APOTEOSIS Y
TRIUNFO CON ESTRAMBOTE FINAL DE LOS PIES.
Todos los hombres (y mujeres) piensan con
los pies, y los grandes hombres (y mujeres) son los que más usan los pies para
pensar.
¿Os acordáis de Alejandro el Grande?,
Alejandro tenía un caballo, Bucéfalo, y sentado en sus lomos recorrió el mundo
conocido y lo conquistó, ¿por qué?, porque pensaba con los pies, se le
hinchaban; la arena del desierto persa le quemaba las plantas, la arena y las
piedrecitas se le metían en las sandalias y le impedían caminar, no podía usar
calcetines pues el calor hacía que le sudasen los pies y el tufo nocturno
alejaba a sus concubinas. ¿Solución?, se montó en el caballo, colocó sus
extremidades inferiores en los estribos elegante y cómodamente forrados de piel
de oveja y se lanzó adelante, muy sencillo.
Los casos históricos serían infinitos y no
es cuestión de ir reescribiendo la historia universal para demostrar que mi
aseveración es exacta, como muestra bien vale un botón.
Lo que vamos a
hacer es explicar el método, el camino que hace que los hombres (y las mujeres)
utilicen un lugar tan alejado del cerebro para realizar unas funciones que,
hasta ahora, se suponía que eran exclusivas de un órgano noble y elevado
(dependiendo de la altura de cada individuo) que estaba alojado en la cabeza.
Está claro que si yo digo “voy a comer”,
no estoy utilizando los pies, pero tampoco utilizo la cabeza, eso es un acto
reflejo, natural, ya que mi estómago, mi cuerpo, me pide alimento y yo se lo
doy. Otra cuestión sería que tuviese hambre y no tuviera a mi alcance nada con
qué aliviarlo, entonces sí que habría que pensar, pero eso es otra cuestión. Lo
que ahora hay que dejar claro es que cuando uno hace uso de una función natural
o refleja, no utiliza el pensamiento, la razón; con lo cual dejamos aparte todo
ese ir y venir que los humanos (y las humanas) nos traemos y que ocupan un
tiempo muy considerable de nuestras vidas.
Otra cuestión que hay que hacer
desaparecer del ámbito del pensamiento es todo aquello que hace referencia a
los actos más o menos mecánicos que todos realizamos infinidad de veces al día.
Poner un pie delante del otro cuando andamos o inhalar aire 25 veces por
minuto, no es nada del otro mundo, eso necesita poco cacumen. Llevar el tenedor
a la boca al comer o secarse las manos con la toalla después de lavarlas
tampoco requiere, ni siquiera, atención; salvedad hecha de cuando no hay toalla
o tenedor o calle donde plantar los pies.
¿Cuándo pensamos entonces? Pues,
realmente, muy pocas veces. Examinemos un día normal de una persona normal en
unas condiciones normales.
Suena el despertador... la mano se levanta
automáticamente buscando el pulsador que lo calle, un golpe, dos... cae al
suelo, de alguna manera, no demasiado estudiada hasta ahora, deja de sonar;
esperas uno o dos minutos en la cama o te tiras de ella, tanto da; una vez con
los pies en las zapatillas (siempre los pies) te diriges al cuarto de baño. Te
desaguas, te aguas, ablucionas, dentelleas, te sonríes y te peinas, puede que
te afeites o te maquilles... ¿Has usado para algo el raciocinio? ¿Has pensado
si te has lavado con más o menos agua? ¿está la raya del pelo un milímetro o
tres más a la derecha o a la izquierda de lo normal? ¿Cuántas caries te has
contado? Me parece que tu respuesta a éstas o parecidas preguntas no debe de
ser muy clara, ¿me equivoco?.
Pero sigamos, te vistes, la misma ropa de
ayer, la primera que encuentras en el armario o esa que ya has dejado
preparada; si no vas a ir a ningún sitio que se salga de lo corriente, y si se
sale de lo corriente no es válido para este sutil estudio, no pones demasiado
interés, ya vistas bien o vistas mal; pues eso es resultado de un minucioso
proceso anterior que va acompañado a la educación de cada individuo y que, una
vez aprendido y aprehendido, no se vuelve a utilizar; la elegancia se convierte
entonces en una cosa natural, y el adanismo también.
¿Desayunas en casa? Si es así, el café o
la leche se estarán calentando ya y te aguarda la taza con el pan, la
mantequilla, la mermelada o quizás las galletas o la tostada o el zumo de
frutas... si tienes la suerte de que te lo den ya preparado, si eres uno de
esos afortunados mortales... no hay problema, y si no lo es, tampoco: tienes
tal práctica diaria en esos menesteres que no te preguntas cuánto café, ni
cuánto azúcar, ni cuánta leche, ni su temperatura... todo es tan maquinal, tan
automático que, si ahora lo piensas, en uno de esos raros momentos en que todos
nos preguntamos por nuestros actos más nimios, no podrías responder el por qué,
ni el cómo, ni el cuándo, ni el cuánto, ni nada de nada.
Ya estás en la calle, ¿en qué vas a tu
trabajo metro, autobús, andando...? ¿has pensado alguna vez dónde está tu
parada o la estación? ¿qué calles tienes que cruzar o que recorrer? No vamos a
hablar ahora de esas situaciones anómalas de huelgas, cortes de calles, obras o
cosas extrañas que casi nunca acontecen.
¿En qué trabajas? ¿eres jefe o un simple
número más? Seguro que eres más, pues casi todo el mundo es más, aunque eso
tampoco importa mucho ahora. ¿Funcionario, administrativo, albañil, conductor,
dependiente... vendedor, guardia urbano?. Bueno, pues vamos a trabajar.
No me vas a venir a estas alturas con que
utilizas la cabeza cuando trabajas... u obedeces o mandas, si obedeces ya sabes
y si mandas... es que obedeces a otro que te ha mandado, pues aquí los
superjefazos no cuentan, no son normales.
¿Qué nos queda? Quizás lo más interesante,
quitamos las horas de las comidas y cenas, las posibles siestas, el tiempo que
pasas delante de la televisión y nos encontramos con unas tres, cuatro o cinco
horas, depende de los individuos, en las que parece ser que quizás pensemos.
Veamos si es cierto.
Estoy aquí, sentado frente a la máquina de
escribir haciendo, se supone, el ingente esfuerzo intelectual de intentar
escribir un cuento, tengo ante mí la hoja en blanco, distante, fría,
interrogante y amenazadora, como pidiendo o exigiendo que se la rellene, van y
vienen ideas por la cabeza, ¿por la cabeza?, ¿puedo estar seguro de ello?
Considero que escribir sobre la realidad
de que la gente piensa con los pies es una buena idea, pero ¿es acaso una buena
idea? Hay una sentencia que dice: “los pies fríos y la cabeza
caliente”, esta frase quiere decir que si pienso con la cabeza, o sea, que
si la caliento, los pies se me van a enfriar, y yo, realmente, no siento frío
en los pies, ¿quiere decir eso que no pienso? O por el contrario ¿es falso el
dicho que lleva tras de sí cientos de años de confirmación y al que la
sabiduría popular ha dado fuerza de
ley?. La duda es esa, y ante la duda hay que elegir, pero elegir con un
punto mínimo de razonamiento ¿qué es lo razonable? Pensemos... si una cosa es
falsa y se demuestra que lo es, ¿no se desecha rápidamente para no dar lugar a
más equívocos? Si algo es mentira ¿no hay libros, ensayos, conferencias,
instruyendo al personal de que aquello es erróneo y de que la verdad hay que
encontrarla en tal o cual sitio?, si ello es así ¿quién ha oído alguna vez
decir que los pies fríos no acompañan a una cabeza caliente, o que el pensar no
enfría los pies?, yo jamás lo he oído, luego se deduce que dicho aserto es
cierto y sigue en vigencia.
Existe otra sentencia que dice: “El que
no tiene cabeza tiene que tener pies” o algo así. Yo tengo pies, de eso no
me cabe la menor duda, ¿deduzco de ello que no tengo cabeza? Pero el caso es
que sí tengo cabeza, de eso tampoco tengo la menor duda... luego... luego hay
que admitir que esta frase tiene una explicación metafísica, no simplemente
orgánica. quiere decir, a mi entender, que el que no usa la cabeza tiene que
utilizar los pies y, llegado a este punto ¿qué uso yo, la cabeza o los pies?
Si tengo cabeza
y tengo pies y he de elegir entre usar una u otros, ¿qué hago? ¿puede moverse
la cabeza sin los pies? ¿pueden moverse los pies sin la cabeza? Hay dudas razonables,
pienso que el autor del bello y oscuro aforismo que tratamos de explicar no lo
tenía del todo claro, pero, si no lo tenía claro es que no debía de andar bien
de la cabeza, y si no andaba bien de la cabeza puede que, quizás, sí que
anduviese bien de los pies, de lo que se deduce que en esos miembros residía su
auténtica valía. Todo ello muy razonable pero ¿y si tampoco andaba bien de los
pies?. Vamos a dejarle en una duda, en un puede que sí-puede que no.
Demos un último repaso a otros argumentos
literarios y consuetudinarios que tratan sobre el tema. Cuando se dice que uno
“cae de pie” o que “nace de pie”, se hace mención a que uno tiene
suerte o va bien, o todo le sale redondo. Como quiera que esas cosas no son
obra de la casualidad más que en contadas ocasiones, pues cada cual se labra su
propia suerte, habría que deducir que los pies labran nuestra fortuna y la
fortuna no se labra sola, que necesita un labrador, nos viene por un profundo
conocimiento o un delicado cálculo o la suma de ambas cosas y alguna más, todo
ello por el denodado esfuerzo de los pies.
“Pies, ¿para qué os quiero?”, dice
otro aforismo, y ¿para qué se van a querer?, después de todas las anteriores
cavilaciones, la respuesta sólo puede ser una: para todo.
Es más, cuando alguien cree “a pie
juntillas” o va “con pies de plomo” o está “a pie de obra”,
o realiza algo con “pie forzado”, no está más que expresando una
realidad: el pie, siempre el pie, derecho e izquierdo, es el alma de todo
aquello que realizamos o creamos, pensamos o sentimos, soñamos y vivimos.
En fin, y como colofón, postrarse a los
pies de alguien es la suma reverencia y honor que se le puede hacer a una
persona y ¿acaso se acata o adora lo más bajo e infame?, no, no y mil veces no;
se adora y venera sólo aquello que es grande y sublime; y lo más grande y
sublime en el hombre (y en la mujer), lo que le diferencia del animal es su
inteligencia, su capacidad de raciocinio: sus pies, órgano donde reside tan
majestuosa capacidad.
¿Demuestra todo esto que los humanos
pensamos con los pies? Creo que sí; de todos modos, no hay más que echar un
vistazo a nuestro alrededor para comprender que eso es así: ¿contaminación
brutal y degradante? ¿guerras absurdas y asesinas? ¿distribución de la riqueza
y del hambre tan escandalosamente desigual? ¿Julio Iglesias? ¿la música rap?.
Puede que a alguna mente calenturienta y
arriscada no le convenzan las pruebas hasta aquí aducidas, tanto literarias
como históricas, sólo nos queda, pues, ofrecer las pruebas físicas, avaladas
por los más importantes y recientes estudios anatómicos realizados en Harvard y
Oxford.
“La cabeza”, dice el Dr.
Samuelson, “está compuesta, principalmente, por parte externa e
interna (copio literalmente). La externa es: ojos, pelo, nariz, boca,
orejas y piel, presentando, algunos individuos, accesorios extras, tales como
granitos, impurezas, verrugas y legañas, considerando los mocos como parte
interna que se derrama por mucorragia al exterior: La parte interna, incluida
la mucosidad anteriormente citada, está compuesta por huesos, sangre, dientes,
lengua, cerumen y seso.”.
Sigue explicando el Dr. Samuelson
que el seso “parte blanda que está dentro del cráneo, nauseabunda de ver y
de color indescriptible” (aquí el eminente científico hace un aparte y nos
confiesa, con esa franqueza y sencillez que sólo poseen los auténticos genios,
que él nunca ha podido resistir la visión de la cosa, la llama así “la
cosa”, y que, por supuesto, nunca la ha tocado ni con pinzas) “el
seso, dice, tiene la función de conectar entre sí los cables que
van desde los ojos, lengua, mandíbulas y, en algunos individuos, orejas, para
que se muevan y tengan funcionalidad, siendo una cosa así como una especie de
motor, depósito y archivador de las acciones de dichos órganos” y más
adelante... “está demostrado que un trozo de cerebro contiene la memoria,
otro la visión, otro el gusto, otro el oído, otro las funciones motoras, otro
el equilibrio, etc, etc,” estando, pues, tan ocupado ¿dónde va a estar la
facultad de pensar que, siendo lo más importante, debería de ocupar el trozo
más grande? Quitando las porciones relativas a las funciones anteriormente
dichas, nos queda un trozo tan ridículo que no merece la pena ni detenerse en
él”.
¿Y los pies? Aquí simplemente transcribiremos
la conclusión a la que llega el ilustre McFoot en su “Anatomía
comparada del ser y del no ser”
(Edimburgo, 1992, Facultad de Medicina): “Los pies son los impulsores del
ser humano”
¿Qué más se
puede decir?