8 de noviembre de 2024

Aldeavieja: las elecciones de febrero de 1936.

 

Vamos a rebuscar un poco en la historia y detenernos en un momento clave: febrero de 1936, las elecciones generales (últimas celebradas durante la Segunda República) y que fueron una de las causas de la posterior guerra civil (a sólo cinco meses de distancia).

Todos tenemos una idea, casi preconcebida, de que nuestro pueblo fue y es un pueblo de derechas, como casi todos los pueblos de Castilla, en aquella época gobernados por los caciques y con una pobreza galopante que era lo normal en muchos de sus habitantes.

Pero vamos a situarnos en el marco histórico; el presidente de la República disuelve las Cortes ante el clima de tensión que hace ingobernable el país, se espera que una rotunda victoria de una de las dos facciones: derecha o izquierda, lleve al país en una dirección u otra, pero que sirva para acabar con las huelgas, las amenazas involucionistas del Ejército y toda una serie de malas medidas (o quizás no tan malas) pero que no contentan a nadie.

Se convocan elecciones generales para el día 16 de febrero de 1936 y los partidos políticos se apresuran a realizar coaliciones entre ellos y a dar a conocer a los ciudadanos sus programas para una mejor gobernanza del país.

Hay que señalar que el sistema electoral vigente se basaba en el voto universal para mayores de 23 años (edad que se señalaba para la mayoría de edad) y que incluía a las mujeres. La circunscripción era la provincia, y cada una tenía un número de diputados de acuerdo con su población; en el caso de Ávila se jugaban cinco escaños y el sistema era de listas abiertas, lo que quiere decir que la gente no votaba un partido, sino una persona, y que podía elegir de diferentes doctrinas, mezclando elementos de derechas y de izquierdas; la papeleta sólo podía contener cuatro candidatos.

Los partidos que se presentaban en la provincia de Ávila eran, por la derecha, el Partido Radical, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), el Partido Agrario y Renovación Española; por la izquierda, Unión Republicana, Izquierda Republicana y el Partido Socialista; además, el Partido Progresista, que se podría considerar de centro.

Los candidatos eran:

Partido Radical: José Picón Meilhon

CEDA: Benito Dávila y Sánchez Monje,  Salvador Represa Marazuela.

Partido Agrario: Nicasio Velayos y Velayos.

Renovación Española: José de Yanguas Mesía.

Izquierda Republicana: Tomás Rodríguez González Cabrera y Claudio Sánchez Albornoz y Menduiña.

Unión Republicana: Francisco Agustín Rodríguez.

Partido Socialista: José Felipe García de Muro.

Partido Progresista: José Palmerino Sanromán.


Como era de esperar, la derecha obtuvo una gran victoria en la provincia, saliendo elegidos cuatro candidatos de la derecha y uno de la izquierda (hay que hacer constar que el sistema electoral beneficiaba grandemente a las mayorías, pero eso perjudicaba y beneficiaba a ambas facciones, dependiendo de cada provincia); fueron elegidos los candidatos del Partido Radical, los dos de la CEDA y el del Partido Agrario, además de Sánchez Albornoz por Izquierda Republicana. En toda la provincia había 126.515 electores, de los que ejercieron su derecho a voto 96.815, o sea un 76%, que representa un muy alto nivel de participación.

Y, ahora, vamos a ver qué es lo que sucedió en nuestro pueblo; en primer lugar había 297 electores (ya sabemos, mujeres y hombres mayores de 23 años), de los que votaron 240, un 80%.

La votación fue como sigue:

José Picón (Radical) 116 votos.

Benito Dávila (CEDA) 112 votos.

Nicasio Velayos (Agrario) 87 votos.

Salvador Represa (CEDA) 87 votos.

José de Yanguas (Renovación Española) 31 votos.

Tomás Rodríguez (Izquierda Republicana) 123 votos.

Claudio S. Albornoz (Izquierda Republicana) 113 votos.

Francisco Agustín (Unión Republicana) 116 votos.

José F. García (Socialista) 120 votos.

José Palmerino (Progresista) 49 votos.

Esto nos da una suma de 433 votos para los candidatos de la derecha y de 472 para los de la izquierda (el candidato de Izquierda Republicana Tomás Rodríguez fue el más votado), además de 49 para en centro. ¿Sorprendente, verdad?

(Hay que tener en cuenta que si 240 votantes realizaron 964 votos se debe a que hay que multiplicar por 4, número de candidatos elegidos, como máximo, por cada votante, por el número de electores).


¿Veis?, las cosas no son, ni fueron, como parecen.

28 de octubre de 2024

Ya no doblan las campanas de mi pueblo.

 

¡Escuchad….! ... nada, no se oye nada… ¡ya no doblan las campanas en mi pueblo!

¡Escuchad…! Nada, siempre nada, ya no suenan las campanadas del reloj de mi pueblo.

Duermes y en la noche te despiertas… ¿será tarde? Escuchas… escuchas… nada

Ya no suena aquel reloj…


Aún recuerdo a mi tío, el general, don Andrés, (llamadlo como queráis) el día que empezaba sus vacaciones salir de su casa, cruzar la plaza con la gran llave de la puerta de la iglesia en la mano y subir a la sala del reloj, engrasarle, darle cuerda, arreglar esta o aquella rueda o aquella pesa o el volante y oir, oir las campanadas del reloj…

Ya no suena ese reloj…



Es domingo, va a haber misa y a las doce y  media… ¡Tam!    ¡Tam!   ¡Tam!   toques espaciados de campana que te avisan: ¡tocan a primeras! ¡en media hora estará aquí el sacerdote… y después: ¡Tam, Tam!  ¡Tam, Tam!, las segundas… y a la una ¡Tam, Tam, Tam! ¡Tam, Tam, Tam! suenan mientras entras en la iglesia deprisa, volado, llegas tarde y ves que el cura sale de la sacristía… las campanas…

Campanas que te decían (triste y lúgubremente) que algún vecino había fallecido ¿Quién ha sido? ¿qué ha pasado? Y el día se vuelve gris y triste mientras escuchas la campana doblando a muerto…

¡Es fiesta ¡ y las campanas doblan y redoblan, empujadas por los mozos, voltean alegres, felices, llenando el aire y el día de sonrisas, risas y carreras, hay procesión o no la hay, pero suenan las campanas, ¡es fiesta!

Mediodía, el Ángelus te señala que es la hora de acabar la jornada, hora de volver al pueblo a comer, y las campanas te llaman después de sonar los doce toques…






Campanas, campanas, campanas, llenando los momentos tristes y los alegres.

¡Campanas de la iglesia de mi pueblo! ¡de todos los pueblos!

¡Escuchad!

¿Por qué no suenan las campanas en mi pueblo?


21 de octubre de 2024

Una leyenda sobre la ermita de San Cristóbal.

 

     La noche hacía horas que había cerrado, las estrellas se escondían y volvían a aparecer entre jirones de nubes que el viento desgarraba; Doroteo volvía al pueblo tirando del asno cargado de leña; el invierno se había presentado más frío de lo normal y las podas realizadas en el cercano robledal y en el pinar de la sierra no daban abasto para cubrir las necesidades de los vecinos; él mismo había tenido que recurrir a la fresneda del pueblo vecino para abastecerse, había aprovechado las horas en que el día moría para, al amparo de la oscuridad, cargar el borriquillo con la entonces preciada mercancía, sin riesgo a ser descubierto y denunciado.


     El camino se empinaba poco a poco hacia la aldea cuando llegó a la bifurcación, sin dudar se dirigió por el de la derecha, más estrecho y pino, pero que le cubriría más de las difíciles, pero no imposibles, miradas de algún vecino.

     Dio un tirón a las riendas del animal para que éste avivase el paso y poder subir con más comodidad la cuesta; delante suyo, a la derecha, destacaba sobre la nieve la oscura masa de la iglesia-convento, de la que sobresalía la triangular espadaña, como un reto, hacia el cielo. Apresuró el paso, se contaban cosas muy extrañas sobre aquella iglesia, que estaba bajo la advocación de San Cristóbal, desde que se construyó la nueva y los monjes habían ido marchando poco a poco; en esa época ya sólo quedaban dos o tres, que se habían resistido a abandonar el lugar donde habían permanecido toda su vida.

     Soplaba el viento silbando entre las ramas de los árboles que lindaban la parte izquierda del camino; Doroteo iba pensando qué calles escoger para llegar a su casa cuando algo le hizo levantar la vista del camino; se paró un momento, apretando fuertemente las riendas del animal con las manos; le había parecido escuchar algo; miró a su alrededor; a su izquierda la oscura pared de los árboles, a la derecha el montículo blanco coronado por el convento... sí, allí, sobre la nieve de la ladera, unos veinte pasos delante suyo, destacaba un bulto oscuro, una forma que se movía en extrañas contorsiones, como celebrando un rito oscuro y olvidado; Doroteo se arrimó a los árboles con el propósito de pasar inadvertido, fijó detenidamente la vista en aquella figura, sí, era un monje, la oscura capucha le cubría la cabeza y el blanco cordón destacaba atado a la cintura; ya Doroteo se disponía a acudir a su lado por si necesitase su ayuda, cuando lo que vió le hizo apretarse contra los árboles con la boca y los ojos abiertos por el asombro.

     El que le había parecido un monje se desprendió del hábito, sacándoselo por los hombros, y ante sus ojos atónitos quedó una mujer, desnudo el cuerpo, con larga cabellera rubia, que parecía bañada por una luz que emanaba de ella misma.

     Permanecía de espaldas a él, con los brazos levantados, y pudo escuchar una palabras, para él incomprensibles, pero que parecían taladrar la noche:

 

Quid loqueris et ubi, de quo, cui quomodo, quando...

 

     Sonaban como una pregunta, altanera, impertinente, y a Doroteo le pareció que, por un momento, así debían hablar las diosas paganas a las que algunas veces se referían sus abuelos.

     La mujer permanecía de espaldas, quieta, como indiferente al frío reinante; su cuerpo blanco parecía confundirse con la nieve; de pronto comenzó a andar, despacio, pero decididamente, hacia el convento, subió los escalones de piedra que llevaban a la puerta de la iglesia y golpeó ésta, repetidamente, con el puño cerrado; al cabo de un momento la puerta se abrió y la mujer desapareció de su vista...

     Todavía aturdido por lo que había visto, Doroteo parecía un árbol más junto al camino; se frotó los ojos, sobre la nieve permanecía el oscuro hábito que la mujer llevaba puesto, no había sido una visión...

     Al fin se decidió, ató el asno a un tronco y fue siguiendo las huellas que los pies de la mujer habían dejado sobre la nieve; pronto llegó hasta el portón, con precaución lo empujó, notando, sorprendido, que cedía ante su presión; despacio fue abriendo la hoja y se asomó al interior; reinaba la oscuridad más completa, sólo la lucecilla del sagrario arrojaba un pálido reflejo rojizo sobre el altar mayor. Pronto sus ojos se fueron acostumbrando y distinguió los borrosos perfiles de la arcada que separaba la nave mayor de la capilla de la entrada; avanzó hasta el refugio que le ofrecía la columna en la que descansaban los arcos y desde allí paseó, más cómodamente, su vista por el interior de la iglesia.

     Le resultaban completamente familiares todos y cada uno de los rincones y, después de una rápida inspección, dirigió su mirada a las únicas salidas que ofrecía la nave; a la izquierda la puerta del norte, nada indicaba que hubiese algo anormal; por el contrario, por la puerta que comunicaba con el monasterio a través de la sacristía, una pálida luz se filtraba por sus rendijas, y hacia allí encaminó sus pasos Doroteo.

     Abrió con cuidado la puerta, la sacristía estaba desierta, de sus paredes colgaban los hábitos sacerdotales y la incierta luz de una lamparilla hacía brillar oros y espejuelos; Doroteo la cruzó sigilosamente y con su mano derecha alzó con precaución la pesada cortina que daba acceso a la zona del monasterio... estaba en ello cuando detrás suyo, en la iglesia, oyó rezar a los monjes; ¿cómo habían llegado allí?, ¿cómo, si el único camino lo ocupaba él?, ¿no sería que estaban ya allí cuando él cruzó la soledad de las naves?

     Volvió sobre sus pasos un tanto atemorizado, entreabrió la puerta y sus ojos se cegaron momentáneamente pues el altar mayor brillaba iluminado por todas sus lámparas; a escasos metros de donde se hallaba vio tres monjes, devotamente arrodillados, musitando oraciones en latín; pero algo inusual le obligó a levantar la vista hacia el retablo, allí, en la hornacina central, en el lugar de la imagen del cristo crucificado, patrón de la aldea, se encontraba la mujer que poco antes había visto sobre la nieve; ahora podía contemplarla a placer, era de una gran belleza; su cuerpo, aún desnudo, era perfecto; la larga cabellera rubia le caía por los hombros velando sus senos; estaba de pie, sonriente, orgullosa de su belleza y Doroteo pudo leer en sus ojos la satisfacción de quien es adorada, sus piernas abiertas enseñando obscenamente el sexo; Doroteo no podía apartar sus ojos de ella cuando, repentinamente, sintió un fuerte golpe en la cabeza y todo se volvió oscuro.

     Cuando despertó aún era de noche, tenía frío, se incorporó del suelo; le dolían los huesos y la nieve sobre la que descansaba le había quemado la cara; miró a su alrededor, estaba a pocos metros de su casa, el asno cargado de leña a su lado; se llevó la mano a la nuca, le dolía mucho; no se explicaba cómo había llegado allí... y el monasterio, y la mujer, y los monjes...

 

*

 

     Al día siguiente Doroteo madrugó y fue a oir misa a San Cristóbal, el único motivo que le llevaba allí era contemplar de nuevo el escenario de su aventura de la noche pasada.

     Penetró en la iglesia con un cierto nerviosismo, se santiguó lentamente, dando un sonoro beso a la cruz formada por sus dedos; en aquel momento un fraile rezaba el Ofertorio; Doroteo levantó la vista y ¡sí!, allí estaba la mujer, desnuda en la hornacina del cristo, pero hoy le miraba a él, le sonreía, le hacía ademán con las manos de que se le acercase... Doroteo miró en torno suyo temblando, escudriñó los rostros de las pocas personas que asistían a la ceremonia, intentó leer en ellos un gesto de asombro o de escándalo, pero sus caras no reflejaban nada, recogimiento, fervor, indiferencia... se acercó a un hombre que, de pie, junto a la columna de la arcada, seguía la misa.

     -¿No os parece que la imagen del Cristo no está hoy como siempre, maese Antonio?- le interrogó entre temeroso y avergonzado.

     El hombre le miró, miró hacia la hornacina, se encogió de hombros... – A mí me parece que está como siempre- murmuró con voz opaca.

     Doroteo volvió a mirar, con terror y esperanza a la vez... la mujer le ofrecía sus senos, sus encantos, con gestos perezosos y lujuriantes.

     Pero...¿nadie se daba cuenta de aquello?, pensó Doroteo mirando de nuevo en torno suyo... ¿es que se estaba volviendo loco?

     La misa acabó y después que los aldeanos hubieran salido de la iglesia, Doroteo entró en la sacristía; allí, un monje anciano terminaba de quitarse los ornamentos sagrados con ayuda del monaguillo; esperó a que acabasen y una vez que el chiquillo hubo salido se acercó al monje.

     -Padre, ¿qué le ocurre a la imagen del Cristo?

     El fraile le miró con cara de extrañeza.

     -Y pues, hijo, ¿qué es lo que le ocurre?

     -Pero... ¿no os habéis fijado?

     -¿En qué tenía que fijarme?

     No está!, ¡En su lugar hay una mujer, una mujer desnuda, una mujer que me miraba, que me provocaba con su cuerpo...!

     El fraile le miró, sonriendo levemente.

     -¿Y has notado ese cambio hoy, hijo?

     -No, hoy no, fue ayer, por la noche, yo...

     Doroteo calló, dándose cuenta de que estaba hablando quizás más de lo que debía. El monje volvió a sonreir, se encogió de hombros, se le acercó...

     -¿Sabes que día es hoy, hijo?

     -Jueves, padre...

     -Sí, jueves, pero además hoy hace, mejor dicho, ayer hizo cuatrocientos años que se levantó esta iglesia y este monasterio; antes que él hubo, en este mismo lugar, otros templos dedicados unos al Dios verdadero y otros a falsos dioses –al decir esto el monje volvió a sonreir como si su observación le produjera un interior regocijo-; dicen que aquí hubo un templo a Artemisa, diosa pagana, y hasta hace poco algunos enemigos de Dios intentaban adorarla en este su santo templo, ¿no serás tú uno de ellos, hijo?

     -¡No, padre!, ¡yo no...!

     -Te creo, hijo, te creo.

     -Pero esa mujer está ahí...

     El monje calló, salió a la iglesia, Doroteo le siguió; los dos alzaron los ojos hacia la hornacina...

     -Es muy bella, padre... –musitó Doroteo después de breves instantes.

     -Sí, hijo, muy bella.

     -Luego... ¿vos también la veis?

     No tuvo respuesta, vio cómo se arrodillaba y entonaba un extraño cántico mientras elevaba sus ojos hacia la mujer que le escuchaba complacida desde lo alto; después se levantó, apoyó su mano en el hombro de Doroteo, le miró a los ojos...

     -¿Quién crees que es, hijo mío?

     -Yo... no sé...

     -Es ella, ¡Artemisa!

 

*

 

     El convento tuvo pronto un miembro más, otro fraile que se negó a salir de él, que murió allí y allí fue enterrado.

     Todo esto lo leí en unas borrosas huellas de pies menudos que, aún hoy, marcan el piso de la hornacina del altar mayor, unas huellas que tienen un color diferente del de la piedra y que, durante veinticuatro horas al año, en el solsticio de invierno, se llenan de un calor humano, de un olor a misterio, a luna llena, a esperanza de vida... (lástima que esa hornacina esté hoy tapiada).

 

 

11 de octubre de 2024

La Vuelta Ciclista a Ávila

 

Hoy vamos de deportes, específicamente de ciclismo; comentaremos la Vuelta Ciclista a Ávila, en su primera y en su segunda edición, allá por los años 1948 y 1949; y, por supuesto, todo lo relacionado con nuestro pueblo.

La Primera Edición de la Vuelta fue organizada por la delegación provincial de la Obra Sindical de Educación y Descanso, ésta era una organización de tipo cultural y recreativo, dependiente de la Organización Sindical Española (los famosos sindicatos verticales), que existió durante la época de la dictadura franquista, entre 1939 y 1977. Educación y Descanso estaba dedicada a promover y realizar todo tipo de actividades artísticas, culturales y deportivas por parte de los trabajadores.



Mapa de la I Vuelta Ciclista a Ávila

Se desarrolló en cinco etapas, del 2 al 6 de mayo de 1948; la primera etapa salía de Ávila (capital) y por la N-110 pasando por Aldeavieja y subiendo por los puertos de la Cruz de Hierro y de La Lancha (que era puntuable para el premio de la montaña) acababa en El Tiemblo. Durante los siguientes días pasó por Arenas de San Pedro, Puerto del Pico, Barco de Ávila, Arévalo (ver el mapa adjunto) y de allí, la última etapa que, atravesando Adanero, Labajos y Villacastín, reentraba en la provincia por Aldeavieja; en esta última etapa se decidió el premio de la montaña entre un tal Vargas y Bahamontes, que ganó el primero (por escaso margen) al imponerse en la subida a los altos de Calicanto.


Salida de la primera etapa, desde Ávila

Bahamontes, en esos años, empezaba su carrera como ciclista y ésta fue la primera prueba importante en la que corrió, dejando muy buen sabor de boca y adelantando lo que, años más tarde, iba a conseguir, pues fue 5º en la general y 2º en la montaña. (Para quien no sepa quién fue Federico Martín Bahamontes, sólo diré que fue el primer español que ganó un Tour de Francia, en 1959).

 

La segunda edición de la Vuelta a Ávila se realizó al año siguiente, 1949, por los mismos organizadores, del 22 al 26 de mayo y su recorrido fue bastante similar al de la primera (comparar mapas).


Mapa de la II Vuelta Ciclista a Ávila

El Diario de Ávila relató, día a día, las peripecias de la carrera; vamos a ver cómo relató las etapas primera y quinta, que fueron las dos en que se pasó por Aldeavieja:

22 de mayo. Primera etapa.

Ya en los seis primeros kilómetros, hasta el alto de Vicolozano, comenzó la criba… Cerca del citado pueblo comenzaron las averías de máquina, en las que ha sido esta jornada excesivamente pródiga… A la altura de Mediana de Voltoya va en cabeza un pelotón de unos quince corredores… a unos cincuenta metros otro pelotón parecido y en la cola, en pequeños grupos, los restantes.

En la bajada de Calicanto, que resulta muy espectacular, hay varios intentos de despegue, sin consecuencias, porque la subida acorta inmediatamente las distancias.

Dejamos la carretera general; la de Aldeavieja se inicia con una cuesta bastante pronunciada, en la que ya empiezan a fijarse las posiciones con alguna claridad.

En cabeza, un pelotón de 18 corredores, con Federico Bahamonde el primero…En la fuerte subida de la Cruz de Hierro se modifican las posiciones …

Aquí van estirándose más y más los grupos, y puede decirse que prácticamente no existe ya ninguno en el puerto puntuable de La Lancha.

Sigue  habiendo pinchazos y pequeñas averías que en muchos casos no podemos controlar…

He aquí los nombres de los diez primeros que son los que puntuarán para el premio de la montaña: 1º Bahamonde, 2º Casado…


Cartel anunciador de la Vuelta Ciclista

26 de mayo. Quinta y última etapa.

Por fin llegamos al cruce de la carretera vieja de El Espinar con la de Navalperal, donde comienza el último Puerto puntuable de la carrera (La Cruz de Hierro)… al comenzar la subida los corredores se decidieron a tomar la cosa en serio… los escaladores pronto tomaron la cabeza y por el alto cruzó el primero Bahamonde a media rueda de Ureña… en unión de un pelotón de doce, todos los cuales emprendieron la bajada vertiginosamente…por ello, al entrar en la carretera general toman una marcha entre 45 y 50 de la que resulta rezagado Bahamonde… pero la alegría duró poco en el grupo cuando vieron que después de Calicanto se incorporaba al pelotón… y pasado Berrocalejo se les unían otros…


Subiendo la Cruz de Hierro

Bahamontes ganó la etapa al sprint, quedando el quinto en la general y tercero en el premio de la Montaña (es curioso que la prensa de la época le llamase Bahamonde, quizás por ser apellido más conocido (pues Bahamonde era el segundo apellido del general Franco)).

Hay que imaginarse el esfuerzo de los ciclistas en aquella época, con aquellas bicicletas de hierro pesadas como losas; los pinchazos eran moneda corriente, pues las mitad de las carreteras no estaban asfaltadas (por ejemplo, nuestra carretera “del campo” era de tierra apisonada hasta bien avanzada la década de los cincuenta del pasado siglo) nuestros héroes iban, a menudo, con los tubulares de las ruedas en bandolera y poco les faltaba para que llevasen también la bomba para inflar las ruedas; los equipos, como hoy los conocemos, no existían y, muchas veces los corredores tenían que pagar, de su bolsillo, los gastos que tenían.


La Vuelta junto a las murallas

El Diario de Ávila de 21 de julio de 1999, se hacía eco, en sus páginas, de estas carreras; bajo el título “El Año en que perdió Martín Bahamonde” nos cuenta historias como, por ejemplo, la formación de la caravana:

“…estaba compuesta por tres motocicletas, cuatro coches ligeros, una rubia –lo que hoy conocemos como vehículo ranchera- con el equipo de retransmisiones, un camión taller y una ambulancia…”

O sobre el alojamiento de los corredores:

“…se resolvió no admitir a los corredores llegados de Torrelavega y Oviedo por dificultades insalvables de alojamiento en la ruta; estos corredores habían venido desde sus domicilios en bicicleta y emprendieron el viaje de regreso por el mismo procedimiento…”

En fin, eran otros tiempos.