23 de mayo de 2017

Tierras del Cardeña. 6

          Al amanecer Íñigo y Mikel se despidieron de sus nuevos amigos, estaban a sólo dos o tres horas de su aldea; León les acompañó al principio, enseñándoles un nuevo camino que cruzaba aquel monte con dos jorobas que conocían por haberlo visto de lejos.
          Desde su cima vieron la elevación bajo la que habían construido sus casas; algo raro se veía sobre ella; más bien, lo que no se veía; algo no estaba en su sitio, parecía como si hubieran limado la punta, despojándola de toda vegetación y de las rocas que la enseñoreaban; con un raro presentimiento en el estómago, Íñigo metió prisa a su hijo y, lo más rápido que pudieron bajaron hacia el bosque que cubría todo el terreno.
          Les habían visto llegar, antes de que llegaran al pie del cerro vislumbraron a las mujeres y a los chicos hacerles señas agitando los brazos; seguro que no les esperaban tan pronto…


          -¿Qué ha pasado aquí?, ¿quién ha nivelado la cima?.
          -¿Cómo habéis llegado tan pronto?, ¿llegasteis a Abila? ¿Ha habido algún problema?
          Se amontonaban tanto las preguntas que ninguna de ellas tuvo su respuesta correspondiente; nada se aclaró hasta que, saliendo de detrás de las mujeres, apareció Martín, con su sonrisa bonachona y su prominente barriga, se acercó a Íñigo y sin darle tiempo  a decir nada, le abrazó como si se hubiera ausentado durante meses.
          -¡Íñigo, compañero, que bien que has vuelto! ¡He rezado a todos los santos para que volvieras lo más pronto posible para que vieras lo que ha pasado!.
          -¡Eso digo yo! ¿Qué ha pasado aquí?
          -¡Fíjate, Íñigo! ¡se ha explanado el cerrete, está listo para empezar a construir la nueva iglesia!.
          -¿Quién lo ha explanado?
          -Ahí está lo curioso…. No hemos sido nosotros.
          -Entonces… ¿quién ha sido?
          -No lo sabemos….
          -¿Cómo que no lo sabéis? ¡Esto no se ha podido hacer a escondidas! ¿Vais a decirme que no habéis oído nada? ¿Qué no habéis visto a nadie? ¿Qué no….?
          -¡Nada, Íñigo!, pregunta a cualquiera; ya que a mi no me crees…
          Íñigo paseó la mirada sobre sus compañeros y la cara de ignorancia de cada uno de ellos, hasta de Maria, le convencieron que no sabían nada, que no se habían enterado de nada, que todo aquello era obra de…. ¿nadie?
          -Cosa de magia ¿pues?
          -¿Magia?, ¡cómo dice eso, Íñigo! –le amonestó el fraile- la magia es obra del Demonio y estando yo aquí, mal puede venir el Maligno…
          -A menos que vos….
          -No digas lo que estás a punto de decir, Íñigo, un servidor de Dios, como yo, no puede tener pactos con fuerzas….”mágicas”
          Íñigo se calló, no tenía ganas de seguir discutiendo, sabiendo, como sabía, que nunca podría sacar nada en claro hablando con Martín.
          Paseó la vista por el suelo, liso como la palma de la mano, ni una piedra, y todo el escombro amontonado en la ladera formando una rampa para hacer más fácil la subida. ¿qué decir de aquello?; estaba claro que era obra de algún duende o de alguna fuerza mágica, no necesariamente diabólica, o sí; ¿Quizás la señora del agua?. Bueno, aquello estaba hecho, y bien hecho; les habría costado muchos días y mucho esfuerzo hacerlo a ellos, así que… punto en boca; pero antes de que el hermano hiciera nada más… habría que levantar allí el puesto de vigilancia, no esa iglesia que, por ahora, no les era necesaria.
          Aquella noche durmió mal, daba vueltas en el catre hasta que no pudo más y se sentó en el borde del lecho, estaba desnudo y la noche era fresca, pero no le importó, salió fuera, las estrellas brillaban en el cielo con ese fulgor que da la cercanía del invierno; miró hacia la colina, no se acostumbraba a verla lisa, llana, sin aquellas rocas puntiagudas que la coronaban, sólo habían quedado dos o tres losas de granito, pulidas y llenas de letras que el hermano Martín dijo que eran romanas y habían formado parte de tumbas de los antiguos; ¿o serían símbolos mágicos?.
          Sintió una mano cálida que se posaba en su hombro y se volvió; María le miraba a los ojos, intentando leer a través de ellos lo que se fraguaba en su mente.
          -¿No puedes dormir?
          -La verdad es que no.
          -¿Qué te preocupa ahora?, parece que todo va bien.
          -Sí, la verdad es que va mejor de lo que pensé.
          -El sitio es bonito y parece buena tierra…
          -No es eso, ya sabía antes que éste sería un buen sitio.
          -¿Entonces?
          -No sé, realmente, quizás estas cosas curiosas de la colina…
          -¿Te preocupa el hermano Martín?
          -Sí y no…
          -Deberías estar acostumbrado ya; allá en Cardeña también hacía lo que quería y nunca nos ha ido mal con sus consejos o sus rarezas.
          -Eso es verdad…
           -¿Pero?
          -Pero… ¡no sé cual es el pero, pero seguro que lo hay! ¿Sabes que en Ojos Albos hay otro fraile que, también, se llama Martín? ¿Y que es gordo, rubicundo, algo borrachín y misterioso?
          -¿Lo viste?
          -No, no llegué a verlo, estaba de cacería, pero cuando me explicaron cómo era, estaba viendo a nuestro Martín como si lo tuviera delante de los ojos.
          -Vas a coger frío…. ¡anda, vamos adentro, estoy helada y necesito que me abraces fuerte; se está levantando algo de viento…!
          Cuando Íñigo se levantó aún las estrellas brillaban en el cielo, aunque por el este asomaba ya una claridad que anunciaba la mañana; había nubes que había traído el viento nocturno y pensó que si había que llamar a más colonos tendría que ser ahora o esperar ya a la primavera; quizás aún fuese tiempo para que pudieran levantar sus moradas para pasar la época fría; lo consultaría con sus compañeros.
          Al mirar hacia la loma vio la silueta de Martín recortada contra el cielo; ahora sería un buen momento para hablar con él, si el fraile quería, claro.
          -Buen día hermano, mucho madrugas…
          -Tú también, Íñigo, ¿Cuál es tu plan para hoy?
          -No sé, quizás acercarme a San Mikel para invitar a más compañeros a venir para acá, antes de que lleguen las nieves; pienso que aun sería tiempo para que pudieran levantar sus casas.
          -Si vas a hacerlo hazlo ya, si esperas mucho se nos morirían de frío…
          -Eso mismo pienso yo… otra cosa, hermano; como sabes estuve en Ojos Albos, al otro lado de aquel monte.
          -Sí, por supuesto.
          -¿Sabes lo que me contaron allí?
          -¿Qué fue ello?
          -Pues que tienen, también, un fraile.
          -Normal.
          -Que se llama Martín…
          -Un muy bonito nombre.
          -Que es motilón, como tú….
          -Sí, somos bastantes.
          -Gordo, rubio, sonrosado…
          -Vamos, encantador.
          -Sí, eso creo, encanta…. mucho.
          -¡Y?
          -¿No os parece una coincidencia tener a alguien tan parecido en una aldea tan próxima?
          -Ya sabéis que lo bueno siempre abunda.
          -Había entendido que era lo malo…. lo que abundaba.
          -¡Vaya, Íñigo, siempre con tus chanzas…!
          -¿No tenéis nada que decir?
          -Y… ¿qué queréis que diga?
          -Pues… no sé, explicarme lo del aplanamiento de donde estamos, por ejemplo.
          -¿No creéis en los milagros?
          -A decir verdad…¡no!
          -¡Hombre de poca fe!
          -Soy casi como santo Tomás…. no creía sino en lo que veía… y es santo.
          -¿Os comparáis con un apóstol?
          -¡Dios me libre, no!
          -Pues dejad vuestras dudas, hermano… ¿lo queríamos alisar, no?
          -Sí, pero…
          -Está liso, ¿no?
          -Ya, pero…
          -No te calientes la cabeza, Íñigo, y si tienes que ir a San Mikel… vete ya, los que vengan no deben tardar o morirán de frío este invierno.
          -En eso tienes razón, fraile liante, pero no te creas que esta conversación se va a quedar así; cuando vuelva continuaremos…

          -Te estaré esperando.

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