Con algo de miedo, o de precaución,
lo cogió de nuevo; estaba frío… ¿habría sido una alucinación suya? ¡no,
categóricamente no!; allí, en sus dedos, estaban las marcas, las quemaduras que
el eslabón le había producido cuando salió con él a la luz del sol… lo miró con
más detenimiento… le dio la vuelta, aquellas volutas se habían convertido en
una cara que le observaba… de los círculos que parecían ojos salía una
luminiscencia que, le pareció, se movía con vida propia… y más abajo, una boca
en forma de lágrima se abría como queriéndole decir algo…
Arriba, en lo que sería el pelo o,
mejor, una especie de tocado, había algo escrito… se lo acercó a los ojos…
Julián no leía demasiado bien, pero sabía juntar las letras y, mal que bien,
descifrar lo escrito….
-Lux… lux regit… lux regit me, sí
dice eso, ¿qué quiere decir?
Pensativo le dio la vuelta, también
allí la cara le miraba, como una invitación, y ¡sí!, también allí, arriba,
había unas palabras…
-Te…. Te umbra.
-¿Qué querrá decir esto, serán
latinajos como los que dice el cura?
Julián se quedó pensativo… lo que le
había pasado hacía un momento era real, tenía las marcas en los dedos para
saberlo, pero… ¿cómo enseñar lo que había descubierto si no lo podía sacar?.
-A veces parezco tonto –se dijo- iré
a ver a don Marceliano y le convenceré para que venga aquí y lo vea.
Satisfecho consigo mismo se enderezó,
había dejado el eslabón donde lo había encontrado y, después de cerrar la
puerta de la ermita, se dirigió a la plaza, hacia la casa rectoral.
El sacerdote se encontraba preparando
el sermón del domingo siguiente cuando Vicenta, su ama, le comunicó que Julián,
el de la Tomasa, estaba en la puerta y preguntaba si el señor cura podía
recibirle.
-Dile que pase, a ver qué quiere ese
zagal, luego seguiré pensando en este sermón.
-¿Se puede, don Marceliano?
-Pasa, Julián, pasa… ¿qué te trae por
aquí?
-Pues, mire… no sé cómo decirle…
-Tú siempre por el principio, que es
lo más fácil.
-Tiene usted razón… pues… ya sabrá lo
que me pasó en la ermita del Cristo…
-Sí, ya me contaron.
-Pues… resulta que hoy me he acercado
para ver si encontraba algo que me explicase, un poco, lo que me pasó el otro
día….
-Y, claro, no has encontrado nada.
-¡Que va!, ¡claro que he encontrado…!
¡mire usted estos dedos…!
-Pero, ¡muchacho! ¿qué te ha pasado?
¿con que te has quemado?
Y Julián refirió al señor cura lo que
le había acaecido en la ermita con pelos y señales.
-¿No habrás bebido?
-¡Quiá! No soy de esos…
-Pues… ¡nada! Espera que guarde estos
papeles y me acerco contigo a ver que sacamos en limpio de todo esto…
Allá fueron el cura y nuestro amigo,
pasando por delante de la iglesia, santiguándose al pasar ante la cruz de
piedra, y desde allí, subir la pequeña cuesta que llevaba al camino real y a la
ermita.
Al llegar, Julián abrió la puerta y
entraron, los dos, en ella.
-Mire aquí, don Marceliano, bajo la
urna del Cristo… ¿lo ve?
-Sí, dámelo.
Julián se agachó y recogió el
eslabón, que tendió de inmediato al cura.
-Es una obra muy fina, no se ven
muchos así…
Lo sopesó, le dio la vuelta y, por
último, se lo acercó a los ojos, para ver si descifraba lo escrito.
-Lux regit me… y en el otro lado… te
umbra…
-¿Qué quiere decir, don Marceliano?
-Pues…, si no me equivoco, esto dice:
La luz me guía, y luego…. A ti la sombra.
-La luz me guía, a ti la sombra… ¿a
quién guía la luz? ¿qué luz? y… ¿la sombra? ¿qué sombra? ¿qué quiere decir?
-Tranquilo Julián, tranquilo; ten
paciencia… esto hay que pensarlo un poco.
-Perdone, don Marceliano, es que me
devoran los nervios…
-Es seguro de que la luz es Dios y de
que la sombra es el Diablo; creo que eso está fuera de toda duda; pero…
-Ya sabía yo que habría algún pero.
-Pero…., Julián, la pregunta es ¿a
quién guía Dios, a quién el Diablo?; si es verdad que este eslabón es de la
criatura que tú dices que viste aquella noche… parece ser que es a ese ser al
que alude como guiado por el Diablo; por otro lado a quien guía Dios…. es a la
propia luz, pues la luz, en sí, es buena, obra de Nuestro Señor, para ahuyentar las tinieblas y la maldad…
-¿Usted cree?
-¡Dime, si no, qué es lo que quiere
decir!
-No… yo…. yo no sé.
-Pues si tú no sabes, es que es lo
que yo digo… ¡y no se hable más!
-Lo que usted diga…
-Como, si así por las buenas, nos lo
intentamos llevar, nos puede pasar lo que a ti…vamos a hacer una cosa… nos
vamos un momento a la iglesia a por el hisopo y la cruz, bendecimos este chisme
maldito y, así, una vez bendito, quedará fuera de las garras del demonio y lo
podremos estudiar fuera… o llevar al señor obispo, que de esto tiene que saber
mucho más que nosotros.
-Vamos…
-¡No, tú no!
-¿Yo no?
-¡No!, tú te quedas aquí vigilando,
no sea que alguien, o algo, venga, y se lleve el eslabón… tómalo y espérame…
-¡Ah, no!, ¡eso no!, yo no me quedo
aquí dentro solo con este chisme una vez que sabemos que es del diablo.
-Serás…., vale, déjalo encima de la
urna y sal fuera… te quedas junto a la puerta y no dejas entrar a nadie, ni
siquiera a asomarse, ¿entendido?
-Vale, fuera sí que me
quedo; pero, no tarde…
Don Marceliano apretó el paso camino
de la iglesia, a esas horas estaría
abierta, pues Jerónimo, el sacristán, solía ir a limpiar un poco el altar mayor
y revisaba si en las pilas había agua y si había, en la sacristía, suficiente vino
para la misa.
-Sí que es un misterio, si es verdad
lo que me ha contado Julián; pero tampoco te puedes fiar mucho de estos
muchachos, pues les ves así, tan grandotes, tan fuertes, que parece que de un
golpe van a tumbar una mula y luego… en cuanto oyen algún cuento de viejas, se
vuelven como críos, miedosos y cobardicas…. Claro que… tampoco yo me he
arriesgado a sacar el eslabón así, por las buenas, de la ermita, nunca se sabe…
ante todo hay que ser precavido… que hombre avisado vale por dos… y no está de
más bendecir algo que no sabemos muy bien qué puede ser… así que… no me voy a
comparar yo, ahora, con ese mozo, que yo no soy cobarde… sino prudente…
Así, con estos pensamientos, el bueno
de don Marceliano bajó casi corriendo la cuestecilla que iba a la iglesia y
como, efectivamente, la puerta estaba abierta, pasó sin dilación hasta la
sacristía, donde recogió el hisopo y el acetre, comprobó que este último tenía
agua y poniéndose la sobrepelliz con la estola de difuntos por encima, salió de
nuevo sin mirar si Jerónimo estaba o no estaba.
-No ha tardado usted nada.
-Jerónimo ya estaba en la iglesia,
así que sólo he tenido que recoger las cosas.
-Pues, vamos dentro…
Entraron, y cuando sus ojos se
acostumbraron otra vez a la semi penumbra de la ermita, Julián fue a recoger el
eslabón de donde lo había dejado.
-No está donde le dejé…
-Se habrá caído, quizás.
Julián se puso a cuatro patas y miró
por debajo de las andas que sostenían la urna; pasó la mano por el suelo, pero
sus dedos no tocaban aquello que estaba buscando.
-No está, don Marceliano, ¡no está!
-Déjame ver.
Y el sacerdote se agachó a su vez y
miró por bajo del Cristo, sólo vio, al otro lado, la cara pasmada de Julián.
-Aquí ha entrado alguien y se lo ha
llevado.
-¡Que no, señor cura! ¡que no me he
movido de la puerta ni para mear, y eso que tenía ganas!.
-Pues tú me explicarás…
-¡No puedo explicar nada!
-Las cosas no desaparecen solas.
-Pues parece que algunas sí lo hacen.
-Vas a decir que ha sido un milagro.
-¡No, don Marceliano, eso no! Los
milagros se producen para hacer algo bueno, y esto… no sé si es malo o bueno.
-Pues si tú no te has movido de la
puerta y nadie ha entrado… tiene que estar aquí dentro… en algún rincón.
¡Miremos otra vez!.
Se echaron los dos al suelo de nuevo,
mirando en todos y cada uno de los rincones
de la ermita…. goterones de cera, bichos muertos…. o no tan muertos,
piedrecillas, un clavo, hasta un real encontraron, pero del eslabón ni rastro.
Salieron los dos, pensativos y
cabizbajos; el cura con su hisopo y los bajos de la sotana llenos de polvo,
Julián con la mirada perdida y mirándose las manos…
-Mi mano….
-¿Qué le pasa a tu mano?
-Me pica, tengo un escozor…
-Te habrá picado alguna araña.
-No creo… ¡mire!
Y le enseñó la mano derecha, aquella
con la que había cogido el eslabón…. Allí, en la palma, claramente, se veía el
dibujo de volutas como si hubiera sido grabado a fuego.
Una leve brisa se levantó en ese
momento, alborotando un poco las hojas de los árboles cercanos, y algo,
parecido a una risa, se fue oyendo, mientras parecía que se alejaba, en
dirección a la arboleda.
(continuará)
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