A mediados del siglo XIX, cuando ya,
en Aldeavieja, sólo quedaba una tenería, en el paraje de El Batán, ocurrió una
historia curiosa que me contó un tío de mi madre al que, según aseguraba, a su
vez, se lo había contado su padre.
El dueño de esta tenería, que tenía
su batán, sus telares y todo aquello que era menester tener para fabricar
estameñas con las lanas de sus ovejas, se llamaba Lorenzo G. y, además, poseía
una tiendecilla, que llevaba su mujer, en la que vendía, por varas, el producto
de su industria; le iba muy bien el negocio, quizás algo mejor de lo que
pudiera ser lo normal.
La vara castellana, que era con la
que desde hacía cientos de años, se medían los tejidos, él la había heredado de
su padre, y este del suyo y así… hasta remontarse al siglo XV, por lo menos,
que era ya una reliquia en sí misma, pulida y brillante de tanto pasar de unas
manos a otras y que era considerada como el patrón de medida en todo el
municipio: todas las varas que se hacían en él se cortaban a la medida de la de
Lorenzo.
Ahora bien, todos sabéis que la vara
no es una medida que esté, ahora, en uso; pues cada región (y a veces cada
provincia o municipio) tenía la suya propia y con la normalización de pesos y
medidas que se produjo en España en 1852, desaparecieron todas las medidas locales y se introdujo el
metro, el kilo, el litro, etc… como medidas normalizadas en toda la nación,
como ya lo era en toda Europa. La vara castellana (también llamada de Burgos)
medía 0,835 metros, o sea, un poco más de centímetro y medio menos que la nueva
medida y… ¿qué hacía nuestro industrial? pues vendía sus tejidos por varas,
como siempre, pero a precio de metros con lo que, poco a poco, iba aumentando
su ganancia legal.
¿Qué decían las gentes del pueblo?,
pues… nada; no lo sabían; siempre se había comprado por varas y así se seguía
haciendo, pero creían que aquella vara, tan suave, tan pulida, tan torneada, se
ajustaba a la nueva medida que se había impuesto desde el Gobierno; ¡vamos, que
medía un metro! Y Lorenzo no les quitaba de su engaño; ¿para qué? total… si
sólo era un centímetro y medio… ¡poco más que la uña del dedo gordo de la mano!
¿a quién le iba a importar tan poca diferencia?; ¡a él no, por supuesto!.
Pero su mujer, Genara, que estaba en
el ajo, no veía con muy buenos ojos aquello que le parecía un robo.
-Yo creo que, por lo menos, debías
confesárselo al cura, Lorenzo –le decía un jueves sí y el otro también- yo creo
que lo que hacemos está mal y debe de ser pecado.
-Pecado, pecado… ¡en todo veis pecado
las mujeres!, ¿de qué os llenará la cabeza el cura cuando vais a la iglesia?
¿me meto yo en sus misas? ¡no!, ¡pues que no se meta él en mis varas!.
Pero tanto le insistió la Genara que,
por no oírla más, se acercó una tarde, antes del rosario, a la iglesia, y al
ver a don Facundo en el confesionario, sin nadie por las cercanías, se arrodilló
delante de la portezuela y dijo el consabido:
-Ave María Purísima…
Don Facundo levantó los ojos del
breviario, aunque los tenía cerrados pues aquel silencio, la hora, el fresquito
delicioso del templo en aquellos días de ardor del verano… le habían amodorrado
un tanto…
-¡Sin pecado concebida! -dijo
sobresaltado y sorprendido al ver en aquella hora intempestiva a Lorenzo-.
-Don Facundo….yo… venía a confesarme.
-Pues díme hijo….
-No sé por dónde empezar… si usted me
preguntara por los pecados… me sería más fácil.
-Bien… vamos a ver, ¿Has blasfemado?
-Lo normal, padre, ya sabe cómo se
habla en el pueblo… pero en la iglesia no ¿eh? aquí no.
-Vale… ¿vienes a misa los domingos?
-¡Claro! ¡a menos que haya que
trabajar…ya sabe, don Facundo que hay días…
-Ya, ya… ¿has mentido o engañado?
-No ¡qué va! que cosas se le ocurren;
sólo alguna picardía…. como todos.
-¿Engañas a tu mujer con otra?
-¡No, por favor, eso no! mi Genara es
mi vida… ya sabe usted que no tengo ojos para nadie más.
-¡Bien, bien! ¿Has robado?
-¿Robar? No, nunca he robado nada, lo
único es que uso la vara de medir en la tienda en vez del metro ese que dice el
Gobierno; la vara es un poco más pequeña, uno o dos centímetros… pero no tiene
importancia…
-¿Cómo que no? ¡Eso…. eso es robar,
hijo!, si quieres que te absuelva tendrás que devolver todo lo que has ido
dando de menos a tus vecinos…
-Pero… ¿cómo voy a hacer eso? Si no
sé ni a quién ni cuánto… es imposible.
-No hay nada imposible; a ver… ¿Cuánto
tiempo has estado utilizando la vara en vez del metro?
-Poco más de un año…
-Pues mira, te haces otra vara con un
centímetro y medio más de larga que el metro y vas a ir devolviendo, poco a
poco, a tus vecinos lo que les has ido robando durante este tiempo; en un año,
vuelves y si has cumplido yo te absolveré de todos tus pecados. ¡Anda, vete y
haz lo que te he dicho!
Lorenzo se fue pensativo y
meditabundo de la iglesia, dar más cantidad por el mismo precio no era de su
agrado, pero si quería el perdón de sus pecados no le quedaba otra que hacer
caso al cura; -está bien-, se dijo –seguiré sus indicaciones, fabricaré una
vara nueva que mida un metro y un centímetro y medio, ¡qué remedio!-.
Con que…. Pasó el año y Lorenzo
volvió a la iglesia para confesarse como había quedado con el párroco.
-Ave María, padre…
-Sin pecado concebida, hijo…
-Mire, don Facundo, hice como me
aconsejó y fabriqué una vara con ciento un centímetros y medio y, desde
entonces, he medido siempre con ella los géneros que compraba a mis vecinos…
-Dirás que vendías….
-No, no padre, que compraba; es que,
mire usted…. en este año he cambiado de oficio; ya no fabrico más tejidos,
ahora sólo me dedico a comprar la lana en bruto, ya hilada y luego se la vendo
al Eufronio que me compró la tenería… y ya tengo buen cuidado en que me la mida
bien, para que no caiga él en la tentación del pecado.
-¡Lorenzo! – dijo don Facundo muy
enfadado- ¿has pensado en lo que me estás contando?, sigues siendo un
ladrón….¡no te puedo absolver!
Desde entonces, y por consejo del
señor cura párroco del pueblo, el Ayuntamiento encargó unas varas de medir (por
supuesto, de un metro) a la capital, y obligó a los mercaderes, industriales y
tenderos a que las usasen en todas sus transacciones, para que nunca más
hubiera equívocos o “errores”.