-Arturo, ven acá.
-Dígame, mi cabo.
-Mañana te vas a
Maello, coges la mula y te acercas; pregunta si ha llegado un mulero desde
Peguerinos y si ha traído una chica con él.
-…
-Pues que la Tere, la
del Flaco, ha venido hace un rato a contarme que su sobrina tenía que haber
llegado con un mulero de Peguerinos y, claro está, no ha llegado.
-Luego puede ser…
-Puede ser; así que tú
te vas para allá y te enteras; si está allí que te cuente qué pasa con la chica
y si no… pues habrá que buscar por otro lado.
…..
Ha quedado atrás
Blascoeles, la mula va bajando la cuesta que lleva al valle por donde discurre
el Cardeña; alguna encina acá o allá, y Arturo va pensando en parar junto al
arroyo para que beba el animal y él echarse un cigarrillo a la sombra de alguno
de los chopos que allí crecen.
-Malos días para
viajar, con este calor de fuego que cae sobre estos campos olvidados de Dios… y
del diablo.
Nunca pasa nada, pero
cuando pasa… parece que quiere llenar la falta de todas las atrocidades y
animaladas que se nos pueden pasar por la cabeza.
-Una cría que viene a
vivir con su tía y no llega a su destino; se supone que viene con un mulero y
si la madre ha dejado que venga en esa compañía es que tiene confianza en él;
luego… es difícil que el mulero sea el culpable, pues todo el mundo sabe que la
chica viene con él y si la pasa algo… él es el primer sospechoso o el culpable…
Y Arturo le da vueltas
y vueltas en la cabeza mientras, con el tricornio a su lado, se apoya en el
tronco de un viejo chopo y suelta nubecillas de humo por la nariz… Allá a la
derecha se ven las ruinas de la ermita de San Miguel… frente a él un
puentecillo de cal y canto que lleva a una cuesta larga y empinada que se
pierde entre cárcavas y encinas en dirección a Maello… la mula bebe en el
arroyo y a él le dan ganas de quitarse las alpargatas y refrescar los pies en
el agua, que seguro que está bien fresca; pero no, el deber es el deber, y
cuanto antes llegue al pueblo, antes se enterará de lo del mulero y antes podrá
volver a Aldeavieja e informar al cabo.
…..
-Entonces… ¿no ha
llegado ningún mulero desde Peguerinos esta semana?
-¡Quiá, ni esta semana,
ni la anterior…!
-Pero… ¿tendría que
haber llegado?
-Pues… puede que sí y
puede que no.
-¿Cómo que puede que sí
y que puede que no?
-Pues eso, que podría
haber llegado y podría no haber llegado…
-…
-Pues que nunca se sabe
cuándo sale de allí y nunca se sabe cuándo llega aquí; entre medias pueden
pasar muchas cosas: que se muera, que lo maten, que se emborrache y se pare
diez días en un pueblo, que se case… ¡yo qué sé!
-Claro, claro, todo muy
normal; pero, el mulero ese… ¿es de aquí?
-No, claro que no, es
de Tornadizos y a veces pasa por allí, aunque el camino sea más largo y se
queda unos días con la familia.
-¿Sabe cómo se llama?
-Dionisio, se llama
Dionisio, aunque le llaman Dioni.
-Lógico.
-Bueno, eso de lógico
lo dirá usted; mire, yo me llamo Baldomero y… ¿sabe cómo me llaman?
-No sé… ¿Mero?, ¿Baldo?
-Pues no señor, me
llaman Dome.
-Vale, señor Dome, pues
gracias y adiós.
-¡Vaya con Dios,
agente, vaya con Dios!
…..
-No sé si me han
querido tomar el pelo o he ido a topar con el alcalde más pirado de la zona,
pero en fin; vuelta para casa y sí, ya sé lo que el cabo me va a decir: -pues
nada, Arturito, ya sabes, te vas a Tornadizos e indagas sobre el Dioni ese y
luego, si allí tampoco saben nada, pues… ya sabes, te tocará acercarte a
Peguerinos y ver qué ha pasado con este hombre-, voy a tener unos días un poco
movidos, pero, bueno, nunca se sabe, lo mismo está en Tornadizos, tan agustito
en su casa, esperando que pasen los calores y… ¡pero no!, ¡eso no! si traía a
la chica no se va a haber quedado a pasar unos días en su pueblo; sería de lo
más extraño, pero… la gente es muy rara y hace las cosas más impensables;
todavía me acuerdo del Manolo, aquel número de la comandancia de Toledo, que
llevaba los bolsillos llenos de guijarros porque tenía miedo de que un día de
viento se le levantasen los faldones de la guerrera y se le viesen los
fondillos de los pantalones, que los llevaba siempre llenos de remiendos; era
digno de verse, cada vez que corría un poco le empezaban a sonar las
piedrecillas, unas contra otras y nos miraba con la cara toda colorada y con
ojos de pocos amigos para que no nos riéramos de él…
Y Arturo sonrió para sí
imaginándose al Manolo trotando por el patio del cuartelillo mientras se
sujetaba los faldones para que no sonaran…
Cuando llegó donde caía
el camino hacia el Cardeña se paró, miró a lo lejos, frente a él; la sierra de
Ojos Albos, la llamaban, aunque ese pueblo estuviese en un extremo de ella; se
debería de llamar de Aldeavieja, que estaba más o menos en su mitad; pero… a él
no le habían preguntado cómo quería que se llamase, así que… desde allí
distinguía los pedregales y los bosquecillos que bajaban por sus laderas hacia
el llano; en uno de ellos encontraron el cuerpo de la chiquilla y allí, en
alguno de sus recovecos, al pie de alguna roca, entre los matorrales de piorno,
tomillo y jara debía de estar el secreto y la solución de todo aquello.
…..
-Osea, que el mulero no
ha llegado a Maello ni ha pasado por aquí, lo que quiere decir que se ha
perdido en el camino… y te voy a decir otra cosa, no ha pasado tampoco por
Tornadizos; cuando te fuiste mandé a Antonio para allá y lo dicho, allí no
saben nada de él. Vamos a hacer una cosa, tú te vas a quedar aquí, conmigo,
mañana vamos a ir por el camino de Peguerinos a buscar el rastro de ese hombre;
en algún lugar del recorrido tiene que haber algo que nos muestre, si lo
sabemos ver, la pista de lo que ha sucedido. Mientras, Antonio se va a ir
directamente al pueblo ese e investigar todo lo que pueda sobre la chica, su
madre y el mulero.
Y así fue, a la mañana
siguiente el cabo, Antonio y yo nos fuimos, pasito a pasito, hasta el chozo
donde se encontró el cadáver de la chica.
Antonio siguió de
largo, camino a Peguerinos y nosotros nos apartamos de la senda hasta llegar al
chozo.
Allí todo estaba igual,
bueno, aparentemente sólo; la gente
había ido y venido, tocado, pisoteado, roto, meado… en fin, que aquello estaba
en unas condiciones deplorables y no íbamos a poder sacar nada nuevo en limpio.
-Se les dijo que no
vinieran por aquí, ¿verdad Arturo?
Le miré sin contestar,
¿para qué?. Por supuesto que se les había avisado, hasta un pregón se dio y el
bueno de Cándido lo había voceado por las calles, pero… ¿quién para la
curiosidad o el morbo de las gentes?.
-Se les dijo, cabo,
pero… ¿usted no habría venido si hubiera estado en su lugar?
-Está claro, Arturo,
pero eso no obsta para que en alguna puñetera ocasión nos hagan un poco de caso
¿no crees?; en fin.
El cabo miró en torno
suyo, a la derecha los cerros se elevaban cerrando la vista y detrás la sierra;
al norte la vista se perdía hacia las llanuras de Valladolid, hacia el oeste el
bosquecillo donde encontré los botones…
-Entonces… arrastraron
el cuerpo hasta aquí desde esos árboles…
-Eso parece.
-¿Por qué? ¿no habría
sido más fácil dejarlo donde la mató? ¿para qué ocultarlo si lo íbamos a
encontrar más tarde o más temprano?
-Quizás necesitaba algo
de tiempo para alejarse antes de que lo encontráramos…
-Podría ser… pero… ¿por
qué? ¿alguien conocido para que no sospecháramos de él?
-A lo mejor sólo le dio
miedo… imagina que la muerte se debió a un accidente y…
-¿Y hacerle luego esa
carnicería al cadáver? ¡no, no es creible! No creo que fuera un accidente.
-Realmente yo tampoco,
pero hay que sopesar todo.
-¿Quizás para que no
reconociéramos a la chica?
-Eso podría ser.
-Así, si tardábamos en
saber quién era o, con un poco de suerte, no lo descubríamos nunca…
-Realmente fue un
suerte el encontrarla, si tardamos unos días más, las alimañas habrían dado
buena cuenta de ella, sólo habrían quedado unos huesos con unos harapos encima.
-Creo que vamos por
buen camino… el asesino confiaba que cuando halláramos los restos no podríamos
relacionarlos con la chica de Peguerinos.
-Bien, entonces vayamos
donde encontraste los botones, pues ese era el camino que llevaba nuestro
hombre y no éste.
El cabo me indicó con
un gesto que abriera la marcha y allá que fuimos los dos hasta aquel claro del
bosquecillo donde había encontrado los botones; el sitio se encontraba en
mejores condiciones que el chozo, pues no habíamos dicho nada a nadie sobre lo
que hallamos ni sobre nuestras sospechas.
-Sangre no se aprecia.
-No, es como si tampoco
hubiera sido aquí el crimen.
-¿Nos va a hacer el
malcriado ir de un sitio a otro?
-Ya lo ha hecho con
tanto patear Maello y Tornadizos.
-En eso te doy la
razón, pero había que hacerlo.
-Eso lo tengo claro.
-Y… ¿y si sólo hubiera
tirado aquí los botones, pero no la hubiese matado en este lugar?
-Es un posible.
-Con lo cual tenemos
dos preguntas nuevas: ¿para qué le quitó los botones y dónde se ocurrió la
muerte?
-Pues vamos con ellas;
lo primero es encontrar el lugar del asesinato, lo otro ya vendrá después.
Nos miramos y, sin
decir ni pío, nos dirigimos al camino que serpenteaba por medio de los árboles
y que se dirigía hacia la sierra, no era el camino de Peguerinos propiamente
dicho, no, era un ramal que se utilizaba más que el original, que llegaba hasta
la ermita del Cubillo, mientras éste iba más directamente al pueblo.
-Osea, que suponemos
que vino por este camino.
-Es lo lógico.
-Está claro, pues vamos
allá.
El ancho de un carro,
un poco más, ese era el tamaño del camino; tenía las roderas bien marcadas por
el continuo paso de vehículos y huellas de mil y un animales adornaban el
firme; era el más utilizado para cruzar la sierra de Guadarrama y llegar a los
pueblos del otro lado: Santa María de la Alameda, Peguerinos y alguna aldea
más; ¿qué queríamos encontrar? No lo sabíamos, ese era el reto, la dificultad,
y eso si veíamos algo, que, lo normal sería que llegáramos al final sin haber
visto más que polvo, piedras, retamas, algún arroyuelo y ganado suelto…
Estábamos llegando al
cerro de la Avena, cuando oímos un relincho tras una curva; nos miramos y
fuimos hacia allá. Una mula ramoneaba junto al arroyo que baja hacia la Virgen,
estaba sola, pero llevaba puesto un cabezal, nos acercamos con cuidado para no
asustar al animal y la sujetamos para que no huyera…
-¿Qué te parece esto?
-Pues… o su amo es muy
descuidado o hemos encontrado lo que no esperábamos: uno de los animales del
mulero.
-Sí, los animales no se
dejan así, sueltos, sin manea, a menos que se haya escapado…
-Tiene marcas de que
llevaba carga.
-Sí, fíjate en los
surcos que han dejado las cinchas.
-Hemos tenido suerte…
-Según lo mires, ¿tú
crees que la mula nos va a decir algo?
-Pues… la verdad, no se
la ve muy habladora.
-Eso me parece a mí
también.
-Si es del mulero… me
temo lo peor.
-Nadie abandona un
animal así… a menos que le obliguen a ello.
-Y nadie ha denunciado
que le robaran o le quitaran un animal…
-Luego…
-Luego, si buscamos en
el lugar adecuado, podemos encontrar otro cadáver.
-Me estaba temiendo que
dijeras eso.
Diréis que fue suerte o
que estábamos muy empanados para no darnos cuenta de lo que pasaba a nuestro
alrededor; pero fue una sombra pasajera que nos cruzó de forma rápida y
repentina la que nos hizo levantar la mirada, eso y el nerviosismo que comenzó
a mostrar la mula; el caso es que, cuando alzamos la cabeza vimos a treinta o
cuarenta buitres sobrevolando por encima nuestra.
(continuará...)
(continuará...)