11 de julio de 2019

Aldeavieja: rutas y excursiones: V.


4. Subida al monte Pelado.

     A menos que tengas fuerzas suficientes para subir monte arriba, sin sendas conocidas, lo mejor es utilizar, para el primer tramo, el coche. Subiremos desde el pueblo, por la carretera que sale junto a las escuelas y se dirige a Navalperal de Pinares; pararemos en el Alto de la Cruz de Hierro y allí lo dejaremos en una de las dos explanadas que hay en la cima.


      Un camino asfaltado llega hasta la cima del monte Pelado (de ambiguas remembranzas musicales, Mussorsgky escribió la famosa “Una noche en el Monte Pelado” a la que Walt Disney popularizó en su película “Fantasía” llenándola de brujas y diablos); es conveniente llevar agua y algo de comer; subimos una primera cuesta muy empinada, a nuestra izquierda el pantano de Serones y el Campo Azálvaro, a la derecha la llanura Castellana, pero más cerca peñas inmensas que un día, ya lejano, sirvieron de trincheras y parapetos que vigilaban al hermano-enemigo que más de una vez atacó por esta zona en nuestra última guerra civil.
      El camino sube y baja, siempre por la cuerda de la sierra, vemos a la derecha Aldeavieja, más allá Blascoeles, la mole de la iglesia de Villacastín, y los bosques de encinas, las cárcavas excavadas en la tierra rojiza por donde corre el arroyo Cardeña y, a ambos lados, como gigantes vigilando el camino, los molinos de viento del Parque Eólico. Al ponerte a sus pies y mirar hacia arriba no puedes dejar de pensar en tu pequeñez y, a la vez, en la grandeza de nuestra tecnología: dentro del tubo, si estuviera tumbado, se cabe perfectamente de pie; una escalerilla sube por dentro desde la puerta metálica que parece la entrada a una nave espacial o a un submarino; luego el ruido, el zas, zas de las enormes palas girando, cada una de ellas llevada por un trailer de más de veinte metros por esa carretera llena de curvas por la que hemos subido.
      A la izquierda la hondonada del Campo Azálvaro, los distintos caseríos dedicados a la cría de reses bravas, se distingue perfectamente el más cercano: El Alamillo; todo el perímetro por donde pasamos está vallado de alambre, es porque la finca, que se llama “Regajales”, se dedica a la cría de ganado, pero no hay peligro, son vacas para carne, generalmente de la raza “avileña”, famosa por su sabor; es posible que pasemos cerca de un grupo de ellas, aunque lo más fácil es que las veamos a distancia.
      Poca explicación tiene este recorrido, sólo hay que ir disfrutando de las vistas, de la observación de las aves, es fácil ver una o dos parejas de águilas planeando entre los molinos; en primavera la diversidad de mariposas es grande y la suerte puede hacer que divisemos algún zorro, escapando ante nuestra vista.
      Las subidas y bajadas del terreno son una constante en nuestro paseo; llega un momento en que a nuestra izquierda se alza la cima de La Cruz de Hierro, que es el punto más alto de esta sierra: 1662 metros de altura, coronado por el punto geodésico que tanto sirve para la navegación aérea y la elaboración de mapas. Por esta zona, y más si subimos hacia la cima antes nombrada, podemos encontrar magníficos ejemplares de cuarzo cristalizado, en varios colores y tamaños más que regulares.
      Los tomillos, las jaras, y otras plantas olorosas nos acompañan todo el camino, así como afloramientos de piedras basálticas, gneis y granitos; la fauna pequeña también es muy variada, desde pequeñas mariquitas que se descubren por decenas al levantar una piedra hasta lagartijas, irisados lagartos y puede que alguna culebra despistada.
      Parad de vez en cuando, sentaos en alguna roca y echad la mirada a lo lejos: gozad de las vistas, del aire puro y ved lo pequeñas que son las obras de los hombres comparadas con la inmensidad que nos rodea; sólo el viento silbando entre los molinos que nos acompañan todo el camino.
      Nuestro viaje acaba en el monte Pelado (1.598 metros); no hay nada que decir, sólo mirar y admirar, sentir el aire y llenar la vista con las tierras que veis, los águilas que os sobrevuelan, los olores que os embriagan; la vuelta la podemos hacer por donde hemos venido o realizando una bajada directa hacia el pueblo.


      De elegir ésta última opción, deberemos contar con buen calzado y tener cubiertas las piernas con unos buenos pantalones que eviten todo tipo de rozaduras y arañazos, además de contar con un buen bastón o un recio garrote. Simplemente hay que bajar, en línea recta, aprovechando todas las veredas y caminos que encontremos, en dirección al pueblo; al principio hay una zona de pedregales y de jaras; más tarde pasaremos a una zona de hierbas altas y así, poco a poco, sorteando lugares más o menos abruptos iremos descendiendo hasta llegar a la aldea; es mucho más rápido que el otro camino y puede que sea más entretenido.

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