Calicanto.
En dirección a
Ávila, a unos 9 kilómetros, y en el mismo desvío que nos conduciría al pueblo
de Ojos Albos, vemos, a la derecha de la desviación otra carretera, que es el
trazado de la antigua nacional.
Vamos por
ella; pasamos por el antiguo trazado a lomos de su puente del siglo XIX; allá
abajo, junto al río (se trata del Voltoya, al que hemos visto antes formando el
pantano de Serones, en el Campo Azálvaro) a 200 metros veremos a la izquierda un antiguo
aparcamiento junto a las ruinas de un mesón; dejemos allí el coche.
Frente a
nosotros baja un camino en dirección al río, descendemos por él arrullados por
el ruido de los coches que pasan sobre nuestras cabezas. Al llegar abajo
torceremos a la derecha, pasando junto a los pilares que sostienen el viaducto
de la autopista; una senda se adivina que llega a lo que, indudablemente, son
los restos de una calzada romana (se supone que por aquí pasaba una ruta que
iba desde Ávila a Segovia, uniendo los diversos poblados celtíberos que hay por
la zona), no son más de 50 metros que, recientemente, han sido medio destrozados
al instalar un gasoducto. A continuación está el puente.
Se le ha
restaurado, bastante mal, hace pocos años, pero al menos se ha impedido que se
desplomase; es de un solo ojo, bajo él discurre el río Voltoya; sus cimientos y
parte de sus pilares son romanos, después se le ha ido arreglando, cambiando,
sobre todo en la Edad Media; está en un paraje de gran belleza si no fuera por
los puentes que cruzan el valle: tenemos éste, el más antiguo; río abajo vemos
una pasarela metálica de la Confederación Hidrográfica del Duero, van dos; río
arriba vemos el puente por el que hemos venido, del siglo XIX y, además, un
poco más adelante hemos cruzado por un pontón que si bordeamos la antigua
carretera, veremos, van cuatro; hacia el este vemos el viaducto por el que pasa la carretera
nacional, cinco; y, finalmente, el viaducto que se eleva a nuestro lado,
soportando la autopista Villacastín-Ávila: seis.
Después de
esta concentración de puentes, y retornando por el camino que hemos traído
podemos acercarnos al pueblo de Ojos Albos; hermoso nombre para un bello
paraje; hoy día, de su antiguo encanto, sólo queda la pequeña iglesia y algún
rincón del casco viejo que guarda algunas entradas de un sabor añejo y
pintoresco.
Cruzando el
pueblo, y ya en sus afueras, sale un camino, un buen camino, que tras dos
kilómetros más o menos, nos lleva hasta el refugio de Peña Mingubela. En unas
rocas, al pie de los ruinas de un antiguo castro celta, los pastores de hace
cinco mil años habilitaron un refugio, desde donde controlaban a su ganado y
las posibles incursiones de algún pueblo enemigo y lo cubrieron de pinturas.
Era la segunda Edad del Hierro, y con pinturas fabricadas con grasas de
animales mezcladas con ocres terrosos, arcillas, madera quemada y sangre,
nuestros antepasados plasmaron figuras humanas, animales y huellas de su
presencia allí; son las únicas pinturas de esta época que existen en toda la
provincia de Ávila.
Si queremos
terminar con otra visita arqueológica, sólo tendremos que volver a la carretera
nacional y seguir hasta el pueblo de Mediana de Voltoya; veremos el pueblo a la
izquierda; la iglesia, de apariencia poco interesante, guarda una sorpresa en
su entrada, pues su puerta esconde una de las mejores muestras del románico de
la zona.
Pasado el
pueblo, se abre un camino vecinal que lleva a Urraca Miguel, junto a él se
encuentra el Túmulo de los Tiesos; utilizado entre los años 3.500 al 1.000
antes de Cristo, y que consiste en una elevación del terreno, cercada para
evitar el paso del ganado, en cuyo interior se encuentra la cámara funeraria,
que ya fue saqueada en la Edad Media; fue descubierto en 1997 y restaurado en el
2002.