7 de agosto de 2017

Tierras del Cardeña... y 14..

          La historia, probable, de esos primeros años fundacionales de Aldeavieja, se me ocurrió para dar un marco a uno de los seres integrantes del folklore castellano-leonés; siempre nos ha parecido que las historias de duendes, hadas, señoras, elfos, brujas, etc… forman parte del paisaje del norte de España; nos los encontramos, sobre todo, en los cuentos y leyendas de Galicia, Asturias y el País Vasco; pero no hemos de olvidar que, cuando la Reconquista, los habitantes de esas zonas repoblaron las tierras desiertas de Castilla y León, trayendo consigo sus tradiciones y leyendas; este es el caso de Martín, cuya “biografía” mostramos a continuación:



El Duende Martinico

          El duende castellano por excelencia. Ácrata, agitador profesional, que lleva el desorden y la subversión en las viviendas donde desarrolla sus actividades caseras, El más popular y extendido es este “Martinico”, “Martinillo” o “Martín” al que se le ha descrito generalmente como rechoncho, rabón, algo diablejo, de estatura tirando a chaparro (casi aspecto simiesco). Bastante inestable emocionalmente (pues son legendarios sus cabreos cuando es importunado); generoso, solidario con los hombres y mujeres, a los que no duda en dar mano en caso de necesidad, como de gastarle las peores jugarretas. Tiene peligrosos y secretos poderes que utiliza para transmutarse en animal (motivo por el cual algunos autores los emparentan, en forma lejana, con las hadas). Su color preferido es el rojo.

          Posee extrema debilidad por aparecer con hábitos de fraile. En un relato donde se presenta una familia de hidalgos preparándose para mudarse a Valladolid (debido a las “bromas” del Martinico) descubren como éste (descrito como “frailecillo pequeño”), se les aparece con el “equipaje” al hombro, uniéndose así a la comitiva. Por lo que se le puede relacionar con el duende “Motilón” o “Mochilón”. Ser fantástico de la familia de los duendes vestido de frailón o frailuco, con grandes hábitos y cubierta la cabeza y parte del rostro con la capucha del hábito, donde en el fondo brillaban unos ojos terroríficos que despedían llamas y dejaban mudos de espanto.

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