14 de febrero de 2016

Aldeavieja: siglo XX. La Guerra Civil. 4.

          Miércoles, 3 de agosto, a media tarde llegan tropas desde Ávila, infantes del Primer Batallón de San Quintín, Guardia Civil, Voluntarios falangistas, vienen al mando del coronel Eladio Velarde y del capitán Jesús Peñas Gallego, que tiene el mando efectivo, tiene amigos allí, casi familia, a los que visita y les promete que llegará hasta Peguerinos; tiene orden de conquistar Navalperal cueste lo que cueste; cualquier objetivo se le antoja posible al optimista de Jesús Peñas; grueso, afable, profesional, viene de una larga dinastía de militares, todos de Caballería, su padre perteneció al Regimiento de Alcántara, el mismo que, gloriosamente, cubrió la retirada de los pocos que pudieron huir, hace poco más de quince años, de las matanzas de Monte Arruit, el Barranco del Lobo... allí quedó, jinete en su alazán, al mando de uno de los batallones, sable en mano... Ahora pasa y repasa la columna con palabras de ánimo para aquel que va taciturno, dando o pidiendo un cigarrillo al otro, preguntando al de más allá por su mujer; conoce a sus hombres y a los que no conoce los trata como si los conociera.
          Son pocos, cuando, a la mañana siguiente, la fuerza expedicionaria llega al Campo Azálvaro su suerte está echada: la columna Mangada tiene efectivos suficientes para detenerlos y así lo hacen ayudados, además, por la aviación; “copados por nuestras fuerzas y atacados por nuestra aviación que arrojaba sus bombas con precisión matemática, los enemigos se dispersaron, abandonando en el campo 36 camiones repletos de víveres y municiones, numeroso armamento y cerca de un centenar de muertos…”, referirá dos día más tarde el diario “Milicia Popular”. ; Jesús Peñas, herido por una bala fortuita, regresa hacia Aldeavieja desangrándose y muere antes de encontrar refugio en ella, sus hombres le llevan sobre uno de los pocos mulos que han podido retener.


                                                                      El alto de la Cruz de Hierro en una fotografía antigua.

          Martes, 18 de agosto, camiones cargados de soldados, de munición, de víveres, están llegando durante todo el día procedentes de Ávila; son muchos, cuatro compañías de infantería del 2º batallón de San Quintín, dos escuadrones de caballería, una batería, grupos de voluntarios falangistas y requetés…están bajo el mando del coronel Arturo Cebrián; han llegado temprano para coordinar la llegada de las tropas y del avituallamiento necesario; están eufóricos, seguros de su triunfo; han aprendido del desastre de Doval y no les pasará lo que a aquel; además, ellos son soldados profesionales… saldrán antes de amanecer y cuando el sol salga les verá en las cimas que rodean Navalperal.
          Así sucede, a las cuatro de la madrugada la tropa es levantada y se pone en marcha por la, tan recorrida ya, carretera del campo; los camiones van delante, pocos, con la munición y arrastrando los cañones; detrás la caballería, los infantes que han podido se han encaramado a los camiones de vanguardia, el resto va detrás de los jinetes; pero el enemigo también ha aprendido de pasadas incursiones; una avanzada está en lo alto de la Cruz de Hierro, no se puede permitir que el enemigo llegue a sus líneas sin haber sido avistado con suficiente antelación; el puerto es tierra de nadie y una patrulla, escondida en un puesto de caza abandonado, vigila el pueblo y cuanto allí acontece; la llegada de tropas el día anterior ha sido comunicado ya al cuartel general del teniente coronel Mangada y este ha solicitado que la aviación esté disponible al día siguiente.
          Ahora ven como la columna enemiga enfila la carretera hacia ellos, van contando los camiones, estimando la fuerza enemiga, y cuando comprueban que no hay más marchan hacia Navalperal con la noticia, una motocicleta camuflada tras unas rocas les sirve para adelantarse a uno de ellos.
          Es de noche aún cuando la caballería corona el puerto, allá, pasado el Campo Azálvaro se dibuja, como una masa oscura, el puerto de Las Lanchas, su próximo objetivo; después Las Navas del Marqués, Peguerinos, Guadarrama, San Lorenzo... Madrid. Ya han bajado el puerto, ya cruzan el río Voltoya, la oscuridad les cubre aún cuando todo se ilumina de improviso, bengalas descienden sobre ellos a la vez que la artillería apostada en las montañas de enfrente comienza a vomitar hierro y fuego sobre ellos; la distancia está milimétricamente calculada por los artilleros republicanos y no hay espacio para el error; los hombres se aplastan contra el suelo, buscan refugio en las peñas que siembran las laderas, los heridos gritan, los camiones arden y decenas de caballos, algunos con las tripas fuera, se alejan con los ojos desorbitados por el miedo, alguno arrastrando a su jinete, los más solos, enloquecidos por el ruido y la sangre.
          Cuando el fuego artillero cesa los supervivientes se enderezan con precaución y echan a correr por el camino que han traído, alguno prefiere seguir la carretera que va desde El Espinar a Ávila, es llana y les costará menos encontrar refugio, pero ya amanece y otro ruido, otro rugido más bien, les llena el corazón de espanto, la aviación llega, los Breguet XIX de Getafe han despegado siguiendo el requerimiento de Mangada y abren fuego sobre los soldados que huyen, persiguiéndoles por la llanura hasta que van tomando el refugio de las laderas de la sierra, entonces pasan por encima y se dedican a ametrallar el pueblo de Aldeavieja, las pocas tropas que en ese momento permanecen allí; los soldados se suben a los bancos de piedra de la plaza y disparan con sus Mauseres hacia esos aviones que siembran el terror entre la población; niños, hombres y mujeres se esconden en la bodega de la casa, quien la tiene, o bajo la pila de fregar o simplemente bajo la mesa camilla; en la torre de la iglesia quedan, para siempre, los impactos de las balas.
          Mientras, bajan desde Navalperal cinco camiones blindados para terminar con los que quedan por el Campo Azalvaro, decenas de cuerpos quedan tendidos entre las dos sierras, decenas de prisioneros son conducidos hacia Madrid.
          En Ávila se ha conocido rápidamente la noticia, en ella está el coronel Serrador, convaleciente de las heridas sufridas en la toma del Alto del León; se hace cargo en seguida de la situación y se hace llevar a Aldeavieja, donde retiene a los soldados que huyen, les hace volver sobre sus pasos para ocupar el puerto de la Cruz de Hierro y organiza allí una línea de defensa y contención; van llegando rápidamente refuerzos de Ávila y de Valladolid, artillería de Medina del Campo e infantería desde Villacastín, hay que taponar aquella brecha antes de que los republicanos se den cuenta del desastre, y lo consiguen.
          Durante cuatro o cinco días más la aviación gubernamental vuela sobre Aldeavieja; se ha llegado a la conclusión de que allí se agrupan las fuerzas que después intentan dar el salto hacia Navalperal y cruzar la sierra; desde allí se les abastece y allí tienen su centro logístico; los aviones pasan y repasan, ametrallando, soltando sus pequeñas bombas; el daño no es mucho, pero el impacto en las gentes es grande; se decide que las mujeres y los niños evacuen el pueblo, y así se hace; durante lo que queda del mes de agosto las familias marchan a pueblos cercanos donde tienen parientes que los acojan; a principios de septiembre la mayoría vuelve, va a ser la fiesta de la Patrona y los frentes se han estabilizado; no se han vuelto a repetir las incursiones de las columnas republicanas y las fortificaciones de la Cruz de Hierro parecen detener cualquier tentativa enemiga; pronto Navalperal y sus alrededores caerán en manos de los sublevados y Aldeavieja se convertirá en lugar de paso de las tropas, lugar de descanso, campo de adiestramiento.

          La guerra terminará sin más sobresaltos, pero la paz, la posguerra, traerá todavía, más amargura, deportaciones, alejamientos; todos aquellos a los que se pudo demostrar que habían sentido, de una manera u otra, simpatía por la República, fueron deportados a las provincias del norte de España durante meses, incluso años, para lavar su culpa realizando trabajos de reconstrucción.


          Aldeavieja no guarda muchos recuerdos físicos de la guerra, aparte de los agujeros de bala en el chapitel de pizarra y plomo de la iglesia y los restos de las trincheras en lo alto de la Cruz de Hierro. Heridas morales las hubo, curiosamente los perseguidos, los fusilados, los denunciados, pertenecieron todos a la “izquierda”; pero esas heridas curaron… después de muchos años.

2 comentarios:

  1. Que buenos ratos me paso leyendo estos relatos, sigue asi Eliseo.

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  2. Yo no soy Eliseo, él lo que debe de hacer es compartir este blog. Lo siento.

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