Al amanecer Íñigo y Mikel se
despidieron de sus nuevos amigos, estaban a sólo dos o tres horas de su aldea;
León les acompañó al principio, enseñándoles un nuevo camino que cruzaba aquel
monte con dos jorobas que conocían por haberlo visto de lejos.
Desde su cima vieron la elevación
bajo la que habían construido sus casas; algo raro se veía sobre ella; más
bien, lo que no se veía; algo no estaba en su sitio, parecía como si hubieran
limado la punta, despojándola de toda vegetación y de las rocas que la
enseñoreaban; con un raro presentimiento en el estómago, Íñigo metió prisa a su
hijo y, lo más rápido que pudieron bajaron hacia el bosque que cubría todo el
terreno.
Les habían visto llegar, antes de que
llegaran al pie del cerro vislumbraron a las mujeres y a los chicos hacerles
señas agitando los brazos; seguro que no les esperaban tan pronto…
-¿Qué ha pasado aquí?, ¿quién ha
nivelado la cima?.
-¿Cómo habéis llegado tan pronto?,
¿llegasteis a Abila? ¿Ha habido algún problema?
Se amontonaban tanto las preguntas
que ninguna de ellas tuvo su respuesta correspondiente; nada se aclaró hasta
que, saliendo de detrás de las mujeres, apareció Martín, con su sonrisa
bonachona y su prominente barriga, se acercó a Íñigo y sin darle tiempo a decir nada, le abrazó como si se hubiera
ausentado durante meses.
-¡Íñigo, compañero, que bien que has
vuelto! ¡He rezado a todos los santos para que volvieras lo más pronto posible
para que vieras lo que ha pasado!.
-¡Eso digo yo! ¿Qué ha pasado aquí?
-¡Fíjate, Íñigo! ¡se ha explanado el
cerrete, está listo para empezar a construir la nueva iglesia!.
-¿Quién lo ha explanado?
-Ahí está lo curioso…. No hemos sido
nosotros.
-Entonces… ¿quién ha sido?
-No lo sabemos….
-¿Cómo que no lo sabéis? ¡Esto no se
ha podido hacer a escondidas! ¿Vais a decirme que no habéis oído nada? ¿Qué no
habéis visto a nadie? ¿Qué no….?
-¡Nada, Íñigo!, pregunta a
cualquiera; ya que a mi no me crees…
Íñigo paseó la mirada sobre sus
compañeros y la cara de ignorancia de cada uno de ellos, hasta de Maria, le
convencieron que no sabían nada, que no se habían enterado de nada, que todo
aquello era obra de…. ¿nadie?
-Cosa de magia ¿pues?
-¿Magia?, ¡cómo dice eso, Íñigo! –le
amonestó el fraile- la magia es obra del Demonio y estando yo aquí, mal puede
venir el Maligno…
-A menos que vos….
-No digas lo que estás a punto de
decir, Íñigo, un servidor de Dios, como yo, no puede tener pactos con
fuerzas….”mágicas”
Íñigo se calló, no tenía ganas de
seguir discutiendo, sabiendo, como sabía, que nunca podría sacar nada en claro
hablando con Martín.
Paseó la vista por el suelo, liso
como la palma de la mano, ni una piedra, y todo el escombro amontonado en la
ladera formando una rampa para hacer más fácil la subida. ¿qué decir de
aquello?; estaba claro que era obra de algún duende o de alguna fuerza mágica,
no necesariamente diabólica, o sí; ¿Quizás la señora del agua?. Bueno, aquello
estaba hecho, y bien hecho; les habría costado muchos días y mucho esfuerzo
hacerlo a ellos, así que… punto en boca; pero antes de que el hermano hiciera
nada más… habría que levantar allí el puesto de vigilancia, no esa iglesia que,
por ahora, no les era necesaria.
Aquella noche durmió mal, daba
vueltas en el catre hasta que no pudo más y se sentó en el borde del lecho,
estaba desnudo y la noche era fresca, pero no le importó, salió fuera, las
estrellas brillaban en el cielo con ese fulgor que da la cercanía del invierno;
miró hacia la colina, no se acostumbraba a verla lisa, llana, sin aquellas
rocas puntiagudas que la coronaban, sólo habían quedado dos o tres losas de
granito, pulidas y llenas de letras que el hermano Martín dijo que eran romanas
y habían formado parte de tumbas de los antiguos; ¿o serían símbolos mágicos?.
Sintió una mano cálida que se posaba
en su hombro y se volvió; María le miraba a los ojos, intentando leer a través
de ellos lo que se fraguaba en su mente.
-¿No puedes dormir?
-La verdad es que no.
-¿Qué te preocupa ahora?, parece que todo
va bien.
-Sí, la verdad es que va mejor de lo
que pensé.
-El sitio es bonito y parece buena
tierra…
-No es eso, ya sabía antes que éste
sería un buen sitio.
-¿Entonces?
-No sé, realmente, quizás estas cosas curiosas de la colina…
-¿Te preocupa el hermano Martín?
-Sí y no…
-Deberías estar acostumbrado ya; allá
en Cardeña también hacía lo que quería y nunca nos ha ido mal con sus consejos
o sus rarezas.
-Eso es verdad…
-¿Pero?
-Pero… ¡no sé cual es el pero, pero
seguro que lo hay! ¿Sabes que en Ojos Albos hay otro fraile que, también, se
llama Martín? ¿Y que es gordo, rubicundo, algo borrachín y misterioso?
-¿Lo viste?
-No, no llegué a verlo, estaba de
cacería, pero cuando me explicaron cómo era, estaba viendo a nuestro Martín
como si lo tuviera delante de los ojos.
-Vas a coger frío…. ¡anda, vamos
adentro, estoy helada y necesito que me abraces fuerte; se está levantando algo
de viento…!
Cuando Íñigo se levantó aún las
estrellas brillaban en el cielo, aunque por el este asomaba ya una claridad que
anunciaba la mañana; había nubes que había traído el viento nocturno y pensó
que si había que llamar a más colonos tendría que ser ahora o esperar ya a la
primavera; quizás aún fuese tiempo para que pudieran levantar sus moradas para
pasar la época fría; lo consultaría con sus compañeros.
Al mirar hacia la loma vio la silueta
de Martín recortada contra el cielo; ahora sería un buen momento para hablar
con él, si el fraile quería, claro.
-Buen día hermano, mucho madrugas…
-Tú también, Íñigo, ¿Cuál es tu plan
para hoy?
-No sé, quizás acercarme a San Mikel
para invitar a más compañeros a venir para acá, antes de que lleguen las
nieves; pienso que aun sería tiempo para que pudieran levantar sus casas.
-Si vas a hacerlo hazlo ya, si
esperas mucho se nos morirían de frío…
-Eso mismo pienso yo… otra cosa,
hermano; como sabes estuve en Ojos Albos, al otro lado de aquel monte.
-Sí, por supuesto.
-¿Sabes lo que me contaron allí?
-¿Qué fue ello?
-Pues que tienen, también, un fraile.
-Normal.
-Que se llama Martín…
-Un muy bonito nombre.
-Que es motilón, como tú….
-Sí, somos bastantes.
-Gordo, rubio, sonrosado…
-Vamos, encantador.
-Sí, eso creo, encanta…. mucho.
-¡Y?
-¿No os parece una coincidencia tener
a alguien tan parecido en una aldea tan próxima?
-Ya sabéis que lo bueno siempre
abunda.
-Había entendido que era lo malo…. lo
que abundaba.
-¡Vaya, Íñigo, siempre con tus
chanzas…!
-¿No tenéis nada que decir?
-Y… ¿qué queréis que diga?
-Pues… no sé, explicarme lo del
aplanamiento de donde estamos, por ejemplo.
-¿No creéis en los milagros?
-A decir verdad…¡no!
-¡Hombre de poca fe!
-Soy casi como santo Tomás…. no creía
sino en lo que veía… y es santo.
-¿Os comparáis con un apóstol?
-¡Dios me libre, no!
-Pues dejad vuestras dudas, hermano…
¿lo queríamos alisar, no?
-Sí, pero…
-Está liso, ¿no?
-Ya, pero…
-No te calientes la cabeza, Íñigo, y
si tienes que ir a San Mikel… vete ya, los que vengan no deben tardar o morirán
de frío este invierno.
-En eso tienes razón, fraile liante,
pero no te creas que esta conversación se va a quedar así; cuando vuelva
continuaremos…
-Te estaré esperando.
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