( continuación)
El sol pegaba de plano
cuando los dos guardias civiles cogieron el camino de la ermita en dirección a
la Jarrera.
El tricornio no ayudaba
precisamente a estar más fresco, quizás si tuviera visera mejoraría algo, pero…
la Ordenanza no decía nada de viseras.
A Arturo no le hacía
maldita la gracia el volver a la “escena del crimen”, y menos con aquel remolón
de Antonio; no era mal compañero, no, ayudaba en cuanto podía y sacaba el
tabaco sin rechistar, pero… no era muy listo que digamos; para él lo que no
estaba en las Ordenanzas no existía, así que… era fácil imaginar cuántas cosas
no tenían ninguna importancia, ni interés, para él.
-Pero, en fin, el
servicio es el servicio- , pensó, y más valía ir con Antonio que ir solo, y más
a estos quehaceres tan poco agradables.
Le vino a la mente el
momento en que aquel pastor, Claudio se llamaba… o algo así, entró en el
cuartelillo como alma que lleva el diablo y empezó a farfullar sobre un muerto,
un chozo y unas ovejas; se hacía tal lío que no estaba claro si una oveja había
asesinado a un perro o si el chozo se había caído y matado a un pastor que
había dentro; sonrió para sí, esa era una de las cosas que Antonio no entendía,
ni entendería nunca, para él las cosas eran como una cartilla: primero la A,
luego la B y después la C; pero si cambiabas el orden ya aquello le sobrepasaba
y no daba pie con bola; así que, hasta que no llegaron el cabo y él, que
estaban en el corral arreglando unos arbolillos, atraídos por las voces de
ambos, no se llegó a poner en claro las cosas.
Llovía..., ¡sí, recordó
la tormenta y cómo corrieron a refugiarse
para no empaparse hasta los huesos!, duró poco, o no demasiado… el
muchacho contó que se metió en el chozo para refugiarse de la tormenta, lógico,
aquello estaba oscuro y no vio nada anormal hasta que, sin querer, toco algo
que le puso los pelos de punta… -algo viscoso y blando- dijo, cuando encendió
un poco de lumbre para ver… vio lo que vio; no debió de ser agradable; él no
había visto demasiados cadáveres, pero sí los suficientes para acordarse del
primero: aquella impresión de incredulidad… un ser como tú, pero muerto, no
dormido, no se mueve el pecho al ritmo de la respiración, aquel color pálido,
ceniciento, de carne sin vida, peor aún que cuando matas un cerdo, porque…
¡claro, un cerdo es un animal…! Y el otro… “era” hasta hacía un momento, un
hombre, o una mujer… y aún así, no sólo recordaba a ese primero, tenía en la
mente todos y cada uno de los que había visto, como si hubiera sido un momento
antes… nada agradable, por supuesto. Pero el de hoy… una mujer, se adivinaba
por la ropa y poco más, debía de ser muy joven y no la abultaban los pechos, y
aquella cara… sin ojos… no los tenía pero, a la vez, parecía que aquellos dos
pozos oscuros le querían penetrar…
-¡Hace un cigarro,
Arturo?.
-¡Eh!, ¡Ah! sí, gracias
Antonio… estaba distraído…
-¿Pensando en la
muchacha?
-Pues sí, me has
pillado…
-No le des vueltas, yo
nunca lo hago, lo que ha sido… ha sido; y lo que sea… será y no hay más
carrete.
-Tal vez tengas razón.
-Pues claro.
Sonrió para sí mientras
le daba una larga chupada al tagarnillo; el estar con Antonio tenía sus
ventajas: no liaba las cosas, te dejaba hacer y no protestaba mientras no le
hicieras ir contra las Ordenanzas o contra las órdenes; era concienzudo si le
sabías manejar y no soltaría un rastro si lo encontraba y había algo a su
término.
Llegaban ya a las
Majadas, las Majás decían en el pueblo, y siguió pensando en la declaración de
Claudio… ¿Se llamaba Claudio?, el caso es que le parecía que no, le había
puesto ese nombre por personalizarlo, pero puede que se llamara Mauro, ese u
otro nombre parecido; el caso es que al ver el cadáver salió escopetado del
chozo; contaba que el perro no había querido entrar con él, que se quedó fuera,
gimiendo y aullando, como si supiera lo que había dentro, que cuando él salió
se le vino encima y le lamió la mano, como si quisiera consolarlo o algo así…
raro pero lógico, los animales, a veces, tienen más conciencia que las personas
y aquellos perros pastores tenían como un sexto sentido, no había más que
verles cuando juntaban al rebaño o lo llevaban donde el pastor quería, era una
maravilla; recordó cuando era niño, allá en su pueblo de Ciudad Real y
acompañaba a su padre al campo y veía los rebaños pastando por los rastrojos y,
entonces, le vino, también, a la cabeza, la cara de su madre, siempre tan
viejita, con su pañolón negro y el cántaro apoyado en la cadera…
La cara de María se le
vino a la mente, María, tan joven, tan guapa… tan simpática, era su mujer, pero
él la veía como aquella vez que se encontraron en el baile del pueblo, su
sonrisa, la forma de moverse y de girar al compás de la música…
-¡Arturo, eh, Arturo!,
que ya hemos llegado.
Efectivamente, ante
ellos estaba el chozo, tal y como lo habían dejado el día anterior. Dejaron los
mosquetones apoyados en la piedra que servía de pared y, quitándose el
tricornio, entró a gatas en el refugio; llevaba la linterna sorda encendida y
paseó el haz de luz por la estancia.
En el suelo se
apreciaban las manchas de sangre donde había estado el cadáver, bastante
sangre, se podría decir que había acabado de desangrarse allí, o tal vez no,
tal vez habían sido las alimañas las que lo habían dejado así al mordisquear el
cuerpo… sólo de imaginárselo se sintió mal…
Miró más detenidamente,
nada de botones, algún jirón de tela desgarrado por los bichos al comer… volvió
a sentirse mal… sería la falta de aire o la peste que aún se notaba allí
dentro.
Salió, al ponerse en
pie respiró hondo, sabía que Antonio le estaba observando y que habría notado
la palidez que cubría su rostro, pero no diría nada; no era amigo de burlarse
de nadie, y menos de un compañero; se lo agradeció con una mirada.
-¿Y bien?
-Nada, ahí no hay nada;
vamos a mirar por las cercanías; según el doctor habrían arrastrado a la muerta
hasta aquí, tendrían que haber dejado un rastro…
-Ya pero… cayó una
tormenta de aúpa, ¿crees que no lo habrá borrado todo?
-Posiblemente, pero…
echemos un vistazo.
Se echó el arma al
hombro y miró en rededor; ¿desde dónde habría podido venir?; miró al suelo,
como esperaba, además de las huellas de sus botas, la de su compañero, las del
médico y de un montón de vecinos que
habían venido a fisgar y a ayudar… nada, polvo removido y poco más.
-Vamos a separarnos un
poco, tú por ese lado y yo por este otro, a ver si vemos algo… ¿te parece?
-Vamos.
Arturo fue por la parte
trasera del chozo, hacia un bosquecillo que parecía ofrecer una sombra
refrescante; iba despacio, mirando al suelo atentamente, la hierba estaba
acamada, como ya se imaginaba, pero era lo normal, después de todos los que
habían pasado por allí… enseguida encontró una valla de piedras que separaba la
praderilla donde se encontraba el chozo de la tierra donde estaban los árboles;
era una buena valla, Arturo pensó en la habilidad de los campesinos en colocar
aquellas piedras, buscando la que emparejaba bien con la de abajo para que no
se cayese y luego poner otra fila y otra… y…-vale- se dijo, no estaba allí para
admirar las cercas; la siguió un trecho hasta que encontró un lugar en que
estaba caída, examinó las piedras… -eso parecía sangre, quizás…-
-¡Antonio, ven para
acá, a ver qué te parece esto!
Se agachó mientras
esperaba al compañero y tocó aquellas manchas rojizas –podía ser sangre,
podía-.
-¿Qué has visto?
-Mira.
Antonio se acuclilló
junto a él y miro los restos.
-Podría ser, y estas
piedras están removidas, como si hubieran pasado por encima de ellas con algo
pesado.
-Cogeré un par de ellas
para que las vea el médico.
-Bien.
-Si han pasado por aquí
es que venían del bosquecillo.
-Seguramente.
-Echemos un vistazo.
Se metió un par de
piedras en el bolsillo y se acercaron a la parte arbolada. No esperaba
encontrar nada pero, quizás, si vieran más manchas de sangre, podrían saber
dónde se había cometido el crimen.
Poco más adelante había
un claro con unas lanchas bajas en medio, Arturo pensó que era un agradable
sitio para sentarse y descansar del calor, charlar de mil cosas y beber un
trago y, también, era un buen sitio para estar con tu pareja, con María, por
ejemplo… y mirarla a los ojos y decirle lo guapa que estaba y besarla en los
labios… -¡que bien besaba María!-,
-¡Quieto que los pisas!
Arturo miró hacia abajo
y allí, delante de sus pies, había un montoncito con seis o siete botoncillos
negros, aún tenían, algunos de ellos, parte de los hilos que los habían
sujetado a la ropa.
-¿Serán éstos los de la
chica?
-¿De quién si no?, la
gente no va dejando los botones por el campo.
-Pues está claro que
han estado aquí, pero… ¿la mataría aquí? ¿en este sitio?.
Y Arturo sintió como
una congoja en el pecho pensando que se había profanado aquel lugar maravilloso
(continuará...)