encuentran las imágenes de San Antón, a la derecha, y San José, a la izquierda.

     San Antón, patrón de los animales, está representado por un anciano, con hábito de monje, que lleva en su mano derecha un bastón o cayado, y en la izquierda un libro cerrado (que originalmente debía de llevar en la mano y que actualmente le cuelga de la muñeca por una correa), a sus pies, un cerdito, con un lazo del que colgaría una campanilla, completa su simbología. No es la original del retablo, que ignoramos cual sería, pero no hay más que ver su desigual tamaño comparado con las otras imágenes y cómo se sale de la hornacina que lo contiene.

     La escultura de San José, en el lado izquierdo, sí parece ser de la obra original, aunque le faltan los atributos típicos; la vara con azucenas que sostiene en la mano derecha, que debería estar apoyada en el suelo, representa la castidad y en la mano izquierda, que se representa abierta como si le faltase algo, debería llevar alguno de los útiles característicos de su profesión: carpintero.

     Finalmente, en el ático, en una caja profusamente adornada y con un fondo pintado imitando jaspes rojizos y verdes, se encuentra una magnífica talla de Cristo atado a la columna. Se desconoce al escultor que talló las imágenes que adornan el retablo, aunque es seguro que pertenecía al círculo de Sebastián de Benavente, y casi seguro que fue más de uno, pues hay una gran diferencia entre la talla de la Virgen y las otras, sobre todo del Cristo atado a la columna, que sobresale por la pureza de sus líneas.

     Todo el retablo, pintado y dorado, está adornado con florones, rosetones, filigranas y cuentas, formando un conjunto de una gran riqueza ornamental.

     La lástima es el estado en que se encuentra actualmente, aparte de los dorados que se han perdido y los desconchones de la pintura en diversos sitios, necesitaría una restauración, en profundidad, tanto de las pinturas como de las imágenes esculpidas, antes de que sea irremediable.

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