14 de septiembre de 2019

Aldeavieja: rutas y excursiones. VIII.


Calicanto.

      En dirección a Ávila, a unos 9 kilómetros, y en el mismo desvío que nos conduciría al pueblo de Ojos Albos, vemos, a la derecha de la desviación otra carretera, que es el trazado de la antigua nacional.
      Vamos por ella; pasamos por el antiguo trazado a lomos de su puente del siglo XIX; allá abajo, junto al río (se trata del Voltoya, al que hemos visto antes formando el pantano de Serones, en el Campo Azálvaro)  a 200 metros veremos a la izquierda un antiguo aparcamiento junto a las ruinas de un mesón; dejemos allí el coche.
      Frente a nosotros baja un camino en dirección al río, descendemos por él arrullados por el ruido de los coches que pasan sobre nuestras cabezas. Al llegar abajo torceremos a la derecha, pasando junto a los pilares que sostienen el viaducto de la autopista; una senda se adivina que llega a lo que, indudablemente, son los restos de una calzada romana (se supone que por aquí pasaba una ruta que iba desde Ávila a Segovia, uniendo los diversos poblados celtíberos que hay por la zona), no son más de 50 metros que, recientemente, han sido medio destrozados al instalar un gasoducto. A continuación está el puente.


      Se le ha restaurado, bastante mal, hace pocos años, pero al menos se ha impedido que se desplomase; es de un solo ojo, bajo él discurre el río Voltoya; sus cimientos y parte de sus pilares son romanos, después se le ha ido arreglando, cambiando, sobre todo en la Edad Media; está en un paraje de gran belleza si no fuera por los puentes que cruzan el valle: tenemos éste, el más antiguo; río abajo vemos una pasarela metálica de la Confederación Hidrográfica del Duero, van dos; río arriba vemos el puente por el que hemos venido, del siglo XIX y, además, un poco más adelante hemos cruzado por un pontón que si bordeamos la antigua carretera, veremos, van cuatro; hacia el este vemos  el viaducto por el que pasa la carretera nacional, cinco; y, finalmente, el viaducto que se eleva a nuestro lado, soportando la autopista Villacastín-Ávila: seis.
      Después de esta concentración de puentes, y retornando por el camino que hemos traído podemos acercarnos al pueblo de Ojos Albos; hermoso nombre para un bello paraje; hoy día, de su antiguo encanto, sólo queda la pequeña iglesia y algún rincón del casco viejo que guarda algunas entradas de un sabor añejo y pintoresco.


      Cruzando el pueblo, y ya en sus afueras, sale un camino, un buen camino, que tras dos kilómetros más o menos, nos lleva hasta el refugio de Peña Mingubela. En unas rocas, al pie de los ruinas de un antiguo castro celta, los pastores de hace cinco mil años habilitaron un refugio, desde donde controlaban a su ganado y las posibles incursiones de algún pueblo enemigo y lo cubrieron de pinturas. Era la segunda Edad del Hierro, y con pinturas fabricadas con grasas de animales mezcladas con ocres terrosos, arcillas, madera quemada y sangre, nuestros antepasados plasmaron figuras humanas, animales y huellas de su presencia allí; son las únicas pinturas de esta época que existen en toda la provincia de Ávila.


      Si queremos terminar con otra visita arqueológica, sólo tendremos que volver a la carretera nacional y seguir hasta el pueblo de Mediana de Voltoya; veremos el pueblo a la izquierda; la iglesia, de apariencia poco interesante, guarda una sorpresa en su entrada, pues su puerta esconde una de las mejores muestras del románico de la zona.


      Pasado el pueblo, se abre un camino vecinal que lleva a Urraca Miguel, junto a él se encuentra el Túmulo de los Tiesos; utilizado entre los años 3.500 al 1.000 antes de Cristo, y que consiste en una elevación del terreno, cercada para evitar el paso del ganado, en cuyo interior se encuentra la cámara funeraria, que ya fue saqueada en la Edad Media; fue descubierto en 1997 y restaurado en el 2002.

2 de septiembre de 2019

Aldeavieja: rutas y excursiones. VII.


7. San Miguel de Cardeña.

           Desde la plaza del pueblo sale una estrecha carretera que nos lleva a Blascoeles; poco antes de llegar a este pueblo, llegamos a un cruce con otra carretera asfaltada (la primera) que tomaremos por la derecha; siguiendo por ella, y a unos dos kilómetros, llegaremos a un punto en que se nos ofrece una bajada que luego, tras cruzar el río Cardeña, se empina y nos llevaría hasta el pueblo de Maello.
           Antes de cruzar el río hay una desviación a la derecha que nos lleva a una zona que fue preparada como área de recreo, con una o dos barbacoas, unas mesas de piedra y una fuente; sólo hay ruinas, la dejadez, el salvajismo y una mala interpretación de los peligros de incendio han llevado un lugar curioso a convertirse en algo parecido a un basurero. Pero dejemos las lamentaciones; allí podremos aparcar el coche y seguir un camino, a veces no es más que una senda, que discurre paralelo al río; según la época del año, tendrá o no tendrá caudal; lo normal es que veamos alguna charca, algún hilillo de agua discurriendo perezoso… pues sufre un sobreaprovechamiento para riego de huertos que impide que lleve agua excepto en invierno y primavera.


           Seguiremos por esta senda aproximadamente durante un kilómetro; a nuestro paso veremos prados, cercados, antiguos huertos abandonados, algún ejemplo de las cabañas que se hacían para guardar los aperos…y, a la izquierda, rojas cárcavas, que nos enseñan sus entrañas rojizas coronadas por encinas… según avanzamos, y al pie de una de estas cárcavas, veremos unas ruinas, unas paredes se levantan desde hace casi mil años; es lo que queda de San Miguel de Cardeña, la iglesia más antigua de la zona, cabeza y origen de los pueblos de Blascoeles y Aldeavieja, que se instalaron aquí a raíz de la reconquista de estos terrenos en el siglo XI, levantaron sus primeras casas por la cercanía del río y del resguardo que ofrecía a los vientos del norte la ladera cercana.


           La iglesia, convertida en ermita cuando la población se agrupó, un siglo después, en las nuevas poblaciones, estuvo en pie hasta mediados del siglo XIX en que, debido a su soledad y lejanía, fue deteriorándose y se vació por robos y traslado de su mobiliario, retablos e imágenes. Hay una curiosa orden, recogida en un libro de 1832, en que se dan Reales Cédulas para la búsqueda de tesoros, de los que se tienen noticia, junto a la ermita de San Miguel de Cardeña y San Juan del Berrocal; seguramente esos tesoros serían las pocas cosas que quedaban de los ornamentos de esas iglesias, ya abandonadas; San Juan del Berrocal, es otra ermita, de la misma época que ésta que visitamos, de la que quedan aún menos restos y que se encuentra aguas debajo de este río Cardeña.
           Bien, lo que hoy vemos es una parte del ábside y parte del lienzo norte; alrededor piedras y piedras que formaron parte de los muros; lo que se conserva nos da la idea de que se trataba de una iglesia pequeña, apta para la poca población de la época en que se levantó y construida con materiales poco resistentes; piedras de río y adobes hechos con el mismo barro de las laderas que la protegen del viento del norte.

           Esto es Castilla: amplia, dura, árida, pobre, pero de una belleza excepcional.

          Hay otro camino, para andarines, desde el alto de la Barrera cogeremos el camino que va a San Miguel (preguntad a cualquier vecino y él os lo dirá); un paseo de entre tres a cuatro kilómetros os llevará hasta allí; también merece la pena.