Tres años después de la redacción del
Catastro de Ensenada, se produjo un hecho que convulsionó a casi toda la
sociedad española de la época: el terremoto que, el 1 de noviembre de 1755,
asoló Lisboa y que se sintió en casi toda la península ibérica y en otras zonas
de Europa; a consecuencia de ello, el día 8 del mismo mes, el rey Fernando VI
ordenó que se realizase una encuesta entre todas las ciudades y municipios de
cierta importancia, para que se conociesen los daños que el terremoto había causado
en sus posesiones; por supuesto esta encuesta llegó a Aldeavieja; las preguntas
de la misma eran las siguientes:
1. ¿Se sintió el terremoto?
2. ¿A qué hora?
3. ¿Qué tiempo duró?
4. ¿Qué movimientos se observaron en los suelos,
paredes, edificios, fuentes
y ríos?
5. ¿Qué ruinas o perjuicios se han ocasionado en las
fábricas?
6. ¿Han resultado muertes o heridas en personas y
animales?
7. ¿Ocurrió otra cosa notable?
8. Antes de él ¿hubo señales que lo anunciasen?
La
primera respuesta que se recoge es la del cura párroco:
Respondiendo a lo que se me pregunta en
atención a la precedente carta Orden, digo con toda verdad:
Que el día de todos Santos, primero
de este mes, habiendo celebrado misa, y estando sentados en la sacristía de la
Iglesia de este lugar con otros sacerdotes y algunos seglares, entre nueve y
diez de la mañana, a mi parecer oí un ruido como si pasaran algunos coches,
inmediato a la sacristía, que nos pareció tempestad de aire.
A muy poco tiempo se empezó a mover
el asiento, en que estaba sentado, hacia arriba, lentamente, aumentando el
movimiento de forma que movía el cuerpo, con cuyo motivo dije a los
circunstantes: «la tierra se mueve», asintiendo todos a ello, por experimentar
lo mismo, y creció en el discurso de el tiempo que se pueden rezar tres credos,
tanto el movimiento hacia arriba, que se movía el cuerpo a la manera que el que
siente el que camina en un caballo a trote.
Sobresaltado, salí a la Iglesia, y
vi moverse las laudes y paredes, las unas hacia arriba y las otras a los lados,
y mucha gente, que a tropel salía de la Iglesia, por decir que se hundía.
Fuimos al altar mayor y no sentí
más.
Me parece sería su duración como de
el tiempo se tarda en rezar cinco credos, poco más o menos.
Ha sido Dios servido que en este
pueblo no se ha experimentado ruina, ni perjuicio alguno en edificio, ni
criatura, que haya llegado a mi noticia.
No he advertido indicio alguno que
pudiese motivar semejante temblor, y sí formo concepto de que es otro aviso que
la Majestad Divina nos da de su justo enojo por nuestras culpas, y lo
obstinados que estamos en ellas, pues no habiéndonos dado por sentidos al azote
de la hambre y miseria de los precedentes años, ni menos al conocido beneficio
de la próxima anterior abundantísima cosecha, perentoriamente nos quiere
anunciar su Justicia.
Esto es cuanto he advertido, y
experimentado. Por ser verdad lo firmo en Aldeavieja, a diez y ocho de noviembre de mi setecientos
cincuenta y cinco.
J. Manuel Zahonero de Robles y
García
Interior
de la sacristía de la iglesia de San Sebastián.
Después, el alcalde da fe de las
explicaciones de uno de los testigos:
Hecho cargo de las preguntas que
contiene la anterior carta, digo:
Que en el día primero del que rige, como a
cosa de entre nueve y diez de la mañana, estando en la Iglesia parroquial de
este lugar de Aldeavieja, a la
asistencia de los Divinos oficios, en el promedio de ella, senta[do] en uno de
los bancos que tiene, observé grandísimo ruido y, al mismo tiempo, el que se
levantaban así el nominado banco, como las losas que tiene y que el coro o
tribuna se movía y, por consiguiente, sus paredes y postes de dicha Iglesia.
Y que la gente que estaba tocando la
campana se bajó a toda prisa por moverse en la misma conformidad la torre, por
cuyo motivo la gente que se hallaba dentro de la Iglesia, con grandísimo tropel
se salió, haciendo juicio se arruinaba.
Y también se observó que el capitel
de la capilla de San Joseph, agregado a esta, se torció a un lado y a otro.
Lo que me parece duraría como cosa
de cinco o seis minutos, poco más o menos, y que no ha llegado a mi noticia
haya sucedido desgracia alguna en este pueblo, ni en personas ni edificios.
No advirtió indicio ninguno que
motivase semejante temblor.
Y que no hace juicio qué motivos ni
circunstancias ha movido a semejante temblor.
Y por ser verdad cuanto lleva dicho,
y haberlo por sí visto y experimentado, lo firma, junto con el Señor Alcalde en
Aldeavieja, y noviembre diez y
ocho de mil setecientos y cincuenta y cinco,
Balthasar Martín Garzía, Manuel
Soria Casillas
Por último, el alcalde hace llamar a
otro vecino y transcribe sus impresiones:
Balthasar Martín García, Alcalde ordinario de
este lugar de Aldeavieja, en
vista de la carta Orden que motiva las declaraciones antecedentes, hizo
comparecer ante sí a Sebastián García Zahonero, vecino de este dicho lugar, y
enterado de su contenido, dijo:
Que estando en su casa, como a cosa
de entre nueve y diez de la mañana, observó venir grandísimo ruido y, al mismo
tiempo, que los suelos de ella se movían, los techos crujían, las maderas unas
con otras, las paredes se movían también de un lado a otro, y, temeroso, así él
como parte de su familia, se salieron a la calle, haciendo juicio se arruinaba
dicha su casa, y halló que los circunvecinos les había sucedido en las suyas, y
que bajando a la Iglesia a la asistencia de los Divinos oficios, oyó decir en
común había sucedido en todo el pueblo, y en cada casa en particular, y halló
también asustada la gente que había salido de la Iglesia, temerosa de la ruina.
Que no ha oído decir haya habido
desgracia ninguna en personas ni edificios, y que no advirtió cosa alguna antes
de el temblor y que su juicio: ser aviso de Dios para que, como tan malos, nos
enmendemos de tantas culpas.
Y por ser así verdad cuanto lleva
dado, lo firmo, junto con dicho señor Alcalde, en dicho lugar de Aldeavieja, y noviembre diez y ocho
de mil setecientos cincuenta y cinco.
Balthasar Martín Garzía, Sebastián
Garzía Zahonero
Es un testimonio de cómo sentían las
gentes de aquellos tiempos y de cómo señalaban como causa de todos sus males (y
de sus bienes) a Dios; como se comprenderá, la educación, en pleno siglo XVIII,
no estaba muy extendida, y el párroco era, con toda seguridad, la persona más
influyente en las conciencias de la mayoría de la población. Es curioso
observar, como la palabra “terremoto” no aparece en ninguna de las opiniones
recogidas, sea cual sea el grado de educación que tenga el autor de cada
testimonio.
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