A finales del siglo XVI ocurrió uno
de los episodios de peste más graves que se produjeron en la Península, unido a
una gran periodo de sequía que ocasionó la pérdida de cosechas y lanzó a la
miseria y a la muerte a un gran porcentaje de la población de Castilla; al
parecer, Aldeavieja fue uno de los lugares que menos sufrió sus consecuencias;
de ello da noticia Francisco García en su libro y, a colación de este hecho,
cuenta lo siguiente:
Aunque la cofradía del señor San
Roque es la menos antigua, se celebra en su día con gran festividad y regozijo
de muy solemne procesión y autos y danzas y otras invenciones. La qual cofradía
se instituyó el año de mil y quinientos y noventa y nueve en el qual visitó
nuestro Señor su pueblo y le castigó con el mayor azote de hambre y
pestilencia, que los vivos abian visto ni oydo jamás, porque en los mas pueblos
de España murió grande número de gente, mayor y menor, de secas y barbuncos y
de mucha hambre y necesidad sin poderse valer padres a hijos, ni los maridos a
sus mugeres; por lo qual tomaron muchos pueblos particular devoción con el
bienaventurado san Roque y le dedicaron templos y altares y cofradías; lo qual
hizo con particular devoción el lugar de Aldeavieja haziéndole su imagen de
bulto con su caja y altar e instituyendo la dicha cofradía; la qual fundaron en
la hermita de señor San Cristóbal donde hizieron altar y pusieron la imagen del
bendito santo y muy de ordinario acuden a encomendarse a el con muy fervorosa
devoción, con la qual los mayordomos desta cofradía hazen muy espléndidos
gastos el día de su festividad.
Imagen de San Roque, actualmente en la
parroquia de San Sebastián
Y ansí tiene aquel pueblo por sus patrones y
particulares abogados a los tres santos defensores del horrible y espantoso mal
de pestilencia, que son san Cristóbal, san Sebastián y san Roque; por cuyos
méritos e intercesión tienen por cosa muy cierta que quiso nuestro Señor librar
aquel pueblo del terrible castigo y azote con que afligió a los demás, pues con
ser tan universal y el pueblo tan grande no murieron en él más de cinco o seis
personas, abiendo en aquella comarca muchos lugares que casi del todo quedaron
despoblados y otros con falta de la mitad de la gente; sea el Señor glorificado
por todos los siglos de los siglos. Amén.
En el siglo XVII
hace su aparición un personaje que marca un antes y un después en la historia
del lugar; se trata de Luis García Cerecedo. Nació en Aldeavieja en 1617, hijo
de Baltasar García y María González Cerecedo; de una familia de tratantes de
ganado, hizo su fortuna de mercado en mercado, surtiendo de cabalgaduras a la
caballería española en sus múltiples guerras; con sus ganancias, muchas, se
convirtió en prestamista de la Corona, adelantando los dineros para las
Caballerizas Reales y convirtiendo, también, a los monjes del Real Monasterio
del Escorial en deudores suyos; casó con María Herrera, también natural de Aldeavieja,
y se convirtió, para gloria suya y de su familia, en mecenas de todas las obras
importantes que se conservan en el pueblo.
Cuando él nace se están dando los
últimos toques a la segunda ermita de la Virgen del Cubillo, construída sobre
la primitiva del siglo XIV; treinta y nueve años más tarde, en 1656, Luis se
encuentra en el apogeo de su riqueza y de su carrera; ha comenzado a levantar
la Capilla de San José, en la iglesia parroquial del pueblo, para que sirva de
lugar de enterramiento de sus padres, de él, de su mujer y de sus
descendientes; no escatima el dinero; hace que uno de los principales maestros
del momento construya el retablo: Sebastián de Benavente y Francisco de Herrera
“el Mozo”, se encargará de pintar sus tablas: la obra se acaba el 1662 y la
primera persona que se entierra allí es su esposa, que fallece ese mismo año.
Capilla de San José.
Dos años después de iniciar la
construcción de la capilla empiezan las obras para transformar la ermita del
Cubillo en el santuario que conocemos hoy, y en esas obras no faltó el dinero
de Luis; como promesa que su mujer hizo en su testamento ordena la construcción
del precioso retablo barroco que aún hoy podemos admirar, así como el camarín
de la Virgen; no satisfecho con ello mandó realizar un retablo nuevo para la
ermita de San Cristóbal y al año siguiente, 1676, regala para la iglesia
parroquial el retablo de la Virgen del Rosario y el monumental Vía Crucis que,
todavía hoy, adorna las paredes de dicha iglesia; son sus últimas ofrendas al
pueblo, ese mismo año Luis García Cerecedo fallecía, siendo enterrado en la
capilla que, para ello, mandó levantar.
Dedicatoria del Vía Crucis de la iglesia
parroquial, de 1670.
Parece ser que vivió en la casa marcada con el
número 26 de la calle Ancha, que hasta hace pocos años podíamos ver tal y como
había sido en sus momentos de esplendor.
Casa de Luis García Cerecedo, en la calle
Ancha
En este siglo XVII se realiza, también, el Vía
Crucis que recorre las calles del pueblo; por tratarse, lo que queda de él, de
una obra no unitaria, sino formada en diferentes épocas y con arreglos y
desarreglos varios, insertamos, como apéndice,
un estudio sobre su construcción y significado.
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