13 de agosto de 2022

Aldeavieja: el cerro de El Calvario.

 

Hoy vamos a tratar de nuestra sierra, la “oficialmente” llamada Sierra de Ojos Albos y vamos a comenzar por lo que tenemos más a mano, por el cerro del Calvario.


Vista aérea del Calvario en los años sesenta del pasado siglo.

Lo primero indicar que “el Calvario” forma parte de una serie de cerros o “calocos” que empiezan (o terminan) en éste y acaban (o empiezan) en Otero de Herreros, ya en la provincia de Segovia. En el término municipal, además de él, tenemos los cerros del Campo (antes llamado del Campo-Azálvaro), Cantogordo, Asperón y la Avena. Estos cerros se formaron en el periodo del Mioceno, hace, aproximadamente, entre 24 y 5 millones de años, millón más, millón menos. La erosión creada por las aguas y el viento, al chocar contra las masas rocosas de granito, formó estos cerros redondeados y relativamente bajos en el piedemonte de la sierra.


El Calvario desde el oeste.

El nombre viene de que en él, en la ermita del Cristo de la Agonía, acababa un Vía Crucis que, empezando en la puerta de la iglesia parroquial, recorría las calles del pueblo y terminaba en el cerro; testigo de ello está todavía la cruz que, desmochada, pervive al principio del camino del Cubillo y la que existe junto a la carretera nacional, dentro de las antiguas eras y otra más que estaba (como muchos recordaréis) en la primera curva de la carretera del Campo; más tarde el Vía Crucis fue modificado terminando, como se puede ver actualmente, junto a la ermita de San Cristóbal. He oído otra versión que dice que el Vía Crucis empezaba en la cruz junto a la ermita de la Agonía y que acababa en la de San Cristóbal, con lo que cualquiera puede ser la correcta, o todas en diferentes espacios de tiempo.

La ermita del Cristo de la Agonía fue edificada en 1730, y fue costeada por Andrés de Nabas (alcalde a la sazón del pueblo) y por su mujer; y así constaba en una inscripción grabada sobre la puerta:

“Esta hermita del Cristo de la Agonía hicieron a su costa Andrés de Nabas del Nogal e Isabel Gordo su mujer año de 1730”

En la cruz de piedra que se alza frente a las ruinas de la ermita se puede leer:

“La + puso Isabel Gordo, viuda de Andrés de Nabas, fundada año 17…”



Ermita del Cristo de la Agonía.

Un dato: el cerro tiene una altura de 1305 metros.

Geológicamente se han encontrado tres minerales en el cerro: cuarzo, moscovita y ortosa; minerales que juntos o con otros, forman las rocas de granito que conforman la base del cerro. En la cara sur, entre los desmontes de tierra rojiza, aún se pueden encontrar buenos ejemplares de cuarzo cristalizado (cristal de roca).




Moscovita, Ortosa y Cuarzo.

Como curiosidad deciros que arriba, en la cumbre, se pueden observar las ruinas de un antiguo puesto de caza, utilizado para usar un reclamo con el que atraer piezas de la misma clase, normalmente perdices, para su apresamiento.


Restos del puesto de caza del Calvario.

Lo mejor, quizás, es la vista que se tiene del pueblo, en toda su extensión y que se nos ofrece desde su mejor perspectiva; además, las puestas de sol desde la cumbre son de las mejores que se pueden observar en la zona.

26 de julio de 2022

Las Enramadas

 

          Hace poco mientras, sentado en un banco de madera, esperaba la llegada de la furgoneta del pan junto a mi tío Aquilino, y entre medias de nuestras disquisiciones sobre unas cosas u otras, me contó una de las antiguas tradiciones de Aldeavieja, ya olvidada y de la que yo no tenía ninguna noticia.



(Colocación de las enramadas en Alcozar (Soria) )

          Según me relataba, era costumbre, entre los mozos varones del pueblo que, llegada la víspera del día del Señor, irse al monte y cortar un árbol para engalanar la fachada de las mozas casaderas; lo normal era que fuera una de las muchachas por la que sentían algo diferente, vamos, que fuese la chica de sus sueños; se esforzaban por que el árbol estuviese bien derecho, con buenas ramas y, al caer la noche, lo colocaban a la puerta de la casa donde la moza residía; al día siguiente todas (o casi todas) las muchachas hablaban y porfiaban sobre el nombre del que había puesto cada árbol y se alegraban o entristecían si coincidía con sus gustos o no.

          Lo normal es que se tratase de un álamo (un negrillo) pues era el árbol que indicaba que el que lo hubiera colocado estaba prendado por la chica que vivía en aquella casa pero, ¡ay si se trataba de un álamo blanco! (un chopo) pues eso quería decir que las relaciones entre los dos no eran buenas, o las habían roto o había alguna cosa que impedía que su amor prosiguiera.

         Investigando sobre ello he visto que esta costumbre estuvo muy extendida por casi todos los pueblos de España y, por supuesto, en Castilla y León; recibía el nombre de “Las Enramadas” pues en algunos sitios no se trataba de un árbol, sino de ramajes más o menos elegantes con que adornaban la puerta de la casa de la moza en cuestión.

          Se celebraba en la noche de la víspera de Pascua Florida, o del Domingo de Ramos o de la Noche de San Juan (solsticio de verano); no supo decirme mi tío en cual de estas festividades se hacía en Aldeavieja, apuntó a la víspera del Corpus, pero sin ninguna seguridad; el caso es que la fecha no era la misma en todas las localidades.

          Parece ser que la colocación de las ramas, o de los árboles, en las puertas o fachadas de las casas, iba acompañada de los llamados cantos de ronda a la vez que se aclaraban las gargantas con un buen clarete (o un buen aguardiente) acompañado de bollos o de algo más contundente.

          En algunas localidades, al acabar la noche de ronda, los mozos echaban el rastro, un sendero de paja que llevaba desde la casa del mozo hasta la de la muchacha por la que sentía amor, cruzándose por las calles los distintos senderos y haciendo difícil y complicado el saber cuáles eran las parejas, ocasionando con ello momentos de risas y provocaciones que formaban parte importante de la fiesta.

          Señala José Luis Alonso Ponga (uno de los estudiosos del folklore más señalados de nuestra Comunidad) que “las rondas y enramadas son, dentro de las fiestas de la juventud, las manifestaciones que más han pervivido en la mentalidad de los mayores de Castilla y León”.

          Hemos hablado antes de que no se colocaba cualquier árbol o arbusto en “Las Enramadas”, pues cada uno tenía un significado; me imagino que sería muy parecido en casi todas las localidades, por lo que, a continuación, señalo lo que querían decir en la localidad zamorana de Toro:

– Álamo: te amo.
– Pino: te estimo.
– Olivo: te quiero pero te olvido.
– Chopo: te quiero, pero poco.
– Castaño: te quiero, pero te engaño.
– Peral: te quiero más.
– Espiga de trigo: amiga y amigo.
– Laurel: No volveré.
– Romero: La que yo más quiero.
– Nogal: te quiero hablar.
– Jazmín: amor hasta el fin.
– Clavel: te quiero bien.
..

          En esta localidad no todos los mensajes eran «bonitos», y si algún chico había sido rechazado por una chica, le llenaba la puerta de huesos. Me imagino que lo mismo pasaría en nuestro pueblo, aunque puede que no fueran huesos lo que se colocaba en casos así.

          Si alguno tiene conocimiento de esta costumbre por habérselo oído contar a sus mayores, no dudéis en decírnoslo para así poder completar una historia que formó parte de la vida de nuestros padres y abuelos.

4 de julio de 2022

Aldeavieja: los azulejos del santuario de la Virgen del Cubillo.

           En mi búsqueda de cosas curiosas y/o interesantes referentes a nuestro pueblo, hoy voy a presentaros un documentado trabajo de Manuel Moratinos García, en el que trata, entre otros asuntos, de la azulejería que se encuentra en el camarín de la ermita de la Virgen del Cubillo;  hablamos del libro “Estudio de la azulejería de las provincias de Ávila y Valladolid”, editado en el año 2016 por la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León. En primer lugar hace un pequeño bosquejo histórico sobre la ermita de la Virgen, las etapas de su construcción y su situación y, después, entra ya a describir los azulejos encontrados, poniéndolos fecha y lugar de origen; es un libro útil y entretenido, ya que además de ocuparse de un tema que pueda interesarnos, hace referencia y estudia detenidamente otros lugares singulares de las provincias de Ávila y Valladolid.

          El texto es el siguiente:

          La localidad de Aldeavieja se sitúa al este de la provincia de Ávila, al pie de la Sierra de Ojos-Albos. Hasta 1833 perteneció a la llamada Tierra de Segovia, estando encuadrada en el sexmo de Posaderas. En la actualidad, junto a Blascoeles forma parte del municipio de Santa María del Cubillo. A unos cuatro kilómetros al este del núcleo urbano, avanzando por un camino de tierra se llega al santuario de Nuestra Señora del Cubillo, erigido en una pradera rodeada por los cerros del Asperón, Cruz de Hierro y el Calvario. Al igual que el resto de edificios religiosos de Aldeavieja, hasta 1566 dependió del monasterio de Santa María de Párreces, pasando a partir de esa fecha a formar parte del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

          Según cuenta la tradición, en el paraje donde hoy se levanta la ermita existió una alameda donde, hacia el año 1300, un pastor encontró la imagen de la Virgen dentro de un cubillo. Al poco de tal descubrimiento y al ser tenido por un milagro, el abad de Párreces mandó levantar un modesto templo y una casa para el santero en el lugar de la aparición, que pasó a ser llamado de Nuestra Señora del Cubillo. Este primer edificio fue sustituido por otro de mayores dimensiones con tres naves y tres altares, que comenzó a construirse en 1576 aunque su finalización se demoró hasta 1614.

          Finalmente, esta segunda iglesia fue sustituida poco tiempo después por la que en la actualidad se puede contemplar. Las obras comenzaron en 1656, aprovechándose los muros y contrafuerte de sujeción de las naves de la anterior edificación. En 1666 se estaba ampliando la capilla mayor y levantando tras ella un camarín, con lo que se dio por finalizada su fábrica exterior, aunque el acabado y la ornamentación interior se alargaron hasta el último tercio del siglo XVIII debido a las penurias económicas. El edificio se construyó con buena sillería de granito, destacando su gran monumentalidad. Presenta planta de cruz latina con una sola nave dividida en tres tramos, con tribuna a los pies más crucero y presbiterio cuadrado, al que se adosa, como hemos dicho, un camarín.

El acceso se realiza por los pies, una vez traspasado un pórtico en el que se abren tres arcos de medio punto que descansan en gruesos pilares. Una torre-campanario formada por tres cuerpos se levanta también a los pies, adosada al lado de la Epístola (Descalzo, 1988: 118-122).

 

OBRA DE AZULEJERÍA CONSERVADA

          Como hemos indicado, hacia 1666 se estaba construyendo un edificio adosado a la cabecera, de planta rectangular y con dos alturas, la inferior utilizada como sacristía y la superior para un camarín donde albergar la imagen de la Virgen. A través de dos puertas colocadas a ambos lados del retablo mayor, se accedía a la sacristía y desde esta al camarín propiamente dicho gracias a una doble escalera. En el libro de fábrica consta que en 1720 se amplió el ventanal del camarín, y que dos años después se colocaba una bóveda de media naranja en su parte central y de cañón con lunetos en los laterales, cubriéndose al exterior con un tejado a dos aguas. En 1734 se instaló en el camarín el retablo, que no fue dorado hasta 1759, abriéndose el trasparente en 1772 y, finalmente, dorándose dos años después toda la estancia (Ibidem: 148-152).


          Desafortunadamente el libro de fábrica nada dice del momento en que se colocó el piso del camarín. Como tampoco nos informa de las labores de azulejería que decoran la estancia, donde aparecen entremezcladas las técnicas de arista y plana pintada presentando una marcada dicotomía. Alrededor de la estancia se colocó un zócalo, formado por una doble hilada de azulejos de arista –de 13,5x13,5x2cm- de los llamados repetición, con un diseño representando dos flores vistas de frente de diferente tamaño y color –azul la grande y verde la pequeña- dentro de marcos cruciformes, formados por un doble cordón verde y melado, unidos entre sí por pequeños círculos, todo ello sobre un fondo de color blanco. Rematando el zócalo se dispuso una tercera hilada de azulejos planos pintados -14cm de lado-, dibujándose en cada uno de ellos grandes y carnosas flores en azul y blanco marcadamente barrocas.



          A su vez, el pavimento del camarín se cubrió con baldosas de pizarra octogonales –de 26,5x26,5cm-, entre las que se colocaron azulejos y medios azulejos de arista con el mismo diseño que los dispuestos en el zócalo. Además, en el centro, bajo la media naranja, se dibujó una gran estrella de ocho puntas conteniendo otra igual aunque más pequeña, formada por azulejos recortados de arista con flores vistas de frente, en esta ocasión dentro de marcos circulares, y cintas planas pintadas -13,5x6,5cm- presentando un calabrote encadenado con flores en su interior, en azul, amarillo y blanco. Finalmente, una doble greca formada por estas mismas cintas se dispuso enmarcando todo el solado.

          Los azulejos colocados en los arrimaderos presentan un buen estado de conservación, a excepción de los del muro este, visiblemente afectados por la humedad, hasta tal punto que afloran las sales en sus cubiertas vítreas. Los azulejos colocados en el pavimento muestran el consiguiente desgaste superficial a consecuencia del roce, siendo más evidente entre los que conforma la estrella central, donde la práctica totalidad de las piezas han perdido –en parte o totalmente- la cubierta vítrea.

          Atendiendo a las fases constructivas y, sobre todo, decorativas del camarín que nos describe el libro de fábrica, podemos comprobar que los azulejos de arista cronológicamente se encuentran totalmente desfasados. El libro de fábrica nos informa que en 1724 se estaba abovedando la estancia, comenzando a decorar una década después con la colocación del retablo, y que en 1777 se terminaba de pintar la cubierta y paredes. Por ello, en algún momento entre 1737 y 1777 se tuvieron que colocar el zócalo y el solado con los azulejos.



          De este modo, las piezas planas pintadas, con una tipología marcadamente barroca como hemos dicho, se acomodan a la perfección con unas fechas que rondarían la mitad del siglo XVIII. No podemos decir lo mismo de los azulejos de arista. Estos dos diseños que encontramos en el camarín son iguales a los que se emplearon en el solado del presbiterio de la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza en Ávila, fechados entre la segunda década y mediados del siglo XVI, además de considerar que fueron elaborados en Toledo. Todo nos hace pensar que los de Nuestra Señora del Cubillo son de la misma época y procedencia. La única explicación que podemos dar para justificar su presencia en una estancia y junto a unas labores de azulejería posteriores en más de un siglo, es que nos encontramos ante una pervivencia. Consideramos que los azulejos de arista fueron traídos desde la ciudad imperial para la decoración de la solería de la capilla mayor del primer templo o, acaso, del que le sustituyó en 1576, siendo definitivamente recolocados en el camarín en el siglo XVIII, una parte en el zócalo y otras nuevamente en su pavimento, entremezclados con piezas planas pintadas encargadas en el momento.

19 de junio de 2022

Aldeavieja: Leyendas: La muchacha de la bodega.

 

Todas las tardes, desde que empezaba la primavera, eran iguales: esperaba que su padre llegara a casa y, ante la puerta del corral, desuncía los bueyes; él, entonces cogía la pértiga y, con ella al hombro, guiaba a la yunta en dirección a la plaza, al “pilón de las vacas” para que allí saciaran su sed después de toda la tarde de labor.


Se sentía mayor, casi un hombre, con los animales a su espalda siguiéndole dócilmente; de vez en cuando se volvía, como hacía su padre, les pasaba el palo sobre la testuz, entre los cuernos y les decía, imitando un poco la cavernosa voz del padre: -“vamos Morucha, Cariñosa…” - y volvía la vista el frente con una media sonrisa en los labios (-“sólo me falta en cigarro en la boca”- pensaba) y le venía a la mente la imagen de Antonio, con su sombrero de paja, la barba de dos días en las mejillas, la colilla medio apagada colgando del labio inferior y sabe Dios qué ideas en la cabeza que le hacían sonreir o, a veces, fruncir el ceño.

Hoy tendría que esperar, ya había otras tres parejas de bueyes abrevando en el pilón, allí estaban Pablito, Toni y Sebas con sus animales.

-Vienes más tarde, la ha echado larga hoy tu padre.

Este era Pablo, que vivía en la casa enfrente de la suya y solían ir juntos a dar de beber a los animales.

-Que se ha encontrado con Faustino y han estado de cháchara.

-Ya me parecía a mí. ¿nos veremos luego, después de cenar?

-¡Claro!

Y en aquel “¡claro!” estaba implícito el deseo, la amistad, las ganas de aventura y una serie más de sensaciones que ninguno de los dos podría nombrar o, ni siquiera, concebir.

Volvió a casa más deprisa de lo que había ido; sabía que aún quedaba tiempo para la cena, pero la promesa de que algo nuevo, y quizás maravilloso, podía suceder le hacían sentir que no quedaba tiempo para nada, que los minutos iban a pasar rápidos, más rápidos y ese tiempo no iba a ser suficiente para cenar, para coger un farol, para calmar los latidos que su corazón desbocado realizaba a más de cien por minuto.

-¿Qué pasa, hijo? ¿no tienes hambre hoy?

Y su cabeza decía no mientras su boca decía sí, y la madre le miraba y le volvía a remirar y aquella sonrisa le recordaba un tiempo ya lejano en que unos ojos muy parecidos a éstos se posaban en los suyos y sonrió para sí.

El padre no decía nada, bastante tenía con pensar en si habría tormenta o no la habría y si podría montar la parva en las eras antes de que cambiase el tiempo.

-Me voy a ir con Pablo a dar una vuelta por ahí.

-A ver qué hacéis, no trasnoches que mañana hay que preparar la parva… si no llueve.

-Pero padre, si mañana es domingo…

-El trigo no sabe que día de la semana es.

-¡Venga, Antonio, deja que el chico se divierta un poco, que ya va toda la semana que no para entre una cosa u otra.

Y, Antonio, gruñó un par de blasfemias por lo bajo y dio la callada por respuesta. A veces, Benita tenía razón, había que dejar al chico que hiciera todas las cosas que eran normales para su edad, pero no quería dar su brazo a torcer tan fácilmente, así que farfulló:

-Bueno, pero mañana a acostarse pronto.

-¡Gracias, padre!

*

Habían quedado al comienzo de la calleja, junto a la casa del tío Fronio, y allí estaba esperándole Pablo.

-¿Trajiste el farol?

-Aquí está.

Se adentraron en la oscuridad, que no era completa pues la luna era casi llena, enseguida, ante ellos, se erguía la mole de la casona, en lo alto, el escudo nobiliario brillaba.

-Tenemos que rodear la casa y entrar por detrás, por los corrales.

Y eso hicieron, el campo se extendía ante ellos, y sólo el ruido de las chicharras y el ulular de las lechuzas les acompañaba.

-Por aquí -dijo Pablo- subir va a ser fácil, faltan muchas piedras.

A cierta edad, no hay muro ni pared que se resista; cuando llegaron arriba se agacharon, más que por precaución por esa… “puesta en acción” que se requiere cuando se está haciendo algo ilegal, o “secreto”; tres metros de tejado en muy mal estado les separaba del corralón; andando con precaución para no meter el pie en ningún agujero los salvaron y, después, se dejaron caer al suelo.

Entonces se miraron triunfales, como diciendo: “lo hemos hecho”.

Se acercaron a la casa, los negros ojos de las ventanas parecían acusarles o, cuanto menos, vigilarles; un leve escalofrío les recorrió el cuerpo al ver aquellas ventanas enrejadas y poderosas, por fortuna, no era por ellas por donde pensaban entrar; no, todo era más fácil: la puerta.

Una puerta que desde la casa conducía al corral y aquella puerta nunca estaba cerrada y si lo estaba…

Lo estaba, pero un fuerte empujón que propinaron en las maderas les hizo comprender que, con otro, se iba a abrir, y así sucedió; un crujido les indicó que la madera podrida se había desgajado y ya nada les separaba del interior de la casa.

Dentro estaba oscuro.

-Enciende el farol.

Con los nervios le costó encontrar las cerillas pero, enseguida, la llama prendió en la mecha y una luz amarillenta les mostró un estrecho y corto pasillo que terminaba en una puerta verde, a los lados otras dos puertas, ambas abiertas, daban acceso a una cocina y a una especie de despensa.

Entraron en la cocina, amplia, con una chimenea baja que ocupaba la mitad de la estancia, la campana encalada y dos bancos de piedra a los lados, cubiertos de trapos que quizás fueron, en algún momento, cómodos y  blandos almohadones.

Nada de aquello interesaba a los muchachos que, tras echar un rápido vistazo al otro cuarto, donde sólo vieron telarañas y ratones, abrieron la puerta verde que daba a otro pasillo, con dos puertas a cada lado y, enfrente se vislumbraba una estancia más grande, más abierta, que debía de encontrarse tras la puerta de entrada.

El farol les mostraba una sala ancha, con dos ventanas que debían de dar al frente de la casa, una escalera de piedra que llevaba al piso superior y otra puerta, abierta, a la izquierda, que conducía a otra sala. Un techo de vigas de madera, del que pendía una gran lámpara de hierro forjado en la que aún quedaban algunas bujías de cera.

-¡Chisstttt, calla!, ¿oíste eso?

-¿El qué?

-Como si alguien estuviera hablando.

-¿No querrás meterme miedo?

.No, ¡calla! ¿no lo has oído otra vez?

-Sigo sin oir nada, oye, si esto es una broma…

-¡Qué broma ni que puñetas! ¿no habrás escondido a alguien por aquí?

-Te digo que no, además, yo no oigo nada.

-Calla y escucha, me parece que viene del pasillo de atrás…

-Ahora calla tú, déjame escuchar…

Un sonido como de susurro de telas se dejaba oir hacia el pasillo por el que habían venido, pero no se podría discernir si eran pasos de ratones, crujidos de la madera o silbidos del viento, tan tenue era.

-Vamos a ver…

-Vé tú delante…

-Miedica…

Volvieron a salir del salón y al entrar, de nuevo, en el pequeño pasillo se pararon.

-¡Calla!, a ver si oímos algo.

Un murmullo, como si alguien estuviera tarareando una cancioncilla se dejaba oir, como si saliera de una de las paredes.

-Mira, aquí hay una puerta.

-No la había visto antes…

-Yo sí, pero como íbamos para allá…

-¿Abrimos?

Un encogimiento de hombros fue la única respuesta.

Tiró del pomo y la puerta se fue abriendo; a la luz del farol vieron unas paredes amarillentas de salitre y unas escaleras que bajaban.

Pablo alzó la luz para ver si distinguían el final de los peldaños, sí, la escalera era corta, catorce o quince escalones, era ancha, capaz de que pasaran dos hombres fornidos unos junto a otro o de dejar paso a una carga apreciable.

-¿Bajamos?

Otra vez se encogió de hombros pero, esta vez, como si quisiera decir: “a eso hemos venido, ¿no?”

Con ¿miedo? fueron bajando despacio, apoyando, sin necesidad, las manos en las resbaladizas paredes, queriendo ver lo que aún no se veía y oir lo que apenas se imaginaban.

Las escaleras terminaban en una gran estancia, ancha y capaz, de la que salían cuatro oscuros corredores, en las paredes colgaban varias antorchas apagadas y caídas por el suelo o colgando en precario equilibrio de clavos enormes distinguieron espadas, sables, morriones y escudos; con los ojos como platos y sin decirse ni una palabra, fueron encendiendo todas las luminarias que había en la sala.

Entonces el espectáculo fue magnífico; a la luz de los fuegos, las armas y las piezas metálicas reflejaban colores cobrizos debido al orín que las cubría en parte o plateados en las zonas que se mantenían limpias; también entonces pudieron ver toscos sillones de madera y una mesa sobre la que descansaban copas y platos, todo ello de metal, caídos unos sobre otros y cubiertos casi totalmente de polvo y telarañas.

-¡Calla! ¿no oyes?

Proveniente de uno de los corredores se oía como un rumor de pasos que se acercaba.

-¡Vámonos!

-¿Por qué?

-¿No oyes?, ¡alguien viene!

-Yo no oigo nada.

-¡Cómo que no oyes nada! ¡escucha! ¡escucha!

-¡Ya escucho, abobao, y no oigo nada!

-¿No oyes o no quieres oir?

-¡Te voy a dar una hostia!

-¿Tú y cuántos como tú?, ¡venga, date prisa! ¡nos van a ver!

-¡Tú lo que eres es un cagueta! ¡que tienes más miedo que vergüenza!

-¡Venga! ¡vámonos!

-¡Que me dejes, te digo!

No bien se hubo dicho esto, por unos de los corredores apareció una muchacha, de catorce o quince años, vestida de un modo antiguo. Muy bonita, con una gran sonrisa en la cara…

-¡Ya es tarde, nos ha visto!

-Nos ha visto ¿quién?

-¿No lo ves? ¡Esa chica!

Y al decirlo señaló con la mano un rincón desde el que, para su susto, se acercaba aquella muchacha…

-Buen mozo ¿traéis las provisiones que se han encargado? ¿dónde están?

-No, yo…

-¿Con quién hablas? ¿estás tonto?

-Pues… con quien va a ser. ¡Con ella!

-¿Qué ella?

-¿Es que no la ves? Está ahí delante de ti.

-¿No soy digna de que os dirijáis a mi?

-¡Oh, no, mi señora! Digo… ¡claro que sí! ¡muy digna!

-¿Otra vez hablando con los muebles?

-¿De verdad que no la ves? Mira, si está aquí… ¡cuidado, que la vas a empujar!

Con los ojos abiertos de par en par y la boca desencajada, vio cómo Pablo traspasaba con su brazo el cuerpo de la joven, que no se dio por enterada mientras el joven movía sus manos dentro de lo que, en teoría, era el pecho de la muchacha.

-¿Con quién habláis, joven?

-Pero… es imposible, es un fantasma; estás atravesando su cuerpo y no se entera, no se entera de nada…

-¿Fantasma, dices?

-¡Qué decís de fantasmas?

-¡Pablo, de verdad, vámonos! ¡me voy a volver loco!

-¡Vale!, pero antes apaguemos las antorchas…

Los dos muchachos se dieron prisa en apagar los fuegos, Pablo mirando de vez en cuando a su amigo al que no se le iba la cara de susto y echando un ojo, en cuanto podía, a aquellas maravillosas armas que se veían allí tiradas.

La muchacha seguía a nuestro amigo:

-Por favor, doncel, a qué vienen esas prisas, quedaos un poco más…

-Vämonos, vámonos Pablo… o nunca podremos salir de aquí.

Cuando la última antorcha se apagó, corrieron escaleras arriba hasta salir al pasillo, Pablo con una espada de grandes dimensiones en una mano y el farol encendido en la otra, su amigo con el rostro pálido y desencajado.

-¿Por dónde salimos ahora?

-Sin problema, había una escalera por donde entramos, caída en el suelo.

-Pues vamos para allá.

Mientras subían por la escala oyeron al reloj de la iglesia que daba las campanadas…

-¿Las doce? Pues ¿a qué hora vinimos?

-Daban las doce en…

-¿Cuánto tiempo hemos estado aquí?

-¿Un día?

- O nada…

*

Se cuentan muchas historias de esta casona, pero la de la muchacha encerrada en la bodega es una de las más usuales; es más, yo he conocido a muchachos de mi edad que habían entrado, a escondidas, en la casa y se les había aparecido; muchos de ellos no superaron nunca la impresión recibida y cuando, por algún hecho extraño, se avienen a contar sus experiencias no puedes dejar de observar que la mirada se les vuelve lejana y distraída y sus manos adquieren un casi imperceptible temblor y gotas de sudor aparecen sobre sus labios.