Lo que hoy os traigo es un “artículo” aparecido en la revista abulense “Prosa y Verso”, (subtitulado como periódico literario, de aparición semanal) del sábado 7 de septiembre de 1907. “Prosa y Verso” era una gacetilla editada y compuesta por los jóvenes literatos de la ciudad para dar rienda suelta a su ingenio, sin mayores pretensiones. Apareció en 1903 y luego tuvo una pausa, a la muerte de sus fundadores, para tener una pequeña continuación (medio año) en 1907. Tenían la Redacción y la Administración en la calle de Pedro de Lagasca, 7, cerca del Mercado Chico.
Este
artículo, titulado “Caballería Rusticana”,
de Federico P. Olarría, narra el encuentro entre dos enamorados en el que se
utilizan los nombres de las localidades de la provincia para sustituir las
palabras adecuadas, haciendo gala de un ingenio muy del gusto de la época y
que, a veces, es un poco/mucho forzado.
Nuestro
pueblo, Aldeavieja, aparece en la tercera línea del escrito; espero que os haga
pasar un rato entretenido.
Dejó
atrás los Encinares, las Umbrías y pavorosas Cuevas del Valle,
y Alamedilla arriba, el buen Pedro Bernardo llegó á prima
noche a la Aldehuela de miserables Casillas de adobes, una Aldeaseca,
una Aldeavieja y
casi despoblada.
Todos
conocéis a Pedro Bernardo, el zafio hijo de Gutierre-Muñoz, mozo
fornido, de Crespos cabellos y labio y carrillos completamente Rasueros.
Llegado
que hubo a La Torre señorial de Dongimeno, penetró en el amplio
zaguán, cruzó el patio alegre de espeso Parral, subió tres escalones,
torció a la derecha, luego a la izquierda; y —¡Dios té guarde. Mari-Pepa!—dijo
entrando en la cocina como su tocayo, (sin Bernardo), por su casa.
Bajo
la campana del hogar, entre pucheros y cazuelas, majando en un morteruelo,
Mari- Pepa aderezaba la cena de sus amos. ¡San Esteban de Zapardiel y
qué moza la tal Mari-Pepa! A pesar de su Mediana estatura, de su crucero
de colorines, de sus cuarenta refajos, del sofoco de la lumbre, de sus manos Escara-bajosas,
y de sus dedos Tiñosillos, imponía su belleza
bárbara de las que quitan el hipo, como suele decir la gente de poca
educación. ¡Qué frente la suya más Alba de Tormes! ¡Qué Ojos-Albos más
Serranillos! ¡Qué Garganta del Villar! ¡Y luego aquel Hoyorredondo
de su barbilla!... Sin ofensa para nadie afirmo y sostengo que Mari-Pepa
era un Pimpollar (San Martin del), la moza más Bonilla de la Sierra, la
flor de las Flores de Avila, ¡qué digo de Avila!, La flor de
Castilla (Plato del día para mañana: Bocaditos de Viena. Como siempre.)
Al
verse mozo y moza se dispararon en una gran risada.
-Chica,
¿qué te haces?
-Ya
lo ves, Guisando, ¿A qué has venio?
-¿Me
das Candeleda?—preguntó Perico sacando de la faja tabaco de Avéinte.
-Enciende
en el El Hornillo.
-Pues
he venio... porque sabía que estabas sola y no vivo sin verte.
-Mal
hecho. Dongimeno y el señorito Diego Alvaro ya no pueden tardar.
¡Miá que si te ven!... De pensalo me da El Tiemblo.
-Que
nos vean. Me importa una Avellaneda. Tú ya eres cosa mía. Nos casamos el
domingo. Deseando estoy que nos echen las bendiciones Padiernos enseguida
de aquí, no sin antes decirles:doña Mencia, señores míos ¡Cebreros de
verles güenos!»
-Ya,
ya... ¡Qué roñicas! ¡Ni un mal refajo de bayeta!...
-¡Buen
par de Gabilanes! Estos señores Grandes se comportan a veces como
Herreros de Cuso. En cambio miá tu primo qué reló ma regalao.
-Mengamuñóz...
¡Qué majo! Pedro Rodríguez es
mu bueno; el Poveda lo que puede.
-¡Que
aprendan los amos!
-¡Los
amos!... ¡Cuántas veces Dongimeno se habrá sentao en ese poyo como tú a La
Horcajada, pa decirme campanudo, mirándome con las dos Cabezas de
Alambre de sus ojillos, que eran los míos un Madrigal de las Altas
Torres.
-Miren
el Papatrigo! Me tien más quemao esos dos Grajos que a un San
Lorenzo.
-Pues
aluego cuando se iba el uno, entraba el otro pa hablarme del Arenal de
la vida dura y Espinosa de los Caballeros... ¡Y cómo miraba con aquel
ojo reventón que se le sale de la Orbita!
-De
la órbita, Mari-Pepa,
-Bueno,
déjate de parlerías y vete ya, por San Juan del Molinillo... ¡Si te
sienten arriba!...
-Me
iré, me voy... Pero antes dame un beso.
-¿Un
beso? ¡Avila María Purísima!
-¿Te
asustas?
-¡Ja,
ja! ¡Deja que me Mingorria!
-¿No
quieres? Pero, Hija de Dios, si ya somos; vamos al decir, como marido y
mujer.
-Pues
cuando lo seamos, sin vamos al decir.
-¡To
Maello ha de ser!
-Paciencia
hasta que sea. No hagas El Oso. Más malo eres que Marlin. Vete, Zarza
de aquí.
-Pero,
¿por qué no has de querer darme un beso'?
-¡Velayos!
-Uno
na más, gitana.
-Niharranca. Arévalo de ahí, ¡que te
doy con El Fresno!...
—Uno
na más, morenucha.
-¡Barraco!...
digo... ¡borrico! Si te acercas Piedrahitabla te van a la cabeza,—gritó la serrana zahareña
mirándole con ojos Brabos.
-Está
bien, mujer... No te subas a La Parra. Perdono el Bohoyo por el
coscorrón. ¡Pero te aseguro que cuando nos casemos!... cuando nos casemos, en
nuestra Casasola, en nuestra Casavieja, hemos de vivir como dos Tortóles,
y más besos he de darte que Arenas de San Pedro tiene el mar.
-¡Que
hables siempre como el buey, pa decir ¡Mu!... ñogalindo! Si no te Langas,
á La Carrera te doy con El Losar. Aquí estás de Salobral.
-¡Y
decías de los amos!... ¡Tú sí que eres roñica! Paeces Urraca Miguel. ¡Casi
estoy por no casarme!...
-No
me extrañaría esa Malpartida de Corneja porque eres de los Tornadizos
de Avila.
-Soy
pa mi Mari-Pepa de mi Vita. Por ti desprecié a la Maruja. Con ella ni
hubiá tenío que Pradosegar, ni que ir al monte a La Serrada;
hubiá tenío de Valdecasa, de Valdemo- linos, y Pajares... hasta
Palacios de Goda. Todo, sin penas y Sinlabajos.
-Sé
que me quies, Penco, y sabes que correspondo. Por eso nos casamos.
-¡Que
viva mi serrana! Pa el temporal de la vida no hay Barco como el
matrimonio... ¿No te paece?—dijo Pedro Bernardo apurando el cigarro y
tirando La Colilla.
-Sí
me paece... Anda, ¡veste de una vez por San.....
-Me
voy. Antes deja que te ahuela, tomillo salsero.
-¿Qué
husmeas, Mironcillo?
-Adiós,
gloria pura.
-Salvadios,
Pedro Bernardo.
-Mari-Pepa,
hasta Mañana.
Y
Mari-Pepa entonces a manera de mimo, tuvo un golpe de gracia. Con toda
su fuerza, disparó, sobre la cabeza berroqueña de Perico una magnifica Cebolla
de dos kilos y cuarterón.
-¡Navacepedilla
de Corneja!—aulló Perico tapándose con
ambas manos el izquierdo de sus miradores.
Quedáronse
los dos petrificados, mirándose como dos bobos, y a un tiempo, con infantiles
extremos, soltaron el chorro de su risa campesina, risa que fué creciendo,
creciendo, hasta estallar en ruidosa carcajada de satisfacción que retumbó bajo
la campaña del hogar con estremecimientos de relincho.
-¡Sanchidrián
te acompañe. Mari-Pepa!
-¡San
Esteban de los Patos sea contigo, Pedro
Bernardo!
Federico P. Olarría