19 de octubre de 2020

Aldeavieja, un documento de 1914.

 

Hoy vamos a examinar un documento de hace 106 años que nos va a dar una imagen de cómo era Aldeavieja a los comienzos del siglo pasado, cuántas cosas se han perdido, cuántas se han ganado y cómo ha evolucionado todo. Se trata de la Rectificación correspondiente al año 1914 del Censo Electoral, aparecido en el Boletín Oficial Extraordinario de la Provincia de Ávila de fecha 1 de septiembre de dicho año.



Lo primero que hay que hacer constar es que en ella aparecen los nombres de las 147 personas que, a esa fecha, tenían derecho a ejercer su voto en las elecciones generales; se trata de varones mayores de 25 años, no aparecerán, por tanto, las mujeres ni los menores a esa edad; junto al nombre y apellidos se incluye la edad, el domicilio donde viven, la profesión que ejercen y si saben leer y escribir. De este dato se deduce que la población total rondaría entre los 600 y 700 habitantes, suponiendo grupos familiares entre cinco y seis personas.

En referencia al último dato que se relaciona, hay que hacer constar que de los 147, sólo ocho (8), están identificados como analfabetos, esto es, un 5,5% del total; lo cual nos indica la alta tasa de alfabetización que existía en el municipio, por supuesto que en la población masculina, no tenemos datos de la femenina, pero es seguro que sería bastante más alta.

En el listado aparecen relacionados los nombres de las calles del pueblo que son, básicamente, los mismos que ahora: Ancha, Real, Angosta, Segovia, Rodeo, Maello, Mediodía, Amargura y Pastor; a los que habría que añadir los barrios de Cabezuela, Aceiterilla, Altozano, Corrillo y la Plaza de la Constitución; además se incluyen el Santuario del Cubillo (el santero que allí vivía), y las dehesas de El Alamillo, La Lancha y Casasola (ésta ya en los límites con Navalperal de Pinares).

Las calles más habitadas son Ancha y Segovia, con 23 vecinos cada una; seguida de la calle Real, con 22; después la Cabezuela y la calle Angosta, con 16 y 15 respectivamente; la Plaza de la Constitución con 11 y las demás, ya, con menos de 10: Aceiterilla, Maello y Mediodía con 6; el Altozano con 4, las calles Rodeo y Amargura con 3 y el Corrillo y Pastor con 1.

En el santuario del Cubillo se contaría 1 y en las dehesas de La Lancha 3, el Alamillo 2 y en Casasola 1.



En cuanto a las edades, estas van desde los 25 a los 80 años; estando distribuidos de la siguiente forma:

Hasta 30 años 34 individuos, un 23%.

De los 30 a los 40, 37 personas, 25%.

De los 40 a los 50, 20, que son el 13%.

De los 50 a los 60, 29, un 19%.

De los 60 a los 70, 23, un 15%.

Mayores de 70 años, 4, un 2%.

Más de la mitad de esta población tiene menos de 50 años, un total de 91; bajando extraordinariamente los que pasan de 70 años, sólo 4, de los que sólo 1 tiene más de 75.

Vamos a ver ahora las profesiones y ocupaciones que tenían.

Entre las profesiones liberales, pertenecientes al sector servicios, se contaba con un médico, un maestro, un cura párroco, un secretario del Ayuntamiento, un farmacéutico y un veterinario.

De este mismo grupo, pero fuera de las profesiones que llamaríamos superiores, había: 1 panadero, 2 industriales (que normalmente eran abaceros y taberneros), 1 estanquero, 1 sacristán, 1 zapatero, 3 herreros, 2 carreteros (fabricantes de carros) 2 alguaciles, 1 peón caminero y 1 capataz, y seis guardas jurados (de las distintas dehesas).

En el sector terciario (agricultura y ganadería) que eran la gran mayoría, se dividían: 5 propietarios (se llamaba así a los que no tenían necesidad de trabajar personalmente en sus tierras o fincas), 7 ganaderos, 38 labradores y, en la escala más baja, esto es, los que trabajaban principalmente para otros, aunque tuvieran pequeñas propiedades, 53 jornaleros, 14 sirvientes y 3 pastores.

Se ve, que casi la mitad, 70 de 149, necesitaban trabajar para otros para poder subsistir, lo que da una idea del desigual reparto de las tierras y de la riqueza.



Por último, como curiosidad anecdótica, o no, nos encontramos en que existen 75 apellidos distintos en estas 149 personas, de un total de 298 posibles; de lo que se deduce que hay 223 que se repiten en mayor o menor número.

El más corriente, con 32 nominaciones, es Moreno; le sigue Vázquez, con 19; y a la zaga Muñoz y Gordo, con 18; después Torres, con 16 y Martín con 15; sucediéndoles López, García y Zahonero, con 10.

Y esto es todo, espero que os haya entretenido.

11 de octubre de 2020

Aldeavieja: El retablo de la Virgen del Rosario en la iglesia parroquial.

 

     Hoy vamos a continuar dando otro apunte sobre la riqueza artística de nuestro pueblo; una vez más se encuentra en la iglesia parroquial y, también, se trata de un retablo. En el lado del Evangelio, esto es, a la izquierda del altar mayor, está el retablo de la Virgen del Rosario; su construcción se debe a nuestro antiguo conocido Luis García Cerecedo, el mismo personaje que mandó levantar la Capilla de San José en la propia iglesia.

     El comienzo de ejecución de este retablo se puede datar en alguna fecha posterior a 1670, hacia 1672. En todo caso es anterior a 1676, porque en su testamento de ese año ordenó Luis García Cerecedo que “los retablos que tengo hechos y puestos de madera, uno en la iglesia y otro el principal de la hermita del señor san Cristóbal, se doren y encarnen los santos conforme al trato que tengo hecho con Pedro del Oyo, dorador, y se a de encarnar el Santo Christo de San Cristóbal y se ha de hacer un árbol al santo Cristo de la Oración del Huerto”; su artífice fue Sebastián de Benavente, el mismo que hizo el retablo de la Capilla de San José y otros cuantos más, en Aldeavieja, de los que ya nos ocuparemos, y que tuvo una gran amistad con el donante del que tratamos.

     Sobre el retablo, en las pechinas, hay dos tarjetas con escamas en la parte baja y alta, en que hay una cabeza de serafín. Los interiores tienen las inscripciones “ESTE RETABLO DIO LUIS GARCÍA DE CEREZEDO” “Y MARÍA DE HERRERA SU MVGER AÑO DE 1677”.


     Ahora pasemos a una descripción del mismo.

     El retablo consta de sotabanco de piedra y banco de madera, en él hay dos pinturas, una a cada lado, que representan a la Virgen hilando y San José con el Niño; en el centro, y cerrando el sagrario hay una pintura del Pelícano sacrificándose por sus crías. Los cuadros parecen ser de Matías de Torres (Aguilar de Campoo 1635 – Madrid 1711), amigo y compañero de Herrera el Mozo, con quien compartió diversos encargos, se dedicó principalmente a la pintura de pequeños cuadros para retablos.

     La imagen del pelícano se debe a una antigua creencia de que esta ave hacía sangrar su pecho, a picotazos, para alimentar a sus crías (realmente se debía a que se golpeaba el pecho para regurgitar el alimento con que las saciaba) y pasó a convertirse, para la Iglesia católica,  en una imagen del sacrificio de Jesucristo que, con su vida, redimía a la Humanidad; sobre todo al final del siglo XVII y a los inicios del siglo XIX, el pelicano se retoma como signo de la dedicación de los padres hacia los hijos y como símbolo de la muerte de Cristo.

     En el cuerpo principal, en el centro, hay una hornacina que contiene una imagen de la Virgen con el Niño, al que sostiene con la mano izquierda y un rosario en la derecha, duplicado por uno de madera dorada de doble cadena y florones a intervalos, que está en el fondo de la hornacina y rodea al grupo; los dos llevan unas aparatosas coronas de plata en la cabeza que no formaban parte de la imagen original, ya que no se adaptan y están sobrecolocadas.

     A los lados de la escultura central, en ambas hornacinas, se encuentran las imágenes de San Antón, a la derecha, y San José, a la izquierda.

     San Antón, patrón de los animales, está representado por un anciano, con hábito de monje, que lleva en su mano derecha un bastón o cayado, y en la izquierda un libro cerrado (que originalmente debía de llevar en la mano y que actualmente le cuelga de la muñeca por una correa), a sus pies, un cerdito, con un lazo del que colgaría una campanilla, completa su simbología. No es la original del retablo, que ignoramos cual sería, pero no hay más que ver su desigual tamaño comparado con las otras imágenes y cómo se sale de la hornacina que lo contiene.

     La escultura de San José, en el lado izquierdo, sí parece ser de la obra original, aunque le faltan los atributos típicos; la vara con azucenas que sostiene en la mano derecha, que debería estar apoyada en el suelo, representa la castidad y en la mano izquierda, que se representa abierta como si le faltase algo, debería llevar alguno de los útiles característicos de su profesión: carpintero.

     Finalmente, en el ático, en una caja profusamente adornada y con un fondo pintado imitando jaspes rojizos y verdes, se encuentra una magnífica talla de Cristo atado a la columna. Se desconoce al escultor que talló las imágenes que adornan el retablo, aunque es seguro que pertenecía al círculo de Sebastián de Benavente, y casi seguro que fue más de uno, pues hay una gran diferencia entre la talla de la Virgen y las otras, sobre todo del Cristo atado a la columna, que sobresale por la pureza de sus líneas.

     Todo el retablo, pintado y dorado, está adornado con florones, rosetones, filigranas y cuentas, formando un conjunto de una gran riqueza ornamental.

     La lástima es el estado en que se encuentra actualmente, aparte de los dorados que se han perdido y los desconchones de la pintura en diversos sitios, necesitaría una restauración, en profundidad, tanto de las pinturas como de las imágenes esculpidas, antes de que sea irremediable.

11 de septiembre de 2020

Aldeavieja: una historia que pudo ser: el chozo. VI

 

(continuación...)



-Cuanto más lo pienso más se dirige todo en una dirección: el único punto en común de todas las víctimas es… el chatarrero, conocía a la chica, o por lo menos a la madre; coincidía muchas veces con el mulero en el camino y en los pueblos… y, finalmente, es el último que vio con vida a Antonio; tiene que ser él, por narices… no hay otro sospechoso.

Así cavilaba el cabo en su despacho, todo apuntaba en esa dirección, pero algo no cuadraba, algo había en toda aquella historia que no acababa de convencerle; sí, el chatarrero era el más indicado, pero, entonces, qué hacía ahora mismo allí, en la plaza del pueblo, vociferando su mercancía para atraer a las mujeres…? ¿no habría sido más lógico, si era el culpable, desaparecer por un tiempo? ¿irse al sur unos meses, que la gente se olvidase de todo aquello y no mostrarse, como lo hacía, en medio de todos, contando a quien quisiera oírle que él fue el último que vio al guardia civil asesinado?; no, algo fallaba en esa teoría; el chatarrero era demasiado obvio… pero, entonces ¿quién?.

En la comandancia ya le habían dado un aviso, querían a alguien, querían un sospechoso que se pudiera llevar ante un juez, que enseñar a la prensa y, aún más, a la gente de los pueblos para que volvieran a confiar en ellos, en que eran capaces de encontrar a un asesino que perturbaba sus vidas y amenazaba su tranquilidad; sería muy fácil entregarles al chatarrero… pero no, no estaba seguro de que fuera el culpable; tenía que dar más vueltas a aquel asunto…

Si por lo menos Arturo cooperase… pero no, su subordinado parecía alejado de todo aquello, como si no fuera con él; después de encontrar el cadáver de Antonio se había desatendido de toda la investigación; no quería hacer nada en aquel asunto y cuando se le ordenaba… obedecía sí, pero con una desgana que daba a entender que nada bueno o nuevo iba a encontrar y que ninguna idea o pista iba a aportar; le extrañaba su conducta, pues aunque comprendía que todo aquello había resultado muy duro para él, también era verdad que en peores situaciones se habían encontrado antes.

-Arturo no es como antes, no sé qué le pasará… si por lo menos se abriera como en los viejos tiempos y me contara lo que le pasa o lo que pasa por esa cabeza…

El cabo se levantó pesadamente de la incómoda silla de madera que utilizaba cuando se sentaba en su despacho; era incómoda y dura, pero la quería así, para estar en ella el menor tiempo posible… y esta vez llevaba demasiado; le dolían las nalgas y pensó que si sacaba aquella botella de aguardiente que tenía en el armario e invitaba a Arturo a una copa… a lo mejor, entre los dos, volvía a surgir el diálogo o se les ocurría algo que les llevase a buen puerto.

-¡Arturo, Arturo!, sal de tu guarida y ven a mojar la garganta con tu cabo.

Llegó hasta la puerta del cuartucho donde dormía y tenía sus cosas el guardia y vio que estaba entornada…

-¡Arturo!, no te hagas el sordo…

Al empujar la puerta comprendió por qué Arturo no le contestaba… allí, frente a él, colgado de una soga, se balanceaba el cuerpo sin vida de su amigo…

El estrépito de la botella al estrellarse contra el suelo fue el único sonido que se escuchó en el cuartelillo en aquella calurosa tarde.

Manuel, que así se llamaba el cabo, tenía ante sí, sobre la mesa de su despacho, unas pocas hojas de papel en las que, con su caligrafía cuidadosa y elegante, Arturo explicaba el cómo y el por qué de todas sus andanzas.

Las había leído un par de veces intentando entrar en la cabeza del que fue su subordinado y amigo y comprender todo el infierno por el que había pasado… empezaba así:

Querido Manuel, me sabe mal hacerte esto después de todos los años que hemos pasado juntos y las historias, buenas y malas, que hemos tenido durante ese tiempo; pero no puedo dejar que otro cargue con mis culpas y menos el pobre chatarrero, que tiene todos los números para que le toque esta lotería.

Fui yo. Sí, lo confieso. Yo maté al mulero y a la niña, y sí, también maté a Antonio. Te lo contaré todo: yo conocía a la madre de la chica y yo la convencí para que la mandase a este pueblo, ¿por qué?, pues verás, la niña era igual que María; ¿te acuerdas de ella? Ya hace muchos años, en el sur, en aquel pueblo de Ciudad Real donde nos conocimos; nos íbamos a casar, ¿recuerdas?, pero murió de aquellas fiebres que hubo en el año 70; al poco tú y yo nos fuimos trasladados a Extremadura y luego a aquí; en una de las misiones a Peguerinos conocí a la Paca, es una mujer amable y tierna que había quedado viuda hacía poco; me presentó a sus hijas y cuando vi a Herminia vi también a María; eran iguales; me enteré que la pensaba mandar a Aldeavieja con su hermana y yo la animé a ello; soñaba con ella, con verla todos los días, con… en fin, ya sabes, no vivía más que para verla y sólo soñaba con tenerla; cuando me enteré que venía con el mulero no me pude resistir más; salí a su encuentro, en la sierra, y esperé a que llegaran al lugar donde yo sabía que pararían a descansar. No sé qué pasó por mi cabeza, pero mi entendimiento se nubló y aquel hombre honrado y sencillo pagó por culpa de mi lujuria y mi deseo; ella no se enteró cuando me deshice de él, no vio nada y yo la convencí de que había tenido que volverse a por una mula que se le había quedado atrás  y me había encargado de que yo la acompañase hasta el pueblo.

¿Cómo iba a dudar de mí, un guardia que, además, conocía a su madre?; bajamos por el camino y al llegar cerca de los prados de la Jarrera no pude aguantar más, con un pretexto cualquiera la convencí para que me acompañase hasta un bosquecillo cercano, me parecía que estaba con María y cuando la cogí entre mis brazos para besarla ella se asustó, lógico, yo enloquecí y la di un mal golpe, cayó sobre una piedra con tan mala fortuna que se mató; recobré la razón, pero ya era tarde, no sabía qué hacer y la acuchillé como si hubiera sido víctima de un asalto; entonces, no sé por qué arrebato, corté sus botones, como un recuerdo… un mal recuerdo, me di cuenta y los deje allí, en el suelo donde la había matado; después… llevé su cuerpo al chozo que yo sabía cercano con la esperanza de que las alimañas acabaran con él.

Luego, todo ha sido mentir y disimular, dar vueltas y marear la perdiz; cuando me enteré que Antonio iba a Peguerinos vi que aquello se iba a descubrir; allí le contarían mi relación con la Paca y Antonio era muy bueno atando cabos; salí a su encuentro y, ya sabes, cuando se empieza algo… hay que acabarlo; aunque sea un crimen.

Todo mi mundo se había derrumbado; yo, un representante de la ley… no era más que un vulgar criminal, una vergüenza para el Cuerpo y para mis compañeros; me había aprovechado de nuestra amistad, de tu confianza y había manchado mis manos con demasiada sangre inocente… no merecía vivir”.


FIN

20 de agosto de 2020

Aldeavieja: una historia que pudo ser. El chozo V.

 (continuación...)

-¿Esto es el mulero?

-Más bien… lo que queda de él.

Estaban en el cuartelillo de Aldeavieja, Arturo, el cabo y el médico; sobre una mesa de matanza descansaba el cadáver de un hombre, lo habían rescatado a tiros de una gran bandada de buitres que no querían soltar aquella presa tan codiciada; tres descargas tuvieron que hacer Arturo y el cabo antes de que las aves levantaran el vuelo y abandonaran su comida; el mulero debió de ser un hombre grande y corpulento, pero lo que quedaba de él era poco más que jirones de carne apenas pegada a los huesos; nada mostraba la causa de su muerte y poco más que nada el cuándo, el cómo y el dónde. Retales de tela permanecían adheridos a lo poco que quedaba, pana vieja y gastada y un sombrero de paja que el guardia había recogido junto al cadáver.



-¿Lo mataría el mismo que a la chica?

-Seguramente.

-Muy fuerte tenía que ser o lo hizo mientras dormía o a traición.

-Eso va a ser muy difícil de saber, si es que alguna vez lo sabemos.

-¿Lo haría en el mismo sitio que lo encontramos?

-Sería lo más lógico, para qué iba a cargar con él…

-¿Y la chica, qué pensaría si lo vio?

-Pues o no se enteraría o estaría petrificada de miedo; tú imagina que ves como matan al que te acompaña y no puedes huir, ni gritar, ni nada; el otro es más grande que tú, más fuerte, más… ¡yo qué sé!, ¿pero que iba a poder hacer una chiquilla sola y asustada ante un tipo al que no le importa cargarse al prójimo?

-¿Iría con ellos o se lo encontrarían en el camino?

-Lo mismo da que da lo mismo; pero, por si acaso, habrá que esperar a Antonio y que nos cuente qué ha averiguado en Peguerinos.

-Habrá que esperar, entonces.

-Habrá, pero, mientras, no vendría de más hacer una descubierta por donde lo encontramos; más que nada, por ver si hay rastros de las otras mulas, o de su mercancía o si el asesino dejó alguna huella o rastro; aunque eso lo veo difícil.

Y allá arriba que voy otra vez, el cabo se ha quedado en el cuartelillo y yo me pateo el camino con mi tricornio en la cabeza y el mosquetón al hombro; si al menos pudiera haber ido de paisano… pero las ordenanzas son las ordenanzas… y ¡ya está uno hasta los mismísimos de sol, polvo y cadáveres putrefactos!; si es que… ¡es verdad! ya no sé si debo llevar un frasco de colonia en el morral o una caja para meter huesos; a veces me creo que soy un sepulturero o un médico de esos que van buscando cadáveres para estudiar cómo somos por dentro; en fin, la vida es como es y no la voy a cambiar yo; así que… obedezco y callo.

Ya he llegado a la pequeña explanada en la que encontramos a los buitres y al bueno del mulero; se nota que allí ha habido una cena salvaje; rastros de sangre, pequeñas esquirlas de huesos, plumas de las aves que se peleaban por el mejor bocado y todo el terreno como si lo hubieran arado… la hierba arrancada, el suelo convertido en un arenal pisoteado y removido; de vez en cuando se ve alguna tira de tela o de cuero; pero estos bichos comen de todo y no hay nada que sirva de pista o señal para saber el qué, el cómo o el cuándo.

Me aparto un poco, a veces hay que mirar las cosas a distancia, así se aprecia mejor el escenario y se puede imaginar uno cómo han pasado las cosas. La explanada no es muy grande, pero sí suficiente para servir de parada para un descanso, fumar un cigarro o evacuar una necesidad; también es un buen sitio para que se puedan cruzar dos recuas sin mezclarse ni tropezar; no me extrañaría que encontrase restos de fogatas para hacer una comida o calentar una noche fría; echaré un vistazo; desde aquí no se ve el pueblo; aún queda un buen trecho y si te pilla la noche o la hora de zampar… no es mal sitio; yo, por lo menos, aprovecharía… además, ahí al lado se oye correr el regato de agua fresca que con ese sonido te invita a echar un trago si es la hora de la calor…

Vamos a ver qué podemos ver.

Sí, aquí hay un corro de piedras ahumadas que han calentado más de un puchero, ramitas chamuscadas y manchas de grasa; como me imaginaba es un buen sitio para hacer un alto; vamos a imaginar… el mulero viene por aquí con su recua, en una de las mulas va la  muchacha que tiene que dejar en Aldeavieja, en casa de su tía; tienen  hambre; han salido muy de mañana de Peguerinos y la hora de la comida les ha pillado aquí…

“-¿Qué moza, hace que paremos un rato y le damos gusto a las tripas?; seguro que ya tendrás algo de hambre…

-Sí, señor, desde esta mañana que tomé un tazón de leche con sopas no he vuelto a probar nada.

-¡Anda, baja! Tírate, que yo te cojo.

-A ver si le voy a hacer daño, peso bastante…

-¡Anda ya, vas a pesar…! ¿tú has visto los bultos que llevan las mulas?, esos sí que pesan… pues los he cargado yo solo.”

Y la moza habrá bajado, se habrá metido entre esas zarzas para orinar, después de tantas horas cabalgando seguro que tendría ganas… y luego ayudaría al mulero trayendo ramas secas y piñas para encender un buen fuego.

Las mulas quedarían atadas a esos árboles junto al arroyo para que se refrescaran también y cogerían agua de un poco más arriba, agua limpia y fresca.

Si parece que lo estoy viendo.

“-¡Ya verás que sopas hago, con esta hogaza bien cortada me salen unas de ajo… y si le echamos un poco de jamón… ¡ya verás!

-Voy a coger agua para beber.

-Me parece bien, muchacha, aquí tienes un odre, ¡déjala correr bien, que venga limpia!”

Y la chica subiría un poco por ahí y en esta pocita se agachó para llenar el odre.

Se harían las sopas, se sentarían bajo esas sombras y se las comerían… hacía calor y decidieron echarse una siesta antes de continuar la marcha.

Y ahora viene lo bueno: llegó alguien. El mulero llevaría un perro y el perro ladraría al oir venir a alguien… ¿llevaría perro… o no lo llevaría? Si ladró… el mulero despertaría para ver qué pasaba y entonces… difícil sería atacarle; si no ladró… o no llevaba perro o el que venía era conocido… no llevaba perro, el visitante los vio dormidos y pensó: “he aquí una ocasión que ni pintada para llevarme las mulas, mato al mulero y la chica me va a servir para divertirme un poco; están dormidos y ni se van a enterar hasta que todo haya pasado…”, pero… y si llevaba perro…el animal ladra, el mulero se despierta, ve al visitante, no le gusta su aspecto, coge la garrota y va hacia él… el otro es más fuerte o tiene un cuchillo o una pistola… el caso es que lo mata; la chica se despierta, chilla, el perro ladra… mata al perro, vuelve a chillar la chica…. ¡demasiados chillidos! ¿y si había alguien más que él no veía?; no, así no pudo ser.

Veamos otra posibilidad... hay perro, no ladra porque conoce al que llega, es más, va hacia él moviendo el rabo… el hombre le acaricia la cabeza… “¡Hola Canelo!, ¿dónde está el bueno de tu amo? ¿dormido,eh?, me va a pagar ahora todo lo que me debe y se van a acabar las risitas de superioridad…”

¿No me estaré inventando demasiadas cosas?

Lo que está claro es que alguien mató al mulero, le robó sus cosas, al hacerlo una de las mulas escapó, quizás era un animal nervioso y no le gustó verse tocada por alguien que no era su dueño… luego cogió a la chica y la llevó con él; se dirigieron hacia Aldeavieja, camino abajo… pero, en un lugar determinado, antes de llegar a las cercanías de La Jarrera, intentó, o logró, abusar de ella y luego, temeroso de que le denunciara… la mató, intentó ocultar su cuerpo en el chozo pensando que nadie lo descubriría hasta que fuese irreconocible, pero algo salió mal… hubo una tormenta y un pastor lo encontró antes de tiempo…

 

-¡Calla! ¿qué es ese ruido?

Una reata de mulas apareció por el camino proveniente del sur, miré y, como en un sueño, me pareció oir la voz del mulero que llamaba a sus animales y les conminaba a pararse…

-¡Soooooo, mulas, sooooooo!

Se trataba de uno de los muchos trajineros que iban y venían por aquel camino llevando mercancías y noticias, de un pueblo a otro.

-¡Buenos días nos dé Dios!

-¡Buenos días, señor guardia! ¿Cómo por aquí?

-Pues… ya ve, trabajando en nuestras cosas.

-¿Algún robo o algo así?

-Algo así… ¿viene de lejos?

-¡Hombre, no mucho, de San Lorenzo!

-Buen pueblo es ese.

-Bueno es…

-¿Para Aldeavieja?

-Sí, allí marcho, a ver si saco algunos cuartos.

-¿Qué lleva?

-Cuatro cosas: cubos, artesas, lámparas… ya sabe: hojalatería.

-Hay que tener maña para hacer esas cosas…

-Yo sólo las vendo; las hacen mi primo Julián y sus hijos por Navalcarnero; ellos fabrican y yo las vendo; hay que dividir el negocio.

-Y… ¿qué se dice por ahí?

-¡Qué se va a decir! Pues que andan ustedes tras una mala persona que parece que liquidó a un mulero y a una muchacha que iba con él.

-¿Qué piensa la gente?

-Pues… que ya debe de haber puesto mucha tierra por medio; lo mismo anda por Andalucía… o por Galicia.

-Lo mismo.

-¿Y ustedes…? ¿qué piensa la Benemérita?

-Pues…

-Calle, que según venía he adelantado a un compañero suyo que ha estado haciendo averiguaciones en Peguerinos… que ya se sabe en toda la sierra.

-¿Anda muy lejos ese compañero mio?

-Aún tardará cosa de hora y media, o así, en llegar aquí. No le veía yo con mucha prisa.

-Y usted ¿qué piensa?

-¿Quién, yo? Pues… na.

-¿Conocía usted al mulero?

-¡Al Dioni? ¡claro que le conocía!, ¡no lo iba a conocer! Si coincidíamos en este camino cada dos por tres. Muy buena persona, que si podía… te echaba una mano en lo que necesitaras.

-¿Y a la chica?

-¿A la Herminia?, conocerla no, sólo de oidas; yo soy medio primo de su madre, la Paca; si fui yo quien dijo en Aldeavieja que el mulero la llevaba con él.

-¡Pobre muchacha!

-Pues sí, mira que hacerle una cosa así, con lo maja y alegre que era…

-¿No has dicho que no la conocías?

-No… eso es lo que dicen en Peguerinos… yo no…

-Tranquilo, sólo era una pregunta.

-No, es que luego… la gente se cree cualquier cosa, y yo…

-Claro, claro. ¿Paras mucho en este lugar?

-Hombre, el sitio es muy bueno para echar una cabezadita cuando aprieta el calor… y más después de la subida…

-Y el Dioni… ¿también paraba aquí?

-Seguro que sí, aquí paraba todo dios. Hay agua, hay sombra, hierba para las bestias, en fin, sí, es un buen sitio.

-Muy bien, yo esperaré a mi colega, ya que dices que viene para acá.

-Vale, agente, yo sigo hasta el pueblo. Nos vemos.

-Adiós.

-¡Esto no puede ser!

-Pues ya ves, cabo, es.

-Pero… ¿Cómo fue?

-Y… ¿Quién lo sabe?, el caso es este… encontré a Antonio muerto, de un navajazo en el corazón.

La desolación estaba pintada en la cara del cabo; nunca, en toda su carrera, se había encontrado en una situación como aquella; una muchacha y un mulero muertos y ahora… aquello: un miembro del Cuerpo, un subordinado… un amigo… asesinado también y ninguna pista segura por la que tirar del hilo; miró a Arturo, una sonrisa triste apareció en su rostro:

-Arturo, sólo quedamos tú y yo, y esto no puede quedar así… tenemos que encontrar a ese mal nacido, aunque sea lo último que hagamos en nuestra vida.


(continuará...)