(continuación...)
-Cuanto más lo pienso
más se dirige todo en una dirección: el único punto en común de todas las
víctimas es… el chatarrero, conocía a la chica, o por lo menos a la madre;
coincidía muchas veces con el mulero en el camino y en los pueblos… y,
finalmente, es el último que vio con vida a Antonio; tiene que ser él, por
narices… no hay otro sospechoso.
Así cavilaba el cabo en
su despacho, todo apuntaba en esa dirección, pero algo no cuadraba, algo había
en toda aquella historia que no acababa de convencerle; sí, el chatarrero era
el más indicado, pero, entonces, qué hacía ahora mismo allí, en la plaza del
pueblo, vociferando su mercancía para atraer a las mujeres…? ¿no habría sido
más lógico, si era el culpable, desaparecer por un tiempo? ¿irse al sur unos
meses, que la gente se olvidase de todo aquello y no mostrarse, como lo hacía,
en medio de todos, contando a quien quisiera oírle que él fue el último que vio
al guardia civil asesinado?; no, algo fallaba en esa teoría; el chatarrero era
demasiado obvio… pero, entonces ¿quién?.
En la comandancia ya le
habían dado un aviso, querían a alguien, querían un sospechoso que se pudiera
llevar ante un juez, que enseñar a la prensa y, aún más, a la gente de los
pueblos para que volvieran a confiar en ellos, en que eran capaces de encontrar
a un asesino que perturbaba sus vidas y amenazaba su tranquilidad; sería muy
fácil entregarles al chatarrero… pero no, no estaba seguro de que fuera el
culpable; tenía que dar más vueltas a aquel asunto…
Si por lo menos Arturo
cooperase… pero no, su subordinado parecía alejado de todo aquello, como si no
fuera con él; después de encontrar el cadáver de Antonio se había desatendido
de toda la investigación; no quería hacer nada en aquel asunto y cuando se le
ordenaba… obedecía sí, pero con una desgana que daba a entender que nada bueno
o nuevo iba a encontrar y que ninguna idea o pista iba a aportar; le extrañaba
su conducta, pues aunque comprendía que todo aquello había resultado muy duro
para él, también era verdad que en peores situaciones se habían encontrado
antes.
-Arturo no es como
antes, no sé qué le pasará… si por lo menos se abriera como en los viejos
tiempos y me contara lo que le pasa o lo que pasa por esa cabeza…
El cabo se levantó
pesadamente de la incómoda silla de madera que utilizaba cuando se sentaba en
su despacho; era incómoda y dura, pero la quería así, para estar en ella el
menor tiempo posible… y esta vez llevaba demasiado; le dolían las nalgas y
pensó que si sacaba aquella botella de aguardiente que tenía en el armario e invitaba
a Arturo a una copa… a lo mejor, entre los dos, volvía a surgir el diálogo o se
les ocurría algo que les llevase a buen puerto.
-¡Arturo, Arturo!, sal
de tu guarida y ven a mojar la garganta con tu cabo.
Llegó hasta la puerta
del cuartucho donde dormía y tenía sus cosas el guardia y vio que estaba
entornada…
-¡Arturo!, no te hagas
el sordo…
Al empujar la puerta
comprendió por qué Arturo no le contestaba… allí, frente a él, colgado de una
soga, se balanceaba el cuerpo sin vida de su amigo…
El estrépito de la
botella al estrellarse contra el suelo fue el único sonido que se escuchó en el
cuartelillo en aquella calurosa tarde.
…
Manuel, que así se
llamaba el cabo, tenía ante sí, sobre la mesa de su despacho, unas pocas hojas
de papel en las que, con su caligrafía cuidadosa y elegante, Arturo explicaba
el cómo y el por qué de todas sus andanzas.
Las había leído un par
de veces intentando entrar en la cabeza del que fue su subordinado y amigo y
comprender todo el infierno por el que había pasado… empezaba así:
“Querido Manuel, me sabe mal hacerte esto después de todos los años que
hemos pasado juntos y las historias, buenas y malas, que hemos tenido durante
ese tiempo; pero no puedo dejar que otro cargue con mis culpas y menos el pobre
chatarrero, que tiene todos los números para que le toque esta lotería.
Fui
yo. Sí, lo confieso. Yo maté al mulero y a la niña, y sí, también maté a Antonio.
Te lo contaré todo: yo conocía a la madre de la chica y yo la convencí para que
la mandase a este pueblo, ¿por qué?, pues verás, la niña era igual que María;
¿te acuerdas de ella? Ya hace muchos años, en el sur, en aquel pueblo de Ciudad
Real donde nos conocimos; nos íbamos a casar, ¿recuerdas?, pero murió de
aquellas fiebres que hubo en el año 70; al poco tú y yo nos fuimos trasladados
a Extremadura y luego a aquí; en una de las misiones a Peguerinos conocí a la
Paca, es una mujer amable y tierna que había quedado viuda hacía poco; me
presentó a sus hijas y cuando vi a Herminia vi también a María; eran iguales;
me enteré que la pensaba mandar a Aldeavieja con su hermana y yo la animé a
ello; soñaba con ella, con verla todos los días, con… en fin, ya sabes, no vivía
más que para verla y sólo soñaba con tenerla; cuando me enteré que venía con el
mulero no me pude resistir más; salí a su encuentro, en la sierra, y esperé a
que llegaran al lugar donde yo sabía que pararían a descansar. No sé qué pasó
por mi cabeza, pero mi entendimiento se nubló y aquel hombre honrado y sencillo
pagó por culpa de mi lujuria y mi deseo; ella no se enteró cuando me deshice de
él, no vio nada y yo la convencí de que había tenido que volverse a por una
mula que se le había quedado atrás y me
había encargado de que yo la acompañase hasta el pueblo.
¿Cómo
iba a dudar de mí, un guardia que, además, conocía a su madre?; bajamos por el
camino y al llegar cerca de los prados de la Jarrera no pude aguantar más, con
un pretexto cualquiera la convencí para que me acompañase hasta un bosquecillo
cercano, me parecía que estaba con María y cuando la cogí entre mis brazos para
besarla ella se asustó, lógico, yo enloquecí y la di un mal golpe, cayó sobre
una piedra con tan mala fortuna que se mató; recobré la razón, pero ya era tarde,
no sabía qué hacer y la acuchillé como si hubiera sido víctima de un asalto;
entonces, no sé por qué arrebato, corté sus botones, como un recuerdo… un mal
recuerdo, me di cuenta y los deje allí, en el suelo donde la había matado;
después… llevé su cuerpo al chozo que yo sabía cercano con la esperanza de que
las alimañas acabaran con él.
Luego,
todo ha sido mentir y disimular, dar vueltas y marear la perdiz; cuando me
enteré que Antonio iba a Peguerinos vi que aquello se iba a descubrir; allí le
contarían mi relación con la Paca y Antonio era muy bueno atando cabos; salí a
su encuentro y, ya sabes, cuando se empieza algo… hay que acabarlo; aunque sea
un crimen.
Todo
mi mundo se había derrumbado; yo, un representante de la ley… no era más que un
vulgar criminal, una vergüenza para el Cuerpo y para mis compañeros; me había
aprovechado de nuestra amistad, de tu confianza y había manchado mis manos con demasiada
sangre inocente… no merecía vivir”.
FIN