3 de febrero de 2019

La Ventana. III


 (continuación)       

          Las huellas estaban claras sobre la nieve: iban por el camino de Blascoeles en dirección al cobertizo donde Julián guardaba sus vacas; llegaban hasta la misma puerta…
        


          -Pues aquí no está –dijo el Cipriano después de echar una mirada por el interior- y las vacas tienen comida, eso es que el Julián se lo puso.
          -Entonces… quiere decir que estuvo aquí.
          -Eso es lo que digo.
          -Entonces… habrá que volver por donde hemos venido a ver si luego estuvo en algún otro sitio.
          -Eso es lo que iba a decir.
          -Entonces….  vamos pa fuera, a ver dónde se dirigen las huellas.
          Y Cipriano y Matías salieron del encerradero, cerraron la puerta dando vueltas a la cuerda que servía de pestillo y dieron media vuelta, en dirección del pueblo.
          -Menos mal que no hace tanto frío como ayer…
          -Sí, menos mal.
          -Y el diablo de Julián… ¿dónde se habrá metido?
          -Algo le tiene que haber pasado, si no… estaría en su casa con la Remedios y nosotros no estaríamos aquí, dando vueltas como un tonto y mojándonos los pies con esta nieve.
          -En eso tienes razón.
          Y, con estas, fueron adivinando las huellas de las abarcas del Julián, que se dirigían de vuelta al pueblo, a su lado trotaba el “Moro”, que olfateaba en el suelo el olor de su amo y gañía, de vez en cuando, indicando, nervioso, que iban en buena pista.
          -El perro le huele.
          -Eso parece.
          -Pues en el camino tendremos que encontrarle.
          -No creo, le habríamos visto al venir…
          -Eso es verdad.
          Más adelante, vieron como unas huellas se juntaban con las de Julián, huellas pequeñas, muy juntas, como de alguien que va andando a pasitos y, junto a ellas, la marca redonda de un bastón o una cachaba.
          -Parece que aquí se encontró con alguien…
          -Sí, eso parece… esos pies tan pequeños…. ¿una mujer?
          -Una mujer… y… ¡un bastón!
          -¡Una mujer vieja!.
          -¿Qué hacía aquí con este tiempo?
          -¿Tomar el fresco?
          La mirada de Cipriano lo dijo todo y Matías optó por encogerse de hombros y mirar otra vez al suelo.
          -Pero, mira, aquí las huellas van juntas en dirección del pueblo.
          -Vamos tras ellas.
          Las siguieron por espacio de un kilómetro, más o menos, de pronto se quedaron quietos, miraron a su alrededor y sus caras parecían la máscara del temor más profundo; estaban frente a la casa de la tía Peñalejas; las huellas que venían siguiendo acababan allí, en la puerta de entrada; instintivamente dieron un paso atrás mientras el “Moro”, apoyando sus cuartos traseros en el suelo levantaba la cabeza y soltaba un aullido lastimero y profundo como muestra de un dolor y de un miedo ancestral.
          -¡Vámonos de aquí! –murmuró en voz baja Martín- ¡Vámonos, Cipriano, vámonos, por lo que más quieras!.
          Su compañero no se lo hizo repetir y ya estaba dándose la vuelta para marchar de allí cuando un ruido les clavó donde estaban, paralizando cualquier movimiento de su cuerpo.
         ¡La puerta de la casa se estaba abriendo!.

(continuará...)

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