En la “Guía Geográfico-Histórica de la Provincia de Ávila” de Abelardo
Rivera, editada en 1927, se hace el
siguiente retrato de Aldeavieja:
Tiene 581 habitantes y 1.190 metros
de altura sobre el nivel del mar. Sus límites son: Maello al N.; Villacastín
(Segovia) al E.; Navalperal de Pinares y Ojos Albos al S.; Urraca Miguel, Ojos
Albos y Blascoeles al W.
Pasan por este término los ríos
Voltoya y Cárdena. Tiene un monte de roble denominado El Valle. Por las
inmediaciones del pueblo pasa la carretera de Villacastín a Vigo. A los pueblos
limítrofes van caminos.
Sus producciones son cereales y
pastos.
Dos escuelas tiene, una para niños y
otra para niñas.
La principal fiesta tiene lugar en el
santuario de Nuestra Señora del Cubillo, el día 8 de septiembre. La del Patrón
del pueblo el 20 de enero y el día de la Asunción.
En 1928 se construyen las nuevas
escuelas, junto a la carretera nacional; estas se crean con un legado que hizo
José López Gordo, uno de los últimos patronos que administraron los legados que
dejó para el pueblo Luis García Cerecedo, aquel que en el siglo XVII mandó
construir la capilla de san José; las mandó edificar el obispado de Segovia,
entregándolas al Estado con una sola condición: que sea de su propiedad en tanto que el Estado mantenga la enseñanza de
la religión católica, apostólica, romana en la Escuela; por lo que si en algún
momento por el mismo Estado se declarase la neutralidad de la Escuela en
materia religiosa o se estableciese la enseñanza de otra religión distinta a la
católica, revertirá al Obispado.
Es, en este marco, cuando sucedió una
curiosa historia que se publicó en el “Diario de Ávila”, el domingo 27 de abril de 2003, con la firma
de Juan Ruiz-Ayúcars e ilustraciones de Susana Saura, bajo el título de “Trilogía
de la bronca tabernera”; tuve conocimiento de este suceso a través de mi buen
amigo Lorenzo Magdaleno, juez de paz de Aldeavieja y memoria viva de cuanto
bueno y malo ha pasado en el lugar; gracias a él por rescatar esta anécdota.
“Si
algún lugar ostentaba en otros tiempos el récord de trifulcas, enfrentamientos,
reyertas y agresiones, con el resultado de daños materiales y personales de
mayor o menor gravedad, ese lugar era la taberna. Plagados estaban los juzgados
de la provincia de Ávila de expedientes en los que el lugar de los hechos
punibles era alguna de las tabernas de los pueblos o ventas de las afueras en
las que el vino y el habitual mal carácter de los protagonistas hacían de
detonantes de situaciones delictivas que entran de lleno en la crónica negra
provincial. El filtro de los años convierte en cómicas algunas de estas tensas
situaciones, sufridas sobre todo por el dueño del negocio donde se producía el
altercado, que casi nunca lograba poner orden, como o fuera a estacazo limpio.
Que también ocurría.
En la taberna que Nicomedes Torres
tenía en Aldeavieja se encontraban diez mozos haciendo los honores a un pellejo
de vino entre los acordes jaraneros de una guitarra. Ese día de septiembre de
1928 celebraban vísperas de la festividad de la Virgen del Cubillo, patrona del
pueblo, y no iban a divertirse solos Baldomero Muñoz, Mariano Burguillo, Manuel
Gómez, Siro Moreno y Demetrio Moreno, José Gordo y Lorenzo Gordo, Teófilo Martín,
Faustino Martín y Vicente Martín.
A los alegres compases de un
acordeón, entró en la taberna el grupo de obreros portugueses compuesto por
Gabriel Alber, José Martín, otro José Martín, Juan Martín, Antonio Martín y
Luís Martín, que llegaron al pueblo contratados para trabajar en el trazado de
la nueva carretera de Villacastín a Vigo.
Tanto Martín y su acordeón se
mezclaron con tanto lugareño y su guitarra de tal modo que en la taberna se
preparó un batiburrillo de gentes, instrumentos y melodías que no había quien
se entendiera. Comenzaron a exaltarse los ánimos, y los guitarreros pidieron a
los organilleros que dejasen de tocar, y estos a aquellos, que de eso nada,
empezando todos a desafinar de palabra y de obra. Cuando el desconcierto estaba
molto vivace, tuvo la ocurrencia de entrar en la taberna otro mozo tocando a su
aire una pandereta, lo que terminó de consumir la paciencia de los presentes.
Guitarra, acordeón y pandereta
dejaron de ser instrumentos musicales para convertirse en armas contundentes,
pero frágiles, por lo que los mozos comenzaron a zurrarse tela marinera con las
manos, con las sillas de la taberna y con todo lo que fuera susceptible de
impactar en el rival más próximo.
Ante la superioridad de los mozos de
Aldeavieja, los portugueses fueron perdiendo interés en la refriega y salieron
huyendo en dirección a sus albergues, donde se alojaban otros sesenta obreros
dispuestos a tomar parte en el asunto, pero la rápida mediación de la Guardia
Civil evitó lo que pudo ser un grave incidente, y todo quedó en prestar
declaración de los músicos rivales al ritmo presto que marcó el Juzgado local a
las diligencias.”
Como curiosidad, he podido comprobar
que, según el Censo Electoral de 1914, Nicomedes Torres López, dueño de la
taberna, tenía, 29 años y vivía, junto a
su hermano Nicomedes, cuatro años menor, en la calle del Mediodía, número 26;
muchos números para una calle tan corta, pero así aparece en la documentación;
tenía, pues, en la fecha del suceso, 43 años. A los demás los conocéis todos,
más o menos, pues son vuestros antepasados.