-¿Vas para Maello?
-Para allá voy.
-Pues te va a coger toda la calorina…
-¡Qué remedio!
-Pues ve con Dios…
-¡Queda tú con él…!
Juan se quedó mirando cómo Tomás azuzaba
al borriquillo que partió con un trote alegre por el camino, encaramándose
hacia las alturas de La Barrera; allí, a la sombra del campanario, Juan pasaba
las horas del día en que no estaba ayudando en la era a su hijo; veía pasar a
los que iban al campo y a los que regresaban, unos camino del trabajo, otros
con el ganado, aquel otro arreando a las ovejas, o algún chamarilero que iba de
pueblo en pueblo con su mercancía; el sitio era tranquilo y abierto a los aires
y al sol; desde allí contemplaba la sierra y la llanura que, bajando de ella,
se extendía cubierta a ratos de encinares y otras de campos de trigo, centeno o
cebada… poco más allá se divisaba el caserío de Blascoeles, con sus casas bajas
del color de la tierra y detrás, el palacio de los Dávila y aún más allá las
cárcavas que señalaban las laderas del Cardeña.
Llevaba allí ya un buen rato cuando vio
que se acercaba Antonio, su vecino y amigo, ambos eran de parecida edad y ambos
habían pasado ya el límite de edad que les permitía realizar las faenas del
campo con normalidad.
-¿Qué, aquí con la fresca?
-Ya ves…
-Según venía y te veía ahí, sentado contra
la pared, pensaba en esas piedras…
-¿Y qué pensabas?
-Pues… que no son de aquí.
-¿Qué no son de aquí?
-¿Dónde has visto tú piedras como estas en
el término?
-No, la verdad es que en ningún sitio.
-Pues eso decía.
-Son como las de la cabecera de la ermita,
eso sí.
-Sí, creo que las llaman piedra-caliza., y
son más fáciles de trabajar que la piedra berroqueña que tenemos por aquí.
-¡Y tanto!, ¡Mira, aquí están todavía
nuestros nombres, que marcamos a punta de navaja aquella tarde.
-¡Es verdad! Ya casi no me acordaba. ¡qué
tiempos!
-Mi abuelo me contó que él vio, de niño,
cómo hacían la torre con las piedras que trajeron de la ermita.
-Sí, del pozo de la nieve; también a mí me
lo contaron.
-Del pozo de la nieve y de algún sitio
más…
-¿De otro sitio?
-No, de allí mismo, pero del cementerio.
-¡Ah, mira… eso no lo sabía yo!
-¡Pachasco lo ibas a saber…! como que me
dijo mi abuelo que fue un secreto, que no se lo dijeron a nadie, pero como eran
pocas para hacer el campanario, cogieron otras de las tumbas más antiguas, esas
que ya nadie sabía a quién guardaban y que nadie cuidaba.
-Pues nunca me había fijado.
-Tuvieron cuidado de que lo que pudieran
conservar de inscripciones quedara oculto; las pusieron boca abajo o para
adentro.
-Hicieron bien.
-Arriba, donde está la campana, se puede
ver una piedra en la que hay grabada una calavera… digo yo que sería de una
tumba.
-¿De qué si no?
-Es como las que han puesto en el suelo de
la iglesia nueva, que ya sabes de dónde las han traído…
-¡Ya!, del cementerio de san Cristóbal, pero
eso ya lo explicó el cura el otro día; las han puesto dentro por eso de que
están bendecidas…
-Sí, pero cuando hicieron este campanario
no se anduvieron con esos cuidados. Si
quieres, subimos y la echas un vistazo.
-¿Tienes la llave?
Y, así, los dos amigos subieron con
cuidado (y a paso de tortuga) las escaleras que llevaban a lo alto de la torre;
cuatro arcos, abiertos a los cuatro puntos cardinales, dejaban pasar el aire, y
también el calor o el frío, según la estación. Desde allí la vista era
grandiosa; a sus pies se extendía el caserío; las casas de adobe enjalbegadas y
los rojizos tejados, las calles empedradas… de fondo la sierra y, al otro lado,
las llanuras que llevaban al Cardeña y a Blascoeles.
-Mira aquí –dijo Juan apuntando con su
garrota un sitio determinado cerca de la campana- mira lo que te decía.
Antonio se acercó, guiñando los ojos para
ver mejor.
Sí, allí, en lo alto, se perfilaba una
calavera con sus cuencas vacías y su sonrisa; dos huesos cruzados bajo ella y
huellas de lo que parecían letras asomaban bajo ella.
-Pues… es cierto; nunca me había fijado.
-Yo la vi de casualidad; un día que estaba
cogiendo un nido que estaba en aquella grieta.
-Nunca me habías dicho nada…
-La verdad es que lo había olvidado, y
ahora, al hablar de ello, me ha venido a la memoria.
-¿De quién sería?
-A saber…
(continuará...)
Hola buenas noches, por casualidad he descubierto tu blog y me encantan las historias que cuentas. además somos familia y me gustaría contactar contigo. Me llamo Encarnita y soy nieta de tu tío Federico, hija de Charo
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