3 de julio de 2019

Aldeavieja: rutas y excursiones. IV.


3. La Ermita del Cubillo.


      Salimos del pueblo en dirección a Segovia, al final de la calle del mismo nombre seguimos un camino ancho que deja a su izquierda las canchas del polideportivo y, un poco más adelante la ermita de San Cristóbal, a unos doscientos metros comienza una bajada y una senda casi borrada se abre hacia la derecha, la seguimos yendo a desembocar a la carretera nacional, una vez cruzada vemos un camino que se hunde hacia un arroyo (el arroyo Tijera) de muy poco agua, la espesura de zarzamoras y escaramujos cubren las aguas a ambos lados del puentecillo que atravesamos.


      Enseguida el camino sube un poco y una puerta abierta, (que en el lenguaje del lugar se llama portera) con unas barras metálicas en el suelo para evitar el paso del ganado, nos introduce en el Valle, unos de los bosques de robles más meridionales de Castilla, también se le conoce como el Robledal.
      Da igual la época del año en que hagamos este recorrido; en invierno los árboles se yerguen secos y desnudos, elevando sus ramas grises hacia el cielo; en primavera las praderas verdean, decenas de arroyuelos riegan el terreno encharcando los pastos, hacia marzo y abril florecen las peonías, las varas de san José, manzanillas, zapatitos, sangre de Cristo, dientes de león, violetas y la madreselva enseña sus capullos nuevos, los  árboles se llenan de brotes que comienzan a abrirse; en verano los robles recuperan todo su esplendor, su majestuoso follaje, ya no corren los arroyos, pero múltiples caños vierten en sus pilones el agua al que acuden las reses para beber; otoño dora el bosque y cubre el suelo de setas de todo tipo: lepiotas, setas de cardo, anderuelas formando sus corros de brujas (o de hadas)… Si tenéis tiempo y ganas, perderos por sus senderos, sus claros, sus agrupaciones de rocas graníticas; la fauna es muy variada y lo mismo podéis ver al zorro, que algún corzo, erizos, jabalíes, conejos… mientras los milanos, los águilas, buitres, halcones os sobrevuelan y oís en la espesura la llamada del cuco.
      Pero sigamos con nuestro camino, dejamos a nuestra derecha una zona de repoblación, con pinos y robles (parece ser que la unión de estas dos especies tiende a evitar las plagas y enfermedades que puedan sufrir estos tipos de árboles) y nos adentramos en el bosque, el camino es bueno, sombreado en verano y va descendiendo hasta llegar a un arroyuelo que marca el límite de este monte público; esta propiedad pertenece al Ayuntamiento y, por lo tanto, es de uso y disfrute general; se suele alquilar a los ganaderos, en diferentes épocas del año, porque al estar totalmente vallado y tener muy buenos pastos es un lugar excelente para la guarda y engorde, sobre todo del ganado vacuno.
      Antes de salir del Valle podemos visitar un curioso lugar donde echar nuestra fantasía a volar y creer que nos encontramos en uno de esos lugares prehistóricos que vuelve a nuestra época para nuestro disfrute. Justo antes de cruzar un arroyuelo que baja por nuestra derecha, situado a unos escasos seis o siete metros de la salida, torceremos, por una vereda a la izquierda; los árboles clarean y enseguida contemplamos unas agrupaciones de granito; frente a nosotros se ve una apertura hecha en la roca, como una puerta, desdeñemos los pasos fáciles que la flanquean y pasemos por ella… ante nosotros se despliega una superficie verde de forma circular, rodeada de rocas de diferentes tamaños y formas, y justo enfrente, una mole de piedra, grande como una fortaleza: es la “acrópolis” de un pueblo antiguo que utilizó estas rocas como atalaya desde la que vigilar el pastoreo de su ganado y prevenir los ataques de otras tribus cercanas.
      Nos acercamos a ellas, vemos en el suelo las señas de que el lugar se sigue utilizando para pastorear, es más, se oyen mugidos a nuestro alrededor, quizás no muy lejos; frente a nosotros las paredes se elevan rectas, aunque varios trozos han caído a causa de la erosión, vamos rodeándolo y en diferentes sitios observamos como escalones tallados en la roca, subimos por cualquiera de ellos, al azar, una vez arriba veremos lo cierto de nuestras aseveraciones: la vista es magnífica, en rededor nuestro se ve el robledal y las diversas praderas de pasto, a nuestros pies los cauces de dos arroyos que, en primavera, llevan el agua sobrante de fuentes y manantiales. Al fondo la sierra con sus molinos, a sus pies la ermita del Cubillo, nuestra meta, también se ven las dos canteras que afean el paisaje pero enriquecen a las gentes…ahora, mirad a nuestros pies, en la roca se observan pozas excavadas en la roca para recoger el agua de lluvia, estas pozas son el signo evidente, ante la ausencia de cualquier otro, de que estos lugares han sido utilizados por nuestros antecesores desde hace miles de años.
      Volvemos sobre nuestros pasos y llegamos a un pequeño puente que atraviesa el arroyo desde el que nos desviamos, llegamos a otra portera, ésta de palos y alambre, que tendremos que abrir para poder salir; (volvedla a cerrar, por favor).
      Ahora el camino se ensancha, y mucho, es uno de los nuevos caminos abiertos para la concentración parcelaria del municipio; ya vemos, en la distancia, la mole de la ermita con un fondo de canteras y cerros; estamos en la mitad del camino, aproximadamente; ahora ya sólo nos queda seguir, serpenteando entre eriales, pinares, prados, tierras de labor… el camino va subiendo paulatinamente y, antes de lo que pensamos, nos encontramos al pie de la ermita.
      Sólo se la puede visitar los fines de semana y los días festivos y, de verdad, que merece la pena hacerlo. Se encuentra al borde de una pradera (El Ejido) en la que se han plantado árboles y se han colocado mesas y bancos de piedra cercanos a una fuente de la que siempre cae un chorro abundante.
      Pasemos ahora a describir la ermita.


      Lo primero que hemos observado, según veníamos, es su tamaño: es muy grande para ser una ermita aislada, en medio del campo; es muy regular, muy equilibrada en proporciones y se ha utilizado muy buen material; el edificio está construído en granito, con un campanario a la derecha de su entrada principal y una hospedería, que contiene a su vez la casa del santero, a la izquierda.
      Es por la hospedería por donde tenemos que entrar, ya que la puerta principal sólo se abre en las grandes celebraciones de la Asunción y en el día de su fiesta: el 8 de septiembre. Un zaguán grande, fresco en verano y helado en invierno, nos da la bienvenida; en él estará el santero si hace frío, o demasiado calor; hay bancos adosados a las paredes, un mostrador donde se puede comprar alguna bebida o los recuerdos de la Virgen que se pueden ver en una vitrina; al fondo a la izquierda hay unas puertas que se abren a la cocina y la casa del santero; a la derecha está el paso a la iglesia, frente a él, unas escaleras suben a un cuarto donde se exponen exvotos traídos por los romeros para dar gracias a la Virgen por favores recibidos, en él podremos ver, en dos antiguas vitrinas, unos exvotos del siglo XVII ó XVIII, hechos en cera, muy estropeados ya, que representan dos milagros de la Virgen; brazos de cera, vestidos de novia, trenzas de pelo, uniformes, pequeños ataúdes de cartón, muletas, fotografías…constituyen un pequeño “museo de los horrores”; sencillas notas garabateadas en un papel nos indican el favor, la curación, el agradecimiento sincero de algún devoto; a la derecha de esta estancia hay una puerta (normalmente cerrada) que conduce a la tribuna y al campanario, sólo se abre el 8 de septiembre; a la izquierda otra puerta conduce a las habitaciones de la hospedería, dos ó tres a cada lado de un largo pasillo; en estos cuartos, el día de la fiesta comen el mayordomo y las autoridades.
       Bajamos, justo al final de la escalera, se nos ofrece una puerta de madera, empujamos y… pasamos dentro. 
      Entras, y lo primero que te sorprende es el tamaño, luego la luz que entra por sus  ventanas; la parte de atrás está vacía, sin bancos, para acoger a la muchedumbre que se apretuja en septiembre; una pila de agua bendita, junto a la puerta, románica, seguramente traída de la ermita de San Cristóbal  y junto a ella una columna de piedra que antes tenía una urna para limosnas y que fue reventada; la iglesia ha sufrido en toda su historia múltiples robos y expolios; en los años cincuenta sus paredes estaban totalmente cubiertas de cuadros exvotos, casi todos de los siglos XVII y XVIII que, con sencillos rasgos, representaban milagros de la Virgen; los que ahora se ven no son sino una pequeña muestra de lo que hubo; enfrente, la carroza en la que se transporta a la imagen en las procesiones.  


      A la mitad de la nave hay un retablo a la izquierda, sostenido por dos leones de piedra; contemplad con cuidado las pinturas, son de Herrera el Mozo, realizadas en el siglo XVI, sobre todo fijaos en el panel inferior que muestra la Huída a Egipto y saborear lo delicado de las pinceladas, es el antiguo  retablo del altar mayor, encargado por Luis de Cerecedo y que fue puesto aquí al ampliar la ermita y colocar otro retablo en su lugar; junto a él, a su derecha, un púlpito del siglo XVIII con tornavoz decorado con lenguas de fuego, y en el suelo, a sus pies, una losa de mármol, con una ventanilla, nos muestra el lugar exacto en el que, según la tradición, estaba el árbol sobre el que se apareció la Virgen, dentro de un cubo (de ahí su nombre) a un sencillo pastor; a la derecha del púlpito, los guiones y banderas que flamean al viento cuando se saca a la Virgen, sostenidos por los mayordomos.
      Mirad ahora para arriba, una cúpula grande, sostenida por cuatro pechinas decoradas por pinturas que nos ofrecen escenas de la vida de Jesucristo: la adoración de los Reyes, Jesús en el templo…, de ella colgaba una antigua lámpara, de cristal verde, que convenientemente restaurada se puede ver un poco más adelante; en este punto, que es el crucero de la iglesia hay, a cada lado, dos pequeños retablos de gran valor artístico; de estilo barroco, con antiguas imágenes de buena talla, a resaltar los frontales de los altares, especialmente el de la izquierda, de cuero repujado y pintado.
      Y, por fin, el altar mayor, con su retablo churrigueresco, recargado, las retorcidas columnas salomónicas con los racimos de uvas colgando, los cuadros, no malos, de las calles laterales y, en el centro, la imagen de la Virgen del Cubillo, con su traje “de estar por casa”, y con el niño en brazos; la imagen no es la original, que no se tienen noticias de cuando se perdió, pues es una imagen de las “de vestir”, sólo las cara y las manos sobre un armazón de madera; las paredes laterales estaban profusamente adornadas con cornucopias, espejos y candelabros que, desgraciadamente, han sufrido robos y roturas; si nos fijamos, veremos acá y allá que falta alguna pieza, que hay distintos tonos de dorado… pero nada de eso quita para sentirse admirado ante el conjunto.
      A ambos lados, se abren dos puertas que dan al camarín de la Virgen; suelen estar cerradas y quizás el santero tenga a bien daros paso, desde el cuarto, adornado con azulejos y con antiguos muebles, ya que sirve también de sacristía, da paso a la imagen, guardada por puertas de cristal con bellos adornos; al salir, vemos de frente la nave de la ermita, con la tribuna al fondo, que aun contiene la caja de madera de un antiguo órgano del siglo XVIII, y podemos apreciar la belleza del conjunto.
      Salimos, podemos regresar por donde hemos venido o ir por el camino nuevo, hoy asfaltado, que, a través de prados, bosques y tierras de labor, con la sierra a nuestra izquierda, nos llevará, después de unos tres kilómetros de paseo, a la entrada del pueblo.

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