21 de marzo de 2018

Leyendas de Aldeavieja: La ermita de la Luz (II)


          La visión de aquel ser (si no fue un sueño) le llenó de espanto… ¿cómo describir aquellos ojos amarillentos, grandes y saltones como los de un sapo, que poseían una mirada hipnotizante? ¿qué decir de aquella boca, sin labios, apenas una fina ranura bajo lo que podría llamarse una nariz, torcida hacia un lado, entreabierta y dejando caer por sus comisuras un hilillo de baba rojiza? ¿dónde encontrar algo parecido a aquella cabeza, redonda, sin pelo, apenas cubierta de una pelusilla rizada de la que salían dos protuberancias que nadie podría llamar cuernos, ni orejas, ni…? Y cuando Julián apenas estaba empezando a asimilar lo que veían sus ojos, aquella ¿criatura? emitió un alarido agudo y sibilante, un sonido que nadie en este mundo había oído jamás, la luz se apagó y Julián sintió como si un rayo atravesara su cuerpo y cayendo al suelo se desvaneció, perdido el sentido…

……….

         


          Pasaron dos días desde que se descubrió el cuerpo de Julián tendido en el suelo de la ermita hasta que el mozo abrió los ojos y mirando aterrorizado a su alrededor se dio cuenta de que se encontraba en casa de sus padres… ¡habían pasado dos días desde que había subido a la ermita!; según le contó su madre, llorando, en esos dos días había gritado, sollozado, intentado huir de la cama, a la que se le tuvo que atar… el médico no le encontró nada; ningún síntoma de enfermedad… sólo aquella angustia, aquellos ojos de miedo, ese respirar entrecortado o veloz, según los momentos… llegaron a creer que nunca se iba a despertar de aquella pesadilla; abría los ojos sin ver, sin reconocer a nadie, como si estuviera en otro mundo, en otro lugar… y hablaba, hablaba con alguien que nadie más que él veía…. Dirigía los ojos a un rincón oscuro de la habitación y de sus labios salían extrañas palabras que nadie entendía… ¡hasta el médico y el señor cura fueron incapaces de saber lo que decía…!; de lo que estaban todos seguros es de que estaba endemoniado; que aquello no era normal, que…en fin, cualquier ocurrencia, por loca que fuera, les parecía lógica para explicar aquel extraño comportamiento… y ahora, repentinamente, todo había acabado; había abierto los ojos, como despertando de un mal sueño, y había llamado a su madre:
          -¡Madre, madre!, ¡tengo sed!
          -¡Madre…! ¿por qué estoy atado a la cama?
          Cuando le explicaron lo que le había pasado, por un momento, no se lo llegaba a creer; luego… fue recordando, la luz, la ermita, la noche… y aquella figura, aquel…. ¡monstruo! y, sobre todo, aquellos ojos…
          -Hay algo en la ermita , madre.
          -¿Qué hacías allí?
          -Había algo,  ¡alguien!
          -¿Qué era, hijo, qué era?
          -No lo sé, madre, pero no era de este mundo…
          -¿Un fantasma?
          -No, aquello no estaba muerto, aquello vivía…
          Y Julián daba vueltas y vueltas sobre lo poco que había visto aquella noche; ¿Habría sido todo una pesadilla?, ¿un mal sueño?, o, ¿realmente, había algo siniestro allí?, pero, ¿cómo? ¡si era un lugar sagrado!.
          Y… ¿por qué había perdido el sentido? ¿le habría atacado aquel ser? ¿o sería a  causa del vino que bebió en la cena?, también decían que había ciertas hierbas que te hacían tener alucinaciones…. Pero, ¡él no había comido nada raro!; decididamente tendría que consultar con el señor cura, aquel era terreno de la Iglesia… ¿un demonio?...
          -Pero, lo primero, hijo, es reponerte…, no sé el motivo de que estés así, pero parece que hubieras perdido veinte kilos de golpe… estás en los huesos.
          Y Julián se tocó los brazos, las piernas… y tuvo que dar la razón a su madre; nada había de aquellos brazos capaces de tumbar una vaquilla o de aquellas piernas que corrían veloces domando los potros… primero, tendría que poder ponerse en pie…, luego…. ¡ya se vería!

……….

          Pasó, todavía, una semana hasta que Julián pudo salir de su casa; comenzaba el mes de junio y el pueblo hervía con las faenas del campo; poco tiempo había para comadreos o historias de aparecidos; sólo los viejos, sentados al sol en los amplios bancos de piedra, en las fachadas de las casas, tenían tiempo para pensar en otras cosas; y hacia ellos fue nuestro hombre, para tener a alguien con quien charlar y pasar la mañana.
          -Hola, tío Boni, ¡Cómo andamos?
          -Ya ves, aquí tomando el sol, y tú ¿ya estás bien?
          -Voy mejorando.
          -Se te nota que tu madre te cuida; pareces otro.
          -Eso intento…. ¡tío Boni! ¿le contaron a usted, alguna vez, algo como lo que me ha pasado a mi?, ¿sabes usted algo de esto?
          -Mira, no sé qué será lo que a ti te ha pasado, pero…, siempre hay un pero, lo que sí es cierto es que en la ermita de la luz, siempre han pasado cosas muy raras; y no sólo ahora; yo tengo oídas, desde que era un crío, historias y cuentos sobre ella; muchas no serán más que consejas de viejas, pero otras…, ¿cómo te diría yo? otras sucedieron, les pasó a gentes que yo conocía y de las que tú habrás oído hablar a tus padres…
          -¿Cómo qué?
          -Escucha: esa ermita es la más vieja del pueblo; dicen que se hizo mucho antes que San Cristóbal, ¡y ya es decir! Pues cuentan que se hizo cuando los moros, más o menos; por lo visto, había un judío que vivía por aquí,  y este hombre quería tener un sitio donde ir a decir sus rezos, o como se llame lo que hacen ellos, él y su familia; y construyó una especie de caseta en el mismo lugar donde ahora está la ermita…quizás era un poco más grande, toda ella encalada, pues así lo hacen en su tierra y con un tejado como con bóveda, redondo, que también es lo que hacen en su tierra; dentro había como un púlpito, donde el judío tenía un libro, y cuando se juntaban allí dentro, él lo leía, y todos le escuchaban muy callados y muy atentos…el judío y su familia vivían por el monte, donde está ahora la casa de Regajales, más o menos, y bajaban a esa iglesia suya, que creo que llaman sinagoga o algo así, que ya es curioso el poner nombres raros a las cosas, pues, digo yo, donde se va a rezar se llama iglesia, y siempre ha sido así, digo yo…
          -Sí, es raro, sí.
          -Pues te decía… como sólo bajaban una vez por semana, me parece recordar que para ellos el domingo es el sábado, que también son ganas de liar las cosas; pues eso, como sólo bajaban un día, y para evitar que les robasen el libro o les rompiesen algo, puso una maldición encima de la puerta, la escribió, y la escribió en una lengua que nadie más que ellos saben, pues no les gusta hablar como los cristianos, no, no les gusta nada; bueno, a lo que íbamos; pues en la maldición decía algo así como “todo el que entre y no venga a adorar a nuestro dios, quedará marcado y será maldito para siempre”; y lo puso con letras rojas muy grandes que nadie entendía… Bueno, tú sabes que a los moros y a los judíos se les echó de España ya hace muchos años….
          -Sí, creo que dijeron algo de eso en la escuela…
          -Eso es, se nota que te aplicabas cuando eras pequeño.
          -Se hacía lo que se podía.
          -Claro, como todos; bueno, a lo que íbamos… pues, cuando echaron a los judíos, la sinagoga suya quedó vacía, pues se llevaron su libro y un candelabro muy historiado, todo de oro, que guardaban también allí.
          -¿Todo de oro?, ¡vaya, eran ricos esos judíos!
          -De todo había, como en todas partes; unos eran ricos y otros más pobres que las ratas; como ha sido siempre…, pero, como te decía, se fueron y allí quedó su iglesia vacía, y así pasaron muchos años, hasta que un cura que vino (porque se había muerto el antiguo) la vio, preguntó y como nadie dijera que era suya, dijo que para la Iglesia, que allí iba a hacer una ermita muy cumplida; ya nadie se acordaba de la maldición del judío, pues los de aquella época se habían muerto y como nunca había pasado nada… y las letras rojas se habían borrado con las lluvias… pues les pareció bien y allá que fueron, la enjalbegaron toda ella por dentro y por fuera, y taparon algunas goteras que el tiempo y el aire habían ocasionado…
          Y llegó el día en que el cura iba a consagrar la nueva ermita, y para ello dio recado al señor obispo de Segovia y éste le dijo que bien, que le parecía bien, pero que esperase, que él quería venir al pueblo, pues no lo conocía (ya era algo famoso en estas tierras, pues ya la Virgen se había aparecido en El Egido a aquel pastor bendito) y él consagraría el nuevo local de culto.
          -¡El señor obispo y todo! Y… ¿vino?
          -Claro que vino, que más le hubiera valido que no viniese, llego a lomos de una buena mula, con todos sus secretarios y un montón de frailes de Párraces; dijeron misa en la iglesia, misa cantada y todo, y luego hicieron una procesión hasta la ermita nueva; apenas entró en señor obispo en la ermita y levantó el hisopo para bendecir aquello, cuando pareció que la tierra temblaba y cayó el buen hombre en tierra como herido por un rayo; el caso es que murió al rato, dijo el médico que le había fallado el corazón… entonces la gente se empezó a acordar que sus padres y sus abuelos hablaban de la maldición del judío y se lo dijeron al señor cura…
          -¡Vaya historia, tío Boni!.
          -Calla, que no acaba ahí; el cura, entonces, esa misma noche, se acercó con dos monaguillos a la ermita, y desde fuera, se lió a hisopazos con todas las paredes y hasta se subió a una escalera para echar agua bendita en el tejado, mientras los dos chicos movían el incensario y tocaban la campanilla; con eso, pensó, se acababan las maldiciones y las tonterías, pues el lugar ya estaba bendito y allí ya no quedaba ni un demonio, ni judío, ni moro, ni gaitas; eso dijo… y todos le creyeron…
          -¿Ahí acaba?
          -¡Que va!; al día siguiente, el cura enfermó; en una semana se había ido a hacer compañía al obispo; así que trajeron otro cura; éste era vasco, y más grande, y más bruto, más que el más grande y más bruto del pueblo; cuando llegó le contaron todo, aunque él ya venía avisado; así que, al día siguiente de llegar, se vistió con los hábitos de decir misa y acompañado de los monagos, que llevaban una gran cruz y el hisopo, se largaron a la ermita…
          -¡Era valiente…!
          -¿Valiente?, eso es poco; cuando llegó a la puerta, la abrió, cogió el hisopo, y lanzando latinajos por la boca empapó aquello de agua bendita como si hubiera llovido, así quedó todo de mojado, hasta con charcos… luego entró, se paró en el centro, miró para todas partes, soltó más latinajos… y no pasó nada. Pareció que la maldición quedaba borrada, se metió la imagen del Cristo en el sepulcro, se puso el altarcito que tú conoces, y nunca más ocurrió nada extraño… hasta esto que te ha pasado a ti.

……….

(continuará)

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