(continuación...)
-¿Esto es el mulero?
-Más bien… lo que queda
de él.
Estaban en el
cuartelillo de Aldeavieja, Arturo, el cabo y el médico; sobre una mesa de
matanza descansaba el cadáver de un hombre, lo habían rescatado a tiros de una
gran bandada de buitres que no querían soltar aquella presa tan codiciada; tres
descargas tuvieron que hacer Arturo y el cabo antes de que las aves levantaran
el vuelo y abandonaran su comida; el mulero debió de ser un hombre grande y
corpulento, pero lo que quedaba de él era poco más que jirones de carne apenas
pegada a los huesos; nada mostraba la causa de su muerte y poco más que nada el
cuándo, el cómo y el dónde. Retales de tela permanecían adheridos a lo poco que
quedaba, pana vieja y gastada y un sombrero de paja que el guardia había
recogido junto al cadáver.
-¿Lo mataría el mismo
que a la chica?
-Seguramente.
-Muy fuerte tenía que
ser o lo hizo mientras dormía o a traición.
-Eso va a ser muy difícil
de saber, si es que alguna vez lo sabemos.
-¿Lo haría en el mismo
sitio que lo encontramos?
-Sería lo más lógico,
para qué iba a cargar con él…
-¿Y la chica, qué
pensaría si lo vio?
-Pues o no se enteraría
o estaría petrificada de miedo; tú imagina que ves como matan al que te
acompaña y no puedes huir, ni gritar, ni nada; el otro es más grande que tú,
más fuerte, más… ¡yo qué sé!, ¿pero que iba a poder hacer una chiquilla sola y
asustada ante un tipo al que no le importa cargarse al prójimo?
-¿Iría con ellos o se
lo encontrarían en el camino?
-Lo mismo da que da lo
mismo; pero, por si acaso, habrá que esperar a Antonio y que nos cuente qué ha
averiguado en Peguerinos.
-Habrá que esperar,
entonces.
-Habrá, pero, mientras,
no vendría de más hacer una descubierta por donde lo encontramos; más que nada,
por ver si hay rastros de las otras mulas, o de su mercancía o si el asesino
dejó alguna huella o rastro; aunque eso lo veo difícil.
…
Y allá arriba que voy
otra vez, el cabo se ha quedado en el cuartelillo y yo me pateo el camino con
mi tricornio en la cabeza y el mosquetón al hombro; si al menos pudiera haber
ido de paisano… pero las ordenanzas son las ordenanzas… y ¡ya está uno hasta
los mismísimos de sol, polvo y cadáveres putrefactos!; si es que… ¡es verdad!
ya no sé si debo llevar un frasco de colonia en el morral o una caja para meter
huesos; a veces me creo que soy un sepulturero o un médico de esos que van
buscando cadáveres para estudiar cómo somos por dentro; en fin, la vida es como
es y no la voy a cambiar yo; así que… obedezco y callo.
Ya he llegado a la
pequeña explanada en la que encontramos a los buitres y al bueno del mulero; se
nota que allí ha habido una cena salvaje; rastros de sangre, pequeñas esquirlas
de huesos, plumas de las aves que se peleaban por el mejor bocado y todo el
terreno como si lo hubieran arado… la hierba arrancada, el suelo convertido en
un arenal pisoteado y removido; de vez en cuando se ve alguna tira de tela o de
cuero; pero estos bichos comen de todo y no hay nada que sirva de pista o señal
para saber el qué, el cómo o el cuándo.
Me aparto un poco, a
veces hay que mirar las cosas a distancia, así se aprecia mejor el escenario y
se puede imaginar uno cómo han pasado las cosas. La explanada no es muy grande,
pero sí suficiente para servir de parada para un descanso, fumar un cigarro o
evacuar una necesidad; también es un buen sitio para que se puedan cruzar dos
recuas sin mezclarse ni tropezar; no me extrañaría que encontrase restos de
fogatas para hacer una comida o calentar una noche fría; echaré un vistazo;
desde aquí no se ve el pueblo; aún queda un buen trecho y si te pilla la noche
o la hora de zampar… no es mal sitio; yo, por lo menos, aprovecharía… además,
ahí al lado se oye correr el regato de agua fresca que con ese sonido te invita
a echar un trago si es la hora de la calor…
Vamos a ver qué podemos
ver.
Sí, aquí hay un corro
de piedras ahumadas que han calentado más de un puchero, ramitas chamuscadas y
manchas de grasa; como me imaginaba es un buen sitio para hacer un alto; vamos
a imaginar… el mulero viene por aquí con su recua, en una de las mulas va la muchacha que tiene que dejar en Aldeavieja, en
casa de su tía; tienen hambre; han
salido muy de mañana de Peguerinos y la hora de la comida les ha pillado aquí…
“-¿Qué
moza, hace que paremos un rato y le damos gusto a las tripas?; seguro que ya
tendrás algo de hambre…
-Sí,
señor, desde esta mañana que tomé un tazón de leche con sopas no he vuelto a
probar nada.
-¡Anda,
baja! Tírate, que yo te cojo.
-A
ver si le voy a hacer daño, peso bastante…
-¡Anda
ya, vas a pesar…! ¿tú has visto los bultos que llevan las mulas?, esos sí que
pesan… pues los he cargado yo solo.”
Y la moza habrá bajado,
se habrá metido entre esas zarzas para orinar, después de tantas horas
cabalgando seguro que tendría ganas… y luego ayudaría al mulero trayendo ramas
secas y piñas para encender un buen fuego.
Las mulas quedarían
atadas a esos árboles junto al arroyo para que se refrescaran también y
cogerían agua de un poco más arriba, agua limpia y fresca.
Si parece que lo estoy
viendo.
“-¡Ya
verás que sopas hago, con esta hogaza bien cortada me salen unas de ajo… y si
le echamos un poco de jamón… ¡ya verás!
-Voy
a coger agua para beber.
-Me
parece bien, muchacha, aquí tienes un odre, ¡déjala correr bien, que venga
limpia!”
Y la chica subiría un
poco por ahí y en esta pocita se agachó para llenar el odre.
Se harían las sopas, se
sentarían bajo esas sombras y se las comerían… hacía calor y decidieron echarse
una siesta antes de continuar la marcha.
Y ahora viene lo bueno:
llegó alguien. El mulero llevaría un perro y el perro ladraría al oir venir a
alguien… ¿llevaría perro… o no lo llevaría? Si ladró… el mulero despertaría
para ver qué pasaba y entonces… difícil sería atacarle; si no ladró… o no
llevaba perro o el que venía era conocido… no llevaba perro, el visitante los
vio dormidos y pensó: “he aquí una
ocasión que ni pintada para llevarme las mulas, mato al mulero y la chica me va
a servir para divertirme un poco; están dormidos y ni se van a enterar hasta
que todo haya pasado…”, pero… y si llevaba perro…el animal ladra, el mulero
se despierta, ve al visitante, no le gusta su aspecto, coge la garrota y va
hacia él… el otro es más fuerte o tiene un cuchillo o una pistola… el caso es
que lo mata; la chica se despierta, chilla, el perro ladra… mata al perro,
vuelve a chillar la chica…. ¡demasiados chillidos! ¿y si había alguien más que
él no veía?; no, así no pudo ser.
Veamos otra posibilidad...
hay perro, no ladra porque conoce al que llega, es más, va hacia él moviendo el
rabo… el hombre le acaricia la cabeza… “¡Hola
Canelo!, ¿dónde está el bueno de tu amo? ¿dormido,eh?, me va a pagar ahora todo
lo que me debe y se van a acabar las risitas de superioridad…”
¿No me estaré
inventando demasiadas cosas?
Lo que está claro es
que alguien mató al mulero, le robó sus cosas, al hacerlo una de las mulas
escapó, quizás era un animal nervioso y no le gustó verse tocada por alguien
que no era su dueño… luego cogió a la chica y la llevó con él; se dirigieron
hacia Aldeavieja, camino abajo… pero, en un lugar determinado, antes de llegar
a las cercanías de La Jarrera, intentó, o logró, abusar de ella y luego,
temeroso de que le denunciara… la mató, intentó ocultar su cuerpo en el chozo
pensando que nadie lo descubriría hasta que fuese irreconocible, pero algo
salió mal… hubo una tormenta y un pastor lo encontró antes de tiempo…
-¡Calla! ¿qué es ese
ruido?
Una reata de mulas
apareció por el camino proveniente del sur, miré y, como en un sueño, me
pareció oir la voz del mulero que llamaba a sus animales y les conminaba a
pararse…
-¡Soooooo, mulas,
sooooooo!
Se trataba de uno de
los muchos trajineros que iban y venían por aquel camino llevando mercancías y noticias,
de un pueblo a otro.
-¡Buenos días nos dé
Dios!
-¡Buenos días, señor
guardia! ¿Cómo por aquí?
-Pues… ya ve,
trabajando en nuestras cosas.
-¿Algún robo o algo
así?
-Algo así… ¿viene de
lejos?
-¡Hombre, no mucho, de
San Lorenzo!
-Buen pueblo es ese.
-Bueno es…
-¿Para Aldeavieja?
-Sí, allí marcho, a ver
si saco algunos cuartos.
-¿Qué lleva?
-Cuatro cosas: cubos,
artesas, lámparas… ya sabe: hojalatería.
-Hay que tener maña
para hacer esas cosas…
-Yo sólo las vendo; las
hacen mi primo Julián y sus hijos por Navalcarnero; ellos fabrican y yo las
vendo; hay que dividir el negocio.
-Y… ¿qué se dice por
ahí?
-¡Qué se va a decir!
Pues que andan ustedes tras una mala persona que parece que liquidó a un mulero
y a una muchacha que iba con él.
-¿Qué piensa la gente?
-Pues… que ya debe de
haber puesto mucha tierra por medio; lo mismo anda por Andalucía… o por
Galicia.
-Lo mismo.
-¿Y ustedes…? ¿qué
piensa la Benemérita?
-Pues…
-Calle, que según venía
he adelantado a un compañero suyo que ha estado haciendo averiguaciones en
Peguerinos… que ya se sabe en toda la sierra.
-¿Anda muy lejos ese
compañero mio?
-Aún tardará cosa de
hora y media, o así, en llegar aquí. No le veía yo con mucha prisa.
-Y usted ¿qué piensa?
-¿Quién, yo? Pues… na.
-¿Conocía usted al
mulero?
-¡Al Dioni? ¡claro que
le conocía!, ¡no lo iba a conocer! Si coincidíamos en este camino cada dos por
tres. Muy buena persona, que si podía… te echaba una mano en lo que
necesitaras.
-¿Y a la chica?
-¿A la Herminia?,
conocerla no, sólo de oidas; yo soy medio primo de su madre, la Paca; si fui yo
quien dijo en Aldeavieja que el mulero la llevaba con él.
-¡Pobre muchacha!
-Pues sí, mira que
hacerle una cosa así, con lo maja y alegre que era…
-¿No has dicho que no
la conocías?
-No… eso es lo que
dicen en Peguerinos… yo no…
-Tranquilo, sólo era
una pregunta.
-No, es que luego… la
gente se cree cualquier cosa, y yo…
-Claro, claro. ¿Paras
mucho en este lugar?
-Hombre, el sitio es
muy bueno para echar una cabezadita cuando aprieta el calor… y más después de
la subida…
-Y el Dioni… ¿también
paraba aquí?
-Seguro que sí, aquí
paraba todo dios. Hay agua, hay sombra, hierba para las bestias, en fin, sí, es
un buen sitio.
-Muy bien, yo esperaré
a mi colega, ya que dices que viene para acá.
-Vale, agente, yo sigo
hasta el pueblo. Nos vemos.
-Adiós.
…
-¡Esto no puede ser!
-Pues ya ves, cabo, es.
-Pero… ¿Cómo fue?
-Y… ¿Quién lo sabe?, el
caso es este… encontré a Antonio muerto, de un navajazo en el corazón.
La desolación estaba
pintada en la cara del cabo; nunca, en toda su carrera, se había encontrado en
una situación como aquella; una muchacha y un mulero muertos y ahora… aquello:
un miembro del Cuerpo, un subordinado… un amigo… asesinado también y ninguna pista
segura por la que tirar del hilo; miró a Arturo, una sonrisa triste apareció en
su rostro:
-Arturo, sólo quedamos
tú y yo, y esto no puede quedar así… tenemos que encontrar a ese mal nacido,
aunque sea lo último que hagamos en nuestra vida.
(continuará...)